Pese a todo… Un árbol crece en Brooklyn (A Tree Grows in Brooklyn). Dirección: Elia
Kazan. EEUU, 1945). Basada en la novela homónima de Betty Smith. Guion: Frank
Davis y Tess Slesinger. Elenco: Dorothy McGuire, James Dunn, Joan Blondell,
Peggy Ann Garner, Lloyd Nolan, James Gleason, Ted Donaldson, Ruth Nelson. Por
Giancarlos Areiza Salazar: Especialista de Audiovisuales de la Escuela de Cine
y Televisión de Caracas, Venezuela.
Un frondoso árbol de
tallo largo y hondas raíces, se ancló en uno de los suburbios más humildes de
Brooklyn, en la década de los 30. Este no solo se abrió paso entre los
intersticios del cemento, de la deshilachada calle, sino que también encontró
su espacio para configurarse —pese a todo y a toda
maleza en el camino—, en belleza y vida. Esta es, quizá,
una de las más bellas y portentosas metáforas del cine (y de la narrativa) que
atravesó la película (y el libro) de cabo a rabo. La historia de la niña que
creció ahíta de necesidades pero apuntando, siempre, al cielo.
Elia Kazan, pensamos,
tuvo que hilar muy fino para poder trasponer esta historia en movimientos e
imágenes de fértil belleza, que perduraron —y perdurarán— en el acervo del
Registro Nacional de Cine, de los Estados Unidos, y por añadidura, en la
memoria del mundo, como una pieza cinematográfica de valía: “Cultural, histórica o estéticamente
significativa”.
Y aunque en esta
película la densidad psicoemocional de los personajes se quedó, francamente, en
los vestigios del tintero, como suele suceder con las adaptaciones de los
libros para el séptimo arte; la suma esencia de la historia se mantuvo: la
metáfora del árbol, que como débil semilla se abrió, pese a todo y contra los
vientos más bravos. Esa terquedad de vivir. Que caiga donde caiga, esa semilla
crecerá. De modo que si la función de las metáforas es crear un mosaico de
paralelismos mientras vemos la historia, bien podríamos poner por caso la vida
de Francis Nolan y el árbol. La quilla de esta historia, fue la relación
padre-hija. Amor idealizado y correspondido por su padre. Innumerables fueron
las escenas de ellos dos. De las confidencias de ellos dos. Del sacrificio de
su padre para buscarle el colegio que su niña tanto ansiaba y su sueño de
aprender y mejorar. En fin… esta película estuvo hecha de ellos dos. Incluso, a
cuenta de ellos esta película pudo arrimarse dos Oscar. James Dunn, a mejor
actor, y la primorosa Peggy Ann Garner se llevó el premio juvenil de la
Academia, también en 1945.
Elia Kazan se enamoró
del libro tan pronto lo leyó. Para la década de los 30, este joven venia de
realizar sus pininos en obras de teatro, ilusión amasada por años, y para la
que se preparó desde que fue integrante del The
Group (Un grupo compacto de amigos que se dedicaron a las faenas de la
dramaturgia, el teatro y la actuación), y, para esta, su primera vez en el
cine, quiso amarrar a las audiencias con un hecho emocional de verdadera
voluptuosidad. Y hubo de encontrarlo en A
Tree Grows in Brooklyn, libro recién publicado en la primavera de 1943, por
la incipiente escritora Betty Smith. De esta década hay que recordar que los
cineastas apenas si estaban echando mano del realismo psicológico y los
conflictos humanos más encarnizados (sobre todo, the inside), para desechar las
tramas impostadas y grandilocuentes de la clásica y efectiva receta
Hollywoodense. Y en esto, también Elia Kazan hubo de ser uno de los pioneros en
innovar; y en este libro, hecho de la realidad de una sociedad emigrante agazapada
por el brillo de Nueva York, fue el más apropiado para su opera prima.
Hay que decirlo, esta
es una película de pormenores. De detalles. De esos donde a veces se encuentran
explicaciones un tanto más anchas para la vida y donde no siempre, a dios gracia,
hallaremos esos empalagosos entramados argumentales o descollantes secuencias
que se dirimen en las industrias del cine, de elevado carácter mercantil. En
esta historia, en cambio, nos convocan a ver anécdotas. Escenas pequeñas y esos
momentos del alma de una niña. Con todo,
no se puede pasar el hecho que esta película prescindió de la última escena del
libro, así como otros momentos primorosos, hechos de detalles y profundidades
psicológicas de la familia Nolan y demás personas, como la tía Sissy. Quién
sabe porque se le pasó o lo hizo Kazan de esta manera, a sabiendas de la
belleza que escenas como estas, podrían prodigarle a la película:
“Observó el patio.
Habían cortado el árbol cuyas hojas como sombrillas se enroscan por encima y
por debajo de la escalera de incendios porque las mujeres se quejaban de la
ropa que colgaban a secar se enredaba en las ramas. El propietario del edificio
había enviado a dos hombres para que lo derribasen a hachazos”. / “pero el
árbol no había muerto: subsistía aún…” /“Un nuevo árbol había nacido del tocón
que habían dejado y su tronco se había arrastrado por el suelo hasta llegar a
un lugar donde no había cuerdas para colgar ropa. Luego había crecido hacía
arriba, buscando el cielo”.
Finalmente, el point
de la película, cabe pensar, fue la redención. Y en ella creo su propio
espíritu. Es ese tramo de las vidas, donde muchos han pasado cien vicisitudes,
y pese a todo, continúan adelante. Sin mirar atrás y, sobre todo, sin
victimizaciones. Para cerrar. Miren este extracto del libro:
“Una persona que supera su ambiente por la
cuesta del esfuerzo y el dolor puede tomar dos caminos: olvidar su pasado, o
recordarlo siempre y conservar en el alma comprensión y compasión por aquellos
que dejó atrás en su doloroso ascenso”
Conflictos en el agua. Capitán de
mar y guerra: La costa más lejana del mundo (Master and Commander: The Far Side of the World). Dirección: Peter
Weir. EEUU, 2003. Basada en varias novelas de Patrick O'Brian, principalmente en
Master and Comander, HMS Surprise, La patente de corso y La
costa más lejana del mundo. Guion: Peter Weir y
John Collee. Elenco: Russell Crowe, Paul Bettany, James D'Arcy, Max Pirkis, Lee
Ingleby, Robert Pugh, David Threlfall, Edward Woodall, Ian Mercer, Billy Boyd,
Joseph Morgan, Richard McCabe, Chris Larkin, George Innes, Mark Lewis Jones,
Bryan Dick, Alex Palmer, John DeSantis, Patrick Gallagher, Ousmane Thiam,
Thierry Segall. Por Osvaldo Beker: Profesor y Licenciado en Letras (UBA).
Profesor y Licenciado en Comunicación (UBA).
Un cine del agua, de la historia, de las batallas y de un gran error, de
una enorme negligencia. ¿Acaso podría llegar a definirse de este modo la última
producción protagonizada por el irascible Russell Crowe? Quizás sea lo correcto
si es que se considera el contexto espacial, la revisión temporal, la
representación de las confrontaciones bélicas y la articulación total del
relato que apuesta a construir un modelo particular de comportamiento humano
ante las miserias de la guerra.
1806. Atlántico Sur (frente a las costas brasileña y argentina). El
capitán británico Aubrey tiene la orden de capturar el buque de bandera
francesa "Acheron" al mando del capitán De Vigny. Hay una serie de
obstáculos: la embarcación enemiga (dicho así ya que la perspectiva de esta
realización se arma permanentemente sobre el grupo de ingleses) es mucho más
ligera -y, por ende, más veloz-, tiene más hombres y está mejor equipada de
armamentos. Hasta allí el puñado de indicaciones que surgen del rastreo de las
funciones cardinales de la película. Sin embargo, lo que sobresale en Capitán... es también la defensa de una
tesis: el disparador de las acciones de los personajes es el ego a partir del momento en que ninguno
de ellos puede ver más allá de sus pretensiones. Parece haber sido
tremendamente difícil vivir a principios del siglo diecinueve, fundamentalmente
si había que pasarse meses enteros a bordo de un barco de guerra. El hombre que
recurre inexorablemente, el calor insoportable o el frío glacial, la suciedad,
los olores y, sobre todo, la batalla naval que deja muertos y heridas
inmarcesibles, representan los factores que deben ser cohesionados y
controlados por un solo hombre, Aubrey. Los problemas le surgen como hongos y
la paulatina resolución de todos y cada uno de ellos es el motor de su
existencia.
Hay un elemento decididamente ingenioso en Capitán... (filme que deja muy mal parada a la Argentina a juzgar
por su subtítulo en el idioma original; algo así como aludirla haciendo uso de
una metáfora poco feliz) y que lo acerca auténticamente al género del
documental del tipo Animal Planet: el
médico a bordo, además de atender a los heridos, es un fanático y un experto
naturalista que aprovecha el viaje para descubrir nuevos lugares y especies
animales y vegetales. Son entonces largos minutos de una trama que cesa su
derrotero y deja paso a aspectos rodados documentalmente y compaginados de modo
tal que el espectador conozca, no de cuáles son esos animales y plantas, sino
de cuándo fueron descubiertos por un científico europeo.
Con el auspicio de barlovento (viento a favor de la dirección de la
embarcación) y de una táctica militar naval adecuada, el capitán Aubrey es el
timón de un par de centenares de hombres hacinados y presentados soberbiamente
en su composición. Otro gran atractivo de Capitán...
es la abundante cantidad de exteriores en escenarios naturales y la
caracterización puntillosa de las docenas de personajes estelares, secundarios
y marginales.
Kahlil Gibran, el poeta libanés de siempre. El profeta (Kahlil Gibran’s
The Prophet). Dirección: Roger Allers, Gaëtan Brizzi, Paul Brizzi, Joan C.
Gratz, Mohammed Saeed Harib, Tomm Moore, Nina Paley, Bill Plympton, Joann Sfar,
Michal Socha. Reino Unido-EEUU-Francia-Canadá-Líbano-Qatar, 2014. Basada en el
texto homónimo de Kahlil Gibran. Guion: Roger Allers. Animación, voces de Liam
Neeson, Salma Hayek, Alfred Molina, John Krasinski, Frank Langella. Por John
Harold Giraldo Herrera: Docente Universidad Tecnológica de Pereira, Colombia.
Si la palabra tuviera el poder que otrora
tiempos engalanó, habría por ahí varios poetas haciendo de su lucidez y
emocionalidad una perspectiva menos plana del mundo (y lo hacen). Eso hizo el
libanés que se universalizó: Gibran. Luchó por las tiranías e hizo de su
palabra un deleite, cautivó tanto como lo refleja la muy bien lograda película
animada El profeta (que recuerda uno
de sus libros), donde la coproductora es la célebre Salma Hayek. Se trata de
una obra de arte, en la que varios artistas dan despliegue de color y de diseño
visual a cada uno de los poemas que compilan. Reunieron sus talentos y nos
entregan una mágica pieza audiovisual, una con una delicadeza que se compagina
con esas palabras sonoras del poeta, como él mismo decía: “Aléjame de la
sabiduría que no llora, la filosofía que no ríe y la grandeza que no se inclina
ante los niños”. Quizás por eso esta película fue pensada para un público
infantil, aunque de todo disfrute para los grandes. Con 26 poemas visuales y de
su libro, se arma la trama de quien fuera perseguido por su capacidad de
enunciar.
Escribió: “En mi locura he hallado libertad y
seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues
quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser” y si algo tuvo es que
se resistió a ser enjaulado, fue un librepensante; promulgaba: “Cuando das todo
lo que tienes es muy poco lo que das. Otórgate a ti mismo y sólo entonces serás
realmente generoso”. Tuvo una corta duración como sujeto (48 años), pero se
extendió en el tiempo con sus alas de metáforas. Su poesía atraviesa a quien la
escucha y lee, uno no puede sino reaccionar. A los temas como el amor, la
muerte, la amistad, la soledad, el poder y a otros tantos les dedicó su
entusiasmo, por ejemplo, a un amor casi en su momento de temblor le sentenció:
“Hay una trémula primavera en cada invierno del corazón y un sonriente amanecer
se esconde tras el velo de cada noche”.
Kahlil fue exiliado, vivió en los Estados
Unidos, desde donde combatió la segregación en Medio Oriente. Su principal arma
fue su pensamiento que quedó plasmado en libros, poemas, pinturas. Un efecto
primordial era el aliento de sus letras, desde el que comía un mendrugo de pan,
hasta el que por su efervescencia o melancolía andaba decaído. Al altisonante amor,
no lo dejó quieto, decía de él con vehemencia: “Cuando el amor os llame,
seguidlo. Y cuando su camino sea duro y difícil. Y cuando sus alas os
envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiriera. Y
cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce vuestros sueños, tal como
el viento norte devasta los jardines. Porque, así como el amor os corona, así
os crucifica”. En ese libro de El Profeta,
que pudo sobrepasar fronteras y viajar entre uno y otro lector ávido de
emociones se hallan una serie de frases únicas y precisas.
La película no nos da esperas, y de un poema
salta al otro, mientras que Kahlil sale de la cárcel y debe abandonar el sitio
donde fue recluido, luego, en cada estación nos comparte su ideario. El amor no
lo suelta y nos expresa: “Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor
porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro curso. El amor no tiene otro
deseo que el de realizarse. Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos,
que vuestros deseos sean éstos: Fundirse y ser como un arroyo que canta su
melodía a la noche. Saber del dolor de la demasiada ternura”. Luego esa ternura
se ve atada y nos cuenta de la libertad: “Y si es un miedo el que queréis
disipar, la sede de ese miedo está en vuestro corazón y no en la mano del ser
temido. En verdad, todas las cosas se mueven en vosotros como luces y sombras
apareadas. Y, cuando la sombra se desvanece y no existe más, la luz que queda
se convierte en sombra en otra luz. Y, así, vuestra libertad, cuando pierde sus
grillos, se convierte ella misma en el grillo de una libertad mayor”.
Mejor que sea su palabra la que nos diga.
Tenía una para cada momento, y antes de partir, dijo: “Si algo de lo que he
dicho es verdad, esa verdad se revelará en una voz más clara y en palabras más
cercanas a vuestros pensamientos”. Entonces se resiste con el decir, y más si
este se conecta con lo que se piensa y se hace.
Destino manifiesto. Misión rescate
(The Martian). Dirección: Ridley
Scott. EEUU, 2015. Basada en la novela El
marciano de Andy Weir. Guion: Drew Goddard. Elenco: Matt Damon, Jessica
Chastain, Chiwetel Ejiofor, Jeff Daniels, Kate Mara, Michael Peña, Sean Bean,
Kristen Wiig, Sebastian Stan, Aksel Hennie, Benedict Wong, Mackenzie Davis,
Donald Glover, Mark O'Neal, Brian Caspe, Chen Shu, Eddy Ko. Por Ángel Rafael
Lombardi Boscán: Dr. En Historia por la Universidad Complutense de Madrid.
Ridley Scott no es cualquier tonto. Es un director consagrado a través
de películas como: Alien, el octavo
pasajero (1979), Blade Runner
(1982), Thelma y Louise (1991), 1492, La conquista del paraíso (1992), Gladiador (2000), El reino de los cielos (2005) y muchas otras más. Cito sólo éstas
porque han sido muy populares y han dejado una profunda huella en la cultura
globalizada en la cual estamos inmersos. Ridley Scott entiende que el cine es
un espectáculo portentoso para impresionar a multitudes sin que ello implique
ser prisionero del principio de la primacía de la realidad. A él le da lo mismo
poner a pelear a un Emperador romano junto con un esclavo en la arena del
monumental coliseo romano o hacer de la santa Jerusalén un baluarte
inexpugnable hasta por el mismo Saladino, inesperadamente humanizado. Ridley
Scott siente que su trabajo es como el de un ilusionista y para ello nunca se ha
refrenado.
Luego de la fallida aunque preciosista: Prometheus (2012) donde se exploró sobre los orígenes de la vida
humana, pareciera de Ridley Scott quedó herido en su orgullo y ahora se resarce
del daño haciendo ésta ampulosa The Martian
(2015), que desde su mismo estreno ya encabeza la taquilla en los Estados
Unidos, es decir, casi el mundo esférico en términos de espectadores y millones
de dólares. En los portales cinematográficos los críticos, tanto los expertos
como los espontáneos, no cesan en alabar sus virtudes. Y no hay duda que los
tiene en términos de belleza visual, alarde tecnológico y con un argumento
atractivo: el naufragio de un astronauta, dado por muerto, en las inmensidades
soledades rojas del planeta Marte.
Aun así la película es un peligroso artilugio ideológico para ensalzar
la grandeza de los Estados Unidos como única potencia y cultura válida y
superior del orbe al día de hoy. Y es que esto les encanta a los
estadounidenses: el insuflarse dosis de confianza sobre su destino manifiesto,
su patriotismo superior y una ética social pública que subyuga hasta la misma
privada. Y después, restregar en la cara del mundo que no hay nación ni pueblo
que se les iguale. A los pobres chinos les dan un papel de reparto muy
secundario, en eso de ir a por la conquista del espacio sideral, para remarcar
apabullantemente su dominio tecnológico.
Libres de los malos rojos comunistas de la Guerra Fría, aplacado el
síndrome de la derrota en Vietnam luego del paseo triunfal en las guerras del
Golfo Pérsico y ajusticiado el terrorista Bin Laden causante de la más terrible
humillación nacional, hay que reafirmar al día de hoy que los retos por obtener
la primacía mundial están en el espacio. Y Ridley Scott se ha dado a ésta tarea
como buen patriota y buen vendedor de ilusiones que es asegurando un efectivo
como redondo éxito.
El instrumento de éstas ideas superiores presentadas en envoltorio de
lujo, y hasta con humor, algo inaudito en una película cuyo epicentro es la
tragedia, y hasta el horror mismo, es el actor Matt Damon. Damon se transfigura
en MacGyver (Richard Dean Anderson) y al igual que la exitosa serie del año
1985 es capaz de escapar del más inverosímil aprieto. Obviamente, aquí no
utiliza una navaja suiza multiusos como MacGyver, sino los portentos de la
ciencia más avanzada a su servicio. Que no hay alimentos para sobrevivir, pues
organiza un vivero casi de la nada, además, convenientemente su profesión es la
del botánico; que la energía escasea pues se desentierra una pila de plutonio
que al más desprevenido hubiese matado de un plumazo; que no hay agua pues la
hace reinventando la química orgánica; que no hay vías de escape ante una
muerte inevitable, pues consigue hacerlo de manera heroica y que le vengan a
rescatar sus compañeros sin apenas inmutarse. Todos los accidentes de éste
astronauta/naufrago son cinematográficos, es decir, nadie humanamente pudo
haberlos sobrevividos, aunque no son tan exagerados como los que vivió Sandra
Bullock en la muy fantasiosa: Gravity
(2013) del mejicano Alfonso Cuarón, que por cierto, The Martian se la come viva de acuerdo a nuestro criterio.
Finalmente, The Martian, es
una película en dos planos paralelos. Por un lado las peripecias de un Damon
optimista en unas circunstancias catastróficas confiando en el Dios tecnológico
para lograr su salvación. Y por el otro, todas las maquinaciones, bien
intencionadas y nobles, algo poco creíble, de los directivos de la NASA en
salvar el honor nacional a través del rescate imposible del astronauta
extraviado en Marte. El argumento de Steven Speilberg en Salvar al soldado Ryan (1998) retomado y con sus variaciones aunque
en el contexto del espacio. Ningún estadounidense puede ser abandonado a un
sacrificio inútil porque la identidad nacional les hace ser especiales y únicos
en la honra y exaltación del grupo. La prosapia de un patriotismo superior y
que tiene bases materiales formidables para ejercerse.
No quiero dejar de mencionar los embrollos territoriales de lo que
implica una colonización que en la película se mencionan como una inocentada.
Los productores de la película dejan entrever que el que llega primero es el
que gana los territorios vírgenes de la Luna, de Marte o cualquier otro
planeta. Y como es obvio son los Estados Unidos y su alarde tecnológico en el
campo espacial a los que les conviene vender esa idea.
The Martian se disfruta pero es más negocio que arte, pero sobretodo, ideología del
poder imperial y avasallante que representa el águila calva en estos años del
siglo XXI. Para no variar.
Después del mundo. Segundo segmento de la película De la nube a la resistencia (Dalla nube alla resistenza). Dirección: Danièle Huillet y
Jean-Marie Straub. Italia, 1979. Basada en novela La luna y las fogatas de Cesare Pavese. Guion: Danièle Huillet y
Jean-Marie Straub. Elenco: Mauro Moni, Carmelo Lacorte, Mario di Mattia, Luigi
Giordanello, Paolo Cinani. Por Rodrigo Sebastián. Comunicador Audiovisual (Universidad
Nacional de La Plata).
El cine moderno, y su devenir contemporáneo, relacionó
a la obra de la pareja de cineastas que fueron Jean-Marie Straub y Danièle
Huillet (fallecida en 2006) con la filmografía de Rainer Werner Fassbinder –con
quien colaboraron-, con el cine de Jean-Luc Godard y Jean-Pierre Gorin –el
Dziga Vertov Groupe- y más recientemente con Pedro Costa –que rinde homenaje a
la pareja en Où gît votre sourire enfoui?
(2009, ¿Dónde yace tu sonrisa
escondida?)-. En su rigor extremo, y también en su intransigencia.
El interés que produce el goce del film exige del
espectador un trabajo asimismo especial. Puesto que (con un conocimiento
preciso del cine y de la historia del cine) la pareja ha desmarcado su obra de
una multiplicidad de convenciones que implica la noción de cine. “La no-reconciliación, también es un modo de hacer los films,
de producirlos. Es el rechazo obstinado de todas las fuerzas de homogeneización.” (Daney, 2004: 38).
De la nube a la
resistencia (Dalla nube a la resistenza, 1979) no es una excepción.
El trabajo atípico con la obra literaria.
Como en una inmensa parte de la producción de ficción
en el cine, en el origen de diferentes films de Huillet y Straub está la
elección de un texto. Sin embargo, la forma de sus films, que es resultado del
trabajo de los cineastas con la obra literaria, resiste desde la idea misma a
una forma-cine-de-ficción mayoritaria
–con “forma de novela”-.
Gesto y signo de una libertad absoluta hacia el texto,
De la nube a la resistencia, que tiene
dos partes, está basado en dos libros de Cesare Pavese. La primera parte está
basada en Diálogos con Leucó (Dialoghi con Leucò) de 1947. La segunda parte del film se basa en la última novela de
Pavese: La luna y las fogatas (La luna e i falo) de 1950 –con fecha de escritura: 18 de setiembre a 9 de noviembre
de 1949 (Pavese, 1985: 258), algunos meses antes del suicidio del escritor-.
En su segunda parte, el film usa fragmentos del texto,
de la narración –la voz del narrador y situaciones y acciones de la historia-,
pero, al suprimir gran parte de la historia contada en La luna y las fogatas, subvierte la forma de la historia y la narración
original. No es este un film convencional basado en la novela de formación.
Suprimidas las situaciones pasadas que evoca el protagonista, sin nombre
–cuando era un niño en la granja de la Gaminella y un adolescente en la
alquería de la Mora-, el film trabaja el tiempo presente de la historia. En que
el protagonista vuelto a Canelli como un hombre que hizo mundo, habla de sus
conocidos –muertos, en su mayoría - y de los lugares en donde vivió; que
aparentemente no le pertenecen a causa de su origen bastardo. (La luna y las fogatas comienza con la
dedicatoria “for C. Ripeness is all”,
“La madurez es todo”).
La atipicidad de este cine asimismo radica en su
fidelidad al texto. El texto no es reescrito, no se trata de una adaptación de las letras del neorrealismo
italiano –Pavese y Elio Vittorini, en otros de sus films italianos-; no hay interpretación de los actores: “¡No es
un texto de ellos!” (Straub en Huillet et al., s/d). Sin embargo, según
Huillet, no hay otros films en los que el texto forme parte de aquellos que lo
dicen al punto que esté en sus sueños, “en sus nervios y en el cauce de su
sangre” (Huillet et al., s/d). Straub ha descrito su método:
Hay una
estructura. Hacemos que la gente lea los textos, estamos sentados en una mesa,
y luego en ciertos momentos les decimos: «Mira, has respirado ahí y es
interesante en la frase, en la sintaxis, en la gramática, es interesante para
el sentido, podemos conservarlo»; entonces nos dicen: «No es posible»,
protestan, y les decimos: «Intenta y vuelve a empezar». Entonces eso se
convierte en una estructura, en una partitura. Se convierte en una
construcción. Hace cuarenta años que nos dicen que entrecortamos el lenguaje,
no es algo nuevo. El lenguaje es como la vida: no puede ser informe. Por lo
tanto, hay que saber dónde se respira, si conviene más hacerlo aquí que allí.
Hay que saber si hacemos un punto, una coma o si dinamitamos el punto y la
coma. A veces, es muy saludable aceptar un punto, a veces es más conveniente
dinamitar una coma antes para hacer el punto, y otras veces vale más hacer la
coma antes y dinamitar el punto, todo eso para llegar a algo que es la
continuidad de un discurso o de una idea o de un sentimiento… o de un enfado, o
de una reflexión o de una declaración de amor. (Huillet et al., s/d)
La construcción de
los diálogos busca la continuidad de una idea o un discurso de Pavese en cine.
El compromiso (impegno) y los temas
de los que habla el texto –condensados en el descubrimiento del asesinato y la
quema de la joven Santa-: la tierra y lo que está debajo de la tierra –los
fuegos y los muertos-, los campesinos, los burgueses, la guerra, el fascismo,
la resistencia, la iglesia, el comunismo, la violencia, el pasado, la memoria,
el pueblo; la tierra y las voces que hablan de lo que hay debajo de la tierra
(inspiración de la intervención de Gilles Deleuze sobre el cine de Straub en la
FEMIS), en un registro cinematográfico materialista.
Bibliografía.
Daney, S. 1975-1978 (2004). “Una tumba para el ojo
(Pedagogía straubiana)” en Cine, arte del presente, Buenos Aires,
Santiago Arcos Editor.
Huillet, D., Straub, J.-M., Lafosse, P. y
Joubert-Laurencin, H. s/d (2004) “Encuentro con Danièle Huillet y Jean-Marie
Straub. 'Dalla nube alla resistenza' y 'Sicilia!'” en Lumière. Internacional Straub-Huillet. Recuperado de http://www.elumiere.net/exclusivo_web/internacional_straub/textos/nube_sicilia.php
Pavese, Cesare, 1950 (1985) La luna
y las fogatas, Barcelona, Seix Barral.
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