“La belleza es la
purgación de lo superfluo”. La Agonía y el éxtasis (The Agony and the
Ecstasy). Dirección: Carol Reed. Basada en la novela homónima de Irving
Stone. EEUU, 1965. Guión: Philip Dunne. Elenco: Charlton Heston, Rex Harrison,
Diane Cilento, Harry Andrews, Alberto Lupo, Adolfo Celi, Venantino Venantini,
John Stacy, Fausto Tozzi, Tomas Milian. Por Andrés Mauricio Aros Alvarado:
Docente de Cine y TV.
Uno de
los últimos largometrajes de Carol Reed es aquel que ilustró las vidas y
rivalidad de Miguel Ángel y al Papa Julio II al decorar la Capilla Sixtina.
Reed, director de irregular carrera, se formó en un principio como actor, para
seguir los pasos de su padre, y así lo hizo bajo la supervisión de Edgar
Wallace, sin embargo, terminó aprendiendo tanto el oficio como los entresijos
que se mueven detrás de la pantalla de cine, y por tal razón en 1935, codirigió
su primera obra y al siguiente año, hacerlo en solitario con Midshipman
Easy. Pero es hasta los años 40 y con la Segunda Guerra Mundial, que
el nombre de este director se va a dar a conocer, primero con sus documentales
y películas de propaganda y con obras como Larga es la noche, donde
muestra sus mejores créditos como director por el manejo de los actores,
tensión y demás elementos dramáticos, igualmente será la época en que la que se
asocié con Alexander Korda -el mítico productor inglés- para fundar London
Films, donde mostrará sus mejores obras, en conjunto con Graham
Greene, igualmente será una década de triunfos, nominaciones y premios; aunque
en los años 60, fueron pocas sus producciones, y ya se notaba cierta decadencia
en su obra, de todas maneras llegó a crear dos películas importantes para el
cine mundial como lo fueron Oliver -
un musical, que ganó el Oscar- y La
Agonía y el éxtasis, de la cual vamos a escribir a continuación.
Con guión
de Phillip Dunne, basado en la novela de Irving Stone
-que también funge como productor -el cual nos cuenta sobre la
rivalidad entre dos personajes fundamentales en la Italia del
Renacimiento o el cinquecento, como lo fueron Miguel Ángel
(Charlton Heston) y el Papa Julio II (Rex Harrison), y el encargo de decorar la
cúpula de la Capilla Sixtina. La película se centra en los años en los que se
realizó esa magna obra, a diferencia del libro, que cuenta gran parte de la
vida del escultor y pintor, los conflictos del propio Miguel Ángel con su
trabajo, con la idea del artista, su fuerte carácter y a la vez, su
sensibilidad y entrega; el guión concebido como un texto de cine épico - que
tiene a uno de los actores representantes de dicho género como Charlton
Heston-, lineal, con puntos de giro entorno al amor y los
conflictos propios de la época o del carácter de los
personajes, a lo excesivo como narración y demás elementos, que se pueden denominar
como rimbombantes, construyen este relato de antagonismo que tiene como fondo
al arte, como base de la construcción narrativa.
Con algún
dejo de humor, mucho drama y un correcto manejo de lo histórico, la película es
el desarrollo de un evento fundamental para el arte - y para la misma
humanidad- pero con un obvio interés en las actuaciones de Heston y Harrison,
como punto central, y en el mismo desarrollo de la narración; de todas formas
el guión se va a hacer preguntas sobre el apasionamiento del artista,
la soledad y la voluntad, que finalmente se terminan representando -
estas preguntas- o sintetizando en
los personajes principales. Igualmente, no se debe olvidar que
la película inicia con un documental que nos específica tanto la ubicación,
época y trabajo de Miguel Ángel como un introducción, y sí bien, parece algo
ajeno, funciona dentro del mismo carácter narrativo y refuerza el
contexto tanto histórico como épico de la misma.
El gran
trabajo fotográfico por parte de Leon Shamroy, director de fotografía
estadounidense que más nominaciones y premios ha recibido
en los Oscar, no sólo debido a su técnica o experiencia, que inició
con el cine mudo, sino por la capacidad de aventurarse y explorar las técnicas
y el mundo con una cámara al hombro, por algo se le llamó "el camarógrafo
de los camarógrafos", igualmente su trabajo de colorización,
su experiencia con el Technicolor, con los laboratorios de Fox en sus
inicios, pruebas y demás que conjugaron con su vocación artística, manejo del
color y texturas, por lo que fue denominado el Peter Paul Rubens del celuloide;
su estilo entre artificioso - para el día de hoy- y naturalista marcaron
obras tan importantes o relevantes como la Cleopatra de
Mankiewitz o El Rey y yo de Walter
Lang, como largometrajes de aventuras y estudio, que igualmente eran llevadas
al máximo en su expresividad a través del manejo del color, composición y
diseños lumínicos. Obviamente con una gran fotografía, debe haber un diseño de
Producción o por lo menos una ambientación y vestuario de gran
calidad tanto visual como histórica, que corre a cargo de Dario
Simoni y John DeCuir otros nominados en varias ocasiones por su
trabajo de escenografía, vestuario y demás.
Igualmente
en el trabajo musical Reed se hizo de uno de los compositores más renombrados y
mejor calificados para los trabajo épicos como Alex North, estadounidense que
participó en un sinnúmero de bandas sonoras tan importantes como
Espartaco, Cleopatra y la inicial -aunque descartada- de 2001: Odisea al Espacio; uno de esos músicos que sabían encumbrar
los mejores sentimientos y a la vez establecer el valor histórico de sus
partituras; la música de esta obra, al igual que la música e historia son
épicas, en su definición más elocuente de lo heroico y grandioso. Vale la
pena destacar el montaje de Samuel Beetley, no sólo por la coherencia en el
relato, sino por los tiempos que maneja, por las
iteraciones entre los personajes, y por varias secuencias que
mezclan de forma inteligente los diálogos y las pinturas o decoraciones renacentistas,
por ejemplo, esas elipsis en las que se va mostrando el cambio en la
arquitectura y en los espacios entorno a la Capilla Sixtina.
Obviamente,
el punto más fuerte de esta película, va a ser
las actuación tanto de Heston como de Rex Harrison, quienes
se echan al hombro toda la carga dramática y emotiva del
largometraje, en esa especie de rivalidad y antagonismo propio de sus
vehementes genios, que se fueron haciendo más fuertes y a la vez sinceros a
medida que se iban perfeccionando los trazos en la bóveda de dicha capilla.
Una
película realmente interesante, grandilocuente en sus imágenes, actuaciones y
puesta en escena, que sí bien en su momento no logró ser la obra más taquillera
o bien recibida por el público - igualmente fue una época de muchos
largometrajes de tono épico y más con las actuaciones cabeza de Heston y de
Harrison, iconos de este tipo de cine, que finalmente pudo haber afectado en su
misma recepción- de todas formas, si se ha ido constituyendo en un largometraje
de culto por su referente histórico - que no deja de ser muy libre por parte de
Reed-, por su valor artístico y en cierta forma, pedagógico por retratar tanto
la vida de Miguel Ángel, como la del Renacimiento Italiano y los conflictos entorno
a estas mismas vivencias.
Aunque
tengo sentimientos encontrados con esta obra, por una parte, su trabajo visual
y todo lo referente a la estética, es realmente sobresaliente no sólo por el
trabajo del fotógrafo Shamroy, sino por las mismas ilustraciones, encargadas a
los mejores artistas -en este caso el irlandés Nicollo D´Ardia
Carracciolo-, que evocan y copian no sólo el trabajo de Miguel Ángel,
sino su valor artístico como el espiritual y de sacrificio que se
impregna en dicha obra, igualmente su valor pedagógico, por el
establecimiento de una época singular y vital para el cambio en el
arte mundial y obviamente del pensamiento humano; pero aun así, esa
historia de rivalidad, que a medida que pasa la película se va
haciendo más forzada e incluso el ingenuo humor que funciona en un
comienzo, pierde su sentido al final de la obra, de todas formas, son más
virtudes que defectos las que se le puede achacar a este
largometraje, profundamente transformador, con una visión religiosa -
católica- muy fuerte y en cierto sentido, como reflexión del mismo director
sobre el papel del artista, expresado no sólo en
los papeles principales sino en el tono mismo de la obra, en la
rivalidad de éstos, en las confusiones entre sus ideas, ideales y sentimientos
y demás situaciones que perfectamente se podrían identificar entre el trabajo
cinematográfico con el pictórico/escultórico.
Historias de la Historia. La lengua de las mariposas. Dirección:
José Luis Cuerda. Basada en los cuentos “Carmiña”, “Un saxo en la niebla” y “La
lengua de las mariposas” del libro ¿Qué
me quieres, amor?, de Manuel Rivas. España, 1999. Guión: Rafael Azcona,
José Luis Cuerda y Manuel Rivas. Elenco: Fernando Fernán Gómez, Manuel Lozano,
Uxía Blanco, Gonzalo Uriarte, Alexis de los Santos, Jesús Castejón, Guillermo
Toledo, Elena Fernández, Tamar Novas, Tatán, Roberto Vidal Bolaño, Celso
Parada, Celso Bugallo, Antonio Lagares, Milagros Jiménez, Lara López, Alberto
Castro, Diego Vidal, Xosé Manuel Olveira, Manuel Piñeiro, Alfonso Cid, José
Ramón Vieira, Antonio Pérez. Por Verónica Leuci: Dra. en Letras, CONICET-
Celehis, UNMDP.
“De todas las historias de la Historia
sin duda la más triste es la de España,
porque termina mal.”
Jaime Gil de Biedma
En La lengua de las mariposas (1999), película española dirigida por
José Luis Cuerda, el hilo principal de la trama lo representa el cuento
homónimo de Manuel Rivas, incluido en el libro de cuentos ¿Qué me quieres, amor? (1996), al que se enlazan –con guión del
propio Rivas, junto a Cuerda y Rafael Azcona- dos nuevas microhistorias
incluidas en el mismo volumen, “Un saxo en la niebla” y “Carmiña”. En su versión literaria, el argumento
es esencialmente el relato de “Pardal” (“gorrión”, en gallego), un niño de seis
años en su primer contacto con el mundo escolar, caracterizado en especial por
su relación con su maestro, Don Gregorio. El apodo del protagonista alude
simbólicamente a su carácter libre, “un locuelo con alas”, que “pasaba gran
parte del día correteando por la Alameda”, que será trocado en Cuerda –en
consonancia con el cambio en su apodo, apenas utilizado en el film y desplazado
ahora por “Moncho”- al presentarlo como un pequeño indefenso, enfermizo y
débil. Don Gregorio, por su lado, revierte los estereotipos de maestro
previsibles para la época, caracterizados por los castigos y el miedo. En el
reverso, este maestro responde al modelo pedagógico libertario y republicano,
inspirado en la Institución Libre de Enseñanza, y su relación con Pardal/Moncho
está signada por el cariño y la camaradería. Las clases del maestro
significaban la apertura hacia nuevos universos, a través de historias y
descubrimientos fascinantes que transportaban a los alumnos a los mundos
mágicos e increíbles de los libros y de las palabras. A este respecto, en los
tres cuentos que se hilvanan en la película, se observa insistentemente un
modelo cervantino de relatos que funcionan como “tesoros” y que se esparcen,
proliferan o se enmarcan dentro del principal, aportando una atmósfera de
oralidad que remeda las versiones más antiguas del género cuento. El propio
Rivas alude a este carácter oral de su narrativa, asociando su formación
literaria con la escucha clandestina de historias orales:
En mi infancia recuerdo que iba mucho a la casa de este abuelo (…) Ahí se reunían por la noche, siempre al lado del fuego, la familia y los vecinos, y a los niños nos mandaban a la cama. Pero recuerdo que había una escalera (…) y lo que yo hacía cuando me mandaban a la cama era quedarme sentado en un escalón oculto por las cabras que estaban en la planta baja, junto al fuego. Y lo que contaban los mayores no eran historias de leyendas, brujas, hadas o de los enanitos del bosque (…), sino que contaban historias de crímenes, lujuria, de amores, de aventuras y de viajes (…). Estaban todos los géneros literarios modernos contados en esa conversación al calor del fuego. Era un momento en el que veías, al menos lo pienso ahora, el artificio literario en su esplendor y cómo todo el mundo aceptaba que aquello era como el fuego: algo que salía de la madera para crear una nueva realidad. (Manuel Rivas, entrevista con Armando Tejeda en http://www.babab.com/no19/rivas.php -consultada día 14/04/2016-).
El título, pues, se proyecta no sólo
a la relación maestro-alumno, con sus salidas a la naturaleza, sus clases o
paseos, sino que lengua puede
conectarse también con la voluntad y la necesidad de “hablar”, de “contar”, de
llenar o traducir los posibles “silencios” de la Historia. La lengua de las mariposas -como dice Piglia en su clásica tesis
sobre el cuento- es en realidad dos textos, dos historias que transitan paralelamente. Se recoge un episodio
aislado en la Historia, la relación de un niño y su maestro de escuela, pero
asoma a la vez un segundo texto: la llegada de la guerra civil a comienzos de
1936 en un innombrado pueblo de Galicia, que significó no sólo la ruptura de
este vínculo sino un aprendizaje de vida y de las conductas humanas. Sin
embargo, no se trata de narrar los grandes hechos y protagonistas de la
Historia, sino que, en cambio, la situación histórico-política aparece como una
atmósfera, un escenario teñido de ribetes míticos y presentado a través de la
mirada de un niño. En un pueblo perdido, vivencias y experiencias privadas,
cotidianas y particulares funcionan pues como sinécdoque de España o, quizás,
de cualquier situación bélica o de violencia que trastoque los órdenes
conocidos o previsibles.
La película, como mencionamos,
retoma el cuento de Rivas aunque recoge también los relatos de “Carmiña” y “Un
saxo en la niebla”. Estas nuevas historias se insertan a la principal
enhebradas a partir de la mirada de Moncho y a través de nuevos personajes que
engarzan los relatos armónicamente. El personaje de “Andrés” (hermano mayor del
protagonista, que era en cambio hijo único en Rivas), por un lado, representa
un gran acierto: funciona como interlocutor del protagonista, lo cual permite
que nos lleguen, así, sus reflexiones y pensamientos. No obstante, es funcional
también porque con él se funde una digresión a la trama central, en el viaje
que realiza como parte de la “Orquesta azul” y que intercala una microhistoria
de amores imposibles y juveniles a partir del encuentro con “la niña de los
lobos”. Por su parte, “Carmiña” se centra en O’Lis de Sésamo y su romance con
Carmiña. Este nuevo cuento es muy importante en la versión cinematográfica, y
en torno de él se añaden nuevos espacios y personajes (como Roque y, en
especial, Carmiña, hija extramatrimonial del padre de Moncho) que contribuyen
al crecimiento y aprendizaje del protagonista y son cruciales en el desarrollo
de la historia y el advenimiento de la guerra como una
“tormenta” que arrastra y altera todo a su paso.
En
relación con lo anterior, es importante señalar que en la película se incluyen
algunas escenas que no aparecían en el cuento, que aluden más explícitamente a
la llegada de la guerra civil y al enfrentamiento entre las tendencias que
representaba cada uno de los sectores que ésta dividió. En ellas, son decisivos
los personajes del cura y de don Avelino, el hombre poderoso y rico del pueblo.
Estos serán los principales oponentes del maestro, compuesto en el film de modo
monolítico, como un hombre íntegro y abiertamente republicano y anticlerical.
En Rivas, los
personajes presentados no son costumbristas ni maniqueos; se cargan de matices
y contradicciones en la situación de miedo extremo de un contexto alienador. La
película, en cambio, probablemente como respuesta a su propio código de
representación y recepción, delinea de manera mucho más nítida la postura
ideológica y política, a través de cambios y renovaciones y un final narrado de
manera más cruda y brutal –preanunciado por algunas escenas que presagian en el
film la traición final- que acentúan los claroscuros y otorgan contornos más
concretos a los personajes, subrayando sus disidencias y contrastes.
La lengua de
las mariposas, finalmente,
indaga en el pasado y en la Historia, contribuyendo desde el arte y la ficción
a un extenso repertorio de puntos de vista fragmentarios, complementarios y
multivocales, que ensayan múltiples respuestas a una memoria poblada de
silencios, vacíos e interrogaciones clásicas y vigentes.
Los hermanos Coen y la transposición. Sin lugar para los débiles (No country for old men). Dirección: Ethan Coen, Joel Coen. Basada en la novela No country for old men de Cormac McCarthy. Guión: Ethan Coen, Joel Coen. Elenco: Josh Brolin, Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Kelly Macdonald, Woody Harrelson, Stephen Root, Garret Dillahunt, Tess Harper, Barry Corbin, Rodger Boyce, Beth Grant, Caleb Landry Jones. Por Gisela María de luján Mattioni: Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Rosario.
Los hermanos Coen y la transposición. Sin lugar para los débiles (No country for old men). Dirección: Ethan Coen, Joel Coen. Basada en la novela No country for old men de Cormac McCarthy. Guión: Ethan Coen, Joel Coen. Elenco: Josh Brolin, Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Kelly Macdonald, Woody Harrelson, Stephen Root, Garret Dillahunt, Tess Harper, Barry Corbin, Rodger Boyce, Beth Grant, Caleb Landry Jones. Por Gisela María de luján Mattioni: Profesora en Letras por la Universidad Nacional de Rosario.
Se intentará realizar un análisis de
la lectura que los hermanos Coen llevan a cabo de la novela No country for
old men, escrita por Cormac McCarthy, en su transposición
cinematográfica homónima, señalando la singularidad de la misma dentro de la
filmografía de estos autores, es decir, las rupturas y continuidades del film
analizado con respecto a la estética predominante del mencionado corpus.
No se trata de la primera vez que
los Coen parten de un material literario a la hora de idear sus films. Para
ciertas películas que forman parte de su filmografía, han partido de obras
literarias de reconocidos autores del policial negro, tales como Dashiell
Hammett (De paseo a la muerte), James M. Cain (El hombre que nunca
estuvo), Raymond Chandler (El gran Lebowski), pero siempre
recuperando sus ámbitos o atmósferas, recobrando ciertas características de los
personajes en creaciones de su exclusiva cosecha, y alterando la trama
argumental, a diferencia del caso analizado en este trabajo, en el que respetan
al pie de la letra prácticamente la totalidad de los personajes y las
circunstancias que los mismos atraviesan en la novela. Esta mayor “fidelidad”
repercute en que No country for old men sea, (junto con Oh brother
where art thou, inspirada en la Odisea), la única película de los hermanos
Coen en la que éstos admiten el vínculo literario en los títulos de
presentación.
En cuanto al modo de lectura que
configura la transposición fílmica analizada en este trabajo, de acuerdo con la
clasificación elaborada por Sergio Wolf en su texto Cine/Literatura. Ritos
de pasaje, podría afirmarse que, si bien No country for old men
aparentemente sería un caso de “intersección de universos” del escritor y del
director (es decir, un caso en el que existen significativas afinidades entre
la obra de uno y otro), en realidad consistiría en un ejemplo de película que
lleva a cabo “la fidelidad posible o una ‘lectura adecuada’”, es decir, una
lectura que da cuenta de procedimientos de transposición que no afectan la
trama o la concepción general presente en el material literario del cual se
parte. Esto es así dado que, aunque existen ciertas características que
emparentan la obra de estos artistas, (tales como la ubicuidad de la violencia,
las persecuciones y las numerosas muertes -incluidas las de personajes
principales-, el dinero como motor del relato, los numerosos enredos en la
trama narrativa, entre otras), los Coen eliminan del film analizado la
presencia del tono de irrisión y burla con respecto a sus personajes, tono
característico de la estética grotesca presente en la totalidad de su
filmografía. Es así como en este caso puede leerse la renuncia parcial a la
propia estética, buscando conservar el tono de seriedad con que el narrador
novelesco trata a sus personajes, en virtud del excesivo “respeto” que les
infunde a estos directores la obra literaria que transponen.
Ahora bien, una clara excepción
dentro de este tono predominante en la película la constituye la escena de los
mariachis, totalmente ausente de la novela. Moss, gravemente herido por su
enfrentamiento con Chigurh, ha llegado a duras penas a México durante la noche
y se ha echado a descansar en la calle. Con el despunte del sol, Moss despierta
y encuentra a su lado un conjunto de mariachis cantando una canción que, si
bien respeta los estereotipos propios de la música que éstos suelen
interpretar, habilita una lectura más que alusiva a la situación del joven,
provocando un innegable efecto humorístico en el espectador y retomando el tono
de burla con que se trata a los personajes de las películas coenescas. El
contraste con el resto de las escenas de la película es tal que vuelve más
evidente el carácter serio de las mismas (si bien esto no significa que el
humor esté ausente de la película, en ningún otro momento se presenta una
situación que evoque tan a la perfección la burla hacia los propios personajes característica
de las películas de los Coen).
Descontada entonces esta excepción
dentro de la narración, puede plantearse que en el caso de No country for
old men, la lectura de los Coen “procuró seguir determinadas direcciones
rastreables en <el texto>, como si se tirara de una hebra que sobresale
de un tejido, sin destejerlo pero tampoco dejándolo intacto”, citando a Wolf.
Es decir que los Coen han respetado en lo básico la sucesión de hechos
presentados en el texto literario, filmando escenas que se corresponden casi
totalmente con momentos en que en la novela se hace presente un narrador
testigo que da cuenta de los hechos de manera altamente cinematográfica,
facilitando así el trabajo de transposición. Pero también han incorporado a los
diálogos de la película, de manera muy acertada, ciertos pensamientos de los
personajes recogidos en la novela por un intermitente narrador omnisciente. Y,
sin incurrir en abusos, han vuelto voz en off a cargo del Sheriff Bell,
ciertos fragmentos de los breves capítulos intercalados de la novela que quedan
exclusivamente a su cargo como narrador protagonista y como narrador testigo en
primera persona, generalmente no comentando directamente los hechos presentados
por la novela, sino más bien intentando comprender el enigma que le plantea su
propia época, entre otros motivos, por el sinfín de violencia desatado en su
sociedad e imposible de remediar.
El club de las mujeres que aman demasiado. La historia de Adela H (L'Histoire d'Adèle H). Dirección:
François Truffaut. Francia, 1975. Guión: François Truffaut, Suzanne Schiffman,
Jean Gruault. Elenco: Isabelle Adjani, Bruce Robinson, Sylvia Marriott, Joseph
Blatchley, François Truffaut, Reubin Dorey. Por Emiliano Rodríguez Montiel
(UNL-CONICET).
¿Cuánto puede soportar un cuerpo los embates
de la adversidad amorosa? ¿Hay acaso una frontera, un horizonte –sea cultural,
psíquico o físico- que limite el campo dentro del cual el enamorado puede amar?
Adéle Hugo, hija de Víctor Hugo, cruza un continente en busca del teniente
Pinson, un acto sordo y obstinado cuya magnitud -calibrada no sólo por la
extensión y el tiempo de viaje sino, sobre todo, por la contingencia de saber,
gracias a una serie de obstáculos (Guerra civil en Estados Unidos, negativa de
los padres a casarse, negativa del propio Pinson a casarse), que nada bueno
puede ocurrir al subirse a ese barco- pone a disposición la pregunta por la
medida del amor: ¿cuánto puede amar una persona? ¿Hasta dónde?
Esta interrogante, excepcionalmente apoyada en
un hecho verídico, sintoniza a Adéle H. con un selecto grupo de personajes
literarios que, al igual que ella, amaron demasiado; nombro algunos: Humbert
Humbert (Lolita, Nabokov 1955),
Charles Swann (Por el camino de Swann,
Proust 1913), el joven Werther (Werther,
Goethe 1774) y Sofía de El pasado (Pauls
2003). El amor en este club hace un
pacto con la patología y es entendido como una religión (el otro –el amado- es
el dios al cual debo adorar), una fe ciega que consiste en resistir tenazmente
los embates de los mil discursos que intentan decretararle al amor un
desenlace.
Adéle es la enamorada que habla sola: no
correspondida, rechazada hasta el patetismo, la hija de Hugo se entrega a la
escritura de un diario para sobrevivir bajo la coartada de sus fabulaciones
amorosas. La imagen central, la que persigue y contamina todo el soliloquio de
Adéle, es la figura barthesiana de la Unión
total: “Sueño de la unión total: todo el mundo dice que ese sueño es
imposible y sin embargo insiste. No renuncio a él: Ya no soy yo sin ti. Puedo creerlo a mi sueño, puesto que es mortal
(lo único imposible es la inmortalidad)” (En Barthes,
Roland (1977) Fragmentos de un discurso
amoroso. Buenos Aires: Siglo XXI, 2013. Pág. 282). En efecto, al igual que el cansancio en
Kafka o la enfermedad en Mansfield, la figura del amor en Adéle -un amor
andrógino que la medicina ha intentado desprestigiar calificándola de trastorno
mental bajo el nombre de erotomanía- gobierna toda la escritura del diario; una
disciplina del cuerpo y la soledad que la bella Isabelle Adjani lleva a cabo de
manera magistral, con sus ojos claros y punzantes pero sobre todo con su voz,
una voz sutilmente regulada por el tono de una intimidad en ebullición, que genera,
desde el primer instante, la promesa de un monstruo, una mujer-monstruo que
entiende al amor del mismo modo que John Cassavetes en Love Streams (1984), es decir, como un torrente continuo, que está
exento de toda finalidad (Isabelle Adjani, siete años, en 1982, después de este
papel, representaría un estado sublime y monstruoso de la locura en Possessión).
Esta concepción del amor, de la que Pauls se
hará eco tiempo después para escribir su tratado amoroso, tiene su modelo o
ejemplo confirmatorio en el propio universo familiar de Adéle: el esposo de su
hermana Leopoldine. Éste, viendo a su esposa de meses ahogarse en el mar,
decide morir con ella luego de intentar todo lo posible por salvarla. La
entrega absoluta, el despojo de lo propio en pos de lo amado y/o la devoción
sin escrúpulos al más mínimo pudor social, marca el accionar de la práctica
amorosa de Adéle, que incluye mensajes encubiertos y abandonados en lugares
donde Pinson pueda encontrarlos, espionajes nocturnos que develan su masoquismo
al divisar al amado en la cama con otra, la aparición furtiva -disfrazada de
monsieur- en una fiesta donde se encuentra el teniente. La consigna es una y
contundente: aunque tú no me ames, deja
que yo te ame.
Amar al amor: Pinson, en definitiva, no es más
que el objeto, el agente que ocupa el lugar de lo amado, la condición necesaria
para ejercitar la experiencia amorosa, la cual, una vez puesta en marcha vale
por sí misma, invalidando todo lo demás, incluido Pinson. Tal es así que Adéle,
en el ocaso de su aventura amorosa, no tiene ningún miramiento en perseguir una
vez más al teniente hasta su nuevo lugar de trabajo, la tierra exótica de
Barbados. Entonces, la pregunta por cuánto se puede amar a una persona, torna
su punto hacia el amor mismo: ¿cuánto se puede amar al amor?
Una pequeña gran
película. La habitación (Room). Dirección: Lenny Abrahamson.
Basada en la novela homónima de Emma Donoghue. Estados Unidos, 2015. Guión:
Emma Donoghue. Elenco: Brie Larson, Jacob
Tremblay, Joan Allen, William H. Macy. Por Miguel Sanz Jiménez: Doctorando de la
Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid.
Joey vive con su
hijo, Jack, en una habitación diminuta. Allí comen, juegan y duermen, y lo
único que ven del mundo exterior es la luz que entra por la claraboya del
techo. Al caer la noche, Jack se esconde en el armario y así evita que el viejo
Nick, el hombre que les trae comida, lo vea. La situación se repite hasta que
Jack cumple cinco años, cuando su madre decide que ha llegado el momento de
escapar.
Casi todos los años,
durante la temporada de premios, surge una pequeña película independiente que
sorprende a la crítica y cautiva al público gracias a una puesta en escena
modesta, el candor de las interpretaciones y la humanidad que desprende el conjunto
del filme. Es el caso de títulos como Bestias
del sur salvaje (Zeitlin, 2012), Nebraska
(Payne, 2013), Boyhood
(Linklater, 2014) y La habitación,
una de las películas más interesantes de 2015.
Se trata de una
producción conjunta, canadiense e irlandesa, que adapta la novela homónima de
Emma Donoghue, la cual trata un tema horrendo y actual como es el secuestro de
una joven que permanece años cautiva en un espacio reducido. El confinamiento
espacial limita la puesta en escena, de forma similar a lo que sucedía en 127 horas (Boyle, 2010), pero, en vez de
convertirse en un problema, impulsa un alarde de ingenio por parte del
director, Lenny Abrahamson. El modo en que el responsable de Frank (en la Michael Fassbender no se
quitaba la máscara de papel maché en ningún momento, y aun así resultaba
creíble) planifica las secuencias dentro de la habitación y retrata las
emociones de los protagonistas es sencillamente brillante y no dejará a los
espectadores indiferentes.
Hitchcock aseguraba
que lo más difícil era trabajar con animales y con niños. Los primeros le
hicieron caso en La ventana indiscreta (1954),
pero fue un niño el que estropeó una escena de Con la muerte en los talones (1959). Abrahamson sale airoso de la
ardua tarea de dirigir al joven protagonista de La habitación, Jacob Tremblay, en todo momento convincente. El
pequeño intérprete hace frente a varias escenas inusuales para un actor de su
edad y en ningún momento desentona, por lo que se ha convertido en el nuevo
niño prodigio de Hollywood, como pasara en su momento con Quvenzhané Wallis y
Chlöe Grace Moretz. La joven e igualmente sorprendente Brie Larson interpreta a su madre y ofrece un
retrato comedido y desgarrador que, en manos de otra actriz y director, podría
haber caído en el terreno del histrionismo con facilidad. El reparto es tan
reducido que son estos dos actores los que cargan con el peso dramático de la
película, si bien las breves apariciones de Joan Allen y William H. Macy
aportan realismo a la narración.
La
habitación
entretiene en todo momento y aborda un tema complejo gracias a la hábil
decisión de no mostrar en pantalla y dejar que sean los espectadores quienes
intuyan y se dejen guiar por el cuidado trabajo de los dos protagonistas. Narra
una historia difícil y humana, que guarda ciertas similitudes con la también
magistral Prisioneros (Villeneuve,
2013). Estamos, pues, ante una pequeña gran película.
Bonus track
Chelsea Girl:
Patti Smith y lo visual en Just Kids. Patti
Smith. Just kids. London: Bloomsbury,
2010. Por Paula Bassano Vélez: Profesora de Inglés (ARCIS, Chile), Magíster en
Literatura Inglesa y Norteamericana (UPLA, Chile).
Patti Smith
(1942) llegó a Nueva York en el año 1967 donde conoció a Robert Mapplethorpe y
forjó su identidad como artista. En su descubrimiento personal e intelectual,
el carácter visionario la acompañó desde la adolescencia en sus lecturas de
Blake, Baudelaire y Rimbaud. Parece haber predicho un futuro donde habría un
público ansioso por conocer su historia para lo que cuidadosamente juntó souvenirs y registró detalles que hacen
de su crónica de vida un espacio literario único siempre ligado a la imagen.
En un par de
décadas turbulentas como lo fueron los sesentas y los setentas, Patti Smith
recopila, con admirable lucidez, obsesivo cuidado por el detalle y devoción
absoluta, la melancolía de los años de juventud cifrados en una serie de
eventos, objetos y lugares propios de un coleccionista. En su novela premiada
con el National Book Award en 2010, Just
Kids, Smith relata su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, cuyo
encuentro marca el punto de quiebre que la despoja de los rótulos adquiridos en
su vida de pueblerina y la lanza al mundo artístico de New York donde llega a
conocer a Janis Joplin y Bob Dylan, frecuentar a sus mentores Allen Guinsberg,
William Burroughs y Gregory Corso, entre otros.
No es menor que
nombre Chelsea Hotel al capítulo más
representativo del libro que retrata cómo este nicho de los artistas homeless de New York, trágicas divas,
drag Queens, beatniks y los músicos más representativos de la época albergó a
Smith y Mapplethorpe quienes pagaban su alquiler con dibujos de sus portafolios
personales. El período de Patti Smith en el Chelsea
es su etapa de artista visual y poeta y del inicio fotográfico de Robert
Mapplethorpe, por lo que Just Kids, le permite relacionar cada anécdota relevante
a alguna imagen, generando un efecto de conexión visual en el lector inmediata.
Inevitablemente, muchos de los relatos, personas e hitos citados se ven
vinculados a la experiencia cinematográfica, ya sea de la propia Smith como la
de otros cineastas.
En 1966, Andy
Warhol realiza la vanguardista Chelsea Girls con la participación
de la cantante alemana que colabora con The
Velvet Underground, Nico. En este largometraje de pantalla dividida, Warhol
hace del hotel su protagonista y despliega dos situaciones diferentes
simultáneamente con audio en sólo una de ellas. Sin ningún hilo narrativo,
Warhol se dedica a documentar situaciones y a hacer un despliegue de sus
estrellas. La película inspira el álbum de Nico de 1967 del mismo nombre y se
convierte en una de las cintas más paradigmáticas de Warhol. En 1980, una entrevista
para la BBC en que Burroughs y Warhol cenan juntos en el Hotel Chelsea mientras se tratan de
abstraer de las cámaras británicas en una improvisada conversación en la que
Warhol porta auriculares, cierra el círculo de la vanguardia de New York en el
espacio más representativo de un movimiento que pasa a ser referente para la geneación
de Smith al emular su capacidad de identificarse como elite artística o
literaria en su propio tiempo.
Sin duda alguna
el hotel ha sido escenario de variadas expresiones cinematográficas y biopics de narrativas tan inverosímiles
que podrían ser tildadas de ficción si no hubieran sido documentadas. Sin
embargo, la gran mayoría no carece de la ambigüedad propia de hechos que no han
sido totalmente esclarecidos y permiten una apertura a la ficción y a la
interpretación cinematográfica. Tal es el caso de Syd y Nancy (Alex Cox,
1986), protagonizada por Gary Oldman, que se enfoca en la acusación de Syd
Vicious del supuesto asesinato de Nancy Spungen tras haber sido encontrada sin
vida en el hotel.
Si bien Patti
Smith se comienza a acercar al círculo de Warhol más en el restaurant y
nightclub Max’s Kansas City que en el
Hotel Chelsea -y por deseos de
Mapplethorpe de frecuentar a los protegidos del artista pop- también hace
mención a las personalidades conflictivas de figuras como Candy Darling o Edie
Sedgwick, la niña mimada cuya vida en el hotel es parte de la película de 2006 Factory
Girl (George Hickenlooper) con Sienna Miller sobre los días en que Edie
fue de las favoritas de Warhol así como sobre su deterioro físico y mental.
Así como Patti
Smith construye su aventura de vida hasta llegar a afianzarse como cantante
desde la escritura, acompaña la edición del libro con la película Dream
of Life (Steven Sebring, 2008), registro documental de su autobiografía
que llega a complementar los cortos filmados junto a Robert Mapplethorpe en que
Smith recita o el famoso registro que Robert da en llamar “Robert having his
nipple pierced” (“Robert haciéndose perforar el pezón”). Smith adquiere
tempranamente la calidad de musa en el trabajo fotográfico de Mapplethorpe, la
cual se mantiene inclusive posteriormente a su interés por la sexualidad
masculina que pasa a constituir otra parte de la obra del fotógrafo y, si bien,
coincide con el término de su relación de pareja, constituye solo el comienzo
de su lazo artístico y de afecto duradero hasta los últimos días de la vida del
Mapplethorpe.
El vínculo de la
novela de Patti Smith con el lenguaje audiovisual tiene un cierre perfecto con
el estreno próximo del esperado documental Mapplethorpe: Look at the pictures
que termina por consolidar la obra de quien, junto a Patti Smith, hizo uso de
su expresión artística y sumó, el registro visual al literario para dar cuenta
de una época de excesos, contradicciones, hallazgos personales y culturales.
El conmovedor
libro de Smith, Just Kids es parte de
una red cultural que, desde lo narrativo, lo musical y lo visual documenta todo
el movimiento cultural, la exploración sexual, el mundo literario y el rock de
los años que formaron un legado que -al igual que la relación Smith-Mapplethorpe-
es eterno e invaluable.
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