La nostálgica mirada de Visconti hacia el tiempo de los leones. El Gatopardo (Il Gattopardo). Dirección: Luchino
Visconti. Italia, 1963. Basada en la novela homónima (1958) de Giuseppe Tomasi
di Lampedusa. Guión: Suso Cecchi d'Amico, Pasquale Festa Campanile, Enrico
Medioli, Massimo Franciosa, Luchino Visconti. Elenco: Burt Lancaster, Alain Delon,
Claudia Cardinale, Paolo Stoppa, Terence Hill, Romolo Valli, Lucilla Morlacchi,
Rina Morelli, Serge Reggiani. Por Mattia Bianchi (Universidad de
Salamanca).
Partir de una obra maestra de la literatura para realizar una adaptación
cinematográfica resulta siempre muy arriesgado. Sin embargo, este principio se
desvanece cuando se trata del director Luchino Visconti, quien con pericia
absoluta llevó en 1963 a la gran pantalla El
Gatopardo, sublime novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, llegando a
obtener diversos galardones entre los que destaca la Palma de Oro en la 16ª
edición del Festival de Cannes.
La trama, tanto de la película como del libro, se desarrolla en Sicilia y
comienza en mayo de 1860, es decir en pleno Risorgimento
italiano. El general Giuseppe Garibaldi desembarca con su “expedición de los
mil” para emprender la conquista de la Isla Trinacria y de todo el Sur de la
península itálica, en aquel entonces aún bajo dominio borbónico. Son estos los
albores de la tanto anhelada unificación de Italia, que unos meses después se
convertiría en realidad bajo la égida de la casa de Saboya. Este momento clave
de la historia del “Bel paese” es
narrado por Visconti a través de la mirada nostálgica del Príncipe Fabrizio
Salina (interpretado por un impecable Burt Lancaster), hombre maduro y
exponente de la aristocracia más reaccionaria, quien ve la llegada de las
camisas rojas garibaldinas como el culmen del declive de su obsoleto estamento
social. Sin embargo, como persona inteligente y gracias también al ejemplo de
su exuberante sobrino Tancredi Falconeri, el Príncipe Salina entiende que la
única forma de supervivencia para su familia y en general para la nobleza
siciliana, todavía arraigada a los principios feudales, es transformarse
radicalmente aceptando los inminentes cambios que conlleva la anexión de
Sicilia al naciente estado italiano, ya que, como declara el pragmático
Tancredi a su tío, "si queremos que todo siga como está, necesitamos que
todo cambie".
En concreto, con tal de mantener buena parte de sus antiguos privilegios,
la familia Salina tendrá que rebajarse y llegar a acuerdos con la emergente
clase burguesa. En este sentido se entiende, por ejemplo, que Fabrizio dé su
permiso para que su querido Tancredi se case con la joven y hermosa Angelica,
hija de Calogero Sedara, quien realmente es despreciado por el príncipe al ser
la personificación del “nuevo rico” que intenta subir el escalafón social
aprovechándose de esta encrucijada histórica.
Esta capacidad de adaptación a las circunstancias, que podríamos tachar de
oportunismo, no impide al desencantado Príncipe Salina convertirse en un
espectador privilegiado y honesto de dicho paso de un régimen a otro, tanto que
desde su sabiduría y perspicacia será el primero en comprender en profundidad
el alcance del ocaso de aquel mundo aristocrático del cual él mismo se
considera el último de los leones, el último “gatopardo”.
Es cierto que en la película muchas de las delicadas reflexiones
filosófico-existencialistas del libro se ven algo ofuscadas, más bien por
cuestiones ligadas a las mismas exigencias del medium que por la conocida vena política del director. De hecho, en
el largometraje, el Visconti más comprometido y cercano al partido comunista
parece dejarse arrastrar por el Príncipe Tomasi di Lampedusa y volver a sus
raíces nobles que lo acercan tanto al autor de la obra literaria como a su
melancólico protagonista. Tanto es así que la elección del director de acabar
su adaptación con la extensa escena del gran baile, prescindiendo de toda la
última parte de la novela en la que se relata el deceso del Príncipe Salina y
la vida de sus hijas ya entradas en años, no atenúa mínimamente la sensación de
muerte que, en forma de presagio constante, impregna toda la película hasta la
sublime secuencia final en la que el príncipe se pierde en la noche oscura
después de haber pronunciado su invocación al cielo.
Lo que sí queda totalmente intacto en el filme es la controvertida
relectura del Risorgimento, que no es
ya ensalzado como el punto álgido de la gloria itálica sino como una revolución
fallida que simplemente ha determinado el paso hacía una época dominada por los
intereses más inmediatos de la burguesía, ya que como recuerda el Príncipe
Salina refiriéndose a su decadente conjunto social: “Nosotros somos leopardos y
leones, quienes tomarán nuestro lugar serán hienas y chacales. Pero los leones,
leopardos y ovejas seguiremos considerándonos como la sal de la tierra”.
El resultado final es indiscutible y a pesar de las tres horas de duración,
la película fluye sin resultar de alguna forma lenta o pesada. La cura casi
maniática de los detalles es el sello del director y queda patente en la
recreación de ambientes, tanto que ver esta película es literalmente sumergirse
en otra época.
El reparto es también rico en estrellas (además del ya citado Burt
Lancaster, se señala un joven y exuberante Alain Delon en el papel de Tancredi
y por supuesto la maravillosa Claudia Cardinale que interpreta a Angelica) y
las actuaciones son todas muy convincentes, pero lo que más sobresale son
quizás el vestuario de Piero Tosi y la fotografía de Giuseppe Rotunno. Todos
estos elementos, coordinados por la maestría de Visconti, hacen de El Gatopardo una obra imprescindible de
la cinematografía italiana, fundamental asimismo para describir la parábola del
cineasta milanés, que partiendo como uno de los padres del neorrealismo fue
dejando de lado su compromiso político y social para tomar, en esta última fase
de su trayectoria profesional, un camino más personal y decadente.
El amor es un dios
fatal. El águila de dos cabezas (L’aigle à deux têtes). Dirección: Jean
Cocteau. Francia, 1948. Basada en la obra teatral homónima del mismo autor.
Guión: Jean Cocteau. Elenco: Jean Marais, Edwige Feuillère, Silvia Monfort,
Jean Debucourt, Jacques Varennes, Ivonne de Bray. Por Laura Valeria Cozzo:
Licenciada y profesora en Letras (UBA) y estudiante del Traductorado en francés
(IES en Lenguas Vivas J.R. Fernández).
Durante uno de sus
períodos más fecundos, entre la realización de dos de sus películas más
elogiadas como La bella y la bestia y
Los padres terribles, el
multifacético Jean Cocteau da un paso en falso en el mundo del cine: se trata
de la versión filmica de su obra teatral El
águila de dos cabezas la cual, con dispar acogida entre el público, fue mal
recibida por la crítica que llegó a etiquetarla de “monstruo inútil” (André
Bazin dixit).
En plena ocupación
alemana, el poeta expresa en su diario el repentino interés que despierta en él
la historia de la enigmática muerte de Luis II de Baviera, el melancólico y
excéntrico rey que fue encontrado ahogado en un lago junto a su psiquiatra,
gran nadador este. A ello se suma su lectura del retrato literario que Rémy de
Gourmont realiza de la prima de este monarca, la célebre emperatriz Elizabeth
de Austria, “Sissi”, trágicamente asesinada por un anarquista. Entonces Cocteau
decide llevar a escena una historia imaginaria inspirada muy lejanamente por
estos rebeldes miembros de la familia real bávara y que explique el trágico
final de ambos, una especie de fait
divers histórico.
En 1946, se estrena
la fatal historia de amor entre una reina de espíritu anarquista y un
anarquista de espíritu monárquico, dos enemigos irreconciliables a los que une
un amor apasionado, tan breve como intenso, que los llevará a la muerte, la de
una en manos del otro, única forma de liberación para estas dos almas
atormentadas y para las que Eros y Tánatos se convierten en dos caras de la misma
moneda. El melodrama que combina romance y política se convierte en un gran
éxito y entonces Cocteau decide llevarlo de las tablas a la pantalla grande. El
resultado final se limita a eso: un filme teatral (como observan en sus reseñas
de algunos diarios como Spectateur y Le Soir) que nada agrega a la obra
original más que la posibilidad de apreciar algunos gestos de los actores en
primerísimos planos, imperceptibles desde la platea. Eso precisamente es lo que
muchos críticos invocaron como el gran defecto de la película: el de hacer
notar todos aquellos detalles de mal gusto, como ciertos gestos ampulosos y
exagerados que pasaban inadvertidos en escena, como señalaría una crítica
aparecida en Combat. También se
levantaron detractores contra su ritmo lento, sus largos parlamentos en
grandilocuentes interpretaciones y decorados recargados, todo lo cual fue sin
embargo muy elogiado por otras publicaciones como Le Figaro. En conclusión, podríamos afirmar que Cocteau fracasa
porque se limita a filmar poesía teatral en vez de animarse a realizar una
reescritura de la misma historia sirviéndose de un lenguaje propio, aquel en el
que debía expresarse su poesía cinematográfica.
Relativo paso en
falso del original artista, pues de él obviamente aprenderá mucho, como se
observa en la obra maestra que le siguió y que se volverá inspiración para
otros (como lo siguen siendo muchos aciertos pero más aún muchos desaciertos
del polémico poeta), en este caso, uno de los últimos filmes del maestro
Michelangelo Antonioni, Il mistero di
Oberwald.
El Color Púrpura: emoción en dos medios. El Color Púrpura (The Color Purple). Dirección: Steven Spielberg. Estados Unidos,
1985. Basada en la obra homónima de Alice Walker. Guion: Menno Mejes. Elenco:
Whoopi Goldberg, Danny Glover, Margaret Avery, Oprah Winfrey, Williard Pugh,
Akousa Bussia, Desreta Jackson. Por Luciana Duenha Dimitrov: Profesora en
Letras en Universidade Presbiteriana Mackenzie (São Paulo, Brasil).
Menos que cuatro años después que Alice
Walker ha publicado su obra maestra, El
Color Purpura (1982), el cineasta Steven Spielberg la adaptó en una
homónima película (1985). Distinto de la novela, que no solo fue ganadora del
premio Pulitzer y el American Book Award en 1983, pero
también se quedó más de un año en la lista de los más vendidos del periódico The New York Times, la película de
Spielberg no alcanzó el mismo éxito crítico.
Lo que se pasa con la película es muy
interesante: mientras el cineasta ha puesto atención en mantenerse fiel a la
mayoría de las tramas propuestas por la autora del libro, la crítica no
reconoció tal hecho. Gran parte de la censura recibida por Spielberg se debía a
que en el proceso de adaptación, la relación homosexual entre la protagonista
Celie y Shug Avery fue particularmente ignorada. A pesar de recoger más de 1,7
millón de dólares en su semana de debut (y casi 500 millones mientras su
exposición en todo el mundo), la película no obtuvo éxito en los premios a que
fue indicada: en la ceremonia de entrega de los premios Óscar, la película
perdió en las 11 categorías a que fuera indicada (incluso la derrota del premio
de mejor actriz a Whoopi Goldberg, que fue la ganadora de la misma categoría en
el Globo de Oro).
En su artículo “Cine y literatura: la estructura de la trama”, el
estudioso Umberto Eco ha dicho que hay, entre cine y narrativa, algo como una
homología estructural ya que ambos son, como él le puso, artes de acción. Eso es lo que ocurre mientras se estudia las dos
versiones de El Color Purpura – artes de
acción por sus naturalezas, aquel que Walker ha dicho en palabras, la
versión de Spielberg nos sitúa ante sucesiones de “representaciones de un
presente”. La forma como Spielberg ha presentado su lectura de la obra de
Walker se pone muy cerca del original, especialmente si le considera la
representación temporal propuesta por el cineasta: las dos historias empiezan
cuando Celie tiene catorce años y se desarrolla hasta casi los treinta años en
la vida de la protagonista.
Una de las soluciones empleadas por Spielberg fue
cambiar las actrices para señalar el paso del tiempo: mientras Desreta Jackson
representa la jovencita Celie, Whoopi Goldberg represéntale a Celie en su edad
adulta. Es importante mencionar que, a pesar de los treinta años transcurrido,
el tiempo (principios del siglo XX) y el espacio (área rural de Georgia) no
sufren cambios tan largos para que sean representados en la película (excepto
por el uso de algunos inventos como el coche, por ejemplo). Además, el enfoque
de la novela no es lo que cambia en el tempo y espacio, pero sí lo que cambia
en la vida de Celie y aquellos que viven al su redor – y eso es respetado en la
película.
Otro aspecto que llama la atención es el manejo de
Spielberg en adaptar la larga novela (son 90 cartas) hasta una película que es
comprensible a todos los espectadores (lectores o no). Entonces, cualquiera
puede observar el proceso de transformación del sufrimiento de Celie que, aun
violada por su papá y, por eso, concibió dos niños (Adam e Olivia), es separada
de su amada hermana, es negociada al matrimonio con un hombre viudo que la toma
como una mucama, ayúdalo a crear sus hijos, acepta su concubina, sobrevive
hasta cambiar su trayectoria por completo. La emoción que uno siente mientras le la
novela de Walker también se la siente cuando ve la película de Spielberg.
Claro que lo que dicen los críticos – la
exclusión del tema de amor homosexual de Celie – es algo bastante serio, pero
no serio lo suficiente para desacreditar la competencia de la película de
Spielberg. Sin embargo, El Color Púrpura puede
ser considerada una adaptación efectivamente interesante y que debe ser
analizada como un buen ejemplo de novela que, al mantenerse fiel a la humanidad
presentada en la trama propuesta, obtuvo éxito en guardar la emoción de la obra
original.
Mito, teatro y cine. Orfeo negro (Orfeu Negro). Dirección: Marcel Camus. Basada en la obra teatral Orfeu
da Conceição de Vinícius de Moraes. Brasil – Francia - Italia, 1959. Guión: Marcel Camus, Vinícius
de Moraes, Jacques Viot. Elenco: Marpessa Dawn, Breno Mello, Lourdes de Oliveira,
Léa García, Adhemar da Silva, Waldemar de Souza, Alexandro Constantino, Jorge
dos Santos y Aurino Cassiano. Por Ramiro González Delgado, doctor en Filología
Clásica y profesor de la Universidad de Extremadura (UEX), España.
El director francés
Marcel Camus (1912-1982) había recibido muy buenas críticas con su primera
película, Mort en fraude (1956) y se consagra internacionalmente con la
bella y pintoresca Orfeo Negro,
inspirada en la tragedia Orfeu da Conceição (1956) del diplomático y
compositor brasileño Vinícius de Moraes (1913-1980). Decimos que está inspirada
y no adaptada porque su argumento se aparta sensiblemente del de la pieza
teatral, aunque mantiene las ideas principales y sus rasgos más característicos:
el músico carioca, los personajes de raza negra y
su condición social, el triángulo amoroso y la localización en el Carnaval de
Río de Janeiro. El color, el ritmo y el sonido de batucada impregnan toda la
película, convertida ya en un hito cinematográfico, pues no sólo ganó la
Palma de Oro en el Festival de Cannes (1959), el Oscar y el Globo de Oro a la
mejor película en lengua extranjera (1960),
y el BAFTA en esta misma categoría (1961), sino también supuso la popularización
mundial de un Orfeo negro, del carnaval y de la música popular brasileña, pues
convirtió en clásicos de la bossa-nova los dos temas principales de su banda
sonora (“A felicidade” y “Manhã de Carnaval”, compuestas por Tom Jobim y Luis
Bonfa, con letra de Vinicius). El gran éxito de la película propició incluso
que la traducción al italiano de la obra de teatro apareciera ya como Orfeo Negro (Milán, 1961). Además, fruto de una época en donde los éxitos cinematográficos
adquirían pronto formato literario, se publicó la novela Orfeo Negro de
Violante do Canto, con el mismo argumento que la película.
La
versión canónica del mito de Orfeo y Eurídice podemos leerla en los versos
453-527 del libro IV de Geórgicas de
Virgilio. El tracio mítico pierde a su amada y decide rescatarla del mundo de
los muertos gracias al poder mágico de su música. Los dioses infernales le
permiten recuperarla, a condición de que no se vuelva para mirarla hasta haber
salido de sus dominios. Pero Orfeo, sin darse cuenta, incumple la prohibición y
la pierde de nuevo para siempre. En su tristeza, termina muriendo a manos de
las mujeres tracias en un ritual báquico. En la película, el brutal contraste
entre el dramatismo del mito clásico y la alegría del carnaval causa en el
receptor un efecto sorprendente de ritmo y congoja, el mismo que causó al autor
cuando se le ocurrió la idea de unir los personajes míticos y la cultura
brasileña, pues mientras leía la historia en un viejo manual de mitología (La légende
dorée des Dieux et des Héros de Mario Meunier)
empezó a sonar una tremenda batucada cuyos ritmos envolvían los lamentos de la
lectura.
Eurídice huye a casa de su prima Serafina, en un Río de Janeiro envuelto
en pleno Carnaval, porque tiene miedo de un hombre que la persigue con
intención de matarla –a modo de la Dama Negra de la obra de teatro y del
Aristeo mítico-. Allí conoce a Orfeo, conductor de tranvías que hace salir el
sol todos los días con los sones de su guitarra, que está comprometido con la
despampanante y celosa Mira. Orfeo y Eurídice se conocen y se enamoran. Durante
el día grande de Carnaval, Serafina hace que Eurídice ocupe su lugar en la
comparsa para que baile junto a Orfeo. Mira la descubre y, dispuesta a matar a
su rival, hace que la muchacha escape. Eurídice se encuentra entonces con el
hombre que la persigue, disfrazado de Muerte. Hermes, compañero de Orfeo
–personaje que en el mundo clásico sólo aparece en un bajorrelieve ático
(imagen con la que comienza y termina la película y que también inspiró al
poeta alemán Rilke)-, le aconseja que se esconda entre los tranvías. Hasta allí
irán la muchacha y la Muerte. Cuando Orfeo llega en su busca, al dar el
interruptor de la luz, la electrocuta. La Muerte da un golpe a Orfeo que le
hace perder el sentido. Después de recuperarse, el joven buscará a su amada por
un “infierno” de Carnaval, hospitales, oficinas de desaparecidos y ritos de
macumba, hasta encontrarla en la morgue. Con ella en brazos llega al morro.
Mira, sumida en un ataque de locura al ver a Orfeo, le arroja una piedra que le
da en plena frente y le hace caer por un barranco con Eurídice entre sus
brazos.
Vemos que, a
diferencia de la obra de teatro, la película de Camus se hace eco de las
teorías decimonónicas de mitología comparada que se empeñaban en ver muchas
historias como mitos solares. Así, en la comparsa
del Carnaval que concursa en Río de Janeiro, Orfeo representa al Sol,
Serafina-Eurídice es la Reina de la Noche y Mira la Reina del Día: una danza
que refleja una auténtica cosmogonía, como se refleja en uno de los carteles de
la película.
La idea del mito solar llega incluso a modificar la historia. Así,
cuando el Sol-Orfeo aparece y extiende sus rayos (el interruptor eléctrico que
acciona el héroe), la Noche-Eurídice muere y desaparece. En este sentido la
película tiene que innovar y Eurídice no muere por picadura de serpiente, como
en el mito, ni por la puñalada que le asesta Aristeo, como en la obra de
teatro. En su desesperación por buscarla, sabemos que Orfeo sólo puede
verla muerta. Es durante los ritos de macumba cuando la joven le dice que no
mire hacia atrás.
La versión cinematográfica innova respecto a la teatral con la aparición de personajes como Serafina, Hermes y José y Benedicto, los niños del morro, enumerados en la versión teatral y que aquí ya adquieren personalidad propia, ya que vemos un pequeño “Orfeo en formación” que, tras la muerte del protagonista, será el encargado de hacer que continúe saliendo el sol todas las mañanas. Por otro lado, el hecho de que Orfeo trabaje como maquinista y la muerte de Eurídice se produzca en un taller de trenes, nos hace pensar que el director francés conocía otras recreaciones del mito, como la de Anouilh, en donde aparecían estos elementos.
La versión cinematográfica innova respecto a la teatral con la aparición de personajes como Serafina, Hermes y José y Benedicto, los niños del morro, enumerados en la versión teatral y que aquí ya adquieren personalidad propia, ya que vemos un pequeño “Orfeo en formación” que, tras la muerte del protagonista, será el encargado de hacer que continúe saliendo el sol todas las mañanas. Por otro lado, el hecho de que Orfeo trabaje como maquinista y la muerte de Eurídice se produzca en un taller de trenes, nos hace pensar que el director francés conocía otras recreaciones del mito, como la de Anouilh, en donde aparecían estos elementos.
La
trampa de la muñeca. Coraline y la
puerta secreta (Coraline).
Dirección: Henry Selick. EEUU, 2009. Basada en la novela Coraline de Neil Gaiman. Guión: Henry Selick. Animación. Por
Florencia Inés López: Estudiante de la Carrera de Letras (UNMdP).
El filme Coraline (Coraline y la puerta secreta en Hispanoamérica, 2009), realizado
con la técnica del stop motion, se destaca entre otras películas de animación
infantiles por la cantidad de detalles empleados en la realización de las
escenografías y de los personajes (propios de la técnica empleada), y por la
creación de una atmósfera de tintes siniestros y oníricos. El director y
guionista Henry Selick respeta, de este modo, tanto al público juvenil para el
que está dirigida originalmente la novela de Neil Gaiman en la que se basa, así
como su inscripción en los géneros de terror y fantasía. La historia contada en
uno u otro caso es esencialmente la misma, pero la utilización de técnicas de
animación logra un acercamiento más marcado al público infantil y juvenil al
tiempo que permite una mayor libertad para jugar y modificar el aspecto visual de
toda la película (transformaciones que se vuelven fundamentales para el
desarrollo de la trama y la construcción de la atmósfera onírica). Por otro
lado, la realización en stop motion le otorga al conjunto visual un cierto
realismo, una vitalidad extra a los personajes.
Una de las mayores
modificaciones que Selick hace con respecto al libro es la inclusión de un
nuevo personaje: Wybie. Este niño tímido de la edad de Coraline no sólo se
convierte en su interlocutor y ayudante sino que también le otorga mayor
densidad a la historia de otros personajes y permite incorporar el tópico de la
amistad a partir de la relación que se genera entre ellos. Pero tal vez lo más
interesante sea ver cómo el film toma uno de los elementos más característicos
de la novela de Gaiman, los botones, y los expande hasta hacer de ellos los
elementos que le dan unidad y coherencia a toda la historia.
Los botones sirven
como elemento diferenciador entre los seres que habitan el otro mundo al que
Coraline accede a través de la puerta secreta (tienen botones en lugar de
ojos). Es una característica particular y deshumanizante que le otorga a los
personajes un aire siniestro al remplazar sus ojos por objetos. Pero también
nos recuerdan constantemente el aspecto de las muñecas de trapo, asociación que
se refuerza retrospectivamente con la primera escena de la película en la que
se ven unas manos deshacer una muñeca y volver a armarla con el aspecto de
Coraline. Esa muñeca, por supuesto, lleva botones en lugar de ojos.
La creación de una muñeca
implica la creación de una réplica de alguien, un objeto de apariencia similar
a una persona, “otra” versión de ese alguien. Y esa otra versión incorpora
también la posibilidad de mejorar ciertos aspectos del original, de
manipularlo, de poseerlo para jugar con él o para amarlo. La misma lógica
domina todo lo que se encuentra en el otro mundo: un lugar hecho de réplicas,
de muñecos, de disfraces. Un lugar construido ‘a mano’ por la otra madre para
complacer a Coraline y poder, de este modo, capturarla, convertirla en su
propia muñeca de trapo para jugar, amarla o devorarla.
La creación y la
costura como mecanismos creadores de esa otra realidad —que no es más que una
trampa— se complementan con la imagen arácnida que se busca crear de la bruja.
Coser se emparenta con tejer y la construcción de ese mundo acaba siendo
semejante a la creación de una tela. Desbaratar esa trampa implica descoserla,
deshacerla y, a medida que Coraline vaya descubriendo la verdad sobre su “otra”
madre, el mundo material que la rodea comenzará a deshilacharse.
Coetzee: Un desafío intelectual y creativo. Desgracia (Disgrace). Dirección: Steve
Jacobs. Basada en la novela homónima de J.M. Coetzee. Australia, 2008. Guión:
Anna Maria Monticelli. Elenco: John Malkovich, Jessica Haines, Eriq Ebouaney,
Fiona Press, Paula Arundell, Scott Cooper. Por Svetlana Stefanova: Doctora en
Filología Inglesa por la UNED. Profesora de Morfosintaxis y Semántica de la
Lengua Inglesa de la UNIR y profesora de inglés avanzado de la UNED (CUID).
Las novelas de J.M.
Coetzee, Premio Nobel de Literatura 2003, son narrativas complejas y
sofisticadas, difíciles de categorizar y analizar. Sus estrategias narrativas
desafían al lector y le implican de forma activa en el proceso de creación de
significado. La obra del autor, nacido en Sudáfrica y nacionalizado
australiano, está marcada por su extraordinaria capacidad artística y humana de
ver, sentir y representar el sufrimiento y producir un enorme impacto
emocional. El origen de este impacto no reside tanto en la trama como en sus
personajes. Coetzee, considerado por la crítica internacional como uno de los
escritores contemporáneos que mejor entienden, interpretan y representan la
condición humana, no utiliza trazos claros y colores sólidos para dibujar sus
personajes. No hay entre ellos héroes en el sentido tradicional, sino
supervivientes que conmueven con su lucha por afrontar con dignidad la
violencia psicológica y/o física ejercida sobre ellos y superar el trauma
causado.
Desgracia (2000) (Disgrace, 1999), galardonada con el
Premio Booker, es, sin duda, la novela de Coetzee más conocida y la más
polémica. El interés de la crítica, reflejado en decenas de artículos de prensa
y estudios académicos, demuestra la riqueza de temas y preguntas que el autor plantea.
El debate alrededor de la novela sugiere que el texto no proporciona respuestas
claras y permite múltiples interpretaciones de los acontecimientos, sus
consecuencias y la reacción de los protagonistas.
David Lurie es un
profesor universitario, especialista en poesía romántica inglesa. Lurie,
divorciado dos veces, busca la compañía de prostitutas para satisfacer sus
deseos. Al perder el contacto con la prostituta que más le atrae, empieza una
relación breve con su alumna Melanie que, más tarde, le va a acusar de abusar
de ella. Presionado por el comité encargado de investigar el caso, el profesor
se ve obligado a renunciar a su puesto y decide vivir una temporada con su hija
Lucy, en su granja en un lugar apartado de la capital. Las desgracias que le
suceden a Lurie le ayudan a alcanzar una profunda comprensión de la esencia de
la vida. El lector le acompaña en su dolorosa expiación para llegar, al final
de la novela, a sentir empatía por lo que parecía un hombre frío y cínico e,
incluso, cruel, al principio de la obra. Uno de los puntos más discutidos del
argumento es el hecho de que su hija es brutalmente agredida por tres jóvenes
de color, teniendo en cuenta que Desgracia
es la primera novela post-apartheid de Coetzee y se desarrolla en un
momento cuando la comunidad blanca y la comunidad negra en Sudáfrica están
intentando llevar a cabo un proceso democrático de reconciliación. En su
informe presentado ante la Comisión de Derechos Humanos sobre el racismo en los
medios de comunicación, el Congreso Nacional Africano, un partido político
fundado para defender los derechos de la población negra en el país, califica Desgracia como “racista”. Según los
autores del informe, Coetzee utiliza estereotipos desde la perspectiva de la
minoría blanca, representando al hombre de color como “inmoral”, “salvaje” y
“violento”. Por otra parte, el paralelismo que establecen la mayoría de los
estudios académicos entre la agresión a Lucy y la agresión a Melanie da lugar a
una gran variedad de interpretaciones.
Todos estos temas y
muchos más, como el trauma individual y colectivo, la supervivencia, la
culpabilidad, la redención, el valor de la vida, la agresión sexual contra la
mujer como instrumento de poder, temas que transcienden el contexto histórico y
geopolítico, están conectados y entrelazados de tal manera que convierten el
texto en un desafío intelectual y creativo.
La adaptación de la
novela al cine se materializó en una película australiana, “Disgrace” (2008),
dirigida por Steve Jacobs. El guión está escrito por la esposa
del director, Maria Monticelli. Para los papeles principales, el
director cuenta con John Malkovich (como David Lurie) y Jessica Haines (como
Lucy). En los papeles secundarios, podemos ver a Eriq Ebouaney, como Petrus, el
hombre que trabaja en la granja de Lucy; Fiona Press, como Bev Shaw, encargada
del refugio de animales; y Antoinette Engel, como Melanie Isaacs. La banda
sonora es una combinación elegante de obras de Mozart, Verdi y Gluck y
canciones tradicionales africanas mezcladas con piezas musicales escritas por
el galardonado Antony Partos. La interpretación de los actores secundarios es
correcta, pero el peso que tienen sus personajes en la novela se diluye en una
actuación algo insípida que no tiene la fuerza suficiente para conmover al
espectador. No percibimos el trauma psicológico que sufre Melanie, su
humillación, su impotencia y su miedo. No percibimos la mezcla entre la lucha
por sobrevivir, la agresividad contenida y el cínico oportunismo de Petrus, que
aprovecha la vulnerabilidad de una joven blanca para apoderarse de sus tierras.
No percibimos la grandeza de la humilde Bev Shaw, su enorme generosidad y la
emotiva sencillez con la que lleva al profesor por el camino del crecimiento
personal. En este contexto, destaca el excelente trabajo de Jessica Haines
(como Lucy) quien, con una actuación contenida, consigue transmitir las
sensaciones intensas de dolor y desesperación de una víctima pero, también, la
determinación de una mujer que ama la vida y lucha por sus sueños. John
Malkovich refleja la complejidad de su personaje hasta cierto punto, aunque su
trabajo no está a la altura de la excepcional textura de la que está tejido el
protagonista de la novela. Su actuación es seria, pero no memorable. No consigue
captar los matices del personaje, sus dudas y, lo más importante, la
transformación del protagonista bajo el impacto de su contacto con la muerte en
el refugio de animales donde ayuda a Bev. El resultado es un relato oscuro y
sobrio, con primeros planos de unos personajes que parecen contar su versión
sin interactuar entre sí. De la misma manera que los personajes parecen no
conectar, los fragmentos que componen la narrativa audiovisual (el suceso en la
universidad, la agresión en la granja, el contacto con la muerte en el refugio
para animales) no confluyen en una reflexión sobre la condición humana y sobre
el futuro de un país traumatizado por un pasado violento. Unos espacios
góticos, impregnados de simbolismo, crean un atmósfera de alienación y desasosiego.
La fotografía con sus juegos de luces y sombras es clave en la representación
del estado psicológico de los protagonistas. El final, que es el momento más
impactante en la novela, ha sido, inexplicablemente, modificado en su
adaptación al cine, alejándolo de la idea original.
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