Publicación bimestral. ISSN Nº 1851-4855. Año 6 Número 31. Noviembre de 2012. Dedicado a la 27 ed. Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Noche de silencio... y palabras. Noche de silencio (Night of Silence - Lal gece). Dirección: Reis Çelik. Turquía-Reino Unido, 2012. Guión: Reis Çelik. Elenco: Ilyas Salman, Dilan Aksüt, Sabri Tutal, Mayseker Yucel. Por Ricardo L. Aiello. Autor de TV, Docente en Narración Audiovisual y Guión. Pertenece a la Asociación MIGRE Autores de TV.
Toda filmografía que de por sí no se enmarque en los
contextos geográficos más tradicionales es ya una invitación al acto de ver; y
son los festivales quienes nos acercan a este tipo de obras, desvinculadas
decididamente de toda distribución comercial, ya no hay duda.
Night of Silence (dirigida
por Reis Çelik) es una coproducción turco-inglesa que se realizó este mismo año
y se presentó en el último Festival Internacional de Mar del Plata. A partir de
una premisa mínima pero a la vez compleja –el
casamiento arreglado de un hombre maduro ex convicto con una niña- se teje
una trama que pone en cuestión varios (y profundos) aspectos de una sociedad
que nos parece en principio lejana. No es difícil concebir desde la misma
creación una empatía con la joven protagonista, flamante esposa: es casi una
niña, prácticamente no habla (al principio de la acción), desde la imagen
aparece siempre tras su velo, apenas se la percibe por entre el tul rojo,
mantiene una actitud pasiva aun ante los consejos de las mujeres mayores. La
trama sabe con acierto colar un
pasado con mucha incidencia, un backstory
que prácticamente le da entidad vital al relato: disputas tribales
(entiéndase como disputa de clanes
familiares), contubernios, peleas y treguas.
A poco de iniciado el relato, quedan los protagonistas ante la (única) escena, de la película sí, pero ante la escena determinante de sus vidas, de sus propios destinos. Y aquí, buena virtud, condición fundamental de la película, se evita todo golpe fácil, toda facilidad o demagogia narrativa (tan común en estos relatos que nos hablan de otras culturas… y aquí podríamos extendernos en toda una disquisición benjaminiana sobre el concepto de cultura y su correlato con la violencia y la barbarie, vale, pero lo dejamos como tarea al lector). Pero no es esto precisamente lo que quiero destacar; creo que el punto nodal de esta obra, rico y a la vez complejo e inasible, es, por un lado el tiempo (íntimo, el de la rebelión personal, por decirlo de algún modo), por otro lado el peso de la cultura y la tradición; es decir, cómo, estos dos elementos citados, se contrapondrán y se ubicarán en tensión y conflicto, ese será el (interesantísimo) eje de la trama.
A poco de iniciado el relato, quedan los protagonistas ante la (única) escena, de la película sí, pero ante la escena determinante de sus vidas, de sus propios destinos. Y aquí, buena virtud, condición fundamental de la película, se evita todo golpe fácil, toda facilidad o demagogia narrativa (tan común en estos relatos que nos hablan de otras culturas… y aquí podríamos extendernos en toda una disquisición benjaminiana sobre el concepto de cultura y su correlato con la violencia y la barbarie, vale, pero lo dejamos como tarea al lector). Pero no es esto precisamente lo que quiero destacar; creo que el punto nodal de esta obra, rico y a la vez complejo e inasible, es, por un lado el tiempo (íntimo, el de la rebelión personal, por decirlo de algún modo), por otro lado el peso de la cultura y la tradición; es decir, cómo, estos dos elementos citados, se contrapondrán y se ubicarán en tensión y conflicto, ese será el (interesantísimo) eje de la trama.
La
niña de 14 años teme, con razón, aquello que avizora: la consumación del
matrimonio forzado. Pero no será la única víctima: el viejo esposo, se entrega
casi dócil a las dilaciones del acto, menos como un esposo apurado que como un
abuelo paciente. Es que el mismo se presenta abiertamente como víctima del peso
de la tradición y la cultura, se supone
que debemos hacerlo, parece decir ante la llegada del nuevo día, en esa
alcoba que (debería) servir para el acto ya prefigurado.
Scheherazade
moderna, la joven se apoya en el tiempo
como su único aliado. He aquí otro punto interesante: la cinta abreva en los
míticos pasajes de Las Mil y una Noches. Y
será el tiempo también aliado de su maduro esposo, que también –insisto- siente
el peso de su tradición (más allá de
la extranjería, este tema, con distinto matiz por supuesto, es común a todas
las sociedades). La veta literaria se vuelve entonces sumamente exquisita, más
allá de que la cinta analizada no es específicamente una adaptación.
Se acerca el final y los cónyuges deben responder con sus actos. El fuera de campo se vuelve tan necesario como excelente en su uso. Hay un verdadero final abierto. Porque esta historia de velos y misterios, de silencios y palabras que dilatan, merece en algún punto una cierta intimidad, alguna complicidad.
Se acerca el final y los cónyuges deben responder con sus actos. El fuera de campo se vuelve tan necesario como excelente en su uso. Hay un verdadero final abierto. Porque esta historia de velos y misterios, de silencios y palabras que dilatan, merece en algún punto una cierta intimidad, alguna complicidad.
Espectadores alterados. Invisible. Dirección:
Víctor Iriarte. España, 2012. Guión: Víctor Iriarte. Elenco: Maite Arroitajauregi (Murcego), Víctor
Iriarte (voz en off). Por Víctor Conenna: Docente, Investigador, UNMdP.
El director fue claro: “Esta es la segunda vez que veremos
la película en este festival. La primera vez fue anoche y pasó algo muy
curioso: el público se levantaba y se retiraba de la sala. Algunos decían que
la película era una estafa otros que era una... ¿cómo se dice? ¿poronga? (risas
de los espectadores). A los primeros quiero decirles que no es así, que la
película fue hecha con total honestidad y lo segundo es cuestión de gustos”.
La
pregunta que se impone es ¿por qué una película así generaría semejante
reacción en parte del publico? Porque Invisible, fiel a los postulados
de la sección España Alterada, de la que formaba parte, es una producción
experimental, rara, realizada exprimiendo al máximo los pocos recursos con los
que cuenta. Uno de los personajes le dice al otro: “Te dije que estaba
preparando una película de vampiros y que me gustaría que hicieras la banda
sonora. Tú me preguntaste si era una película triste y yo te dije que un poco.
Después me preguntaste si era una película sobre nosotros y yo te dije que sí”.
Esa es la clave de Invisible, es la historia de la musicalización de una
película, es una historia de vampiros, es una historia de amor. Pero ¿qué tiene
esto de extraño? Lo extraño tiene que ver con un detalle que revelaré ahora y
por el cual algunos consideraron que la cinta de Víctor Iriarte era una estafa
o algo más fálico: como su nombre lo indica la película no se ve. Si, leíste
bien, no se ve. El espectador debe seguir la historia en una pantalla oscura a
través de subtítulos.
Ahora bien, si te quedaste en el cine la tarea no es tan difícil. En primer lugar, porque hay una historia y, en segundo, porque esa historia remite a nuestro imaginario romántico (de Romanticismo, no de romanticismo), incluidas todas aquellas novelas o películas de vampiros que leímos o vimos en la adolescencia. Paralelamente, las únicas imágenes que aparecen son las de la compositora musical Murcego, en un estudio de grabación, siempre desde el mismo ángulo, registrando una canción, utilizando su voz, un chelo, un xilofón u otro tipo de instrumento. Por lo tanto, a medida que avanza la narración, avanza también el proceso de composición de su banda sonora.
Ahora bien, si te quedaste en el cine la tarea no es tan difícil. En primer lugar, porque hay una historia y, en segundo, porque esa historia remite a nuestro imaginario romántico (de Romanticismo, no de romanticismo), incluidas todas aquellas novelas o películas de vampiros que leímos o vimos en la adolescencia. Paralelamente, las únicas imágenes que aparecen son las de la compositora musical Murcego, en un estudio de grabación, siempre desde el mismo ángulo, registrando una canción, utilizando su voz, un chelo, un xilofón u otro tipo de instrumento. Por lo tanto, a medida que avanza la narración, avanza también el proceso de composición de su banda sonora.
Alguna
vez, Alan Pauls dijo que la novela de Manuel Puig que más le gustaba era Pubis
angelical por lo descabellada. Me atrevo, en este caso, a aplicar similar
juicio: la película de Víctor Iriarte brilla por lo descabellada. De un tiempo
a esta parte, al menos en Argentina, prima un criterio reduccionista que
encasilla bajo el término Bizarro todo lo sexualmente prohibido,
escatológico, violento, marginal, siniestro, terrorífico, etc., sin tener en
cuenta que lo verdaderamente bizarro es aquello sumamente raro o extraño. Pues
bien, Invisible es una película bizarra en este sentido pero también es
bizarra por lo valiente. Asimismo, se inscribe en ese insólito universo del
cine de vampiros que atraviesa todos los géneros cinematográficos, desde las
primeras producciones afincadas en el terror (Nosferatu,
eine symphonie des grauens, Murnau, 1922; Vampyr, Dreyer,1930; Drácula, Browning, 1931) hasta las últimas
súper producciones para adolescentes (Crepúsculo, Hardwicke,
2008 y toda su saga),
pasando por las infaltables comedias de tono paródico (The Fearless Vampire Killer,
Polansky, 1965; The Lost Boys,
Schumacher, 1987), por
películas de acción (From dusk till dawn, Rodríguez, 1996) o aventuras (Van Helsing, Sommers, 2004), de ciencia ficción (Terrore Nello Spazio, Bava, 1964), de
gansters (Innocent blood, Landis,
1992), de artes marciales (Legend
of the Seven Golden Vampires, Baker, 1973), Westerns (Billy the Kid Vs Drácula, Beaudine, 1966), infantiles (Little Vampire, Edel, 2000) e,
inclusive, eróticas (Lust for a Vampire,
Sangster, 1971) y pornográficas (Vampira,
Mora Aragón, 1998). En este universo Invisible
brilla aún más.
“Un cine invisible y secreto que escapa a los cánones
de lo establecido por la industria y el público en general. Y que, sólo a
veces, suele encontrar lugar en festivales especializados, universidades y
ciertas publicaciones. Obras hechas a espaldas de institutos de cine y
requerimientos formales –y a veces económicos– ya estandarizados. Películas que
parecen descreer de los formatos o elegir el que tienen más a mano con tal de
dar cuenta de lo que está ocurriendo. Una inmediatez que a veces se relaciona
con el pasado en forma directa y personal. Documentales, ficción, híbridos
entre ambos. Historias propias, diarios íntimos, visiones del estado del mundo,
recuerdos, memorias, paisajes. Y algunos trabajos imposibles de definir desde
lo formal: eso es lo que contiene esta sección llamada España Alterada”. Ya
estabas avisado, ¿qué esperabas ver? ¿la última de Almodóvar?
Raskolnikov made in
Kazajistán. Estudiante (Student). Dirección: Darezhan Omirbayev. Basada en Crimen y castigo de Fiodor Dostoievski. Kazajistán, 2012.
Guión: Darezhan Omirbayev. Elenco: Yedyge Bolysvayev, Maiya
Serkibayeva, Bakhytzhan Turdaliyeva. Por
Víctor Conenna.
No
es la primera vez que el director kazajo Darezhan
Omirbayev, considerado por Jean-Luc Godard como uno de los más destacados
directores de cine en la actualidad, incursiona
en la literatura rusa del siglo XIX: ya en 2006 había probado suerte con About love, interesante cortometraje
que formaba parte de la producción coreana Digital Sam in Sam Saek 2006: Talk to Her y que estaba basado en el relato
corto de Antón Chéjov “Sobre el amor” y un año después estrenaba Shuga, libre adaptación de la novela de León Tolstoi Anna
Karenina. Ahora se anima con Crimen y castigo, novela emblemática de
Fiodor Dostoievski y la ambienta en Almaty, la antigua capital Kasaja, en pleno
siglo XXI.
La película comienza con un incidente en un set de
filmación: uno de los asistentes vuelca una bebida caliente sobre una joven
actriz que se enoja y llama por teléfono a su novio, esposo o amante (no queda
claro pero tampoco es necesario aclararlo) quien se apersona en el estudio a
bordo de una camioneta 4x4 y acompañado de dos guardaespaldas que encierran al
infortunado asistente en el baño y lo golpean hasta hacerlo sangrar. Esta
combinación de camionetas 4x4 y violencia no va a ser la única vez que aparezca
porque, si bien el director no sigue la estructura narrativa del texto de
Dostoievski, intenta rescatar su esencia y le interesa mostrar cierto contraste
social, cierto aire de época que vive Kazajistán y que se aproximaría al de la publicación de la
novela. En tal sentido el cineasta declaró en
el número de febrero de la revista Cahiers du cinéma que se interesó por Crimen y castigo porque “el período histórico en el que fue escrita y el
período que vivimos en Kazajistán actualmente son muy parecidos" para remarcar que "de hecho, eso es lo que convierte a Raskolnikov en un
personaje muy contemporáneo".
Alí,
el Raskolnikov kasajo (Nurlan Baiatasov, estudiante
de la Academia de Artes de Almaty, donde Omirbayev es docente de la carrera de Realización
Cinematográfica), observa con indolencia
los hechos de violencia y no tardará él también en sucumbir a ellos: sólo, sin
dinero y adoctrinado por sus profesores en la filosofía del darwinismo social
decide asaltar un almacén y en dicho acto asesina al dueño y a una ocasional
cliente. La supervivencia (¿del más apto?) de Alí se enmarca en suburbios,
autopistas y lugares áridos, paisajes
hostiles reforzados por un clima poco ameno (lluvias, nieve, sol lacerante), un
hábitat donde el protagonista se mueve como un animal y en el cual la
tecnología reproduce más hostilidad (cada vez que hay un hecho de violencia
aparece algún televisor mostrando imágenes que denotan ferocidad: animales
carnívoros atacando a sus presas, policías reprimiendo manifestaciones, George
Bush). De a poco, el remordimiento comienza a apoderarse de Alí pero lo vuelve
más humano y, paradójicamente, encuentra en una joven sordomuda a su mejor
interlocutora.
Por último, no quisiera pasar por alto un detalle. La
película comienza en un set de filmación y es el propio Omirbayev
quien dirige el rodaje. En una pausa se acerca una joven periodista,
posiblemente estudiante, para entrevistarlo y le imputa no saber nada sobre la
juventud de estos días. La escena, más que para oficiar como un pedido de
disculpa ante la falta de conocimiento, sirve para redoblar la apuesta en ese
sentido. Los jóvenes que muestra Omirbayev son los que él conoce (de hecho
dijimos más arriba que el protagonista es uno de sus estudiantes) y que, a su
vez, reflejan algo de su propia juventud, alejada de clisés y estereotipos
vergonzosos: “No deberíamos pensar en los estudiantes como chicos superficiales
que sólo buscan diversión. Se trata, en verdad, del momento en que la mente de
las personas se está despertando. Recuerdo mis tiempos de estudiante, a fines
de los años ’70, y puedo asegurar que no fueron relajados: pensábamos,
debatíamos, leíamos mucho. Después, cuando llegan el matrimonio y los hijos,
las personas suelen sumergirse en la rutina diaria, dejan de buscar. Por eso
creo que las películas sobre estudiantes tienen que tener una actitud seria,
necesitan ser interesantes” (Notas de Darezhan Omirbayev en el catálogo del 27
Festival Internacional de Cine de Mar del plata).
Me duele una mujer en todo el cuerpo. Laurence
Anyways. Dirección: Xavier Dolan-Tadros. Canadá, 2012. Guión: Xavier Dolan-Tadros. Elenco: Melvil
Poupaud, Suzanne Clément, Nathalie Baye, Monia Chokri, Yves Jacques, Catherine
Bégin, Sophie Faucher, Guylaine Tremblay, Patricia Tulasne, Mario Geoffrey. Por
Joaquín Correa: Estudiante de Letras
(Universidad Nacional de Mar del Plata).
Una voz y un cuerpo
Una voz en off, segura pero entrecortada, dice estar
buscando a una persona que comprenda su lengua y que la hable. Segundos
después, la cámara sigue a un cuerpo vestido de mujer por las calles de
Montréal a través de los rostros que lo miran: primeros planos enfocados en el
gesto, la mirada, donde la sorpresa y el deseo se revelan bruscamente sin demasiado
pudor. No conocemos a ese cuerpo pero sí a las reacciones que suscita en su
caminar: seremos víctimas del prejuicio impiadoso, esas miradas influirán en la
nuestra aún antes de habernos dado cuenta de tener una. Metáfora del cine,
varias escenas estarán filmadas de un modo similar: desde la puerta, desde el
pasillo de un departamento, desde el agujero de algún adorno, desde un auto
estacionado afuera. Somos los espías, los voyeurs, los stalkers, somos el
conjunto heterodoxo de esas miradas, somos el prejuicio, el desprecio, somos
quienes no pueden salir de lo que dicen los otros. Somos quienes asisten,
cómodos desde una butaca, al dolor, la incomprensión y el placer ajenos. Somos
quienes piensan que comprender el deseo de esa voz unido a las miradas que suscita
ese cuerpo implica un rasgo noble de humanidad, para evitar darse cuenta que la
comprensión, siempre, se establece desde la jerarquía, la diferencia, la
valoración distanciada, la “normalidad”. La asunción de un poder.
1989
Ese personaje que va y viene envuelto en la niebla
del misterio es Laurence, Laurence Alia: el hombre del nombre que es masculino
en inglés y femenino en francés, la reunión y disolución de los dos sexos en
uno, la duda para nosotros, la identidad y la verdad para Laurence. En el
nombre ya estaba, tal vez, el conflicto que se desata hacia fines de 1989 en el
invierno canadiense. Laurence vive con su novia, Fred, y juntos son el
universo, los sentimientos absolutos, el amor. Se pasan las mañanas y las
tardes haciendo listas de cosas que disminuyen el placer, de colores a suprimir
de la faz de la tierra, de posiciones de los objetos. Mientras tanto, Laurence
prepara sus primeros libros y da clases de literatura en un colegio. Se
interesa por lo diferente, lo que carga con la negatividad y arremete contra el
canon. Sus alumnos lo miran, lo admiran. Pero algo lo está perturbando y sus
estados de ánimo parecen haber sido dominados por la noche, lo incontrolable,
lo taciturno que escapa a las palabras.
Vemos su nuca, la transpiración que baja desde su nuca. Se pone clips en sus dedos y se pasa la mano, así, como con unas uñas larguísimas, por su nuca, por esa transpiración de un cuerpo que pide a gritos ser escuchado. Tiene la mirada fija, tiesa. Tenemos la sensación de que todo el tiempo Laurence está fuera de lugar: en la sala de profesores, en un bar como refugio de la lluvia, en su cumpleaños número treinta y cinco, en los festejos de las fiestas. Los días se van acumulando y él los atraviesa como ausente, hasta que de esa capa densa de negaciones y miradas ajenas, Laurence se anima a sacar la cabeza y respirar más fuerte.
Vemos su nuca, la transpiración que baja desde su nuca. Se pone clips en sus dedos y se pasa la mano, así, como con unas uñas larguísimas, por su nuca, por esa transpiración de un cuerpo que pide a gritos ser escuchado. Tiene la mirada fija, tiesa. Tenemos la sensación de que todo el tiempo Laurence está fuera de lugar: en la sala de profesores, en un bar como refugio de la lluvia, en su cumpleaños número treinta y cinco, en los festejos de las fiestas. Los días se van acumulando y él los atraviesa como ausente, hasta que de esa capa densa de negaciones y miradas ajenas, Laurence se anima a sacar la cabeza y respirar más fuerte.
El tiempo
Sur mes refuges détruits
Sur mes phares écroulés
Sur les murs de mon ennui
La entrevistadora le pregunta a Laurence sobre el capítulo “La tête hors de l´eau”. Y él responde contando una pequeña historia. En los veranos de su infancia recuerda haber jugado con sus primos a aguantar la respiración bajo el agua lo más que pudieran, hasta no dar más. Todos se rendían y él seguía empeñado en aguantar. Ya había ganado, pero eso no le importaba más. Él no sabía cuánto iba a durar ahí abajo y ese conocimiento que unía indisolublemente al tiempo y a su identidad era, tal vez, lo que buscaba, lo que estaba resuelto a encontrar. Iba directo hacia el satori, la iluminación repentina, la experiencia donde el lenguaje se anula y se disuelve en el silencio, el tiempo y el yo. Salir justo antes de que sus pulmones explotaran, en ese segundo anterior a la muerte, se da cuenta Laurence, ya no formaba parte para él de una simple competencia de chicos afanados en ser hombres.
En un ataque frenético destruye todos los relojes de la casa; en uno de los pocos diálogos con su madre, le pregunta qué hace con su tiempo, en el trabajo, en sus horas libres: el tiempo es una de las máximas molestias de Laurence. El tiempo como acumulación de mentiras, negación de la sinceridad, el tiempo que arremete y frente a quien no tiene el coraje de pararse y hablar, el tiempo en que ocupar el tiempo, el tiempo de la postergación de la vida de la mujer que nació para ser, el tiempo de la búsqueda y de la espera, el tiempo del amor, el tiempo de decir las cosas, el tiempo de gritar las cosas, el tiempo de llegar a sostener con convicción y sin rencor que «Je voudrais que l’on se penche un peu non pas sur les droits et l’utilité des marginaux mais sur les droits et l’utilité de ceux qui se targuent d’être normaux», el tiempo de darle lugar a un verdadero año nuevo, el tiempo de la vida, el tiempo de vivir su vida. El tiempo de escuchar a ese ya insoportable run run interno y reconocerse, en voz alta, como mujer: “Yo no soy homosexual, Fred. No es que me gusten los hombres. Es que no estoy hecho para ser un hombre. Es diferente. (…) Hace 35 años que vivo así y es un crimen. Un crimen para la conciencia. Y yo soy un criminal”. En el tiempo de Laurence se han reunido la justicia y la verdad, el amor y la identidad propia y han dado forma a un dolor inmenso que, como un tumor, reclama la atención para seguir con vida, o la negación para dejarse ir. La preocupación por el ser se prolonga y acrecienta a lo largo de su vida, hasta que llega ese día en que todo explota y el tiempo pasado deja de ser una excusa válida para postergar la vida futura. La vida plena.
Sur mes phares écroulés
Sur les murs de mon ennui
La entrevistadora le pregunta a Laurence sobre el capítulo “La tête hors de l´eau”. Y él responde contando una pequeña historia. En los veranos de su infancia recuerda haber jugado con sus primos a aguantar la respiración bajo el agua lo más que pudieran, hasta no dar más. Todos se rendían y él seguía empeñado en aguantar. Ya había ganado, pero eso no le importaba más. Él no sabía cuánto iba a durar ahí abajo y ese conocimiento que unía indisolublemente al tiempo y a su identidad era, tal vez, lo que buscaba, lo que estaba resuelto a encontrar. Iba directo hacia el satori, la iluminación repentina, la experiencia donde el lenguaje se anula y se disuelve en el silencio, el tiempo y el yo. Salir justo antes de que sus pulmones explotaran, en ese segundo anterior a la muerte, se da cuenta Laurence, ya no formaba parte para él de una simple competencia de chicos afanados en ser hombres.
En un ataque frenético destruye todos los relojes de la casa; en uno de los pocos diálogos con su madre, le pregunta qué hace con su tiempo, en el trabajo, en sus horas libres: el tiempo es una de las máximas molestias de Laurence. El tiempo como acumulación de mentiras, negación de la sinceridad, el tiempo que arremete y frente a quien no tiene el coraje de pararse y hablar, el tiempo en que ocupar el tiempo, el tiempo de la postergación de la vida de la mujer que nació para ser, el tiempo de la búsqueda y de la espera, el tiempo del amor, el tiempo de decir las cosas, el tiempo de gritar las cosas, el tiempo de llegar a sostener con convicción y sin rencor que «Je voudrais que l’on se penche un peu non pas sur les droits et l’utilité des marginaux mais sur les droits et l’utilité de ceux qui se targuent d’être normaux», el tiempo de darle lugar a un verdadero año nuevo, el tiempo de la vida, el tiempo de vivir su vida. El tiempo de escuchar a ese ya insoportable run run interno y reconocerse, en voz alta, como mujer: “Yo no soy homosexual, Fred. No es que me gusten los hombres. Es que no estoy hecho para ser un hombre. Es diferente. (…) Hace 35 años que vivo así y es un crimen. Un crimen para la conciencia. Y yo soy un criminal”. En el tiempo de Laurence se han reunido la justicia y la verdad, el amor y la identidad propia y han dado forma a un dolor inmenso que, como un tumor, reclama la atención para seguir con vida, o la negación para dejarse ir. La preocupación por el ser se prolonga y acrecienta a lo largo de su vida, hasta que llega ese día en que todo explota y el tiempo pasado deja de ser una excusa válida para postergar la vida futura. La vida plena.
1990: Instituciones
Laurence toma la decisión de travestirse luego de
empezado el año nuevo. No parece haber demasiados problemas entre sus alumnos,
sus colegas, los pasillos: todos miran, nuevamente, a ese cuerpo pasar,
sonríen, se asombran, esconden tímidos la cara, pero nadie lo niega. Laurence está
más feliz que nunca, radiante, hermosa. Le habla en lo bajo a su supervisor de
área (gay evidente pero no asumido) no ya de revuelta, sino de revolución. Su
irrupción parece ser un éxito. Hasta que lo llama la junta de profesores para
pedirle la renuncia: un grupo de padres ha llegado hasta el Ministerio de
Educación Nacional y, amparándose en la definición de la transexualidad como
una enfermedad mental dada por la Asociación Psiquiátrica Americana, exige con
celeridad la separación del “cuerpo enfermo” de la enseñanza y el contacto con
sus hijos. Sus colegas dejan al cuerpo caer y sólo se asoman a ver los círculos
en el agua: Laurence les pide compromiso, les pide solidaridad. Pero ellos
alegan torpes razones, dan vuelta la cara, tratan de persuadirlo con “el lado
positivo de las cosas”. Laurence no debe decir mucho más y, al salir, deja
escrito “Ecce homo” sobre el pizarrón. Ya había sido condenado.
El camino a casa, su inmediato calvario, parece ser más largo, lento y frío que nunca: entra a un bar, se le acerca un tipo al oído y reacciona mal, muy mal, como un hombre rudo, como un animal: se trenza en una pelea, sale sangrando. Se da cuenta de que aún no ha logrado un verdadero cambio de identidad, que el cambio de ropa no le ha significado apartarse verdaderamente de eso que le daba asco y que ahora ha mostrado lo peor de sí. Deberá volver a empezar una y otra vez y, sobre todo, dar lucha en su interior si quiere cumplir de modo sincero su deseo de darle lugar a ese pulso femenino que siente y ha comenzado a defender. Lo que se manifestó primeramente como un cambio muestra su condición real de crisis y arrastra consigo no sólo a Laurence y su vida, sino a todo su alrededor.
El camino a casa, su inmediato calvario, parece ser más largo, lento y frío que nunca: entra a un bar, se le acerca un tipo al oído y reacciona mal, muy mal, como un hombre rudo, como un animal: se trenza en una pelea, sale sangrando. Se da cuenta de que aún no ha logrado un verdadero cambio de identidad, que el cambio de ropa no le ha significado apartarse verdaderamente de eso que le daba asco y que ahora ha mostrado lo peor de sí. Deberá volver a empezar una y otra vez y, sobre todo, dar lucha en su interior si quiere cumplir de modo sincero su deseo de darle lugar a ese pulso femenino que siente y ha comenzado a defender. Lo que se manifestó primeramente como un cambio muestra su condición real de crisis y arrastra consigo no sólo a Laurence y su vida, sino a todo su alrededor.
El amor
Sur l'absence sans désirs
Sur la solitude nue
Sur les marches de la mort
Laurence Anyways narra especialmente la relación de Laurence con dos mujeres: con ella misma y con Fred. Fred, que pasa de ser su novia a ser su amiga, su compañera, quien es capaz de escribirle sobre la espalda unos versos de Paul Eluard como una manera de decirle “estoy acá, con vos y nadie te puede hacer daño”: “sur la santé revenue / sur le risque disparu / sur l´espoir sans souvenir / j´écris ton nom”. Fred, quien se hace un aborto como esperando darle más tiempo al tiempo y la comprensión, como esperando que Laurence se decida o que al menos preste un poco más de atención a lo que lo rodea. Fred, cuyo amor es más grande que la vida misma. Fred, quien no quiere alejarse de Laurence por el temor de los días por venir, en soledad, sin amor, a los tumbos. Fred, para quien la crisis significa ese aborto y miles de horas de sufrimiento pero no el fin del amor.
Vivieron juntos dos años. Sufrieron separados otros diez. Hay algo en ese amor que no permite mantener los cuerpos alejados. Hay algo en ese amor que hace de la distancia, sufrimiento, de la ausencia, remordimiento, de las palabras sin decir, dolor. Pero hay algo también en la forma del amor de cada uno de ellos que impide sosegar al cuerpo una vez perfumado por la presencia del otro.
En su retiro más allá de todo, Laurence le escribió mil cartas de amor a Fred que nunca le entregó. Al llegar a la última frase de la carta número mil o al empezar con el saludo de la carta mil una se dio cuenta que debía dejar de postergar su existencia y que necesitaba con urgencia una respuesta a esas preguntas que como un martillo lo levantaban por las mañanas, que como el arrullo de un té de tilo lo dormían por las noches: “¿dónde estás?, ¿qué vestís?, ¿qué hacés?”. Va a buscarla, consigue su nueva dirección, se muda al mismo pueblo con otra compañera, la observa durante un año: quiere hacer que la protagonista de toda su obra, esa A.Z. que es y será la primera y la última mujer, vuelva a ser real, vuelva a tener su voz y cuerpo. Le pinta de rosa un ladrillo de su patio trasero, le manda su libro de poemas, recibe su respuesta por correo y corre a tocarle timbre. La invita a pasar unos días en la Isla Negra: suena música de frescas máquinas mientras ellos caminan por las calles vacías y desde el cielo les llueve ropa de colores. Sonreímos, nos besamos, somos felices: volvimos a estar juntos, a habitar este universo con nuestros colores. Todo, en esa isla, vuelve a ser para siempre y el amor verdadero vuelve con la persona amada. ¿Vuelve el amor o vuelve la persona amada? ¿Qué busca cada uno del otro? ¿El amor al sexo opuesto o el amor a una persona? Eso quisieron saber en la Isla Negra y, después de no aguantar más la culpa o el arrepentimiento de la palabra “aborto” en su boca, Fred vuelve a entender que en este amor siempre habrá una parte que sufra.
Sur la solitude nue
Sur les marches de la mort
Laurence Anyways narra especialmente la relación de Laurence con dos mujeres: con ella misma y con Fred. Fred, que pasa de ser su novia a ser su amiga, su compañera, quien es capaz de escribirle sobre la espalda unos versos de Paul Eluard como una manera de decirle “estoy acá, con vos y nadie te puede hacer daño”: “sur la santé revenue / sur le risque disparu / sur l´espoir sans souvenir / j´écris ton nom”. Fred, quien se hace un aborto como esperando darle más tiempo al tiempo y la comprensión, como esperando que Laurence se decida o que al menos preste un poco más de atención a lo que lo rodea. Fred, cuyo amor es más grande que la vida misma. Fred, quien no quiere alejarse de Laurence por el temor de los días por venir, en soledad, sin amor, a los tumbos. Fred, para quien la crisis significa ese aborto y miles de horas de sufrimiento pero no el fin del amor.
Vivieron juntos dos años. Sufrieron separados otros diez. Hay algo en ese amor que no permite mantener los cuerpos alejados. Hay algo en ese amor que hace de la distancia, sufrimiento, de la ausencia, remordimiento, de las palabras sin decir, dolor. Pero hay algo también en la forma del amor de cada uno de ellos que impide sosegar al cuerpo una vez perfumado por la presencia del otro.
En su retiro más allá de todo, Laurence le escribió mil cartas de amor a Fred que nunca le entregó. Al llegar a la última frase de la carta número mil o al empezar con el saludo de la carta mil una se dio cuenta que debía dejar de postergar su existencia y que necesitaba con urgencia una respuesta a esas preguntas que como un martillo lo levantaban por las mañanas, que como el arrullo de un té de tilo lo dormían por las noches: “¿dónde estás?, ¿qué vestís?, ¿qué hacés?”. Va a buscarla, consigue su nueva dirección, se muda al mismo pueblo con otra compañera, la observa durante un año: quiere hacer que la protagonista de toda su obra, esa A.Z. que es y será la primera y la última mujer, vuelva a ser real, vuelva a tener su voz y cuerpo. Le pinta de rosa un ladrillo de su patio trasero, le manda su libro de poemas, recibe su respuesta por correo y corre a tocarle timbre. La invita a pasar unos días en la Isla Negra: suena música de frescas máquinas mientras ellos caminan por las calles vacías y desde el cielo les llueve ropa de colores. Sonreímos, nos besamos, somos felices: volvimos a estar juntos, a habitar este universo con nuestros colores. Todo, en esa isla, vuelve a ser para siempre y el amor verdadero vuelve con la persona amada. ¿Vuelve el amor o vuelve la persona amada? ¿Qué busca cada uno del otro? ¿El amor al sexo opuesto o el amor a una persona? Eso quisieron saber en la Isla Negra y, después de no aguantar más la culpa o el arrepentimiento de la palabra “aborto” en su boca, Fred vuelve a entender que en este amor siempre habrá una parte que sufra.
Plegarias
Et par le pouvoir d'un mot
Je recommence ma vie
Je suis né pour te connaître
Pour te nommer
Liberté.
No tiene demasiado sentido detenerse en su definición ni preguntarse qué es Laurence: es Laurence antes y después de todo, una persona determinada a dejar el resto de sus días por los otros, aquellos quienes se han negado a mirarlo a los ojos. No tiene demasiado sentido detenerse en su definición ni preguntarse qué es Laurence, sino más bien escuchar la fuerza de su voz. La película se abre y se cierra con dos declaraciones suyas, con dos deseos para la vida futura: preocuparse por los derechos y los intereses de aquellos que se califican a sí mismos como “seres normales” y desarrollar la posibilidad de un verdadero cambio para los jóvenes. La búsqueda a todo o nada de la sinceridad que, más allá de los autoritarios regímenes de la verdad y la mentira, lo normal y lo marginal, justifique sus días lo sumerge en una empresa que tiñe sus tiempos muertos de tristeza al haber sacrificado por ella a ese amor que, de ahora en más, será como las cenizas que guarda Patti Smith en un pequeño cofre, y que aún así es tan certera que le regala la felicidad de saberse besando el cielo de la libertad.
Je recommence ma vie
Je suis né pour te connaître
Pour te nommer
Liberté.
No tiene demasiado sentido detenerse en su definición ni preguntarse qué es Laurence: es Laurence antes y después de todo, una persona determinada a dejar el resto de sus días por los otros, aquellos quienes se han negado a mirarlo a los ojos. No tiene demasiado sentido detenerse en su definición ni preguntarse qué es Laurence, sino más bien escuchar la fuerza de su voz. La película se abre y se cierra con dos declaraciones suyas, con dos deseos para la vida futura: preocuparse por los derechos y los intereses de aquellos que se califican a sí mismos como “seres normales” y desarrollar la posibilidad de un verdadero cambio para los jóvenes. La búsqueda a todo o nada de la sinceridad que, más allá de los autoritarios regímenes de la verdad y la mentira, lo normal y lo marginal, justifique sus días lo sumerge en una empresa que tiñe sus tiempos muertos de tristeza al haber sacrificado por ella a ese amor que, de ahora en más, será como las cenizas que guarda Patti Smith en un pequeño cofre, y que aún así es tan certera que le regala la felicidad de saberse besando el cielo de la libertad.
Trance hacia lo misterioso. Wrong.
Dirección: Quentin Dupieux. Francia, 2012. Guión: Quentin Dupieux. Elenco: Jack Plotnik, Eric Judor, Alexis Dziena, Regan
Burns, Steve Little, William Fichtner. Por Celina Domínguez Zacur: Estudiante
de Letras (Universidad Nacional de Mar del Plata).
Wrong puede traducirse como equivocado,
incorrecto y es así que desde el título la película nos anticipa la sensación
que predominará en nuestro sentir de espectadores: todo lo que sucede se va
tornando inadecuado hasta llegar a escenas que intensifican el absurdo y lo
surrealista. En el afiche ya se ven también las cosas mal o al revés, con la
imagen invertida de un auto con su conductor, en un desierto bajo un cielo
celeste. Quentin Dupieux es el guionista, director y quien hace la música de la
película, quizá más conocido en la escena musical como Mr Oizo.
Wrong es la historia de Dolph Springer
(Jack Plotnik), un soltero que vive en un barrio de apariencia ordenada y
tranquila, acompañado de su perro Paul que desaparece inesperadamente una mañana.
La ausencia de su mascota perturba profundamente a Dolph, unido por el cariño y
la lealtad a su perro, dispuesto entonces a buscarlo bajo cualquier
circunstancia. A lo largo de esta búsqueda, irán introduciéndose personajes
bizarros y extravagantes: Mike (Regan Burns), su vecino, quien da una primera
impresión de ser amable pero en seguida se transforma en alguien a punto de
explotar en violencia cuando Dolph le menciona saber de su rutina diaria de
salir a correr, ejercicio que Mike no quiere reconocer. Esto hará pensar si
pudo haber sido él quien hiciera daño a Paul. Mike es quien conduce hipnótico
el auto por el desierto luego de esa charla matinal con Dolph. Se suman Emma
(Alexis Dziena), la empleada de la pizzería, que busca cualquier excusa para dejar
a su marido y será uno de los personajes más desequilibrados, sumergida en su
profundo deseo del matrimonio “feliz”. Víctor (Eric Judor), el jardinero de
Dolph, simpático y oportunista, es uno de los personajes más graciosos. Víctor
es el único que vive una verdadera pesadilla cuando se entera que va a ser
padre. El detective Ronnie (Steve Little), encargado de rastrear a Paul, que
utiliza métodos ridículos como un aparato que lee la memoria fotográfica de los
excrementos y así visualiza los últimos momentos antes de ser raptado. El rapto
está a cargo de Master Chang (William Fichtner), personaje logrado y atrapante
que se encarga de secuestrar mascotas para que sus dueños valoren la pérdida y
aprendan a quererlos y tratarlos con mayor cariño. Pero en el caso de Paul, un
incidente durante el rapto hizo que se escapara. Master Chang es también
creador de un sistema de comunicación telepática con los perros, que al fin
permitirá hacer volver a Paul.
Y no sólo con perros funciona la
telepatía, porque a lo largo de la película, todos muestran en algún momento
ser transmisores del comunicado que Master Chang quiere hacer saber a Dolph:
lugar y hora de su próximo encuentro. Muchas escenas parecen de una realidad
onírica por lo enigmáticas y alucinadas que se muestran: la aparición del pino
en lugar de la palmera, la lluvia constante en la oficina de Dolph (trabajo del
cual fue despedido tres meses atrás pero al que sigue concurriendo como si nada
hubiese sucedido), el hombre que cambia de color la pintura de los autos y la
llegada en autobús de Paul, sentado como si fuera un humano. Toda esta
atmósfera delirante, sin embargo, no perturba al personaje principal, Dolph,
que permanece seguro y aferrado a su necesidad de reencontrar a su mascota para
así volver a su ritmo habitual y continuar con su vida. Lo original de la
película está en la forma en que los hechos dejan abierta la posibilidad de
saber si lo que sucede es realidad o parte de un sueño complejo y también, en
que las situaciones de tono surrealista generan poca inquietud en los
personajes, que viven los sucesos despojados de su interpretación alucinada.
Apenas un sonido, como un aviso, se escucha cada vez que algo extraño ocurre,
repetición que ayuda a permanecer en el trance hacia lo misterioso. La intensidad
de elementos que desentonan, como el reloj despertador que pasa de 07.59 a
marcar las 07.60, generan una sucesión de experiencias insólitas y cómicas. La
trama sostiene, a fuerza de una normalidad de fondo, la expectativa de
encontrar la vuelta de tuerca, que no la hay; y esto no le quita nada, por el
contrario, la consagra. Las cosas son así y no hay desde dónde cuestionarlas, y
de esa forma culminan, felizmente, porque Paul regresa y es un hermoso perro
que hace volver la alegría a su dueño.
Se puede ver en el video del último EP de
Mr Oizo, “Stade 3”, a sus dos grandes personajes: Flat Eric y Master Chang:
http://vimeo.com/41107079
Ver la historia. El mar al alba (La mer a l`aube). Dirección: Volker Schlondorff. Basada
en el memorandum “Sobre el problema de los rehenes” de Ernst Junger.
Alemania-Francia, 2012. Guión: Volker Schlondorff. Elenco: Léo Paul Salmain, Ulrich Matthes, Martin Loizillon, Jacob Matschenz,
André Jung, Harald Schrott, Thomas Arnold, Christopher Buchholz. Por Mauricio Espil: Escritor.
“Es
tan fuerte la historia que no pude concentrarme en la película” dijo un
espectador al salir, –presupongo, por su tono de voz, un estudiante de
cine- en el hall de una de las salas de
proyección del 27º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata ni bien
terminada la proyección de La mer a l’
aube. La anécdota central es el fusilamiento (asesinato) de 27 personas (en
su mayoría trabajadores y estudiantes) a manos de un pelotón del ejército
alemán (conducido en lo político por el Partido Nazi) durante la ocupación de
Francia como represalia, decidida desde Berlín, por el asesinato de un oficial
del ejército alemán a manos de un grupo de la resistencia francesa de las filas
del PC. El lugar, la ciudad de Nantes. El año, 1941. La impresión no es para
menos. Tratándose de un recorte de la historia que marcó el siglo XX en
Occidente. También, importa decirlo, hay miles de películas sobre la ocupación
nazi en Francia y las vicisitudes de la resistencia, así como hay miles de
películas sobre la guerra y reflexiones sobre ella y otras tantas de la
combinación de ambas. Pero esta película, sobretodo esta, no deja concentrarse
en la película donde matan a 28 personas.
Y llama la atención, antes
de la impresión que causa “ver” la historia, que este espectador escinda el
guión de la fotografía, de la iluminación, del montaje y de otros aspectos,
entrenado como está en ver películas. ¿Qué será, entonces, aquello que lo sacó
de eje? Porque, en definitiva, esta historia es la historia de la catástrofe que
todos conocemos y porque, cuando se dice que dos jóvenes deben seguir las
instrucciones del Soviet, se habla de la política stalinista del enemigo único;
porque cuando se dice que durante la ocupación nazi en Francia hubo resistentes
y colaboracionistas, se habla de la racionalidad política del Tercer Reich;
porque cuando se leen las notas del personaje Ernst Junger (porque el Ernst Junger de verdad escribía en 1941: “En
las cartas de los rehenes franceses fusilados, que estoy traduciendo como
documentos para tiempos futuros, me llama la atención el hecho de que las dos
palabras más frecuentes sean 'coraje' y 'amor'”)y la
de los presos políticos –ya sabemos que traducidas por Ernst Junger - hablan
las voces que moldearán el discurso de los hechos; porque cuando algunos
personajes usan palabras en francés y otros usan palabras en alemán, se habla
de las diferencias del lenguaje en la construcción de lo real; porque cuando un
espectador dice escindir entre historia y película se habla de las políticas
del cine.
Desmembrada la URSS, unificada Alemania y en pie el euro y
la Unión Europea esta película pudo interrogar e interpelar a este joven aquí
en la Argentina. ¿Qué abismo vislumbró que no pudo prestar atención a la
“película”? Será que en algún lugar lo tocó el Enemigo Único (esa táctica
soviética, utilizada también como procedimiento judicial donde cada uno se ve
obligado a dar cuenta de lo que ha dicho y también de lo que no se ha dicho, en
fin, una concepción del poder con intrincados sistemas de control y
vigilancia), será que no sabe resolver el dilema ético/moral /político acerca
de cuál es el lugar correcto para construir políticamente una nación (con un
poder que, por vigilante y controlante, demuestra que no es ni omnisciente ni
omnipotente y que, por sobre todo, tiene un pacto con la población que habita
un determinado territorio acerca de cómo gobernar y ser gobernado); será que
para gobernar y ser gobernado se tiene que hacer inteligible cierta
racionalidad que, en este caso, resultaría tautológico decir que había
prisioneros porque había invasores, y que el problema pasaría por indagar
acerca de las condiciones sociales, económicas, históricas que llevaron a
entender la colaboración como conveniente y la resistencia como heroica (o ¿por
qué la colaboración no es heroica y la resistencia conveniente?); será que
justamente sobre eso se pregunta la película; será que lo abominable le pasó
cerca y lo perturbó; será que, de golpe, se volverá un Jean Paul Sartre
preguntándose la diferencia entre poetas y narradores, algo así como ¿qué es el
cine?, es decir, será que hay una película que trae consigo parte de la
historia del cine y ¿cómo será eso?
Tal
vez nada de lo dicho cuente y, simplemente, impactó como si fuesen los “hechos
reales” como si estuviese viendo en vivo y en directo algún episodio de los que
suelen trasmitir los noticieros acostumbrados como estamos a ver películas
según los géneros y, en definitiva, sin saber muy bien qué es el cine digo que,
en todo caso, si el cine se definiera por su especificidad esta no debiese
vincularse al uso específico que se haga de sus técnicas sino que dependería de
sus capacidades, del sistema relacional de sus prácticas, de la manera en que
nos hace visible el mundo que habitamos.
¿Acaso
mi muerte es más importante que la de un perro? Cornelia frente al espejo.
Dirección: Daniel Rosenfeld. Basada en el cuento homónimo de Silvina Ocampo.
Argentina, 2012. Guión: Eugenia Capizzano, Daniel Rosenfeld. Elenco: Eugenia Capizzano, Leonardo Sbaraglia, Rafael Spregelburd,
Eugenia Alonso, Estefanía Conejo. Por
Flavia Garione: Estudiante de Letras (Universidad Nacional de Mar del Plata).
Cornelia frente al espejo (2012) la película que lleva al cine un relato de
Silvina Ocampo - dirigida por Daniel Rosenfeld-, fue filmada en una de las
casas que poseía Felicitas Guerrero, la mujer de alta sociedad asesinada a
fines del siglo XIX por un tío celoso de la familia Ocampo. Coincidencia o no,
produce extrañamiento el encuentro de los textos, los hechos, las casualidades.
La mansión, que se encuentra en Domselaar le pertenece ahora a una anciana
(descendiente de los Guerrero) que debe alquilar el inmueble para casamientos y
cumpleaños con el fin de sobrevivir. Ella es la única heredera viva. Más allá
de los devenires históricos de las familias aristocráticas de nuestro país, es
interesante contar con estos datos. En la presentación de la película dentro
del festival de cine de Mar del Plata, el director y los actores contaron que
mientras duró la filmación, encontraron un libro de Victoria Ocampo en la
biblioteca de la casa y justo en ese momento se cortó la luz. La anciana les
recordó la rivalidad que existía entre estas familias después de la tragedia
que puso fin a la vida de Felicitas Guerrero y que conmocionó a la sociedad en
1872. Esta historia tiene mucho que ver con el relato de Silvina Ocampo
habitado también por fantasmas. Tanto en el texto como en la película, una
mujer de veinticinco años se traslada a una mansión familiar para poder
suicidarse en paz. Sin embargo, este objetivo se ve impedido por una serie de
personajes -¿fantasmas?- que aparecen, entablan diálogos con la suicida, y
luego desaparecen.
En el comienzo, Cornelia (Capizzano) parece
encontrarse con una vieja amiga, o amante, que está en la casa. Hablan, toman
el té, se prueban sombreros. Cornelia le dice: “eres un compendio de las
personas que he amado. Estás rodeada de una atmósfera líquida, en la luz donde
nadan los peces de las grandes profundidades del mar o en la superficie de un
lago tranquilo”. En esa intimidad, entre los jardines y los ruidos que produce
la casa, ambas mujeres hablan de un pasado en común, de la muerte, del tedio de
la vida, de los familiares con caras de próceres, y arrojan sentencias: “Los
hombres son monstruos: el amor los transfigura (…) Soy virtuosa. Los pobres,
aún cuando son crápulas, son virtuosos, si son crápulas tienen razón de serlo”.
Un detalle interesante, un desafío al que se arriesgan los realizadores: la
película reproduce los mismos diálogos que aparecen en el texto de Ocampo. Esto
produce un fenómeno doble en el espectador; es al mismo tiempo observador y
lector, nada se pierde. La experiencia de lectura está allí, intacta dentro de
la película. Cornelia se pregunta: “¿Acaso mi muerte es más importante que la
de un perro?”. Cuando parece que el relato y la película han logrado
engañarnos, nos damos cuenta que la amiga o amante ha desaparecido de escena
¿quién era esa mujer? ¿Un fantasma? ¿La mente de Cornelia? ¿Su propio reflejo
en el espejo? Golpean la puerta y son las dos de la mañana. Una niña fantasmal
ha venido a ver las muñecas de la casa: “-Eres un fantasma, una niña perdida,
con esmeraldas y rosas verdes ¿Y te dejan salir a estas horas? (…) ¿He muerto
ya? ¿Viniste a buscar mi alma? Eres aquella tía mía que murió de sarampión a
los diez años, aquella que se llamaba Virginia. ¿Viniste a buscar mi alma?” La
niña también desaparece; quien aparece, en cambio, es un ladrón (Spregelburd
enmascarado). Ante la imposibilidad de suicidarse Cornelia desea que el ladrón
la mate. El hombre no se atreve, Cornelia dice: “Soy mala. Nadie me quiere a
mí”. Logra que el hombre tome una copa con veneno. Como en los sueños nada es
claro. Otro hombre entra en escena (Sbaraglia): es estudiante, tiene bigotes
postizos y quiere ayudarla: “En esta casa dicen que hay fantasmas, un fantasma
vestido de rojo”. La vida no tiene sentido en un mundo como éste: “Ahora todo
ha concluido: todas las representaciones, los escenarios, los teatros con sus
butacas, todos los resentimientos, todas las obediencias, el temor a la
obesidad, al soborno, al desprecio”. Convocatoria de muertos o fracasados: una
actriz frustrada que no logra suicidarse, un ladrón que no puede robar, un hombre
que no salva a nadie. Las puertas de la casa están abiertas para todos. La vida
y la muerte; una misma imposibilidad. Una pregunta aparece casi al final:
“Usted ¿para qué quiere vivir? ¿Sabría contestármelo?”. La respuesta yace
vacía, y se plantea como un centro problemático en cada personaje/ fantasma que
circula por la casa. La película desarrolla y recrea el mundo de los textos de
Silvina Ocampo: esa vacuidad de fines o principios de siglo, la humedad, los
jardines, la confusión.
Sed de sangre. La bestia debe morir. Dirección: Román Viñoly
Barreto. Basada en la novela homónima de Nicholas Blake. Argentina, 1952.
Guión: Narciso
Ibáñez Menta, Román Viñoly Barreto. Elenco: Narciso Ibáñez Menta, Guillermo
Battaglia, Laura Hidalgo, Milagros de la Vega, Nathán Pinzón, Ernesto Bianco,
Gloria Ferrandiz, Jesús Pampín. Por Darío Lavia: Webmaster de http://www.cinefania.com, Lic. en comercio
internacional).
La olvidada revista "Radiofilm" nos brinda
una preciosa sinopsis de La bestia debe morir: "Obsesionado por
la venganza, Narciso Ibáñez Menta no deja de pensar en la manera de descubrir
al automovilista asesino, que tronchara la vida de su hijo arrollándolo con su
vehículo. Y en la afanosa búsqueda de algún indicio, encuentra un matrimonio de
ancianos que lo ponen en pos del criminal. Es entonces cuando se apresta a
consumar su propósito y, luego de frustrados intentos, logra lo que concibió su
afiebrada mente: de hacerse justicia por sus propias manos". Estamos en la
época de oro del policial desde lo cinematográfico a lo literario, pasando
naturalmente por lo radial. Una de las más populares colecciones de la época,
"El Séptimo Círculo", había debutado en su número uno con la novela
de "Nicholas Blake" (seudónimo del poeta laudatorio Cecil Day-Lewis).
Años después Ibáñez Menta y su esposa Laura Hidalgo decidieron que también
sirviera para lanzar su productora "Esmeralda Film" (el nombre evoca
la mirada de la sugestiva Laura). La notable adaptación, debida al protagonista
junto al realizador Román Viñoly Barreto, afronta el desafío narrativo de
mostrar el asesinato de "la Bestia" (Guillermo Battaglia) y los
antagonismos entre los diversos personajes ya en el primer rollo de metraje. El
esperado flashback nos retrae la trama al exitoso novelista viudo, padre
ejemplar y compinche de su hijo, que encuentra en sus ficciones el consuelo por
la pérdida de su cónyuge. Viñoly acierta en el planteo visual de numerosas
secuencias:
- El accidente del niño: una puesta de escena soberbia, iluminada por Alberto Etchebehere como solo los maestros de la luz hollywoodenses saben hacerlo y una niebla que envuelve al espectador con la fatídica sensación de la tragedia inminente.
- El primer intento fallido de liquidar a Rattery: ambos personajes, Narciso y Battaglia, departen en una loma de la propiedad de éste último. Se escucha el silbato de un ferrocarril del que no se muestra ni siquiera el vapor de la chimenea. Narciso intenta empujar a su odiado rival al vacío pero resbala y por poco no es él quien cae. Viñoly resuelve con un primer plano de la mano abierta de Narciso acercándose al centro de la pantalla y el férreo brazo de Battaglia que salva a su victimario de caer.
- Segundo intento: a bordo de un yate, con una digna retroproyección de fondo, Narciso y Battaglia libran un ajedrez dialéctico cuya tensión verbal asciende a la par que el movimiento de aparejos, timón y vela. En un momento Narciso pone el yate casi vertical; ignoramos la denominación de esa maniobra pero el rostro nervioso y sudoroso de Battaglia, que no sabe nadar, lo dice todo. Narciso devuelve el favor y salva la vida de su adversario.
El vivo interés de la trama, una notable y sugerente secuencia de danza gitana para Laura Hidalgo, el lucimiento de casi todos los secundarios (mayormente Nathán Pinzón y Milagros de la Vega), y la borgeana simetría narrativa que vincula asesinatos, padres e hijos ofrecen un film de equilibrio raramente visto en el género de misterio policial, tan moderno -o más- como la famosa y posterior versión de Claude Chabrol de 1969.
La felicidad que no vuelve. Más allá del olvido. Dirección: Hugo del Carril.
Basada en la novela Bruges-la-Morte de Georges Rodenbach. Argentina,
1956. Elenco: Laura
Hidalgo, Hugo del Carril, Pedro Laxalt, Eduardo Rudy, Gloria Ferrandiz,
Francisco López Silva, Ricardo Galache, Ricardo de Rosas. Por Darío Lavia.
Fernando de Arellano (Hugo), adusto, viril y
silencioso. Aristócrata y caballero. Amante. Su esposa Blanca (Laura Hidalgo)
sufre una enfermedad terminal. Pero para evitar amargar a su feliz cónyuge,
ella guarda el secreto que solo conoce el médico y la leal ama de llaves
(Ricardo Galache y Gloria Ferrandiz, respectivamente). Una memorable noche de
fiesta, Blanca colapsa y muere. A pesar de no sentir deseos de vivir, el viudo
Fernando decide viajar para olvidar. En un cabaret parisino presencia el acto
del lanzador de cuchillos (Eduardo Rudy) cuya asistente, Mónica, es idéntica a
la amada fallecida. Fernando concerta algunas citas y cosecha veloz simpatía de
la poco cultivada pero hermosa Mónica. Pero claro, el lanzador es un rufián
buscado por la policía y sólo accede a permitir que su asistente se marche del
acto a cambio de una abultada suma de dinero. La flamante pareja marcha a la
mansión Arellano, donde es recibida por toda la servidumbre. Físicamente,
Mónica es la Sra. Blanca vuelta a la vida. Pero su personalidad es casi opuesta
a la de la finada. Así que para fomentar la ilusión, Fernando deja órdenes de
bajar la intensidad de las luces de gas de toda la casa. ¿Cuánto puede
mantenerse el equilibrio de una pareja en ese mar de sargazos de quietud enfermiza
e inestable? ¿Y cuánto tardará en caer la inexorable amenaza del lanzador
traicionado y denunciado a la policía? Bajo esquemas narrativos propios del
melodrama, Hugo ofrece una lección de cine que sirve como salida de la cruenta
realidad que se vivía durante la época del rodaje (Hugo, acérrimo peronista,
había sido denunciado y encarcelado tras la Revolución Libertadora).
El clima fantástico que aporta la puesta en escena
desde lo visual, las actuaciones de los protagonistas, desde la sobriedad y apostura
de Hugo a la acertada dualidad de Laura Hidalgo y el mesurado pero fatídico
trámite narrativo son tres elementos fundamentales que consagran tal vez la
mejor película de su realizador. El hipnótico contrapunto sonoro, el famoso
Gran Vals Brillante de Chopin, va subrayando la paulatina caída del
protagonista en un espiral que cree ser de olvido y esperanza pero que en
verdad se trata de... necrofilia. Se ha dicho que Vértigo (De Entre
los Muertos, 1958) de Hitchcock, mantiene sorprendentes coincidencias. Se
ha tratado de establecer que ambos films se basan en obras literarias
similares, primero "Bruges-la-Morte" (1892), novela simbolista de
Georges Rodenbach y más tarde el policial "D'Entre les Morts" (1954)
de la dupla Boileau-Narcejac. Sin embargo, ambas novelas y ambos films toman el
hecho esencial -profundamente humano- de querer recuperar la felicidad del
pasado moldeando a quienes nos rodean a imagen y semejanza de esas personas que
se ausentaron para siempre de nuestro presente.
The Malvinas affair. La forma exacta de las islas. Dirección: Daniel Casabe, Edgardo
Dieleke. Argentina, 2012. Guión: Daniel Casabe, Edgardo Dieleke, Julieta
Vitullo. Elenco: Dacio Agretti, Carlos Enriori, John Fowler, Julieta Vitullo,
Rob Yssel. Por Rodrigo Montenegro: Profesor
en Letras (Universidad Nacional de Mar del Plata).
“Lo que designa
a la pasión es un halo de muerte.”
Bataille, El
erotismo.
Tal vez, la investigación universitaria –sistemas de
becas, escritura de tesis, recorte de un corpus crítico, formación de un objeto
de estudio, etc.- sea un territorio al que se intenta acceder (como el
campesino de Kafka intenta acceder a la Ley) sin saber demasiado bien qué hay
del otro lado: ¿un hallazgo intelectual? ¿una forma de trabajo académico? O tal
vez, pueda ser algo completamente diferente: un recorrido alucinado, una
experiencia, un trauma, un parto. En cierto modo, La forma exacta de las islas crea una tensión que participa de esa
constelación borrosa: investigación alucinada; inmersión en el imaginario
“Malvinas”; experiencia y memoria; trauma y transferencia. Y en cierto sentido,
documenta el proceso de esa
investigación. Sin embargo, hay un resto que se escapa a lo documentable y que
la película rodea (construye o re-construye); una experiencia que vela lo intransferible: el dolor de una madre.
Algo se dilata en las imágenes y en los relatos que
se resisten a ser “otra” película sobre Malvinas. Y tal vez, sea justamente por
eso; es decir, porque no es una película sobre la guerra, ni sobre el trauma de
los ex combatientes; sino sobre el
espacio que ocupan las islas en el imaginario argentino. Y más específicamente,
por la construcción personal de una investigadora argentina radicada en los
Estados Unidos, Julieta Vitullo, que decide viajar a Malvinas para contrastar
sus lecturas académicas con el paisaje real
del archipiélago.En ese primer viaje, filmado por la propia Vitullo aparecen otros personajes, dos ex combatientes (En el Epílogo que cierra la tesis de Vitullo se deja constancia de un dato extraño. CarlosEnriori y Dacio Agretti –los ex combatientes- se encuentran en Malvinas con todos los gastos pagos gracias al productor televisivo Marcelo Tinelli. Tinelli buscó incorporar en su programa Show Match un segmento televisivo donde se “cumplía el sueño” de algún beneficiado a discreción de la productora. Acusado de plagio por Julian Weich, el segmento se cancela. Sin embargo, Tinelli cumple su palabra y envía a los ex combatientes durante una semana al hotel más lujoso de Port Stanley).
Así, se configura el primer pliegue del relato, a partir de un registro personal, que mezcla la crónica con el video casero, donde se registran charlas intimas y caminatas por las islas, salidas nocturnas, bares. Es decir, si la intención desmitificadora del relato heroico es una marca impuesta en el corpus de textos sobre Malvinas desde el inicio (Fogwill), esta versión del 2006 comprueba, una vez más, la teoría.
Sin embargo, hay algo más, sucede más de lo que se ve, como si el ojo que filma – el de Vitullo- tuviera una sed que nada tiene de objetiva. Julieta está ahí sola filmando a dos hombres, que remotamente forman parte de su “objeto-de-estudio”. Ellos son parte del relato, la mejor parte: lo real. Carlos Enriori y Dacio Agretti son el cuerpo viviente de la historia, y como cuerpos son objetos que la cámara recorta y desea; “objetos-del-deseo”.
Cuatro años después, Vitullo regresa a Malvinas, esta vez acompañada por Daniel Casabé y Edgardo Dieleke, los directores del film. Ahí se empieza a figurar el segundo pliegue del relato que avanza por saltos, alternando entre las imágenes caseras del primer viaje y este segundo acercamiento hacia la geografía de Malvinas. Casabé y Dieleke empiezan a mostrar unas islas, tal vez no demasiado conocidas, donde se revela una versión estética del paisaje. Atrás quedaron los soldados mutilados y la estepa del frío; es decir, el registro crudo que denuncia o se posiciona a través de lo que muestra. Ahora, Malvinas es un territorio solitario, tal vez inhóspito, pero transformado por una mirada estética que atraviesa montes, playas, estrechos, calles, faroles. Ahí aparecen algunas entrevistas –dos, precisamente- a kelpers humanizados, amables al trato.Sin embargo, una vez más hay algo que se escapa al registro documental. Vitullo no está cómoda–todavía no sabemos por qué; ahí se revela el carácter artificioso en el tramado del suspenso-; la investigadora argentina habla de una experiencia inconclusa, como un efecto traumático que debe cerrarse. Pero -de nuevo otro pliegue-, lo intransferible de la experiencia (y sobre todo si encarna un trauma) se desplaza del “objeto-de-estudio” hacia el “sujeto que estudia”. Entonces, se hace evidente que la película no se propone trazar un recorrido sobre el absurdo de la guerra- esa es la ausencia original del film-, sino que se detiene y regresa a esa semana del 2006, cuando Vitullo se encuentra con lo real de Malvinas encarnado en dos sujetos, y más específicamente en uno de ellos, Carlos Enriori.
De a poco, el film va formando el clímax del relato;
es sugerente, y esquiva lo explícito. Finalmente, se concreta. Una mujer y un
hombre solos en una isla alejada del mundo, recorren esas soledades, generan
una amistad, beben cerveza y estrechan una relación. No hace falta decir lo
obvio, porque la cámara no lo muestra, también por obvias razones, y porque de
hacerlo, el género no sería el documental. Una vez más Malvinas se transforma
en “Fuckland”.
Y aún, algo sigue faltando. No hay nada traumático en
una relación sexual pasajera. Sin embargo, Julieta Vitullo y Carlos Enriori –la
tesista y el excombatiente- conciben en las islas Malvinas a Eliseo.
“Pasaron dos años desde que emprendí mi trabajo sobre
las ficciones de Malvinas y seis meses desde que volví de las islas y un
escalofrío me recorre la espina dorsal al volver a ver esas imágenes. Se me pone
la piel de gallina y el escalofrío comienza a envolverme, en un movimiento de
espiral, que desciende hacia la panza, y se detiene en el ombligo, debajo del
cual, crece Eliseo, concebido en Malvinas.” (Vitullo, “Epilogo” Ficciones de una guerra. La guerra de
Malvinas en la literatura y el cine argentinos. Rutgers, The State University of New Jersey, 2007.)
Desafortunadamente, Eliseo muere al poco tiempo de
nacer. Entonces, el trauma finalmente se revela. El dolor que se buscar purgar-
queda claro- no es el de un soldado, sino el de una madre.
Nos gusta pensar que es una película que explora y
lleva al límite las posibilidades de narrar las experiencias traumáticas. ¿Cómo
se hace para volver a un espacio de dolor y pérdida? ¿Qué quiere decir vivir en
una condición insular? La película es una experiencia en sí misma, que llegó a
formar parte de la historia que cuenta y propone a las islas como un espacio de
transformación y búsqueda, para que el espectador pueda explorar y acercarse de
otra manera al trauma y al dolor. (Casabé y Dieleke, Catálogo
Festival Internacional de cine de Mar del Plata 2012, Notas del director. pág.
51. http://www.mardelplatafilmfest.com)
Siendo explícitos, esta intención de explorar el
trauma y el dolor como formas de hacer un cine documental puede ser, y lo
intenta en este caso, una terapia de transferencia. Pero, queda claro que nada
tiene que ver con Malvinas, ni con sus combatientes, ni con sus muertos, ni con
un reclamo de soberanía, ni nada que se le parezca. Esta forma exacta de las islas que anuncia el título es, en definitiva,
la de una ausencia que motiva terapéuticamente el film; es decir, la muerte de
un hijo. El “imaginario Malvinas” solo está presente a partir de las citas de
Darwin y Fogwill, es decir, a partir de la tesis de Vitullo, a partir de alguna
entrevista aislada, de un paisaje, o un cartel que anuncia “danger mines”. Pero cuando la
investigadora se abandona al territorio malvinense y la relación con los
protagonistas de la guerra, sucede otra cosa: una aventura que termina en
pérdida personal. En algún punto, el viaje a las islas de Julieta Vitullo es un
viaje fantasmático, habitado por los
muertos del pasado y los muertos del presente. Un territorio mirado
estéticamente, que sigue siendo un depósito para cadáveres.
5.000 kilómetros recorridos. El muerto y ser feliz.
Director: Javier Rebollo. España- Argentina – Francia, 2012. Guionistas: Javier
Rebollo, Lola Mallo y Salvador Roselli. Protagonistas: José Sacristán, Roxana
Blanco, Vicky Peña, Valeria Alonso, Fermí Reixach y Jorge Jellinek. Por Julio
Neveleff: Bibliotecario. Escritor. Gestor cultural. Actualmente asesor cultural
de OSDE Filial Mar del Plata.
Esta película obtuvo el premio al mejor guión en el
XI Festival de Cine Español Cine horizontes (Marsella), el primer premio del
Festival de Cine Español (Toulouse), el premio FIPRESCI y la Concha de Plata al
Mejor Actor, para José Sacristán, en la 60ª edición del Festival de San Sebastián,
y fue el film de apertura del 29º Festival Internacional de Cine de Mar del
Plata. Minutos antes de ser proyectada en el certamen marplatense, el director
Rebollo hizo un comentario a modo de introducción, ganándose la simpatía de los
espectadores. Con esos antecedentes, me acomodé en mi butaca dispuesto a
disfrutar del film. A la media hora de correr la cinta, ya no sabía cómo
ponerme. Afortunadamente, la actriz que estaba sentada a mi izquierda ya se
había ido y mi acompañante, con la excusa de ir al baño, demoró unos 45 minutos
en volver. Pude estirarme en paz, sin molestar a nadie.
Resumido, el argumento nos muestra los últimos días
de Santos (José Sacristán, justo, medido), un viejo asesino a sueldo español,
desahuciado en un hospital de Buenos Aires, que recurre a la morfina para
aliviar sus dolores. Como le queda muy poco tiempo de vida, se escapa del
nosocomio, cobra por un trabajo que nunca cumplirá y con su viejo automóvil
emprende un viaje al norte del país, llegando hasta Bolivia. Si bien el material
promocional la califica como “una especie de tranquila peregrinación que tiene
algo que ver con una moderna novela de caballerías”, el espíritu caballeresco
es lo que menos transmite la película. Hasta el personaje de Alejandra, una
mujer que“acompañará como un escudero” al protagonista, poco a poco diluye esta
función para desarrollar una subtrama que por momentos opaca al relato
principal. Siguiendo con las referencias literarias, el encuentro de Santos con
el matoncito en un bar de Corrientes tiene un eco del cuento El sur, de
Jorge Luis Borges, y nos presenta luego al protagonista con un apósito en la
frente, para más semejanza.
Para su narración, Rebollo elige un camino que, en un primer momento, resulta atractivo: la mayor parte de las escenas están relatadas por una voz femenina (a veces también interviene una masculina) que lee lo que parece ser el guión del film. O sea: nos cuenta lo que estamos viendo. Si el recurso nos llevara a alguna parte o tuviera algún tipo de desenlace, bien. Pero que, así como se lo usa, finalice con el film sin mayor aprovechamiento, nos deja una sensación de reiteración, de hastío. O lo veo o lo leo. O veo un film o leo un libro. Hago cine o hago literatura. La película parece escrita especialmente para el lucimiento de Sacristán – Santos (obvio juego de palabras). Parece escrita, no filmada. Pero Santos no es Don Quijote ni Amadís de Gaula. Aunque tampoco Sam Spade o Phillip Marlowe.
Para su narración, Rebollo elige un camino que, en un primer momento, resulta atractivo: la mayor parte de las escenas están relatadas por una voz femenina (a veces también interviene una masculina) que lee lo que parece ser el guión del film. O sea: nos cuenta lo que estamos viendo. Si el recurso nos llevara a alguna parte o tuviera algún tipo de desenlace, bien. Pero que, así como se lo usa, finalice con el film sin mayor aprovechamiento, nos deja una sensación de reiteración, de hastío. O lo veo o lo leo. O veo un film o leo un libro. Hago cine o hago literatura. La película parece escrita especialmente para el lucimiento de Sacristán – Santos (obvio juego de palabras). Parece escrita, no filmada. Pero Santos no es Don Quijote ni Amadís de Gaula. Aunque tampoco Sam Spade o Phillip Marlowe.
El protagonista parece más un gerente de Banco
jubilado que un asesino a sueldo. Aunque tal vez esa haya sido la intención del
guionista-director y yo esté demasiado influido por el cine policial
norteamericano de clase B: por momentos extrañé la apatía existencial de Robert
Mitchum o el sarcasmo de Richard Widmark. Los personajes que se cruzan en su
camino (muchos, encarnados por actores no profesionales, lo cual no es
necesariamente un mérito), cada cual con su historia, no alcanzan a hilvanar
con unidad el sentido del relato, ese ir hacia la muerte que será, en una
escena final que pretende ser metafórica y resulta demasiado obvia, un regreso
a la ingenuidad infantil como reencuentro con el paraíso perdido. Un camino muy
transitado ya por el cine y la literatura.
En su introducción, Rebollo nos habló de los 5.000
kilómetros recorridos para rodar y sugirió que varias de las tomas incluidas
tal vez no fueran del agrado de los argentinos. No es para tanto. Nuestro cine
documental ha sido más severo y supo poner el acento en aquellos aspectos que
los argentinos mismos criticamos. La mirada del director no pasa de ser
simplemente curiosa, eurocéntrica y hasta cierto punto constituye un regodeo
con la pobreza, con los personajes exóticos. Aunque esto es entendible, pues su
protagonista comparte esa mirada ajena de la realidad. Debemos agradecer, eso
sí, que Rebollo no haya caído en el paisajismo y su road movie se convirtiera
en un catálogo de lugares turísticos.
Hay ciertos films que nos parece haber visto antes, pues su estética y sus audacias a la moda, disfrazadas de innovadoras, solo repiten recursos usados en los sesenta y los setenta del siglo XX. El muerto y ser feliz pudo haber sido una interesante parábola, pero se quedó en las buenas intenciones. Cuando finalizó la proyección, tras los tibios aplausos, me fui a tomar un helado. Quienes hayan visto la película sabrán por qué.
Hay ciertos films que nos parece haber visto antes, pues su estética y sus audacias a la moda, disfrazadas de innovadoras, solo repiten recursos usados en los sesenta y los setenta del siglo XX. El muerto y ser feliz pudo haber sido una interesante parábola, pero se quedó en las buenas intenciones. Cuando finalizó la proyección, tras los tibios aplausos, me fui a tomar un helado. Quienes hayan visto la película sabrán por qué.
Starlet: encuentro de dos mundos (o: “De cómo una actriz
porno se convierte en amiga de una jubilada”). Estrellita (Starlet). Dirección: Sean Baker. EEUU, 2012. Guión: Sean Baker, Chris Bergoch. Elenco: Dree
Hemingway, Besedka Johnson, James Ransone, Stella Maeve, Karren Karagulian, Boonie Baghdady. Por Daniel
Nimes: Profesor de Literatura, trabaja en la cátedra Taller de Oralidad y
Escritura de la Carrera de Letras. Integra los grupos de Investigación Problemas de Literatura Comparada y Literatura, política y cambio. Facultad de Humanidades, UNMdP.
Starlet
es un perro. Es decir, la película no lleva el título de ninguno de los
protagonistas humanos. No debemos esperar, de la última película de Sean Baker,
sin embargo, nada semejante a Flipper,
Bolt o Lassie. Starlet es un perro que mira, acaso con un leve
desconcierto, cómo un mundo terriblemente humano se erige a su alrededor.
Starlet es una excusa, es un elemento más que nos muestra, por ejemplo, que las
actrices porno también son humanas y no meros cuerpos, sexos andantes. Mundo
agitado, mundo plástico, mundo de superficies, el porno se nos aparece ante la
vista como mera mostración, acción pura del deseo desenfrenado. La protagonista
de la película, Jane -una bellísima Dree Hemingway (biznieta de Ernest)- es una
actriz porno. El azar puro la pone en relación con una anciana, Sadie
(interpretada por Besedka Johnson que, a los 86 años, debuta actoralmente…
sorpresa para todo espectador que se ve maravillado por la maestría de esta
-novel- actriz). Jane compra un termo en una venta de garaje: en él encuentra
muchos dólares. Intenta devolverlos, pero no llega a decírselo siquiera a
Sadie, que no piensa ni abrirle la puerta: el termo se encontraba en perfectas
condiciones, la venta de garaje terminó, no hay nada que hablar. Jane,
entonces, comenzará a fingir encuentros casuales para entrar en relación con
ella. Nunca le dirá que tiene su dinero, pero le dará algo más importante: una
ruptura de su mundo de soledad. Jane y Starlet irrumpen en la vida de la
anciana, que se mantenía aislada de todo y de todos. En el fondo, podemos
pensar, Jane, actriz porno y Sadie, una viejita jubilada cuyo único
entretenimiento es ir al bingo, se asemejan demasiado. La soledad del porno y
de la vejez se parecen mucho. El grito de “corten” y el último número cantado
por la chica del bingo ubican a los personajes en el mundo de la soledad:
terminan la escena de sociabilización, de falsa compañía. Porque ¿qué tipo de
relaciones se pueden desarrollar filmando una escena porno? ¿Y marcando números
en un cartón de bingo?
De
todas formas, el foco de la película, a mi entender, no está puesto en el mundo
del porno, pese a que se muestra su cruda realidad, en particular en el
personaje interpretado por Stella Maeve, Melissa: las drogas, una pareja
explotadora, lo irregular del trabajo, sus riesgos. El personaje de Hemingway
(junto con el de Johnson) es el que cautiva al público: su proyecto de
revitalizar la vida de la anciana, de acompañarla, la amistad que crece entre
esas dos mujeres separadas por una enormidad de años y experiencias, la ternura
del pequeño Starlet, la inesperada amistad in
crescendo hacen que, cuando el director finalmente nos muestre a Jane
filmando una escena porno, suframos. Sentimos el peso de la mecanización del
sexo, caemos bajo la superficie del porno en un abismo. Queremos que la escena
termine. Queremos que Jane no sea actriz porno. Queremos que corra hacia la
casa de Sadie y cambien sus vidas. Pensamos: por favor, un happy ending (y
lejos estamos de concebir la expresión desde la cosmovisión del porno).
¿Se
puede? ¿Va a cambiar todo para Jane y Sadie? Baker acaso no responda esa
pregunta, tal vez se limite a mostrarnos que, en nuestras humanas y terribles
vidas de trabajos espantosos, de soledades inmensas, de amigos y amores
perdidos, a veces hay una leve redención. Que puede llegar azarosamente. En Starlet tiene forma de chica metida y
molesta o de anciana renegada (depende del punto de vista de una u otra protagonista).
En la película anterior del mismo director, Prince
of Broadway, tiene forma de niño (brevemente: un joven que trabaja bajo la
nieve neoyorkina tratando de atraer clientes a un local de venta de ropa y
carteras, imitación de grandes marcas, recibe la sorpresiva visita de una ex
novia, que le deja un chico de dos años y le dice “es tuyo, cuidalo dos
semanas”. Por supuesto, las dos semanas se extienden y la vida del protagonista
muta, se altera. Pese a que la situación le resulta inconcebible y que no quiere
saber nada con ese chico, termina, de algún modo, haciéndose cargo,
transformándose en otro: vale decir, en Padre).
En todo caso, ninguno de los personajes de Baker parece vivir situaciones
extraordinarias: ni la plata que encuentra Jane es tanta como para cambiar su
vida, ni el chico que le dejan al protagonista de Prince of Broadway lo destierra de su modus vivendi: son alteraciones leves, pero desautomatizantes.
“¿Qué es la vida? Un frenesí”, decía Calderón de la Barca. En ese frenesí,
Baker se ocupa de hacer un recorte: imaginamos que su cámara sobrevuela la
ciudad y de pronto desciende sobre dos o tres personas para observar. Recortes de la vida misma, eso
parecen sus películas. Historias sencillas pero construidas con una solidez
demoledora. Acaso porque, como nos sucede al vivir, cada personaje está inmerso
en un mundo de preguntas: ¿Qué hago con este nene? ¿Necesita esta mujer su
dinero o una amistad? ¿Para qué salir de la soledad? Disyuntivas, caminos que
se abren frente a los personajes y los (nos) abisman.
Starlet es un perro, dije. No, Starlet es una película con un perrito, una actriz porno y una jubilada. Entre esos tres y los otros personajes que giran a su alrededor, hay un mundo, hay una historia, hay un relato. Como en el texto “Ventanas iluminadas”, de Roberto Arlt, Baker nos muestra que basta con concentrar la mirada en un punto para encontrar una buena historia.
Starlet es un perro, dije. No, Starlet es una película con un perrito, una actriz porno y una jubilada. Entre esos tres y los otros personajes que giran a su alrededor, hay un mundo, hay una historia, hay un relato. Como en el texto “Ventanas iluminadas”, de Roberto Arlt, Baker nos muestra que basta con concentrar la mirada en un punto para encontrar una buena historia.
Recuerdos de la niñez o Cyborgs contra Demonios. Daemonium
– La hora Cero. Dirección: Pablo Parés. Argentina: 2012. Guión: Flor
Canosa, Daniel Casco, Simón Ratziel. Elenco: Caro Angus, Walter Cornás, Daniel
Casco, Amanda Nara, Sebastián Muñiz. Por Esteban Prado: Licenciado en Letras
(UNMdP)
El cine de
género, los realizadores insisten con llamarle “de género”, argentino, los
realizadores insisten con llamarle “argentino”, tiene una nueva pieza de
colección.
A partir de una
serie de películas-manifiestos un grupo de cineastas independientes han ido
armando una “movida”: la del “cine de género” en Argentina. El punta pie fue Plaga
Zombie (1997) de Farsa Producciones. En siete años pasaron una serie de
películas que fueron subiendo el nivel hasta llegar a muy buenas películas,
como Habitaciones para Turistas (2004). Siete años más tarde, le damos
la bienvenida a los numerólogos, es decir, casi quince años después de que
Parés, Saez y Berta Múñiz empezaran la Saga Zombie, se estrena el primer
episodio de Daemonium: Bautismo (2011).
Ese primer episodio implicó tres cuestiones:
La primera es la inédita calidad de una realización que apostó a la ciencia ficción, el terror y el animé en un ambiente cyberpunk repleto de cyborgs y demonios, tramas secretas y armas inteligentes.
La segunda es la alianza de un equipo de realizadores que trabajaron al cien por cien, contrayendo deudas y explotando su talento y su tiempo al máximo para sacar adelante un proyecto que no tuviera nada de amateur pero todo de independiente.
La tercera es el potlach. La tercera es haber armado ese gran primer episodio y haberlo subido a la web sin pedir entrada a cambio.
Desde las redes sociales se advirtió el impacto y el agradecimiento, con más de sesenta mil reproducciones en Argentina (con más de trescientas mil en Tailandia) Daemonium se convirtió en poco tiempo en la una de las películas latinoamericanas con más espectadores y fanáticos de la web.
Ese primer episodio implicó tres cuestiones:
La primera es la inédita calidad de una realización que apostó a la ciencia ficción, el terror y el animé en un ambiente cyberpunk repleto de cyborgs y demonios, tramas secretas y armas inteligentes.
La segunda es la alianza de un equipo de realizadores que trabajaron al cien por cien, contrayendo deudas y explotando su talento y su tiempo al máximo para sacar adelante un proyecto que no tuviera nada de amateur pero todo de independiente.
La tercera es el potlach. La tercera es haber armado ese gran primer episodio y haberlo subido a la web sin pedir entrada a cambio.
Desde las redes sociales se advirtió el impacto y el agradecimiento, con más de sesenta mil reproducciones en Argentina (con más de trescientas mil en Tailandia) Daemonium se convirtió en poco tiempo en la una de las películas latinoamericanas con más espectadores y fanáticos de la web.
El miércoles 21
y el sábado 24 de noviembre el segundo episodio de esta película se estreno en
el 27º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Las dos funciones
estuvieron colmadas, los veintitrés minutos del episodio no sólo no defraudaron
sino que aumentaron la apuesta. Un documental y adelantos del tercer capítulo
invitaron a seguir viendo cómo sigue todo esto. Cómo sigue la película y cómo
sigue la vida de estos realizadores que han contraído deudas por largos años y
seguirán contrayéndolas si quieren terminar los tres epidosodios que restan
para completar la película.
La película sólo
tiene dos episodios y problablemente vayan saliendo año a año hasta completar
los cinco prometidos. Al momento, tenemos un personaje, el torpe, que ante el
descuido y muerte de sus jefes, hace un intercambio con un demonio del Séptimo
Círculo sin que se pueda saber cuáles son sus objetivos ni las consecuencias de
sus actos.
El doblaje de las voces, del español al español, es una de los gestos que dan a Daemonium una de sus claves. Fieles a las películas que veían cuando eran chicos, según dicen, los realizadores buscan emular sus experiencias como espectacdores y entre eso se encuentra, necesariamente, el doblaje.
El trabajo con la voz de los personajes los hace pertenercer a esa casta de personajes de los que nunca escucháremos la voz de los actores pero que entran en la nebulosa de todos los personajes que escuchamos en la niñez, antes de aprender a ver cine leyendo subtítulos, antes de que en nuestra casa pusieran cable y sólo contáramos con algunas horas de cine al día y también recuerda el momento de elegir entre una película y otra frente a la estantería del videoclub amigo.
En pocas palabras, Daemonium se las trae. O para ser justos con la cronología, Plaga Zombie se las traía. Daemonium es la apuesta donde lo que fuera que se trayesen todos esos años de trabajo, llega.
El “cine de género argentino” tiene mucho para dar pero parece ser que por estos días está dando lo mejor.
El doblaje de las voces, del español al español, es una de los gestos que dan a Daemonium una de sus claves. Fieles a las películas que veían cuando eran chicos, según dicen, los realizadores buscan emular sus experiencias como espectacdores y entre eso se encuentra, necesariamente, el doblaje.
El trabajo con la voz de los personajes los hace pertenercer a esa casta de personajes de los que nunca escucháremos la voz de los actores pero que entran en la nebulosa de todos los personajes que escuchamos en la niñez, antes de aprender a ver cine leyendo subtítulos, antes de que en nuestra casa pusieran cable y sólo contáramos con algunas horas de cine al día y también recuerda el momento de elegir entre una película y otra frente a la estantería del videoclub amigo.
En pocas palabras, Daemonium se las trae. O para ser justos con la cronología, Plaga Zombie se las traía. Daemonium es la apuesta donde lo que fuera que se trayesen todos esos años de trabajo, llega.
El “cine de género argentino” tiene mucho para dar pero parece ser que por estos días está dando lo mejor.
Que
sea rock. Que sea tango. Que sea Campusano. Fango. Dirección: José Celestino Campusano.
Argentina: 2012. Guión: José Celestino Campuzano.
Elenco: Oscar
Génova, Nadia Batista, Claudio Miño, Olga Obregón, Eliseo Sánchez. Por Nuria Silva: Crítica Cinematográfica, actriz, bailarina, cantante,
poeta, clown y fotógrafa.
“…En tu mezcla milagrosa
de sabihondos y suicidas,
yo aprendí filosofía... dados... timba...
y la poesía cruel
de no pensar más en mí…”
Cafetín de Buenos Aires, Enrique Santos Discépolo
de sabihondos y suicidas,
yo aprendí filosofía... dados... timba...
y la poesía cruel
de no pensar más en mí…”
Cafetín de Buenos Aires, Enrique Santos Discépolo
Como un arma de fabricación casera, Fango tiene
una artesanía acertada al propósito del cine de Campusano: que sea puro, bruto
y certero. Su complejidad narrativa (y en el cine sabemos que la narración
depende en gran parte del montaje, por lo que deseo destacarlo) y su honestidad
visual, a veces de una crudeza que chocará a más de uno, hacen que se te quede
dando vueltas incansablemente en la cabeza, y a cada pensamiento duele más.
Duele por las terribles circunstancias que rodean a sus personajes, víctimas de
sus propias emociones. Como buen western hay dos bandos claramente
establecidos: hombres y mujeres, peleando la vieja guerra por el falo,
liderados por el Brujo y Nadia, dos héroes románticos -involuntariamente
serviles a dos mujeres manipuladoras que solo bregan por su satisfacción.
El problema central de la historia -el secuestro de
una mujer que tuvo lugar en la zona de Florencio Varela y que inspiró al
director- es generado por los que están apenas mejor posicionados
económicamente, con una vivienda decente y dinero para comprar favores que
cuestan mucho más de lo que se pagan. De forma muy sutil, sin caer en
estereotipos ni en obviedades de puesta en escena, y con un sorprendente
trabajo de sonido, Campusano distingue quiénes llevan las riendas y quiénes
funcionan como tracción a sangre, como bestias de carga. De esta forma se mete
donde más jode, en la idiosincrasia que algunos festivales se resisten a
mostrar, la que verdaderamente nos representa, la que nos desnuda. Su cine
exhibe los funcionamientos sociales y retrata la vida en los barrios bajos del
conurbano sin necesidad de utilizar medios artificiosos que lo subrayen
inútilmente, ni estilizando la imagen para que el dolor sea, al menos,
pintoresco. No. Campusano duele porque es sincero.
Ciudad de
control y ética futurista. La última muerte. Dirección: David Ruiz.
México-Argentina, 2011. Guión: Fernando Rovzar, Alexis Fridman, Patricio Saiz.
Elenco: Kuno Becker, Manolo Cardona, Álvaro Guerrero, Carlos Bracho. Por Juan
Cruz Zariello Villar, estudiante de Letras (Universidad Nacional de Mar de
Plata).
El afamado
protagonista, Kuno Becker, dice en alguna entrevista que “Esta propuesta
mexicana no le pide nada a ninguna película internacional” y está en lo cierto.
Desde la presentación, pasando por pequeños cuadros en “slow motion”, jugando
con imágenes de objetos tridimensionales, dentro otros tantos efectos
especiales, hasta los créditos finales se nota el gran trabajo de dirección y
producción detrás de la propuesta de David Ruiz. Esto agrada al público
expectante que intuye un film digno de Hollywood (nota: se estrena primero en
EE.UU. y luego en México).
La propuesta
viene de la mano de preguntas clásicas sobre ética, debates polémicos actuales:
la pena de muerte, la corrupción gubernamental y la clonación de órganos.
Cuestionamientos que se desarrollan a partir del género de la ciencia ficción y
el thriller psicológico, dentro de un futuro incierto marcado por los avances
tecnológicos.
La trama destaca por su sencillez o, quizás, por el gusto a lo conocido. Se abre con una escena de efectiva ejecución a un condenado a pena de muerte. Quizás la primera muerte. Escena seguida, presidarios escapando, siendo perseguidos por helicópteros y automóviles. Más tarde, una tempestad que anuncia el cambio y un psiquiatra que encuentra, fuera de su casa, a una persona que perdió el conocimiento. Ya puesto a salvo, se desata la búsqueda de la verdad, que es el tema de la película. Una persona amnésica, con dolores corporales, ojos biliosos y cicatrices que denotan intervenciones quirúrgicas. Y flashes. Imágenes que, en principio, no significan nada. Se establece el conflicto y la casual relación doctor–paciente: recuperar la identidad. Allí comienza todo.
La trama destaca por su sencillez o, quizás, por el gusto a lo conocido. Se abre con una escena de efectiva ejecución a un condenado a pena de muerte. Quizás la primera muerte. Escena seguida, presidarios escapando, siendo perseguidos por helicópteros y automóviles. Más tarde, una tempestad que anuncia el cambio y un psiquiatra que encuentra, fuera de su casa, a una persona que perdió el conocimiento. Ya puesto a salvo, se desata la búsqueda de la verdad, que es el tema de la película. Una persona amnésica, con dolores corporales, ojos biliosos y cicatrices que denotan intervenciones quirúrgicas. Y flashes. Imágenes que, en principio, no significan nada. Se establece el conflicto y la casual relación doctor–paciente: recuperar la identidad. Allí comienza todo.
Sin embargo, la
mayor apuesta es el espacio y el tiempo en donde se sitúan las acciones.
Advertidos por la sinopsis, el panorama es futurista, la tecnología de avanzada
que ayuda y funciona como soporte de una nueva sociedad de control. Es
indudable la herencia orwelliana de la película y los delirios propios de un
arrebato fáustico cuando se pretende controlar y decidir sobre la muerte,
emparentados con el mismo derrotero del conocido Víctor Frankenstein. Los hilos
que enhebran la trama comportan cierta linealidad que se desenvuelve en la
constitución psicológica del personaje principal, Christian.
El film,
entonces, sigue a estos personajes en senderos, siempre violentos, que se
bifurcan: hay sólo búsquedas y, como esperado hijo de la sociedad orwelliana,
torpes escapes. Uno busca su identidad, entender las imágenes inconexas que
resplandecen en su memoria, acrecentándose en cantidad a medida que avanza su
dolor físico. El otro busca una verdad ajena que, a fin de cuentas, revela su
propia verdad: cuál es el deber, el compromiso frente a lo desconocido, a lo
aparente, a lo corrupto del sistema y de la servicial ciencia.
Es en esos motivos donde descansa el interés del público. Las imágenes cruentas, las máscaras del culpable y el culpado, los elocuentes juegos de sonidos estridentes y cuadros fugaces hacen que valga la pena sentarse a intentar descubrir quién es quién en el thriller, quién es el vencedor, el sistema comandado por un falso filántropo o el desmemoriado protagonista auxiliado por el comprometido médico. Cuál es, en fin, el significado del título, cuál es la última muerte.
El resultado es la recomendación para los amantes del género, de ese futurismo que planteó Orwell. La aparente simpleza del argumento no es tal, hay más allí adentro para revolver, se convierte en incógnita y propuesta para el público. Finales abiertos, desconcertantes, que hacen volver a pensar y reflexionar.
Es en esos motivos donde descansa el interés del público. Las imágenes cruentas, las máscaras del culpable y el culpado, los elocuentes juegos de sonidos estridentes y cuadros fugaces hacen que valga la pena sentarse a intentar descubrir quién es quién en el thriller, quién es el vencedor, el sistema comandado por un falso filántropo o el desmemoriado protagonista auxiliado por el comprometido médico. Cuál es, en fin, el significado del título, cuál es la última muerte.
El resultado es la recomendación para los amantes del género, de ese futurismo que planteó Orwell. La aparente simpleza del argumento no es tal, hay más allí adentro para revolver, se convierte en incógnita y propuesta para el público. Finales abiertos, desconcertantes, que hacen volver a pensar y reflexionar.
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