Homero en el celuloide. Troya (Troy). Dirección: Wolfgang Petersen.
Basada en La Ilíada. Estados
Unidos, 2004. Guión: David
Benioff. Elenco: Brad Pitt, Eric Bana, Orlando Bloom, Brian Cox, Peter
O'Toole, Sean Bean, Diane Kruger, Brendan Gleeson, Saffron Burrows, Tyler Mane,
Julie Christie, Rose Byrne, Julian Glover, Garrett Hedlund, Vincent Regan,
James Cosmo. Por Osvaldo Beker: Profesor y Licenciado en
Letras (UBA). Profesor y Licenciado en Comunicación (UBA).
“Canta, oh, diosa, la cólera
del pelida Aquiles”, reza el primer verso del poemario universal de algún
mentor que han decidido se llamara Homero (y que han decidido fuera un solo
creador). De esto ya más de 2.700 años: data del siglo octavo antes de Cristo
la articulación final del mítico relato. El 2004, y de la mano de Wolfgang
Petersen (Avión presidencial, Das Boot, La historia sin fin, En la
línea de fuego), es el año de la megarealización de Troya,
un texto audiovisual que soslaya elementos fundamentales de la historia
homérica pero que destaca otros con singular dedicación. Las variantes e
invariantes de la transposición son muchas, numerosas. Sin embargo, como
verdadero pivote en el cúmulo de sensaciones que el film hace despertar,
resalta cierto tratamiento ingenuo, descuidado por la velocidad y la facilidad
con que se pretende resolver una serie de situaciones, fundamentalmente hacia
el final de la cinta.
La mayoría de los reyes
griegos se unen para ir a hacerle la guerra a Príamo, señor de Troya, la ciudad
de las grandes murallas. El casus belli, pretexto fútil, es
que uno de los príncipes troyanos, Paris, raptó a Helena, la mujer de Menelao,
rey de Esparta. El motivo real habrá que buscarlo en las ambiciones
geopolíticas de Agamenón, poderoso rey de Micenas y hermano de Menelao. Las
murallas troyanas son decididamente inexpugnables y el ejército troyano se
muestra invencible, guiado por Héctor, otro de los hijos de Príamo. Los griegos
sufren desastre tras desastre y solo les queda recurrir e implorar al bravo
guerrero Aquiles (el personaje es encarnado por Brad Pitt) para que cese su
enojo y rompa su aislamiento de los demás griegos. La tarea es ardua pero la
prematura muerte de su amigo Patroclo lo hace desistir de su tozudez.
Evidentemente, Petersen quiso adoptar un punto de vista privilegiado, el del
personaje cuyo talón representa el único lugar vulnerable de su cuerpo. La
confrontación dialéctica, luego, se ejerce en díadas: griegos/troyanos,
Aquiles/Héctor, guerra/paz. No obstante, todo el discurso de Troya
se sostiene gracias a los comportamientos diversos del hijo de Tetis y Peleo,
“el de los pies ligeros”, al decir de Homero.
Los paisajes grandilocuentes
se suceden constantemente. Cámaras que hacen tomas panorámicas del supuesto
Egeo y de las supuestas playas de Troya (hoy se trataría de la costa de
Turquía: las escenas fueron rodadas en México y en Malta, la isla del
Mediterráneo), de las altas murallas de la ciudad, del enorme caballo de madera
o de las sangrientas luchas armadas entre los bandos rivales. Petersen, a todas
luces, no escatimó en presupuestos para construir su historia. Pero le sobró un
poco de ingenuidad y de sutileza. A saber. En una de las últimas escenas de la
película, Paris hace entrega de una simbólica espada a un joven que se está
escapando, junto a muchos otros troyanos, de la ciudad ardiendo. Poco antes,
Paris le pregunta al muchacho cómo se llama y éste le dice que su nombre es
Eneas. Entonces Paris le dice que lleve esa espada lejos, de modo tal que el
espíritu de Troya pueda seguir viviendo más allá de la destrucción de las
llamas. La escena dura menos de medio minuto y los personajes hablan bastante
distraídamente dado el caos reinante en el lugar. Detrás de ese microdiálogo
apurado y matizado por el ruido ensordecedor del ambiente de catástrofe, se
oculta la semilla de otra fantástica leyenda representada por los prolegómenos
de la fundación de Roma. Por lo tanto, cuesta creer que esa escena sea
afortunada: la ambición de no dejar nada librado al azar hace muchas veces que
se entorpezca la empresa acometida. Por otro lado, hay algo que ni siquiera se
asoma en la versión de Petersen: los dioses, condimento esencial, elemento
cardinal (para emplear un adjetivo barthesiano), figuras que se constituyen en
actantes insoslayables en la escritura homérica. En el caso de Petersen, salvo
el templo de Apolo custodiado por Briseida en la playa de la ciudad de Troya,
los dioses fueron sustituidos por los cuerpos hipercuidados de los distintos
actores de moda (en esta categorización quedan, por cierto, excluidos Peter O’Toole,
con su Príamo emocionante, y Julie Christie, con su Tetis etérea).
Geografias
violentas: ciudad de Dios,
ciudadanos del infierno. Ciudad de Dios (Cidade de Deus). Dirección: Fernando Meirelles y Katya Lund. Basada en la novela
homónima de Paulo Lins. Brasil, 2002. Guión: Braulio Mantovani. Elenco: Alexandre
Rodrigues, Leandro Firmino, Phellipe Haagensen, Douglas Silva, Jonathan
Haagensen, Matheus Nachtergaele, Seu Jorge, Jefechander Suplino, Alice Braga,
Emerson Gomes, Luis Otávio, Babu Santana, Gero Camilo. Por Luciana Beroiz: Profesora de inglés
y Doctora en literatura comparada. Trabaja en la UNMdP en las cátedras de
Literatura de Inglaterra y EEUU y de Literatura Comparada del Profesorado de
Inglés.
Una lectura comparativa de Ciudad de Dios de Paulo Lins y su
versión cinematográfica dirigida por Fernando Meirelles y Katya Lund, permite
establecer un análisis de crónicas de violencia urbana con el propósito de
considerar cómo la transferencia de
un medio escrito a uno audio-visual afecta diversos aspectos formales del
género y la representación de violencia que de estas formas surge. La lectura
crítica de estas formas culturales permite considerar los modos en que Lins,
Meirelles, y Lund hacen uso de la crónica para representar y recrear a la favela
como geografía de violencia urbana
mediante medios alternativos pero de gran efectividad estética. En la Ciudad de Dios que estos
artistas presentan, la muerte aparece en cada esquina y la lucha por la
supervivencia justifica cualquier medio: la pobreza insita a la violencia, la
violencia al miedo, y el miedo a la impotencia que, a su vez, genera más
violencia. Así, la lectura de estas versiones
nos permite encontrar una serie de interesantes similitudes.
Ambos
textos, el escrito y el fílmico, organizan su
narrativa mediante una estructura claramente posmoderna. Debido al constante
cambio en espacio, tiempo y ritmo, las narrativas resultantes son marcadamente
fragmentarias. Ambos implementan el uso de flashback
y los puntos de vista múltiples, así como de la
digresión. Por ejemplo, la mayoría de las historias de los personajes son
presentadas mediante flashback,
recurso principal para la compilación de estas crónicas de violencia urbana. El
uso de este recurso le permite a Lins, Meirelles y Lund fragmentar sus
narrativas, desplazando a sus narradores entre geografías temporales y
espaciales, y, como consecuencia, presentando la historia de los favelados en forma episódica en lugar de
cronológica. Esta fragmentación estilística acompaña la temática tratada por estos
textos: las disruptivas vidas que los favelados
experimentan por su exposición permanente a la violencia que los rodea.
La audiencia recibe la
historia de la “Ciudad de Dios” y sus habitantes a través de una compilación de
escenas o episodios que describen momentos simultáneos de la vida en la favela. Esta naturaleza fragmentaria es
una de las razones por las cuales es posible argumentar que estos textos pueden
ser leídos como crónicas. Lins, Meirelles, y
Lund crean una representación que
rechaza lineas narrativas o cualquier tipo de continuidad convencional. El
focalizarse en la simultaneidad de eventos violentos que ocurren en diversos
sectores de la favela sirve para
representar y probar como la violencia satura la existencia de los favelados transformando su territorio en
una geografía de peligro y una realidad de miedo.
También
resulta interesante considerar cómo Lins, Meirelles y Lund logran movimiento a
través del uso de un narrador que se desplaza y de puntos de vista
alternativos. Cada episodio de Ciudad de
Dios es narrado por una especie de flâneur posmoderno, un cronista que viaja en
el espacio con el objeto de representar lo circunstancial, en algunos casos
hasta participando de los hechos que narra. Es precisamente este movimiento del
narrador lo que hace que estas narrativas trabajen su retórica en forma
espacial. La compilación de crónicas les permite a estos autores tratar la
variable tiempo en forma espacial descartando líneas cronológicas simples e
imponiendo sincronía a través del uso de la fragmentación, yuxtaposición,
digresión e intertextualidad.
Lins, Meirelles, y Lund
estructuran y presentan sus narrativas exclusivamente a través del punto de
vista de los favelados, silenciando así a los que están fuera de la favela-
las clases media y alta de Brasil que habitan los sectores urbanos de
privilegio. Este silenciamiento transforma a la marginalidad en el centro de la
narrativa. Es la geografía de violencia
de la favela, contrapuesta a la
popularmente conocida geografía turística de Río de Janeiro, la
que estos textos muestran.
Es también interesante notar
la forma en que estos artistas muestran esta geografía de violencia. Lins,
Meirelles y Lund utilizan una compleja estrategia: presentan la misma escena
desde diversos ángulos y a través de los ojos
de personajes distintos, obligando así a sus audiencias a ver cada versión de
un modo distinto. Sin embargo, en lugar de mostrar las diversas perspectivas de
un mismo hecho en forma simultánea o consecutiva, los escritores distribuyen
las mismas a lo largo de la narrativa. Interceptar las diversas perspectivas de
un mismo episodio con otras escenas que colaboran con información adicional
sobre los personajes o hechos fundamentales le permiten a la audiencia una
percepción, y como consecuencia, una evaluación (o juicio) distintos. El
espectador es nuevamente testigo de lo ya presenciado pero con nueva
información que significa un entendimiento distinto.
Meirelles
y Lund también logran la alternancia de puntos de vista variados a través de la
organización de tomas de ángulo superior e
inferior. Los directores utilizan las tomas de ángulo
inferior para presentar crímenes desde el punto de vista de las víctimas,
haciendo del victimario el foco de atención. Estas tomas captan, sobre todo,
las expresiones faciales de los criminales, que tienden a reflejar la
satisfacción que los mismos sienten al causar dolor en el otro. Las tomas de ángulo superior se utilizan, en su mayoría, para
representar los asesinatos conocidos como ataque
soviético- cuando un grupo armado rodea a una víctima para sacrificarla- o
el desplazamiento de los gangs -o
pandillas- por las calles de la favela.
Esto permite una visualización de la geografía de la favela que explica la distribución de los favelados y la dinámica de violencia existente.
Como
complemento de este análisis es interesante
hacer referencia a Ciudad de Hombres (Cidade dos Homens), serie
televisiva de nueve episodios emitidos en Brasil en el transcurso del 2003 y
2004. Mediante una narrativa fragmentada y eminentemente posmoderna, Ciudad
de Hombres representa lo violento
a través de un formato típico de Cinema Novo que se opone claramente al formato
Hollywoodense de Ciudad de Dios. A pesar de considerar cuestiones
similares y de reflejar la violencia en las favelas
como lo hacen las versiones de Ciudad de
Dios, Ciudad de Hombres produce
una traducción de la temática tratada desde una perspectiva diferente, y con
intención y efecto distintos.
Las manifestaciones de
Alicia. Dos versiones fílmicas sobre Alicia
en el país de las maravillas de Lewis Carroll:
Alice in murderland. Dirección: Dennis Devine. Estados Unidos, 2010. Guión: Dennis
Devine. Elenco: Malerie Grady, Marlene Mc'Cohen, Kelly Kula, Katie Locke
O'Brien, Christopher Senger, Heath Butler, Jennifer Field, Kim Argetsinger,
Elizabeth Lam Nguyen, Jennifer Kamstock, Montre Bible.
Alicia o la última fuga (Alice ou la
dernière fugue). Dirección: Claude Chabrol. Francia, 1977. Guión: Claude
Chabrol. Elenco: Sylvia Kristel, Charles Vanel, André Dussollier, Fernand Ledoux,
Thomas Chabrol, Bernard Rousselet, François Perrot, Jean Carmet, Catherine
Drusy.
Por
Joaquín Correa: Estudiante de Letras (Universidad Nacional de Mar del Plata).
i.
La historia de Alicia en el país de las
maravillas es la historia de la fuga del espacio y el tiempo revelado
intempestivamente en una anagnórisis, en el nombre propio, en la experiencia.
Por esa prodigiosa concentración ha sido tomada por el cine a lo largo de todo
su devenir, desde temprano en el siglo XX hasta la actualidad. Alice in murderland (Dennis Devine,
2010) y Alice ou la dernière fugue
(Claude Chabrol, 1977) son dos posibles ejemplos de este diálogo constante.
ii.
“Si querés tener la mejor fiesta de cumpleaños, celebrala donde mataron a tu
vieja”: esa podría ser la enseñanza moral de Alice in munderland y tendríamos muchas ganas de ver la película
para ver correr sangre, sentir miedo, no poder dormir a la noche, maquinarnos
con preguntas existenciales o ese tipo de cosas que nos regalan los films de
terror. Pero nada de eso sucede y la película entrará tranquilamente en la gran
masa de cosas que justifican la exterminación de la raza humana.
Antes
de comenzar, una leyenda blanca sobre fondo negro nos informa que la historia
está basada en hechos reales. Su argumento es sencillo: veinte años atrás, una
joven rubia y bien va a comprar su primer hogar, el nido para establecer su
familia. Una mujer mayorcita, con pinta de guerrera, perra desfachatada y
frases irónicas, le muestra la casa y le recomienda que baje al sótano, porque
cree que la sorprenderá. Ahí nomás, un tipo encapuchado la apuñala repetidas
veces, y la sangre como kétchup aguado salta a la pantalla. Rápidamente,
avanzamos a la actualidad, donde chicas en traje de baño deciden qué hacer para
el festejo de los 21 años de Alice, mismo día pero 20 años atrás que el
cumpleaños y asesinato de su madre. Para cerrar el círculo, su mejor amiga
propone hacerlo en la casa Glass: ahora en posesión de su tío, antes escena del
crimen materno. Ya está planteada la película en sólo 5 minutos y podríamos
habernos ahorrado la restante hora y media y así dedicar nuestro valioso tiempo
a hacer la revolución, luchar por la disminución del hambre en África, ayudar a
un ciego a cruzar la calle, colaborar con la papilla en un hogar de ancianos o
adoptar a un hámster herido, pero la curiosidad y el aburrimiento son
cualidades egoístas.
La
fiesta de Alice es temática: todas deben ir vestidas como algún personaje de Alicia en el país de las maravillas.
Intertexto directo, pero poco trabajado: nadie invitó al Jabberwocky y ese será
el asesino. La fiesta, dicen, será sin chicos ni celulares. Qué divertido:
además, estas chicas puritanas tan estadounidenses no toman una gota de alcohol
(lo más lejos que llegan es a ingerir hongos en mal estado) y nadie se percató
de llevar música. Un fiestón de aquellos (de coger ni hablar). Antes de ir a la
fiesta están todas juntas estudiando gruesos tomos para la universidad. De ahí
se van caminando al lugar, “en la parte mala de la ciudad, por el basurero”, para
aumentar la adrenalina. No pasa un instante en que ninguna de ellas le repita a
la escasamente torturada Alice que hace 20 años y en ese mismo lugar asesinaron
a su madre y desapareció su padre. Ella sufre, pero no se le nota.
iii.
En la película se menciona en una oportunidad a Charles Dogson y Lewis Carroll,
pero con tanta mala puntería y escasa consulta de la wikipedia, que lo hacen
mal (sí, incluso esto). Pasar detrás del espejo o caer en la madriguera serán
aquí atravesar la noche de los 21, fundamental para todo ser humano (¿?) y
especialmente en el caso de nuestra Alice al superar en años a su malograda
madre. La fiesta de té y sus variadas modalidades de “head off” serán la
evidencia de esta transformación: hacia el final, Kat -“la hermanastra” moribunda-
le dice a su asesina, Alice: “recuerda algo Alice: cuando matas a alguien, eres
un asesino, y cuando te conviertes en uno, lo eres hasta morir”. Semejante
revelación sólo se compara en tamaño y filosofía con la recibida por Sócrates
luego del trago de cicuta; en Alice, en cambio, se producirá un viraje
drástico: su vida se verá sumergida en la locura, en la herencia de los
asesinos.
iv.
Chabrol hace algo magnífico con el texto de Lewis Carroll: hace lo que quiere.
Cambia espacio, tiempo, atmósfera, cosmovisión, personajes; cambia el sentido
de la lógica carrolliana, cambia el alcance de la historia y sus fantasmas.
Sólo deja que una mujer en problemas posea el nombre de la famosa niña.
Alicia
Carol deja a su novio o marido y se va lejos. Una ruptura (amorosa) cuya
consecuencia directa es un cambio de espacio: la ruta, la noche, la lluvia.
Algo hace estallar su parabrisas y debe detenerse. Ahí nomás encuentra o se
topa (nada es demasiado seguro en esta historia) con una casa grande, muy
grande, casi un castillo, casi una ruina, de esas que vemos Francia adentro
desde la ventanilla del tren, con los colores propios de una fotografía de los
setenta. Un hombre mayor la recibe, le da cuidados y advertencias: “Los
verdaderos peligros no son nunca los que imaginamos. Y nunca pasan en donde los
esperamos”. Le dice, además, que en ese lugar el tiempo no es tenido muy en
cuenta, que no importa. La conducen a su cuarto, le prometen que repararán el
parabrisas de su auto y le aconsejan que descanse hasta la mañana siguiente
cuando la lluvia ya haya pasado.
La
noche, se sabe, es el tiempo en el que el tiempo mismo se transforma, se
pervierte, se redefine y estalla. Las pastillas para dormir no le aseguran a
Alicia el silencio de esos ruidos extraños que se propagan por la habitación de
huéspedes, por la casa y por el jardín. Intuye que la mañana siguiente ya no se
agrupará en la sucesión ordinaria y acumulativa de los días. Aunque salga de la
casa, aunque huya y se interne en el bosque o en la ruta, los senderos y sus
pasos la dejan siempre delante de la puerta de entrada. Los habitantes de ese
extraño universo se niegan a responder sus preguntas, las evaden, se le ríen en
la cara. Alicia entiende que no hay salida, o que carece de sentido seguir
buscándola, y que la ignorancia es la condena que deberá pagar en su estadía
indefinida en ese mundo que, descubre, es el mundo de unos pocos aburridos
peligrosos que se divierten montando representaciones y atormentando a las
ocasionales visitas. Preguntas inútiles, respuestas negadas o inexistentes: la
situación de la Alicia de Chabrol es la del personaje kafkiano ante la ley.
Como un Truman show de la campiña
francesa, existe Alicia y existen los otros, un orden montado expresamente en
su contra por ser ella quien ocupa el lugar -como otros antes- del recién
venido. Alguien le explica, tal vez un niño, tal vez un hombre vestido de
blanco, que los argumentos lógicos y sentimentales están totalmente fuera de
lugar y que no hay otro lado, que mejor conserve sus fuerzas porque la
pesadilla aún no ha comenzado. Le dicen que ellos son apariciones y que ha
llegado al punto donde “las almas surgen del infierno para tomar apariencia
humana”. Ella, al igual que la pequeña puertita de madera escondida entre la
enredadera que ocupó la casa en algún momento impreciso del día, de ese largo
día, será la posibilidad del pasaje. Del pasaje de las almas del infierno que
quieren alcanzar el mundo.
Todo
lentamente se va aclarando aunque las soluciones están fuera del panorama al no
ser evidentes las reglas del juego. Alicia ya no pregunta, ya no responde.
Decide interponer entre ella y la arbitrariedad de ese mundo y sus habitantes
el silencio. Alicia ha dejado la curiosidad y su expresión inmediata, el
lenguaje. Sabe que tiene que escapar del infierno, de los otros. La ganancia,
le dice el viejo, es encontrar aquello a lo que tanto se aferró. Pero de
pronto, pájaros muertos en el campo; de pronto, un velorio como una fiesta
jocosa; de pronto, un muro y la posibilidad de otro lado. De pronto, el día de
su muerte.
v.
Chabrol desordena los elementos carrollianos, los sitúa en un nuevo orden
inentendible, arbitrario, y les da nuevos valores. Comprendemos, ahora, que el
tiempo y el espacio son la base de las historias de Alicia y que su narración capta
algo mucho más complejo que las fantasías de una niñita. Que del descenso a la
madriguera, a los infiernos, no se puede volver sin antes haber dejado ahí
parte de la identidad (moral y psicológica) anterior. Comprendemos, ahora, que
un film policial e incluso uno de terror, por su fuerte dependencia de la
lógica de causa consecuencia, están condenados a la traición del espíritu del
texto. Comprendemos, ahora, que el non sense puede ser de un grado de realismo
tal que asusta. Comprendemos, en fin, porqué Alicia en el país de las maravillas ha querido manifestarse una y
otra vez en la historia del cine.
Querido,
te preparé bombones. Circe. Dirección: Manuel Antín. Basada en el cuento
homónimo de Julio Cortázar. Argentina, 1964. Guión: Manuel Antín, Héctor Grossi
y Julio Cortázar. Elenco: Graciela Borges, Alberto Argibay, Walter Vidarte,
Sergio Renán, Beatriz Matar, Lydia Lamaison, Josefina Boneo, Víctor Martucci,
Juan Carlos Lima, Claudia Sánchez, Raúl Aubel. Por Marcelo Ozejowsky:
Estudiante de la Carrera de Artes. Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
Nuestra
reseña abordará dos elementos del film argentino Circe dirigido por
Manuel Antín (1964) basado en la transposición del cuento Circe
perteneciente al libro Bestiario (1951) del escritor argentino Julio
Cortázar (1914 - 1984).
Partimos
de la idea que las imágenes del citado film, construyen duración, construyen
espacio – tiempo. Un espacio – tiempo en el cual los presentes no pasarían sino
se constituyeran simultáneamente en pasado. El presente es la imagen actual y
su pasado contemporáneo es la imagen virtual, la imagen en espejo. De hecho, la
imagen en espejo es la imagen óptica pura de la imagen cristal. Es un reflejo
que capta la actualidad del personaje de Delia (Graciela Borges) en la escena. Imagen
virtual que corresponde a tal imagen actual no se actualiza en otra imagen
actual.
En
otras palabras, la imagen virtual forma un circuito con la imagen actual. Este
circuito, a su vez, sirve de base a otros circuitos de imágenes. Ejemplificamos
el aspecto teórico anteriormente citado, con la escena en la cual Delia se mira
en soledad desnuda ante al espejo de su dormitorio, dicha imagen constituye una
figura que se desprende de la categoría de la mirada porque genera una forma que queda desnuda del deseo de Mario
(Alberto Argibay).
Con
respecto al elemento espacio, utilizamos la figura del ritornello como
imagen sonora pura para fijar el territorio en el cual el espacio se conserva.
Citamos como ejemplo la secuencia final del film en la cual escuchamos el
sonido del teléfono en la casa de Delia y, a su vez, lo atiende Mario en su casa. La llamada la realiza Raquel
(Beatriz Matar). En esta secuencia tenemos una imagen cristal porque las dos
imágenes (en la casa de Delia y en la casa de Mario) se contraen en un circuito
bifaz según un doble movimiento de liberación (Mario) y de captura (Delia):
. Por un lado, en el film Mario deviene, muta a través
de un deseo inmanente que lo aleja de Delia. Es decir, Mario se libera porque
apela a una memoria mundo que se encuentra en varios niveles (en uno de esos
niveles se encuentra Raquel). El personaje de Raquel se mancomuna con el mito
de Circe en el hecho de la flor de moly que le entrega Hermes a Ulises
para liberarse del hechizo de Circe. El citado dios le dice a Odiseo que deberá
introducir la flor en la copa de licor que le ofrecerá la diosa para
contrarrestar el efecto del conjuro que han sufrido sus compañeros de travesía.
La diosa hechicera que habita en la isla de Eos ha convertido a los hombres de
la tripulación de Ulises en cerdos porque no soporta estar sola.
Sin
embargo, en el cuento de Cortázar, Mario no se libera de Delia a través de una
memoria mundo sino que percibe un deseo trascendente en la voz de Delia cuando
le pide que coma los bombones. El personaje de Mario instaura una asociación
con la astucia de Ulises cuando desconfía de comer las confituras ofrecidas por
Delia.
Por
ello, consideramos necesario mencionar una confluencia entre el cuento de
Cortázar y lo expresado por Robert Graves en su texto Mitos Griegos II
(1985) en relación a Circe. El escritor inglés afirma que la hechicera, tía de
Medea, era hábil en toda clase de
encantamientos, pero quería poco a la especie humana.
Así las cosas, la relación con la diferencia
cualitativa del deseo, en el film
(deseo inmanente) y en el cuento (deseo trascendente), queda establecida por la
ausencia del personaje de Raquel en el
texto de Cortázar.
. Por otro lado, expresamos en relación a Delia que
continua capturada porque es incapaz de devenir , de mutar ya que el devenir es el proceso del deseo.
El
cuerpo no deja de generar potencias – pasiones y el tema consiste en que hacer
con ellas. Delia con sus potencias - pasiones supera las barreras impuestas por
la represión del ritual (hacer bombones) mediante un acto explosivo que
consiste en ponerle cucarachas al relleno de menta de los bombones.
Siguiendo
este lineamiento, Delia lleva el deseo y la pulsión hasta el punto de su
agotamiento: del no deseo, de la no pulsión, un encuentro con la muerte. Debemos
reflexionar sobre el hecho de que incluso los excesos deben ser ejercidos
con medida porque en caso contrario nos
convertimos en harapos.
Llegando
al final de nuestro trabajo no queremos dejar de expresar que las imágenes
cristal citadas como ejemplos forman capas de pasado virtual del tiempo,
presente y pasado se distinguen , pero son indiscernibles no inexplicables.
A
modo de conclusión, las imágenes conforman capas del pasado en la cual hay
contemporaneidades presentes que pasan y el pasado se conserva manteniendo un
vínculo con la figura del ritornello (que ayuda a la liberación de Mario
y a la continuidad de la captura en sí
misma de Delia) en la secuencia final de la película.
Esta
película por medio de la imagen cristal realiza un proceso de creación que se
libera de las cadenas del verosímil realista que posee las características de
los regímenes orgánicos: linealidad temporal, secuencialidad cronológica y jerarquías totalizadoras. En síntesis, el
citado texto fílmico nos invita a crear nuevas posibilidades de vida.
En
defensa propia. La Carta (The Letter). Dirección: William Wyler a
partir del cuento homónimo de Somerset Maugham. Estados Unidos, 1940. Guión:
Howard Koch. Elenco: Bette Davies, Herbert Marshall, James Stephenson, Gale Sondergaard,
Frieda
Inescort, Bruce Lester, Cecil Kellaway, Victor Sen Yung. Por Fernando Pagnoni Berns: UBA, Grupo Kiné.
La carta fue la segunda adaptación del cuento de Somerset
Maugham que lleva el mismo título (la primera fue en el año 1929 bajo la
dirección de Jean de Limur) y formó parte de la trilogía de films que el
director William Wyler había realizado con el protagónico de Bette Davies (la
anterior fue Jezabel en 1938 y el
film posterior a La carta fue La loba –The Little Foxes- en 1941). La
película fue un éxito y ayudó a consolidar a Davies como una de las villanas a
temer en esos años.
El film y el cuento narran la historia de Leslie Crosbie,
quien una noche mata al playboy Geoff
Hammond vaciando el cargador completo de una pistola sobre él, para luego
aducir que lo hizo en un ataque de locura después de que el hombre intentara
violarla. Toda la comunidad en la cual Leslie y su esposo hacendado Robert
tienen sus negocios, así como el abogado de la pareja Howard Joyce creen en la
inocencia de Leslie, quien ha sido siempre ejemplo de modestia, rectitud y
buenos modales. Sólo una carta que señala que Hammond fue la noche del
homicidio a visitar a Leslie por pedido expreso de esta echaría por tierra la
coartada de la mujer y revelaría que la realidad es muy diferente a la versión
narrada por Leslie.
El
cuento de Maugham se inscribe bajo el marco de la colonización que Gran Bretaña
mantenía sobre Singapur (que lograría su independencia recién en 1963) y esa
situación de tensión es el verdadero epicentro del drama. El trasfondo de las
acciones que darán lugar para recuperar la carta incriminatoria (la cual prueba
sin lugar a dudas que Leslie y Hammond eran amantes) tendrá lugar entre el
choque de culturas y la hipocresía que se oculta tras la idea de la colonización
como acto civilizatorio. En el cuento, el británico abogado Joyce cuenta con un
ayudante nativo, Ong Chi Seng, quien realiza las prácticas como estudiante en
esa oficina. Si bien el empleado chino es descrito como “amable, trabajador y
de excelente carácter”, su jefe tiene hacia él la actitud superiora de
cualquier colonizador hacia los colonizados, no importa cuanto trate de
disimularlo. Cuando Seng le entera de la existencia de dicha carta, la cual
tiene una amante china de Hammond, Joyce descree de las palabras de su ayudante
y se limita a mirarlo con “la misma sonrisa, de ligera sorna, con que siempre
le hablaba.” Solo cuando acepta la existencia de la carta como algo real y
entienda la amenaza que representa para su defendida, Ong Chi Seng pasará
momentáneamente a ser un igual a Joyce, y se establecerá entre ellos una muy
sutil batalla de inteligencia en donde el empleado nativo intentará por vez
primera ser quien maneje la situación.
Leslie
decide que necesita recuperar esa carta, aun pagando lo que la mujer china pida
por ella, pero estando detenida, hará cargo a su abogado de la
recuperación de la misiva. Este
entonces deberá aceptar los términos que Seng, siempre humildemente,
establezca, sabiendo que ahora son los nativos que defienden a la mujer china y
su secretario quienes establecen las condiciones a sus colonizadores,
incluyendo suma a entregar y lugar. De hecho, una de las razones por la cual la
sociedad británica asentada en Singapur se ha puesto sin dudas de parte de
Leslie es porque Hammond ha incurrido en el pecado de contar con una amante
china. La jerarquía británica no puede perdonar al playboy que se haya rebajado
a intimar con una persona de una raza inferior. Maugham establece en su relato
que una de las primeras estratagemas que los colonizadores británicos utilizan
para hegemonizar (en términos gramscianos) a los nativos es desproveerlos de su
propia identidad y personalidad. Cuando Seng entrega una copia de la carta a
Joyce, este advierte que la misma “estaba escrita con la escritura fluida que
se enseñaba a los chinos en las
escuelas inglesas”, una letra “sin carácter.” En otro párrafo, Maugham describe
la escritura cómo “amorfa e impersonal.”
Maugham
establece las diferencias entre colonizados y colonizadores en sutiles rasgos
como por ejemplo que Robert Crosbie esté tostado por el sol y “por el tenis”,
que Leslie escuche pasos en el patio de su casa y deduzca que pertenecen a un
británico porque usa botas o que la misma Leslie no vaya a la prisión que le
corresponde porque esta no tiene “comodidades para una prisionera de raza
blanca.” Envuelto entonces en un caso de infidelidad y pasiones, Maugham
describe los efectos de dominio que se ejerce sobre una raza y cómo se
subestima lo que se considera “diferente.” Incluso Joyce ayuda al matrimonio
Crosbie cuando ya queda claro la culpabilidad de Leslie, cometiendo un acto
ilegal como es la compra de evidencia. La comunidad colonizadora se ayuda a sí
misma y crea sus propias reglas.
Wyler ignora este trasfondo e incluso convierte a la
amante de Hammond en una bella mujer (glamorosa Gale Sondergaard posando como
oriental), cuando en la historia es “gorda, no muy joven, con una cara ancha”
para así detenerse en narrativas pasionales que atraerían más la atención de
Hollywood y su público. Lo que sí toma el director del relato es la sexualidad
reprimida de Leslie. Si bien en la historia ella es descrita continuamente como
desprovista de humor, muy calmada y “agraciada, más que bonita”, Joyce
comenzará sin embargo a ver a la verdadera Leslie cuando la máscara burguesa
comience a caer: solo entonces notará que Leslie tiene lindos en vez de los
insignificantes que el abogado siempre le atribuyó.
Wyler,
un experto en trabajar con la psicología femenina en una época en donde se tendía
a ocultar la misma, subraya de la historia la sexualidad animal (en varias
ocasiones se hace referencia a la perdida de humanidad de Leslie cuando pierde
la compostura) que se halla dentro de una mujer que debe invisibilizar sus
deseos. Bette Davies es estilizada por medio de los juegos de luces y sombras
que se proyectan a través de las ventanas, especialmente de noche. La luna y
los espacios nocturnos son vitales en el film, ya que es en la discreción de la
noche donde trascurren los eventos más trágicos y, más importante aún, la
relación entre la Leslie de Davies y la presencia de la Luna como metáfora de
la sexualidad se da desde el mismo comienzo: Bette Davies se recorta en el
marco de la puerta luego de matar a Hammond y la salida de la luna de entre las
nubes descubrirá su rostro contorsionado, antes de que el mismo asuma un rictus
ajustado al papel de señora apacible y ajena a impulsos eróticos que Leslie
representa.
Acorde
a la máxima de Hollywood que establecía que el pecado podía ser mostrado siempre
y cuando este fuese castigado en el último rollo del film, Wyler cambia el
final de la historia y Leslie, luego de recuperar la carta, es asesinada en la
noche por el personaje de Sondergaard. En el cuento de Maugham, Leslie no logra
evitar que su ingenuo marido se entere del contenido de la carta y se entere de
la verdadera naturaleza de su esposa. Leslie retoma la máscara en el final del
cuento, como respuesta a la hipocresía que Maugham denuncia, mientras que
Davies es castigada más por su sexualidad desatada que por cualquier rasgo
colonizador hacia el final de La carta de
Wyler. Una misma carta con el mismo contenido que denuncia en dos obras lo que
debería permanecer en secreto: la naturaleza opresiva de la colonización y la
presencia de sexualidad activa en una mujer.
Un
modelo de héroe. Juan Moreira.
Dirección: Leonardo Favio. Basado en la obra de teatro de los hermanos Podestá,
a la vez inspirada en el folletín homónimo de Eduardo Gutiérrez. Argentina,
1973. Guión: Leonardo Favio, Jorge Zuhair Jury. Elenco: Rodolfo Bebán, Eduardo
Suárez, Jorge Villalba, Eduardo Rudy, Alba Mugica, Elena Tritek, Carlos Muñoz,
Juan Carlos Vargaz, Héctor Ugazio, Osvaldo de la Vega, Pablo Herrera, Pablo
Cumo, Osvaldo de Candia, Yaco Lorea, Juan Carlos Ridel, Korrado Kerststich,
José Lucio Martín, Elcira Olivera Garcés. Por Martín Gonzalo Zapico: Estudiante
de Letras (Universidad Nacional de Mar del Plata).
Parte
del pasado se pierde entre las escenas fugaces y llenas de fuerza de esta
película; parte del material original pasa a la obra de teatro de los hermanos
Podestá y escrita con la ayuda del mismo Gutiérrez; parte se desvanece en las
imágenes; parte, si bien ausente, se supone en la lectura; parte se nos hace
propia o ajena; parte llega al film. Transmutada, diferente, pero llena al fin
de ese fluir de vida desbordante propio del libro que otorgó no solo un modelo
de héroe a una época sino también un modelo de ser nacional, ese gaucho noble y
trabajador, bravo pero pacífico, práctico pero lleno de sabiduría, humilde pero
lleno de virtudes, heredero casi idílico del primer Martín Fierro, antagonista
ideológico del segundo.
Protagonizada
por el galán de época Rodolfo Bebán y dirigida por Leonardo Favio, la película
nos muestra la vida del gaucho Juan Moreira a través de una selección de
capítulos del libro realmente simbólica. La acción empieza con una querella
respecto al pago de una deuda a Moreira que Sardetti (un comerciante italiano)
afirma paga exhibiendo un falso recibo. Victima de las injusticias de la ley y
presa de una enemistad con el representante de ella, el gaucho abandona su
tierra natal después de tomar venganza por mano propia. “En buena ley” diría un
sabio viejo en el libro, “Asesino, sicario” lo llamará un cantor en la
película. A partir de esta irrupción, el exilio forzado y la autodeterminación
de un destino guerrero, cuyo objetivo último será no solo la venganza en si,
sino la realización de un designio natural para el gaucho, algo que su sentido
común imprime patente en sus acciones con mucha más sencillez que todas las
leyes escritas.
Las
imágenes del libro, para el lector, serán como las imaginó. El afecto a
Moreira, tal como habrá sucedido en la lectura, inevitable. La empatía y el
deseo de triunfo del gaucho, ineludible. Quizá uno pueda pensar, tanto en una
como en otra, buscando la vuelta ¿Qué es Juan Moreira sino un asesino? Pero
rápidamente ese pensamiento abandonará el panorama mental, y los sinsabores del
sufrimiento inocente asolarán cualquier duda. Y, quizá, es esa capacidad tan
bien creada de generar una experiencia compartida que permitió a una casuística
tan particular y sencilla, convertirse en un paradigma de ser humano.
Junto
con su leal perro compañero, su maravilloso caballo, sus clandestinos amigos,
dejando en casa a su fiel y santificada mujer, devenida en intachable virgen y protectora de su causa, ayudante
hasta espectral en momentos de debilidad y al borde del precipicio, este gaucho
luchará conmovedoramente hasta el final por una causa ancestral, trascendente,
que se convertirá en universal a través de su cuchillo y su poncho, la ley
natural de los hombres; para encontrar su final, glorioso, lleno de vida, nunca
realizado, trepando el muro de un prostíbulo, golpeado a traición, única manera
de extinguir su llama interminable, su vida ejemplar.
Será
trabajador afincado en un principio, será luego un desterrado, verá en la
política y en el partido nacional un apoyo casi fraternal, recibirá el
reconocimiento del mismo Alsina, la ayuda espiritual de su mujer, convertida
casi en mártir de su causa. Será, en fin, todo lo que llegó a ser en el libro,
sin estar todo mencionado, pero si transmutado en su figura, en su andar, en su
mirar, incluso en su violencia, llena de belleza y siempre aclamada, logrando
el efecto principal del mismo libro, la comprensión de una vida que se va sin
siquiera querer entrar en ese trajín que persigue al gaucho desde su génesis
hasta su desaparición, el destino inevitable.
Armada
como un suceder de fragmentos de vida, recorriendo distintos escenarios desde
el pequeño pueblo del Gaucho, la pampa que se perfila indefinida y sin limites,
las tolderías de los indios, los ranchos aliados, los cuarteles enemigos,
siempre sobre un fondo sonoro muy sugestivo, casi como un fluir de conciencia,
acompañado por la siempre presente guitarra, se construye esta historia de vida
que marcó no solo a toda una generación, sino que definió los orígenes del
teatro en la Argentina y creo la experiencia universal del espíritu Gaucho, el
moreirismo.
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