Lo
que hace vivir a los hombres. Soldados de Salamina. Dirección: David Trueba.
España, 2003. Basada en la novela homónima de Javier Cercas. Guión: Javier
Cercas y David Trueba. Elenco: Ariadna Gil, Diego Luna, Joan Dalmau, María
Botto, Alberto
Ferreiro, Luis Cuenca, Vahina Giocante, Ramón Fontserè. Por Agustín Barovero: Estudiante de Letras (Universidad Nacional de Mar del Plata).
-¿Qué cree usted que pensó?
-¿El soldado? […] Nada.
-¿Nada?
-Nada.
En
el film, el joven actor que encarna Miralles acaso nos hace sonreír y
hamacarnos con su contoneo imposible mientras Arvo Part hace eco en el tono de
toda la pieza. Se puede cantar bajo la lluvia.
Pero
en la novela somos propulsados hacia su fin como un tren en la noche parece ir
hacia la nada.
Aferrados a las últimas palabras de Javier, como a las esquirlas de una
imagen acabada con parsimonia e intriga bien dosificadas y hecha añicos en los
últimos minutos de existencia, asistimos a un desbarranco que impacta en el
cuerpo. Quizás, finalmente, al margen de Machado y Sánchez-Mazas, de rojos y
fachas, de autor y protagonista, la más importante dualidad es la del personaje
cruzando la campiña francesa y el desasosiego angustiante que experimenta el
lector: Javier acaso pueda saldar íntimamente algo que la Historia no puede
reparar a sus muertos; mientras, somos lectores de un cuidado desfile del
olvido que depara a aquellos que suponen (y ya mudos ni piden) una
reformulación de la categoría de héroe.
En
la versión fílmica, el protagonista no es el narrador constante de su
peripecia, pero sí es idéntico como análogo al detective del policial negro
donde la investigación es un acecho de pistas en un trabajo de campo que lleva
a descubrir facetas más oscuras del mismo mundo en que se despertó la
incógnita. Quién perdonó y dejó ir a Sánchez-Mazas (como el enigma que cierra
una grieta en un mundo ideal) ya no importa cuando el único sobreviviente del
grupo de soldados que pelearon la batalla por esa república y cuanta otra se
cruzó en su destino, parece seguir vivo, a espaldas del país que defendió como
idea, sólo para recordar a los caídos en ese periplo y mantenerlos en vida con
lo que queda de la suya.
El
narrador de una historia de historias como duplicación de su autor abre un
juego donde se oscila entre la permanente sospecha de que somos víctimas de lo
que sugiere Roberto Bolaño (“La realidad siempre nos traiciona; lo mejor es no
darle tiempo y traicionarla antes a ella”) y la certeza del estatus de realidad
que tiene ese “relato real”, así enunciado como en un juego de cajas chinas o
metatextos concéntricos. El problema de la representación está jugado en tanto
el relato en gran parte depende de fuentes orales que apelan a una memoria
puesta en duda: “… lo que acaso me contarían que ocurrió no sería lo que de verdad
ocurrió, sino sólo lo que recordaran haber contado otras veces”.
La
versión de Trueba borra la duda entre documento íntegro de realidad y ficción
que la toma y adopta parcialmente con el énfasis puesto en el cambio de sexo
del personaje. Realza por otro lado la cuestión documental con los testimonios
de los actores y testigos. En ellos también vemos prueba suficiente para que el
señor director eche a su señora y contrate baratos pobladores locales que tan
bien (y gratis) hacen lo que a ella no le sale: tener la densidad que el tema
demanda en el momento en que reconoce la violencia sobre el viejo cuya imagen
se aleja tras el parabrisas del auto.
Volviendo
al libro, de esa reflexión extraída de los relatos de “los amigos del bosque” y
la extraña y por momentos disruptiva presencia de Bolaño y sus intervenciones,
es que recalamos en esta otra certeza que opera en la novela: la noción de
Historia como, en esencia, discurso; ficción decantada y consolidada con el
paso y peso de los años en base a una versión de hecho. La mediación del
lenguaje y la implícita codificación emergen como obstáculo que plantea el
problema de la representación en esas historias. El recuerdo acaso sea recuerdo
de discurso y no de hechos.
Por
otro lado, la relevancia y pertinencia de la Historia es embestida desde el
macro-retrato de Miralles que es la narración de novela y films enteros;
postergado hasta su descubrimiento último, como cifra de su invisibilidad, su
figura es la segunda contraparte que adopta la de Sánchez-Mazas.
La
primera estará constituida por Machado, muerto que Cercas (Lola y Javier)
piensa contraponer al falangista para rozar ese “secreto mucho más esencial”
(en que trata de metaforizar racionalmente el absurdo del fratricidio español
de la guerra civil). Pero el devenir de la investigación le deparará un
agenciamiento físico de esa violencia que ejerce una Historia que sepulta
historias: atravesado de muchos hilos simétricos, se observa que la historia de
Miralles morirá cuando no sea recordado, como el propio Miralles recuerda
porque nadie más recordaría a sus compañeros caídos, como el/la protagonista
sabe que su padre morirá cuando deje de recordarlo.
Si algo deja pasar la película es la duda de esa materialidad del discurso, en la forma tan ostensible y plena de citas, alusiones y motivos que la reiteran. Como se mencionó antes, la contraposición entre el personaje de ficción, encarnado por un actor reconocido, y los cuatro sujetos de la “historia real” son una especie de sinécdoque de la continuidad entre los dos planos, y simétricamente pueden pensarse como crítica a esa historia que, tomando un elemento verídico, engendra algo que puede no serlo. Terminaríamos de este modo pensando, con Bolaño o con la espontaneidad de Diego Luna, que puede haber más verdad en el artificio que en la dicha Historia.
Lola
y Javier llegan a la misma encrucijada, resuelta de modos distintos; la marea
imparable que embriaga al escritor es una angustia que la actriz ejecuta
insuficientemente, también causada por la banalidad en que recaen los textos.
Lola llora y jura que volverá para ser una imposible familia con Miralles y
contar su historia para no olvidarlo y que no sea olvidado; Javier se deshace
de alegría (esas alegrías violentas de cobrar la noción de estar vivo, que
suceden como un asalto del alma al alma, del alma al cuerpo, y se acompañan de
profuso llanto y páginas irrefrenables de palabras desesperadas por un sentido)
por Miralles, pero también por el soldado que siempre fue hacia adelante para
salvar un mundo que nunca se lo reconocerá, y en sus palabras se arrastra
condensado el peso de toda la historia sobre todos los hombres. La imagen sólo
suma lágrimas insuficientes y acaso diluye la oscuridad del silencio.
La
respuesta imposible a una pregunta que ya no tiene sentido (la pregunta que
presupone el género de investigación, la pregunta que nos llevó como peces
fáciles, espectadores policiales, hasta el final de la trama) es la misma:
nada. Nada pensó el miliciano que salvó la vida de Sánchez-Mazas, según
Miralles. La resolución del enigma lleva a entender que no hay respuesta que
repare un orden roto; la pregunta se formula sobre una tela de discurso (la de
la Historia) sin reverso que se lee única. Miralles es figura-síntoma de esa
falta: deuda de la Historia con las grandes masas anónimas, mudas, eclipsadas;
necesidad de replanteo del modo de circulación e intercambio de los discursos
que dan visibilidad y entidad a los sujetos agentes de los hechos, como
abolición de una crueldad despótica a fuerza de memoria.
En el centro de la eclosión de la estructura, Javier Cercas regresa de
su viaje pensando en rescatar a ese hombre para que no muera, ese héroe que lo
fue por no pensar serlo, por estar movido no se sabe por qué, mientras mira
desvanecer su imagen en el reflejo del vidrio y detrás, en medio de lo oscuro,
aparece un hombre minúsculo y anónimo peleando por una idea que sólo existe
porque pelea, entre la nada.
Merdre para todos. Ubu król (Ubu, the King). Dirección: Piotr Szulkin. Basada en Ubu rey (Ubu roi) de Alfred Jarry. Polonia, 2003. Guión: Piotr Szulkin. Elenco: Jan Peszek, Katarzyna Figura, Marek Siudym, Jerzy
Trela, Krzysztof Kowalewski, Zofia Saretok, Wojciech Siemion, Olgierd
Lukaszewicz, Bogdan Kalus, Marek Walczewski, Leon Niemczyk, Krystyna Feldman,
Maria Ciunelis, Maria Pakulnis, Marcin Tronski. Por Laura Valeria Cozzo: Licenciada y profesora en
Letras (UBA) y estudiante del Traductorado en francés (IES en Lenguas Vivas
J.R. Fernández).
“La
acción se sitúa en Polonia, es decir, en ninguna parte”, había escrito Alfred
Jarry en su hilarante Ubu roi. En ese
mismo suelo, pero en 2003, el director Piotr Szulkin hace resucitar a Ubu de
sus cenizas para presentar esta sátira que busca no solo reflejar la situación
política de su nación tras la disolución del bloque de países de Europa del
este sino presentar una reflexión sobre el uso y abuso del poder, donde una
niña juega la función del prólogo y los actores miran directamente a la cámara
como interpelando al espectador.
En
un coloquio compartido con Szulkin, Tadeusz
Soboleswsk afirma que una película es una parodia de conceptos
generales. Ubu roi es una parodia de Macbeth. Ubu król parece
intensificar el gesto que desnuda una lucha absurda entre ridículos personajes
que se disputan el poder, todos igualmente nefastos para el único perjudicado
que es el pueblo.
La
acción transcurre en un reino llamado Foland, donde un grotesco bufón llamado
Ubu cierto día, instigado por su extravagante esposa, Ubess, decide que reinar
está en su destino y que una corona y un trono son justamente lo que necesita.
Y porque querer es tener, Ubu matará a su soberano y usurpará el poder
impunemente.
En
esta tiranía, la del rey Venceslav, no hay libertad, ni igualdad, ni
fraternidad, pero lo peor es que no hay cerveza. Ubu arenga a los parroquianos
de una taberna: ¡la nación necesita mierda y cerveza! Hay que reunir mierda,
dejarla fermentar hasta que se vuelva gas, que se convierta en electricidad,
que devenga en gas y así obtener cerveza. “Tomemos nuestra mierda en nuestras
manos”, grita Ubu. Abatirá al tirano con la bomba de excremento de la justicia,
con "la campana de la libertad", tal como la llama Ubess.
Entonando
"Bandera roja" (la canción popular utilizada como himno por los
socialistas y especialmente por los comunistas italianos), los rebeldes luchan
contra la guardia del rey. Un grotesco enfrentamiento que recuerda a una
batalla campal en la aldea gala de Astérix y Obélix contra César se
desata. En el medio del fragor de la lucha, destacan un cantor vestido de
torero y unas bailarinas correteando entre los contendientes. El grotesco
combate termina con Ubu apoderándose de la corona. De allí en más se paseará
con ella, una sombrilla ridícula y una capita de armiño blanco.
Todos
parecen divertirse: la gente necesita la democracia para divertirse libremente.
Pero no hay libertad sin opresión, por eso Ubu se propone construir la mayor
prisión de Europa. ¿No son las prisiones el abono de la democracia? Asienten
los embajadores de EEUU y URSS, mientras su par francés grita: "¡Libertad,
igualdad, a la Bastilla!" y su colega alemana afirma que el
encarcelamiento y las cervecerías son el camino directo a la democracia.
Ubu,
el rey ciudadano, invita a sus súbditos: “¿te enmierdarías?” La mierda es un
derecho de todos: a eso le llamamos democracia. El dinero, en cambio, debe ser
todo para el tirano. Pero el país está arruinado y Ubu se deprime, sus palabras
siguen al famoso monólogo del príncipe Hamlet. Solución: conseguir dinero a
cualquier precio. Creación de impuestos, aceptación de sobornos, obtención de
privilegios. ¡Ahorcar a los nobles y confiscar sus bienes! ¡La nobleza y los
magistrados a un pozo negro que los transforme en mierda! ¿Cómo es posible que
lo justo sea mejor que lo injusto?, protesta Ubu. De la misma obra teatral surge
una Ofelia, que se pasea con sus flores, que canta la Marsellesa y que
finalmente, caído Ubu en desgracia, será coronada reina, una alteza que no
gobernará pues decreta la República. Mientras tanto, reunido el nuevo usurpado,
el Zar, reunido con los embajadores, propone una repartición del país entre las
potencias allí representadas, con la conformidad de la Iglesia.
Vencidos,
Ubu y Ubess llegan a París y preguntan si hay algún castillo por allí. Con su
disfraz de jefe de Estado hecho jirones, Ubu mira al público, sonríe, canta,
baila y le dice: soy tu reflejo exacto. Con una visión satírica de la
civilización, Szulkin pone en ridículo todas nuestras hipocondrías: el poder
corrompe y, perspectiva tentadora, ante él somos todos Ubu.
Crimen
en el cuartel. Bajo Bandera.
Dirección: Juan José Jusid. Inspirada en la novela homónima de Guillermo
Saccomanno. Argentina, 1997. Guión: Juan José Jusid y Guillermo Saccomanno.
Elenco: Federico Luppi, Betiana Blum, Andrea Tenuta, Miguel Angel Solá, Andrea
Pietra, Mónica Galán, Omero Antonutti, Daniele Liotti, Carlos Santamaría,
Alessandra Acciai, Walter Balzarini, Rolly Serrano, Juan Andrés Bracelli,
Ariel Casas. Por Estefanía Di Meglio: Estudiante de Letras (Universidad
Nacional de Mar del Plata).
Llevada
a la pantalla grande en 1997, la versión fílmica de Bajo bandera dirigida por Juan José Jusid se vertebra sobre ciertos
núcleos de la novela homónima del argentino Guillermo Saccomanno. El propio
escritor es el guionista de este film premiado en el Festival Internacional de
Cine de Cartagena.
Es
el año 1969 y rige la dictadura de Onganía en el país. En un cuartel del sur
una generación de conscriptos cumple con el servicio militar, bajo las órdenes,
reglas y rutinas impuestas por la institución y también expuestos a las
humillaciones por parte de sus superiores. La focalización es operada desde la
óptica del Mayor Molina (Miguel Ángel Solá), quien arriba a la dependencia a
los fines de investigar y resolver la misteriosa muerte de uno de los reclutas,
apodado Lito (Juan Andrés Bracelli). La familia de la víctima, su padre y su
hermana Nora (Andrea Pietra), viajan al mismo destino con el objeto de
esclarecer el hecho, pero su presencia no es bien recibida en el regimiento y
sus ruegos son desatendidos. Como para no hacer caso omiso al cliché de la
víctima que se enamora de su protector, del justiciero que ocupa un lugar
protagónico, entre Nora y Molina existe una tensión que anuncia un inminente
romance, pero que al final no se concretará.
En el escenario de las duras condiciones climáticas, el Mayor emprende su investigación, para lo cual dialoga con los integrantes del sistema, desde el Coronel Hellman (Federico Luppi) hasta los compañeros de conscripción del fallecido. La vida en el regimiento queda esbozada a partir de las escenas que muestran a los soldados en convivencia. Para ello, la película retoma ciertas acciones y diálogos del texto literario, como el aleccionamiento frente al pelotón de un recluta acusado de robar a otro, el castigo de algunos de los conscriptos confinados al calabozo o ciertas libertades, como las huidas al prostíbulo de Bonavena (Betiana Blum).
La
integridad y la rectitud caracterizan en todo momento el accionar de Molina,
aunque eventualmente deba ocultarse de quienes intentan poner escollos a su
investigación. Primero intuye y luego efectivamente descubre mentiras,
irregularidades, ocultamientos y corrupción. El personaje de Rosenberg,
interpretado por Nicolás Scarpino, significa un hallazgo, tanto para el
director, fuera de la ficción, como para Molina, dentro de ella. En el primer
caso, se trata de que el actor logra interpretar de manera contundente el papel
del homosexual, evitando caer en actitudes estereotipadas. En el segundo, la
clave está en que este personaje, en medio de un partido de ajedrez, le aporta
a Molina un dato crucial para su investigación, instándolo a que revise el
libro de imaginarias de la noche en que fue muerto Lito. A partir de descubrir
que la hoja correspondiente a ese día fue arrancada del cuaderno de registros,
comienza a confirmarse la hipótesis de un asesinato en detrimento de las
versiones esgrimidas por los oficiales del destacamento. Simultáneamente a la
investigación de Molina, la historia de Lito se nos da a conocer discursiva y
visualmente por medio flashbacks que
recrean su vida en el cuartel hasta el momento de su muerte en el mismo lugar.
A partir de ellos se presenta ante el espectador un personaje que responde al
estereotipo del creyente bueno y sumiso, que acepta las humillaciones con
resignación. Pero no es sino la confesión del colimba Repetto (Daniele Liotti)
que le da trazos definidos al caso. Muy diferente del personaje novelesco,
seguro y confiado, que se lleva el mundo por delante, el actor, sumiso y
amedrentado, le revela a Molina haber drogado a Lito el día que le correspondía
la imaginaria. En consecuencia, éste no pudo mantener la vigilia durante su
guardia, lo que le depara un destino aciago. El motivo de la acción de Repetto
halla su origen en que su compañero conocía, por haberlos visto en diferentes
oportunidades, el romance entre él y Victoria (Alessandra Acciai), la esposa
del capitán Roca (Carlos Santamaría). La falla de Lito será cobrada con una
golpiza que lo entregará a la muerte. Pero tan aberrante como esto es el que el
brutal asesinato sea ocultado por los militares responsables.
Es interesante notar que en la película aparecen nuevos personajes, y que muchos de los nombres comunes a ambas textualidades se ven investidos de diferentes roles y con historias diversas en uno y otro texto. Tan es así que en la novela no se registra la muerte de ningún colimba en la guarnición. Cierto es que en las versiones fílmicas de los textos literarios, por motivos pragmáticos atinentes al tiempo de su duración, se hace necesario suprimir historias y personajes. Pero en este caso particular, el centrarse en este tema del conscripto asesinado responde también a motivos de direccionar el foco hacia la denuncia de ciertos acontecimientos acaecidos en dependencias de la institución militar. En este sentido, el cuartel de la novela funciona casi sólo como pretexto para el desarrollo de la historia que el film tiene interés en narrar. Por la misma razón, en cuanto a la gama de opciones que ofrecen las transposiciones, bien podría decirse que éste se halla inspirado en el texto literario. A este respecto cabe destacar que entre el año del contexto de producción de la novela y el de la película media un hecho que atiene a la institución castrense. Se trata de la muerte del conscripto Omar Carrasco, por la cual se suprimió el carácter obligatorio del servicio militar en Argentina. La película de Jusid puede estar influenciada por este hecho, en el sentido de que parece ser crucial el caso Carrasco para la elección de la trama. El film intenta exhibir la corrupción, el silencio y los encubrimientos. No obstante, a pesar de la circunscripción al caso del soldado asesinado, la crítica y la denuncia pueden extenderse a un contexto más amplio: tanto por medio de la trama como del discurso de los personajes, específicamente de los familiares de la víctima, se actualiza el cuestionamiento de la justicia en este país, de su existencia o no. La crítica y la denuncia bien pueden ser los gestos en los que se hallan cifrados ambos objetos semióticos.
Unamuno
en clave de ficción y realidad. Niebla.
Dirección: Fernando Méndez-Leite. Basada en la novela homónima de Miguel de
Unamuno. España, 1976. Guión: Luis Ariño y Manolo Marinero. Elenco: Luis Prendes, Mónica Randall,
Gerardo Malla, Pilar Bayona, Daniel Martín, Rafael L. Somoza, Miguel A. Rellán,
Camino Delgado, Félix Rotaeta, Concha Leza, Paloma Pages, José Manuel Cervino,
Vicente Cuesta, Asunción Molero. Por Inés Fioriti: Estudiante de Letras
(Universidad Nacional de Mar del Plata).
Novela
en apariencia inadaptable, Niebla de
Miguel de Unamuno se convierte en obra cinematográfica en 1976 cuando Fernando
Méndez Leite realiza la primera adaptación para la serie televisiva de TVE “Los
libros”. En una inicial aproximación al texto fílmico es posible observar que
el hilo argumental es retomado: Augusto conoce a Eugenia, se enamora, paga la
hipoteca de la casa, ella acepta casarse con el protagonista, pero se
arrepiente y huye con Mauricio el día antes del casamiento. Ahora bien, la
particularidad de la nivola unamuniana, como se define en la portada del
libro, es que marca una ruptura
respecto a las poéticas realistas precedentes por la experimentación de
técnicas narrativas. Las venturas o desventuras de Augusto Pérez se convierten
en un mero pretexto para instalar la reflexión ontológica que deriva en la
creación de un nuevo género en el que interactúan dos planos, a simple vista
irreductibles, ficción y realidad. La pregunta por el ser y la existencia
recorre toda la novela confundiendo estos dos niveles donde las categorías de
autor y personaje se desdibujan. Entonces una pregunta se torna ineludible:
¿cómo se transpone la dimensión metaficcional del texto literario en el texto
fílmico de Fernando Méndez Leite?
Si
en el texto de Unamuno se cuestiona la existencia de Augusto Pérez no sólo en
las conversaciones que mantienen los personajes sino también en las distintas
afirmaciones o negaciones de los paratextos, en el film se da una vuelta de
tuerca al asunto. Así cuando el escritor, ahora personaje de la película, sale
a la calle, se cruza con un hombre que cree reconocer como el protagonista de
su novela. El desconcierto que le genera la no identificación del hombre
perturba a Unamuno. Es a partir de esta escena en donde se quiebra la lógica
que permite identificar con claridad los límites entre ficción y realidad. Este
episodio cobra una importancia singular ya que ciertos críticos consideran que
constituye un homenaje a Vértigo
(1958) de Alfred Hitchcock.
Una
vez vuelto a su casa, Unamuno abre su libro y comienza la historia de Augusto
Pérez. Se podría sostener que, a partir de esta escena, la versión de Méndez
Leite retoma el texto escrito al pie de la letra, sin grandes modificaciones.
Sin embargo, la inclusión de un nuevo personaje se torna fundamental para jugar
con la autoría de los textos. En la figura de Víctor Goti se advierte un
desplazamiento de posición: de amigo de Augusto Pérez (hay una escena en la que
ambos juegan al ajedrez) a creador y autor de la historia del protagonista. El
movimiento de la cámara, que se dirige desde la figura de Augusto en el balcón
hasta dos hombres que caminan en la calle conversando, hace posible el cambio.
Uno de ellos es Víctor, el otro es el nuevo personaje. En esta escena hay un
cambio significativo con respecto a la novela ya que la leyenda del fogueteiro
es contada, no por Augusto, sino por el nuevo personaje. Casi a la manera de
una payada, se turnan para narrar su historia. De este modo, Víctor se
constituye como autor. A medida que la va relatando, asigna las características
de los integrantes. Sostiene, por ejemplo, “a este vamos a darle el papel… el
papel del vago”. La idea de Víctor como creador de la historia se sostiene
mediante la técnica de la voz “over” ya que mientras las imágenes muestran a
Augusto y demás, la voz que relata es la de Goti que se diluye hasta que los
personajes de su narración ocupan el lugar central. De este modo las palabras
del relator quedan excluidas de manera radical, pertenecientes a otro orden de
realidad.
Si
hasta el momento la voz narradora estaba asumida por Víctor, es significativo
el cambio hacia el final ya que es Unamuno quien se encarga de contar el resto.
Don Miguel aparece una vez más en su escritorio escribiendo, lo que aparenta
ser la historia de Augusto.
Luego
del encuentro entre Unamuno y Pérez, la cámara enfoca al libro Niebla cerrado,
lo cual parece indicar el fin de la historia de Pérez. El film se constituye en
un tiempo cíclico: Unamuno toma su libro y comienza la película y termina
cuando este libro es cerrado, incluso se podría pensar que el film dura lo que
dura la lectura de la novela.
Justamente
aquí es donde se percibe esta confusión de autorías. Teniendo en cuenta
créditos, didascalias, imágenes, argumento, ¿quién es el autor, creador,
inventor de la historia de Augusto Pérez?, ¿Víctor Goti, Miguel de Unamuno,
Fernando Méndez- Leite? La dimensión autorreferencial se instala así en el film
quebrando la lógica en la cual es posible distinguir los sujetos de realidad de
los entes de ficción.
A
partir de sus propios procedimientos y técnicas, el film logra desdibujar, al
igual que en la novela, las categorías de ficción y realidad, creando así un
texto nuevo y autónomo. Los límites se borran y la película focaliza en la
mezcla de estos dos niveles a partir de la incorporación de Unamuno como
personaje y en la “disputa” generada entre los distintos autores de la
historia. Tal vez el director hubiera podido redoblar la apuesta si él mismo se
hubiera incluido como personaje de su texto.
Los desiertos y esquifes de Christophe Honoré y de
Georges Bataille. Relaciones prohibidas
(Ma mère). Dirección: Christophe Honoré. Francia, 2004. Basada en la novela
homónima de Georges Bataille. Guión: Christophe Honoré.
Elenco: Isabelle Huppert, Louis Garrel, Emma de Caunes, Joana Preiss,
Jean-Baptiste Montagut, Dominique Reymond, Olivier Rabourdin, Philippe Ducloss.
Por Pablo
García Arias : Doctorando en Filosofía y Letras (UCA), Magíster en
Literatura (Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá, Colombia).
“La libertad no es nada si no es la libertad de vivir al
borde de los límites, donde toda comprensión se descompone”. Georges Bataille.
“Pasiones, apetitos, vicios, lo que tuerza la verdad, son
los resortes de la inteligencia”. Nicolás Gómez Dávila.
Hijo
espurio del realismo de Jean Renoir y de la Nouvelle
Vague, Honoré es de esos casos esporádicos (como François Ozon, Tony Gatlif
o Philippe Garrel, cada uno a su modo) que reaparece precariamente en la
duración cinematográfica para rehacer el paisaje de los encuadres y los modos de
expresión de las imágenes-tiempo y sus signos. Arrojado a la cámara gracias
también a los Cahiers du Cinéma, como
un Godard, como un Jacques Rivette, el director de Les Chansons d’amour (2007) ha
logrado hacer de temas imprecisos (los VIHs, las múltiples homosexualidades,
las diversas subyacentes del tiempo), la solidez en la materia de su Evolución creadora. Esta alusión a Henri
Bergson no es gratuita. Christophe Honoré se alimenta del filósofo de La risa a través singularmente de
Georges Bataille, y tal serie de diálogos ópticos es la que deseamos mostrar.
Nacido
en una comuna del departamento de Le
Finistère, crítico mordaz de las buenas intenciones del ser humano, Honoré
pregunta en sus raíces qué es eso que llamamos naturaleza del hombre, y
encuentra en el filósofo del élan vital
una respuesta inconclusa: se trata solo de un sombrer o zozobrar imperfecto, plural y ondulante, que vale mucho
por sus implicaciones y nada en tanto que conciencia trascendental. Después de
una incursión en el teatro (Les Débutantes
– 1998-), nuestro director continúa la línea de pensamiento quebrada que va
de Eurípides a Victor Hugo. Un cortometraje titulado Nous deux (2001) forja su cota en el llamado séptimo arte, y desde
entonces su medievalística anacrónica no cesará de crecer. En efecto Christophe
Honoré se ha encantado por la oscuridad del medioevo, por sus aquelarres, por
sus noches de Walpurgis. Es en
Georges Bataille en quien encontrará su consumación.
Los años: 2003-2004. Honoré a leído una novela
póstuma del escritor de L’expérience
intérieure, titulada simplemente “Mi madre”, Ma Mère, novela redactada por el bibliotecario del deseo y del
silencio en 1962, pero sólo dada a la luz en 1966, incompleta e
irrepresentable. Lo que Christophe Honoré encuentra en Georges Bataille no es
al renombrado creador de “la trasgresión” como concepto, sino al acompañante de
Léon Chestov, y traductor conjunto de su L'Idée de bien chez Tolstoï et Nietzsche. Alimentándose de letras rusas y griegas, Bataille descubrió también, a través de Bergson, a Spinoza y Kant: excelente filtro móvil que no permitió al bibliotecario de Billom malinterpretar al primero ni creerle ciegamente al segundo. Gracias a Bergson, Bataille aprende a desconfiar de las constantes científicas y psicológicas, y a hacer de su vida un profundo sistema temporal de variación perenne.
Ma Mère, de Georges Bataille, cuenta la historia de un
muchacho de diecisiete años, Pierre, cuya honda tradición moral se ve disuelta
al encuentro con una madre que creía conocer y que sin embargo se le presenta a
modo de misterio. El hijo testimonia cómo, después de una infancia de claustro
espiritual, fue, súbitamente, iniciado en la exhibición e interacción libidinal
pública por su madre. Penetrando gracias a ella en diversas orgías y en los
urbanos desenfrenos, descubre el mythos
de una degeneración donde se mezclan la ansiedad, la timidez, el
exhibicionismo, el ardor y el acatamiento. Acatamiento a esta mujer, la madre,
que supo deshojar sus tendencias hasta la transparente y cegadora desnudez que,
habiendo penetrado el Ano solar del
vértigo, arrastra a su hijo hasta la estocada que ella se da.
En
la novela, si hay algún sentido, es aquel de gastar la vida y el cuerpo en
lugar de desgastarlos ahorrándolos. Los personajes sólo se caracterizan por su
derroche pulsional. Su identidad ahorrativa se pierde por completo. No se les
encuentra ni siquiera en la economía de la seducción y las representaciones del
erotismo, sino en su comercio in situ,
tráfico de hallazgos y de muestras. La novela de iniciación exuberante es el
crédito de una madre a su hijo/amante, rebelándole de manera lúcida el sentido
de la economía libidinal. El deseo destroza el concepto plañidero de la muerte,
pues la muerte aquí no es una elegía sino un coito incomunicable. El término de
moral no se aplica a los personajes. La historia es vista a través del ojo de
uno de ellos, Pierre, que, sin llegar a ser siquiera inmoral, alcanza un
sentido extramoral solamente atisbado por Tolstoï/Nietzsche.
Christophe
Honoré no lleva a la pantalla la novela de Bataille, sino que comparte con él
la misma obsesión, la misma fascinación, que el uno planteó en letras y el otro
en imágenes del cinematógrafo. Con la impecable alianza de Isabelle Huppert,
Louis Garrel, Emma de Caunes y Joana Preiss, el director francés produce un
filme donde las escenas más poderosamente sexuales son las de los desiertos
silenciosos de las costas de las islas Canarias. Arenas surcadas por las líneas
del viento que trazan dibujos
insoportables para la conciencia y la comprensión.
Bajo
la desafortunada traducción de “Relaciones Prohibidas”, Ma
mère es un esquife en el que la barca de Honoré atraviesa las aguas del
tiempo y arriba a las pavorosas y zigzagueantes arenas movedizas de Georges
Bataille, encontrándose con frondosos paisajes que no cesan de nutrir las
inquietudes más oscuras de la inteligencia y de la sensibilidad.
Los caballeros de la mesa cuadrada (Monty Python
and the Holy Grail). Dirección: Terry Gilliam y Terry Jones. Basada en La muerte del rey Arturo, de Thomas
Malory. Reino Unido, 1974. Guión: Graham Chapman, John Cleese, Michael Palin,
Terry Jones, Terry Gilliam, Eric Idle. Elenco: Graham Chapman, John
Cleese, Michael Palin, Terry Jones, Terry Gilliam, Eric Idle. Carol Cleveland, Connie Booth, Neil Innes, Bee Duffell.
Por
Luis Ángel Gonzo: estudiante de Letras (Universidad de Buenos Aires).
Monty Python and the Holy Grail fue rodada en el Reino Unido y estrenada en 1974.
Por obra y gracia de la innegable creatividad de la que históricamente hacen
gala los traductores hispanos de la industria cinematográfica, en Argentina se
llama Los caballeros de la mesa cuadrada (¿?);
y, en España, Los caballeros de la mesa
cuadrada y sus locos seguidores (¡!). La película, basada libremente en la
leyenda artúrica, narra las aventuras del rey de Britania y sus caballeros en la
búsqueda de ese recipiente místico llamado Grial. Como obra del grupo de
humoristas ingleses, no se trata de una “versión” de la leyenda, sino más bien
de una sátira de todo intento de recreación; realizada mediante una estética
que sin problemas podría llamarse barroca: que exhibe y dilapida sus recursos,
que es un ejercicio intelectual y humorístico, que tensa y escapa por la
tangente de los posibles parámetros de verosimilitud; explota el potencial
cómico del anacronismo, la saturación, y experimenta y pone en juego un amplio
abanico de registros y formatos de la imagen.
Así,
la película arranca con un caballero que anda simulando cabalgar pero sin
caballo, que va como a los saltos, acompañado por un escudero que reproduce el
sonido de la cabalgata a través del constante choque de cocos que ambienta la
acción. Es el rey Arturo. Va hacia un castillo. Se anuncia. Se supone que
deberían abrirle, y se supone bien: es el rey Arturo.
Pero
lo supuesto y sus expectativas están en la sátira sólo a condición de ser
defraudados: quien lo recibe no le cree y lo pone a prueba. Sobreviene un
diálogo absurdo en torno al origen de los cocos que hacen el ruido de los
caballos ausentes: el gran caballero es interrogado sobre un detalle que,
además de autorreferencial en relación a la ficción, a priori no tiene
relevancia a efectos de su ingreso al castillo. Se va. Llegando a otro destino
interpela a un campesino. Lo confunde: desde atrás piensa que es una anciana.
El campesino lo corrige. El rey se disculpa. El campesino le dice que no se
crea más que él. El rey dice que es rey. El campesino le pregunta cómo es que
llegó a ser rey, y le pregunta no por conseguir una respuesta sino por comenzar
una proclama en nombre de la lucha de clases y la democracia, contra el feudalismo
y las diferencias económicas y sociales que las monarquías perpetúan. En el
medio aparece la mujer del campesino, que no conoce al rey, ni lo reconoce como
tal. Y cuando, a su vez, el rey cuenta cómo fue elegido y narra la obtención de
su espada y su poder en la ceremonia de la dama del lago, el campesino vuelve a
la carga con que cómo es posible que ostente el poder ejecutivo sin haber
tenido el respaldo de las masas. Como puede observarse, los diálogos de ambas
escenas operan por digresiones y difuminación: cualquier motivo pronunciado en
ellos puede reventar como esas bombitas que sueltan incontables esquirlas. Son
todo lo contrario a los diálogos que presentan los textos de la época:
protocolares, ceremoniales, formulaicos. En ese punto, como la mayoría de los
recursos que aparecen en la película, los diálogos funcionan a través de lo que
hacen posible: los anacronismos, la autorreferencialidad de la representación,
la apertura y la desestabilización de la diégesis; son, en suma, vehículos de
la sátira y el humor.
Por
otra parte, el film abarca muchos de los diferentes aspectos que suelen
componer las “versiones” de una historia, y pone en juego los distintos
formatos de la imagen cinematográfica en el abordaje y la reelaboración. Juega,
así, con las posibilidades genéricas: hay una escena musical; se muestra el
rodaje de un documental: aparece “un historiador famoso”; hay escenas animadas:
los monstruos aparecen de esta forma, dibujados. También juega con la base
literaria de la película: se muestra “el libro de la película”, y se hacen
actos de lecturas secundados por ilustraciones y sonidos satíricos. Estas
formas de la narración aparecen en el marco experimental que plantea la
película: se trata de universos permeables, sus fronteras son porosas, y sus
límites se disuelven en pos de la acción. Aparecen así tanto escenificaciones
del “detrás de escena” de lo narrado (dibujantes de la animación; asistentes
del documental; maquetas del castillo de Camelot de la narración principal)
como confluencias temporales que dan cierta pauta de lo que la película supone
en relación a la reconstrucción del pasado: el historiador, en plena
explicación de la historia artúrica, es degollado por un caballero que pasa al
galope.
Es en ese tono (que suspende desenlaces inminentes con anuncios de
intermedios; que corta abruptamente algunas acciones y las conecta con otras
según una lógica a la vez arbitraria y rigurosa) que transcurren las diversas
historias: la del rey Arturo, que nunca puede comunicarse con sus interlocutores,
que lo desconocen o lo desafían hasta el absurdo, como el caballero negro, que
mutilado y todo sigue acusándolo de cobarde e incitándolo a la lucha; la de
Galahad “el casto”, que ingresa en un castillo habitado únicamente por mujeres
amantes del sadomasoquismo; la de Robin “el valeroso”, cuya falta de coraje es
continuamente entonada por el juglar que lo acompaña; la de Lancelot, que está
agotado de retórica y necesita que su escudero le complete las frases; la del
conejo carnívoro que protege la cueva donde se esconde un tesoro –entre otras.
Lo
que
fluye con el oro negro. Petróleo Sangriento (There Will Be Blood). Dirección: Paul Thomas Anderson. Basada en
la novela ¡Petróleo! de Upton Sinclair. EE UU, 2007. Guión: Paul Thomas Anderson. Elenco: Daniel
Day-Lewis, Paul Dano, Kevin J. O'Connor, Ciarán Hinds,
Russell Harvard, Dillon Freasier, Sydney McCallister, David Willis, David
Warshofsky, Colton Woodward, Colleen Foy. Por
Guillermina Walas. Doctora en
Filosofía y Letras Hispánicas por la Universidad de Pittsburgh, EEUU. Se ha
desempeñado como profesora de español,
literatura y cultura hispanoamericana en la universidad de Eastern
Washington y de Wisconsin en Madison. Trabaja actualmente como
investigadora-académica independiente en Estados Unidos.
La
creciente dependencia de la humanidad en los combustibles fósiles y la
consecuente crisis energética cada vez más visible a nivel global no podría,
aunque quisiera, escapar de Hollywood que sabe sacar provecho y hacer brotar
dólares como oro negro a borbotones hasta de las más duras piedras y álgidos
asuntos. En efecto, con Petróleo Sangriento (2007) Paul Thomas Anderson se
vale de la vigencia del tema, retrotrayéndose a los años pioneros de la
industria, para hacer de ello un hit fílmico, sin dejar de darle un fuerte
perfil crítico a la cuestión. Aunque el film no habla de la crisis, a través de
la línea biográfica-argumental que se remonta a principios del siglo XX, se
implica hasta qué grado la promesa de prosperidad en base a la explotación
ilimitada e indiscriminada de recursos naturales lleva a la construcción del
fetiche consumista paralelo a la debacle de los valores humanos. Nominada para ocho estatuillas del famoso
Oscar, la película obtuvo la de “mejor cinematografía” por el trabajo de Robert
Elswit, y la de “mejor actor en rol
protagónico” para Daniel Day-Lewis por su encarnación del enigmático, ambicioso
y finalmente satánico, Daniel Plainview.
El
éxito no brota aquí de la nada y como
suele suceder muchas veces con el cine, gran parte del mérito lo tiene la
literatura. El director y también guionista, Paul Thomas Anderson, reconoció la
base argumental de su película en la novela ¡Petróleo! (1927) del polémico
Upton Sinclair (1878-1968), escritor y político socialista-utópico
estadounidense. Varias veces infructuoso candidato a senador y una
a gobernador por el estado de California, feroz defensor de los derechos de
trabajadores que sobre todo en ese momento clave de principios de siglo eran
desplazados ante el avance técnico-industrial, Sinclair tuvo mucho más éxito
haciendo política desde la literatura que en la arena electoral propiamente
dicha: su novela-exposé La Jungla (1906) en la que
describe las terribles condiciones de trabajo en los frigoríficos de Chicago,
no sólo se convirtió rápidamente en best
seller, sino que además derivó en el trazado e implementación de
importantes reformas sanitarias y laborales como la “Ley de Inspección de la
Carne” y la “Ley de Drogas y Comida
Pura”. La trascendencia política de la novela fue tal que hasta el propio
Theodore Roosevelt, entonces presidente de Estados Unidos, hizo declaraciones
sobre la misma. La fascinación crítica de Sinclair con la industrialización y
sus consecuencias sociales, sobre todo para los estratos más vulnerables
(inmigrantes, obreros, pequeños granjeros, mujeres y niños trabajadores, etc.)
es también aparente en otros de sus escritos como La república industrial (1907), La
Metrópolis (1908) Rey Carbón (1917), Pequeño Acero (1938), entre otras. ¡Petróleo! entra en esta serie reflexionando magistralmente
sobre la erosión del movimiento obrero tradicional en un mundo regido por una
nueva lógica de consumo y de producción de recursos. Nótese por ejemplo que una
vez establecido el pozo, la extracción de hidrocarburos no requiere la misma
fuerza laboral que el carbón que dominó los procesos de industrialización hasta
el advenimiento del petróleo: este “detalle” y su impacto aparece tratado con
toda lucidez por Sinclair desde la ficción.
Sin
embargo, cabe remarcar que como bien se hace explícito desde lo títulos de la
película y en las declaraciones de Anderson para varios medios, la novela es
solamente el disparador, el puntapié inicial al argumento fílmico o la
inspiración del mismo: ¡Petróleo! provee un paisaje dado
desde la mirada de H.W., el supuesto hijo de Daniel Plainview, ya próspero e
influyente petrolero. La novela, así narrada desde este testigo-participante
(como beneficiario, en parte, de la nueva riqueza) pone de manifiesto los
cambios radicales dados por la creación de este nuevo mundo que gira en torno
al automóvil y al precioso líquido que lo alimenta, sirve a la construcción de
carreteras para su mejor circulación, como si fuera él más trascendente que los
sujetos que lleva adentro, y así modifica con nuevas reglas, parámetros
culturales y actores todo el paisaje social, en su versión rural tanto como
urbana. El texto explora además, casi adelantándose desde la ficción a las
teorías de Benjamin y de Adorno, los cambios dados en la industria cultural al
mostrar la conexión entre la reproducción mecánica basada en energía petrolera
y las formas contemporáneas dadas por los medios masivos, la imprenta, la radio
y el cine principalmente.
Aunque
Petróleo
Sangriento presenta varios de estos puntos, auto-referencialmente
incluso en lo que hace a la historia del cine, lo hace sólo periféricamente
para poner el foco de atención en lo que le ocurre al sujeto, ese hombre que a
medida que aumenta en riqueza por el éxito de los pozos petroleros que supo
montar, proporcionalmente cae en su humanidad, en su capacidad de sentir e
interrelacionarse con sus semejantes, hasta perder lazos esenciales con el
mundo sensible y él mismo determinar su fin. De hecho, la presencia del hijo,
adoptivo o no, es instrumental en el film para mostrar esta pérdida y decadencia
que permitiría ver el argumento como una especie de bildüngsroman revertido en el que más que hacerse o formarse un
hombre− en este caso desde jovencísimo aventurero del que no se llega a
dilucidar bien por qué está solo con un niño,
a adulto rico e irremediablemente agriado, todavía más solo puesto que
hasta de su único socio (el hijo adoptivo), como de sí mismo, ha hecho un
extraño −, a medida que el protagonista
crece en su oficio, prosperidad y aparente madurez, lo que ocurre es su
denigración, aislamiento y transformación en ser infrahumano, insensible,
desapegado, cruel.
Cabe
destacar aquí que hay un ingrediente clave en la película que es, por el
contrario, marginal en la novela.
Enlazado con la sed de la riqueza petrolera, este componente produce una pareja de éxito taquillero en la
adaptación argumental de Anderson, reforzada también por la actuación magistral
por partida doble de Paul Dano como los gemelos Sunday: el endiosamiento del
petróleo sumado al extremo fervor religioso de ciertos grupos evangélicos (tal
vez inspirado en aspectos de la biografía de Upton Sinclair más que en el
argumento de su ¡Petróleo!), lindante
con la superstición y un ciego sectarismo, de la cultura del sur de Estados
Unidos, da la combinación exacta y explosiva para una historia que además de
capturar a la audiencia, pinta con agudeza clínica una época de expansión y
movilidad, pero también de brutales cambios, capitalismo y especulación
inmoral, incertidumbre y, lo que es más, los abusos y ambiciones de un sistema
mortal para quienes actúan con ignorancia y credulidad.
Un
perro flotando en una balsa. Dormir al sol. Dirección: Alejandro
Chomsky. Argentina, 2010. Basada en la novela homónima de Adolfo Bioy Casares.
Guión: Alejandro Chomsky. Elenco: Luis Machín, Carlos Belloso, Florencia Peña,
Esther Goris, Enrique Piñeyro, Norma Argentina, Fabio Carrera, Vilma Ferran,
Héctor Díaz, Mercedes Scapola Morán, Mariana Chaud y Eduardo Wigutow. Por
Martín Gonzalo Zapico: Estudiante de Letras (Universidad de Mar del Plata).
"Yo,
entre mis libros, prefiero Dormir al sol, porque de algún modo siento que eso
me representa de un modo más auténtico, porque La invención de Morel y El sueño
de los héroes son bastante trágicos, y yo si bien tengo una mente pesimista...
tengo un temperamento más bien optimista y despreocupado". A.B.C.
Lucio
Bordenave (Luis Machín), ex empleado de Banco, ahora relojero, lleva una
apacible y parsimoniosa existencia de
casado en un pequeño barrio porteño, Parque Chas, en la ciudad de Buenos Aires.
El barrio está apartado de todo, no tiene esquinas y está compuesto sólo por
calles circulares. Los habitantes del barrio viven sus vidas sin casi salir al
mundo exterior. Esta sensación, que se adivina en el libro, cobra fuerza en
imágenes en las primeras escenas. Las presentaciones continúan, como en una
novela realista, con sencillez. La idea de micro-cosmos en esas calles
circulares de siente bien patente en una división entre el adentro y el afuera,
del barrio, de la casa, de los personajes mismos; que juegan constantemente
entre el ser y parecer.
Esposo
de Diana (interpretada por Esther Goris) conforman un matrimonio de lo que se
llama tradicionalmente la clase media “obrera” o “trabajadora”. Viven sin pasar
penas y sin grandes lujos, en una monotonía como la de las agujas del reloj,
como vaivén de vida que no tiene principio ni fin. Él ejerce su oficio con los
mismos parámetros que maneja su vida,
empleando los mismos instrumentos que utiliza en su trabajo, por lo que espera
que esa angustia de no ser madre sea superada por su esposa sin mayores complicaciones,
para completar un engranaje regular en el cual están la vida social y la
privada, en un equilibrio que se advierte en los primeros párrafos del texto,
donde no se adivina para nada lo que está por venir. Esa misma calma inicial se
logra en la película a partir de la presentación de los espacios, armónicos,
ordenados, con tonalidades más bien sobrias, acordes al estilo de vida de los
habitantes.
Lejos
de mostrársenos una crisis familiar, algunos actos pequeños de Diana darán
cuenta de cómo su situación la afecta y llevarán, aconsejado por un entrenador
de perros amigo de la familia, a la internación de la esposa en un instituto
Frenopático. Un hecho tan sorpresivo que nos hará reflexionar, a los lectores
del libro, sobre como Bioy Casares construye un diálogo tan fluido y natural,
argumentos casi discretos, que hacen de esa internación algo tan mundano como
el desayuno. El mismo Lucho se lamenta en el libro “No puedo creer que haya
dejado ir a Diana, debo ir ya a sacarla”.
A partir de este quiebre repentino, incurren en la historia una serie
de hechos desconcertantes y Lucho entra a navegar en un mar turbio lleno de
elementos impredecibles. La sorpresa a veces, la constante intriga de ese
narrador que sabe tan poco, tan poco, que nos hace perfilar ya en nuestra
cabeza esas imágenes fugaces de posibles respuestas, que no se definen nunca.
La misteriosa aparición de su cuñada Adriana María (Florencia Peña), quien
intenta seducirlo mientras su hermana está ausente; las entrevistas que
mantiene con el muy carismático y comprador Samaniego (Carlos Belloso),
director del Instituto Frenopático de salud, para recuperar a su mujer
internada, llegando casi a la violencia; los perros que atraviesan
constantemente la película y la novela como queriendo decir algo, idea que
empieza a cobrar significado con la aparición simultánea de una perra
también llamada Diana, y la progresiva
e inevitable toma de conciencia de Lucio de que en torno a él, “se está
produciendo un misterioso tráfico de almas y cuerpos…”. Todo en el marco de una
cotidianeidad que parece asfixiante, donde todas las acciones terminan ahogadas
a la hora de dormir, o la cena, momentos que dan estructura temporal al relato.
Escenas
donde convergen de manera determinante maneras de entender el mundo. El
narrador, Lucho, Diana, por ejemplo, al discutir sobre la posibilidad de tener
un perro. Estas escenas en apariencia insignificantes dan pie a una de las
imágenes más conocidas del libro “-¿Y por último dio con el procedimiento
adecuado? -pregunté. -Desde luego. Sin preguntar a nadie, casi le diré por
instinto. Imagino un perro, durmiendo al sol, en una balsa que navega
lenta-mente aguas abajo, por un río ancho y tranquilo. -¿Y entonces? -Entonces
-contestó- imagino que soy ese perro y me duermo. -¿Que usted es el perro?”
Toda esta intriga, todas las hipótesis, todo lo
extraño que se confunde con lo maravilloso y la posibilidad, siempre presente,
de que haya una explicación totalmente lógica que haga quedar en ridículo toda
la trama maquinada en la mente de Lucho, nos invitan a disfrutar de este film
realmente interesante, donde algunos de sus temas (la posibilidad,
mantenimiento y finalización del amor, la posibilidad de la dicotomía
cuerpo-alma, ¿Qué es el “ser”?) llevan a cobrar valor de verdadera reflexión
filosófica.
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