Publicación bimestral. ISSN Nº1851-4855. Año 7 Número 37. Dedicado a la 28ª ed. Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Amor y abandono. Los
celos (La jalousie). Dirección:
Philippe Garrel. Francia, 2013. Guión: Philippe Garrel, Caroline Deruas, Marc
Cholodenko, Arlette Langmann. Elenco: Louis Garrel, Anna Mouglalis, Rebecca Convenant, Olga Milshtein, Esther Garrel. Por Miriam Abelén: Licenciada en
Letras (UNMdP).
La
primera escena de la película muestra y conjuga dos de las líneas que
predominan amor y abandono. Lo que implica además, angustia por el miedo a la
pérdida todo conjugado en un impecable tratamiento fílmico. La toma del primer
plano del llanto, el abrazo, la despedida que ahoga a la abandonada (esposa y
madre de la hija del protagonista) se
desplaza para darnos un plano de la nena que escucha todo y se cobija debajo de
su manta sumando, a la atmósfera de ahogo, una nota más, un plus. Se cierra la
puerta, el efecto justo del sonido que clausura ese vínculo, logra mucho más
que las palabras resuena en el corazón del espectador, conmueve.
El
protagonista, joven de unos treinta años actor, corre a los brazos de su nueva
amada, actriz desocupada, se percibe celebración en ese encuentro no obstante,
el director optó por el blanco y negro
que además de un aire retro
aporta melancolía que junto a la posición de la cámara con cierta inclinación
hace que los primeros planos, predominantes, se vengan encima del espectador
creando la sensación de opresión. Acaso los celos que nuclean y vinculan a cada
uno de los personajes producen la misma sensación. La representación del
sentimiento y la atmósfera asfixiante es tan elocuente que no cobrarán
importancia los nombres propios, se trata de los vínculos y de cómo cada uno de
los involucrados se posiciona frente a la pérdida o a la posibilidad de ésta y
el temor al abandono.
Si
contáramos de qué trata el film diríamos: Un joven deja a su mujer e hija- a la
que por cierto no abandona y con la que mantendrá un vínculo fraternal- para
irse con su amada que a su vez lo abandonará porque sus celos-laborales y
personales- no le permiten ser fiel ni feliz, sufre permanentemente la sensación
de pérdida a pesar de las constantes afirmaciones de amor del protagonista. Él
no soporta ese abandono y se dispara un tiro, si bien esta decisión es radical, concierne a una falsa afirmación
existencial de sentir que sin ella está incompleto. Por cierto hay
infidelidades y juegos de seducción que
permiten afirmarlo más cerca del eros contradiciendo así, ese intento de
suicidio.
Muy
buena propuesta, aparentemente con rasgos autobiográficos, de hecho se advierte
en un encuentro que el protagonista tiene en el film con su abuelo (la película
se inspira en una historia de amor que el padre de Philippe Garrel vivió,
mientras que el realizador todavía era niño y vivía con su madre. Así, Luis
Garrel interpreta a su propio abuelo.
http://www.allocine.fr/film/fichefilm_gen_cfilm=220251.html)

Este
film no asume un tratamiento visceral de
los celos como sí lo hizo emblemáticamente Truffaut en “La mujer de al lado”, donde el personaje
de Bernard (interpretado por Gerard Depardieu) le hace escenas de celos a su
vecina y amante Mathilde (Fanny Ardant), ésta a su vez llega a la locura de los
celos con su frase magistral “Ni contigo ni sin ti” en un final de película potente, no es
el caso de “La jalousie” en la que la creación de atmósfera asfixiante es el
hallazgo.
Buen cine espacio - temporal desde Córdoba. La laguna. Dirección: Gastón Bottaro - Luciano Juncos. Argentina, 2013. Guión: Gastón Bottaro - Luciano Juncos. Elenco: Germán de Silva, Gustavo Almada, Daniel Aimetta. Por Ricardo Aiello: Autor de TV, Docente en Narración Audiovisual y Guión. Pertenece a la Asociación MIGRE Autores de TV.
Buen cine espacio - temporal desde Córdoba. La laguna. Dirección: Gastón Bottaro - Luciano Juncos. Argentina, 2013. Guión: Gastón Bottaro - Luciano Juncos. Elenco: Germán de Silva, Gustavo Almada, Daniel Aimetta. Por Ricardo Aiello: Autor de TV, Docente en Narración Audiovisual y Guión. Pertenece a la Asociación MIGRE Autores de TV.
La
austeridad narrativa no es de por sí valor, aún cuando en más de una película
del cine argentino se intente sobrevalorarla. Pero en este caso parecen
ensamblarse bien los pocos elementos que sirvan al relato: un baqueano, un
viajante que busca una laguna, dos caballos, un lugar. Y es que la unidad
orgánica de la obra (aquello tan propiciado desde La
Poética de Aristóteles) sale muy bien parada de la
prueba, del desafío del programa del relato.
Aparece
un hombre con una urgencia que aparece en su verborragia, en su devenir como
personaje – agente de la narración. Busca algo… y rápido. Acude a la cita con
la impronta y el ritmo propio de aquel que busca al lugar pero sólo como una
mera cuestión utilitaria. “Yo estuve mal,
¿sabe?, muy mal. Uno nunca espera dónde le va a llegar la mano que necesita. Y
yo aprendí que a veces llega de la forma que uno menos lo espera”, dice el
hombre que llega de afuera. Pero los lugareños no están dispuestos a comprarse su apuro; fieles a los ritmos
de los lugares más sensibles a la naturaleza, apenas lo oyen y se limitan a
indicarle siempre el camino. Es que eso que dijo el protagonista foráneo al
principio de la película se convierte en un presagio.
Como
en la buena esencia del cine moderno
el tiempo se valora aquí como un bien
narrativo. Acaso ese tiempo que se le echa encima a un protagonista que
llega con un fin, insisto, sólo utilitario, es el que se nos impone a los
espectadores: se presenta un cine del
tiempo y del espacio, en el sentido más intrínseco y profundo del término.
Los
signos que van a apareciendo (como regando el relato) no presentan felizmente
ningún ruido narrativo; es más, se echan en la narración con sutileza y buena
mano, tanto desde la acción dramática del guión como desde la elaboración de
los planos.
Tamaño
desafío narrativo nos va llevando –en
medio del río- a una pregunta fundamental, que quizás sólo se hacen los más
avezados en las artes del relato: ¿cómo
concluir? ¿cómo terminarlo?
Y
el final no podría ser más acorde a la esencia de la obra y a la vez más
simple. No lo contaré por supuesto.
Antes
de cerrar, sumo otra buena virtud de este cine: fue totalmente acuñado en la Provincia de Córdoba,
aprovechando su potencial natural, sus locaciones fantásticas, pero también su
potencial humano (de hecho el proyecto surgió como una tesis de escuela de cine
local). Un verdadero ejemplo de cine descentralizado
esta ópera prima de la joven dupla Bottaro-Juncos.
Changüich
a la chichona o de cómo aprender a desparramarse el bronceador por la espalda. Club sándwich. Dirección: Fernando
Eimbcke. México, 2013. Guión: Fernando Eimbcke. Elenco: Lucio Giménez Cacho,
María Renée Prudencio, Danae Reynaud. Por Candelaria Barbeira: Profesora en
Letras (UNMdP).
Adolescente ese gran bebé gigante
“Adolescente” Cristina
de Giacomi (Cris Morena)
Is
just a memory and those dreams
weren’t
as daft as they seem
not
as daft as they seem
my
love when you dream them up…
“Fluorescent
Adolescent”, Arctic Monkeys
Club sándwich es el tercer largometraje del
director mexicano Fernando Eimbcke y, a la vez, el tercero que presenta en el
Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. En la 21° edición se llevó el
Premio a la Mejor
Película Latinoamericana con su ópera prima, Temporada de patos, en 2008 volvió con Lake Tahoe y este año participó en la Competencia Internacional
con Club sándwich, galardonada en San
Sebastián en el rubro dirección. Antes de comenzar la función, María Renée
Prudencio, protagonista del film, se encargó de aclararle al público presente
que “Club sándwich” es una variedad
de sándwich que a todas luces encaja en lo que conocemos como comida chatarra:
alimentos con mucho colesterol y pocos nutrientes que los médicos y las madres
no recomendarían; Marc Augé diría: la no-comida típica de los no-lugares. Sin
embargo, la película no trata de sándwiches (menos todavía de los no-lugares),
como las anteriores no trataban de patos ni de lagos. Las tres obras de Eimbcke
(y con Club Sándwich se ratifica la
sospecha de que el apellido sostiene un estilo) forman una trilogía cuyo
vértice es esa etapa turbadora que carga con un nombre no menos turbador: la
pubertad.
La
historia comienza así: Paloma (María Renée Prudencio) y Héctor, su hijo (Lucio
Giménez Cacho), se van de vacaciones fuera de temporada a un hotel
prácticamente vacío. Se ponen protector solar uno a otro, toman sol, escuchan
música, se tiran a la pileta, miran televisión, comen, duermen, se desvelan:
comparten una sincronización perfecta en la rutina del ocio. Ella es una madre
del tipo “copada”: escucha Prince (porque “es sexy”), juega a piedra-papel-o-tijera
y cuando gana festeja con el famoso gesto rockero de la mano haciendo
cuernitos. Héctor tiene un pie en la niñez y otro en la adolescencia: aún no
usa desodorante, le está apareciendo un bigote incipiente y todavía encuentra
agradable pasar el tiempo libre con su mamá. Hasta que conoce a Jazmín (Danae
Reynaud), una chica de dieciséis años que viene a catalizar su despertar
sexual, interrumpiendo la relación simbiótica de una madre joven con un hijo
que abandona la infancia.
Uno
de los aciertos de Eimbcke, sobre todo en las dos últimas películas, es eludir
la moraleja por medio de elipsis o metáforas, con objetos o escenas que
simbolizan el viaje interior de los personajes, en este caso el bronceador,
pero antes el auto de Lake Tahoe y el
cuadro de Temporada de patos. El
guión de Club sándwich modula su
equilibrio entre el laconismo de los diálogos y la expresividad de las
acciones, que pintan a la perfección los pequeños gestos de complicidad de los
que están hechas las relaciones entre amigos, entre hermanos, entre chicos que
se gustan, entre madres e hijos. Por su parte, la cámara frecuenta los planos
fijos y morosos, acompañando la languidez e incertidumbre de los personajes.
Este hincapié en lo formal se salva de caer en lo solemne gracias al sentido
del humor, principal amigo de las circunstancias y enemigo de la pompa. El
humor, en vez de limitarse a la ocurrencia verbal, se apoya en las situaciones
y en la sutileza gestual de los actores y resulta un éxito comprobado en la
respuesta del público.
Club sándwich no es, ni intenta ser, una película
para adolescentes, como lo son Crepúsculo
o Los juegos del hambre. Es una
película sobre adolescentes, que afortunadamente toma distancia de los relatos
iniciáticos al estilo indie-hollywoodense
de Ginger & Rosa (2012), The perks of being a wallflower (2012) o
los últimos intentos de Sofía Coppola por mantenerse a su propia altura, como Somewhere (2010) y The bling ring (2013): “niños ricos que sufren tristeza”. A decir
verdad, la inmensa mayoría de los adolescentes no entra a robar prendas de
Versace a la casa de los famosos ni lidia con paparazzi. Por otro lado, las personas suelen esconder todo
registro fotográfico de su paso por la pubertad, porque la realidad no se
parece mucho a la belleza aséptica de Emma Watson o las hermanas Fanning.
Aunque puede suceder, no es frecuente que las chicas de catorce se conviertan
en concubinas de los padres de sus amigas; y, a pesar de que más de uno vivió
una situación traumática en aquella época, raramente se congregan tantos
episodios de abuso, oscuridad y muerte como la pantalla grande pretende
mostrar, como si quisieran condimentar una etapa de la vida que es insulsa para
todos menos para los que la viven. La adolescencia está más bien habitada por
el tedio de los tiempos muertos de los domingos, los cortes de luz, las
esperas, las vacaciones. Esos momentos a los que algunos espectadores les
exigen adrenalina, y si no se las dan, se quejan de que no pasa nada, porque no
entienden lo que pasa.
A
la vez, esta es una película sobre adultos que alguna vez fueron chicos y
chicas rebeldes, y que por eso mismo creen que van a entender a sus hijos
cuando entren en la adolescencia: así como existe una ingenuidad representativa
de la juventud, hay otra propia de ser adulto: por más cool que sean o crean ser los padres, a veces les cuesta dejar de
ver a sus hijos como “bebés gigantes”. Club
sándwich es entonces una historia de aprendizaje: de cómo saltar el cerco
familiar, de cómo dar un paso al costado cuando los hijos crecen, de cómo
aprender a ponerse bronceador en la espalda uno mismo.
Algunas
películas se justifican (a menudo solamente) por la banda sonora. Aunque las de
Eimbcke suelen prescindir de la música incidental en favor del sonido ambiente,
no se puede sino destacar el papel de la música en ellas, no como
acompañamiento sino como cadencia, en la repetición y variación de escenas y
planos que funcionan a modo de loops narrativos
(hay que recordar su trabajo en videoclips para bandas como Plastilina Mosh o
Molotov). Pero, además, la música es parte integral de la personalidad de los
protagonistas. Paloma cree que Jazmín es una chica “rara” porque no le gusta la
música, cuando en realidad lo que no le gusta es el rock. En Lake Tahoe el personaje de Lucía,
fanática de Las Ultrasónicas, Jessy Bulbo y Rata Blanca, cantaba: “No tengo
tiempo para nada / que no sea lo que / me venga en gana / no soy del tipo / que
se la vive angustiada / nah / nah”. A veces, el manual de instrucciones para la
vida no se encuentra en las notitas que dejan los padres arriba de la mesa,
llega desde los auriculares.
Everyone's going to die:
de apáticos, inconformes y desconocidos. El tedio de la vida moderna. Todos van a morir (Everyone's going to die). Dirección: Jones. Reino Unido, 2013.
Guión: Jones. Elenco: Nora Tschirner, Rob Knighton, Kellie Shirley, Stirling Gallagher, Eliza Harrison-Dine. Por Agustina Catalano:
Estudiante de la carrera de Letras (UNMdP).
Una
chica se despierta en una piscina en ropa interior sin las llaves de su casa.
Se pone su disfraz de Chaplin y emprende el camino a su ¿casa? Así comienza
este film inglés con la sala llena, después de una extensa fila para llegar a conseguir
un asiento. Después de la primera escena pienso que esperar valió la pena: el
comienzo promete.
“Todos
vamos a morir” es la obra de teatro que escribe una joven hija que acaba de
perder a su padre. Se me ocurre que es la mejor escena de la película. Sin
embargo la idea que está flotando no es justamente la de morir sino la de vivir
una vida de abulia, aburrimiento y vacío. Muchas veces durante la película
pensé en la relación de los protagonistas, una joven a punto de casarse con un
hombre que jamás aparece en el film sólo por teléfono y un hombre casado, mayor
a ella que ejerce un trabajo al mejor estilo matón, entregando personas a sus jefes que también sólo se
comunican por teléfono, la relación que Scarlett Jhonanson entabla con Bill
Murray en Lost in Translation, film
de Sofia Coppola. Dos personas que orbitan por la vida sin ningún rumbo,
completamente apáticas respecto de su entorno, se encuentran y comparten
algunos días, conversando la mayor parte del tiempo y exponiendo su rutina
miserable.
Hasta
acá la película no parece mostrar algo nuevo. La estética indie, las canciones que suenan, la cámara en mano, la impronta de video clip musical y algunas escenas
particularmente interesantes nos permiten salir de la idea de que recrea una
idea común. Por momentos pensé que caía en clichés como el de la chica joven
que se encuentra con el hombre mayor pero cuando empezaba a pensar “mal” del
film comenzaba a sentir empatía por los protagonistas: una escena donde salen
en auto y estacionan para conversar muestra un diálogo bien pensado que exhibe
además el mal de una generación –a la cual creo que pertenezco- hijos de padres
que nos dijeron “hacé lo que quieras” o “encontrá algo que te guste” y varias
veces nos frustramos ante el vacío y la falta de perseverancia que nos
constituye. ¿Qué hacer de nuestras vidas? ¿A dónde ir? ¿Qué es lo que realmente
queremos? ¿Cómo encontrarlo? El film expone con inteligencia esas preguntas que
atraviesan a los dos protagonistas: ambos reniegan del trabajo, de sus relaciones
y tienen poca relación con su familia. La película tiene mérito de no caer en
cursilerías a excepción del final que es bastante optimista respecto de las
ideas anteriores y la melancolía que atraviesa el film. Una nota interesante de
Everyone’s going to die es que no tiene director sino Jones, un colectivo inglés de directores, dato que pone de relieve
una nueva concepción –bastante moderna- de la producción cinematográfica,
entendida ya no desde una sola perspectiva (la del director) sino de varias.
Ray, el matón que no quiere matar a nadie por
momentos ve a las personas mojadas. De un tiro mata al gato que la mujer de su
hermano muerto cree su reencarnación. Melanie cela a su novio con una linda
joven que trabaja con él y decide trabajar unas horas en un restaurant con
patines y mini short: incidentes de la vida moderna. Por momentos sentí
tristeza de ellos, también de mí, de los que a veces no nos gusta lo que
hacemos o directamente no hacemos nada. Los personajes están bastante
delineados y cautivan, de a ratos provocándome la sensación de spleen que alguna vez leí en la
literatura.
La
conclusión practica varias despedidas de la pareja protagonista que se termina
encontrando en un tren. Finalmente nadie va a morir. La única respuesta es que
definitivamente no sabemos a donde vamos, si es que vamos a ir a algún lugar.
Fellini, Scola, Lorca. ¡Qué extraño llamarse Federico! - Scola cuenta a Fellini (Che strano chiamarsi Federico! - Scola racconta Fellini). Dirección: Ettore Scola. Italia, 2013. Guión: Ettore Scola, Paola Scola, Silvia Scola. Elenco: Vittorio Viviani, Sergio Pierattini, Vittorio Marsiglia, Antonella Attili, Sergio Rubini, Tommaso Lazotti, Emiliano De Martino, Giacomo Lazotti, Emanuele Salce, Miriam Dalmazio, Carlo De Ruggeri, Andrea Mautone, Fabio Morici, Andrea Salerno, Pietro Scola Di Mambro, Ernesto D'Argenio, Nicola Ragone, Alberto Clemente, Francesco Brandi, Giulio Forges Davanzati, Michele Rosiello, Maurizio De Santis, Gigliola Fantoni. Por Víctor Conenna: Docente, investigador (UNMdP).
Ahora bien. Si la primera parte de la película era lineal, la segunda se vuelve fragmentaria, en apariencia, caótica. Es aquí donde Scola hace uso de la libertad que reclamaba antes de su fallida renuncia, mezclando ficción e imágenes documentales, yendo del blanco y negro al color reconstruye el arte visual del cine de Fellini. En un movimiento extemporal los ancianos Ettore y Federico viajan en auto por la noche romana (sabido es que ambos sufrían insomnio y lo combatían de esa manera) y se cruzan con personajes que servirán de inspiración para sus futuras producciones... a pesar de que éstas ya han sido filmadas. Tal es el caso de la joven prostituta Cabiria, que parece ser la musa de Las noches de Cabiria, película que había ganado el Oscar a la mejor realización extranjera en el año 1957.
Por demás enriquecedores resultan, también, los fragmentos documentales que Scola introduce a lo largo del film y que le confieren una atmósfera de evocación y retrospección que nos sumerge, esta vez sí, en una dimensión histórica y biográfica. se destacan en este aspecto el casting que realizan para la película Casanova Alberto Sordi, Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman, secuencias en las que Fellini les hace contar números a sus actores para que sean naturales y no tengan que preocuparse en recordar el texto y un segmento de la película Nos habíamos querido tanto (C'eravamo tanto amati, 1974) de Scola, donde se reconstruye el rodaje de la escena de la Fontana di Trevi de La dolce vita con la participación del mismo Fellini y de Marcello Mastroianni.
No sabemos si Ettore Scola volverá a filmar, esperemos que siga sin cumplir con su palabra.
Un gato chino. Los insólitos peces gato. Dirección: Claudia Sainte- Luce. México, 2013. Guión: Claudia Sante-Luce. Elenco: Ximena Ayala, Lisa Owen, Sonia Franco, Wendy Guillén, Andrea Baeza. Por Mónica Estifique: Directora de Arte.
Fellini, Scola, Lorca. ¡Qué extraño llamarse Federico! - Scola cuenta a Fellini (Che strano chiamarsi Federico! - Scola racconta Fellini). Dirección: Ettore Scola. Italia, 2013. Guión: Ettore Scola, Paola Scola, Silvia Scola. Elenco: Vittorio Viviani, Sergio Pierattini, Vittorio Marsiglia, Antonella Attili, Sergio Rubini, Tommaso Lazotti, Emiliano De Martino, Giacomo Lazotti, Emanuele Salce, Miriam Dalmazio, Carlo De Ruggeri, Andrea Mautone, Fabio Morici, Andrea Salerno, Pietro Scola Di Mambro, Ernesto D'Argenio, Nicola Ragone, Alberto Clemente, Francesco Brandi, Giulio Forges Davanzati, Michele Rosiello, Maurizio De Santis, Gigliola Fantoni. Por Víctor Conenna: Docente, investigador (UNMdP).
En agosto de 2011 un
periodista del diario Il tempo le preguntó a Ettore Scola cuáles eran sus
próximos proyecto: "No habrá más. He decidido no filmar más
películas", respondió el realizador provocando una doliente sorpresa en el
mundo cinematográfico. Scola justificaba su decisión de la siguiente manera:
"Para mí es fundamental tener libertad y hoy es el mercado el que toma las
decisiones. Ya lo hacía antes, pero había mayores espacios para la libertad y
la excepción, y los productores estaban más dispuestos a arriesgar y
experimentar". Felizmente, el director de Un día muy particular, Feos, sucios y malos, y La familia, entre otras joyas
del cine italiano, no cumplió su promesa y nos sorprende, dos años después,
con Che strano chiamarsi Federico! - Scola racconta Fellini.
La película comienza
con la imagen del actor que interpreta a Federico Fellini en sus últimos años
de vida sentado en una silla de director, mirando el mar y recitando en español
los versos de Federico García Lorca: "Llegan mis cosas esenciales. / Son
estribillos de estribillos. / Entre los juncos y la baja tarde, / ¡qué raro que
me llame Federico!".
Como la segunda parte
del título lo indica, Scola racconta Fellini, el film no es una
biografía, se trata de un punto de vista íntimo, personal y sesgado por el
recuerdo, donde Scola revisa de manera melancólica su relación con Fellini.
Esta mirada personal del más joven comienza en blanco y negro con la llegada a
Roma del cineasta de Rímini y la reconstrucción de sus primeros pasos como
dibujante de la revista satírica Marc'Aurelio y como libretista de conocidos
comediantes de fines de la década del treinta (Aldo Fabrizi y Erminio Macario,
entre otros). En esta mítica redacción, en esos lejanos días se produce el
encuentro entre los jóvenes Ettore y Federico.
Ahora bien. Si la primera parte de la película era lineal, la segunda se vuelve fragmentaria, en apariencia, caótica. Es aquí donde Scola hace uso de la libertad que reclamaba antes de su fallida renuncia, mezclando ficción e imágenes documentales, yendo del blanco y negro al color reconstruye el arte visual del cine de Fellini. En un movimiento extemporal los ancianos Ettore y Federico viajan en auto por la noche romana (sabido es que ambos sufrían insomnio y lo combatían de esa manera) y se cruzan con personajes que servirán de inspiración para sus futuras producciones... a pesar de que éstas ya han sido filmadas. Tal es el caso de la joven prostituta Cabiria, que parece ser la musa de Las noches de Cabiria, película que había ganado el Oscar a la mejor realización extranjera en el año 1957.
Por demás enriquecedores resultan, también, los fragmentos documentales que Scola introduce a lo largo del film y que le confieren una atmósfera de evocación y retrospección que nos sumerge, esta vez sí, en una dimensión histórica y biográfica. se destacan en este aspecto el casting que realizan para la película Casanova Alberto Sordi, Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman, secuencias en las que Fellini les hace contar números a sus actores para que sean naturales y no tengan que preocuparse en recordar el texto y un segmento de la película Nos habíamos querido tanto (C'eravamo tanto amati, 1974) de Scola, donde se reconstruye el rodaje de la escena de la Fontana di Trevi de La dolce vita con la participación del mismo Fellini y de Marcello Mastroianni.
No sabemos si Ettore Scola volverá a filmar, esperemos que siga sin cumplir con su palabra.
Un gato chino. Los insólitos peces gato. Dirección: Claudia Sainte- Luce. México, 2013. Guión: Claudia Sante-Luce. Elenco: Ximena Ayala, Lisa Owen, Sonia Franco, Wendy Guillén, Andrea Baeza. Por Mónica Estifique: Directora de Arte.
El título no nos dice nada respecto
al tema de la película, que es el de la enfermedad y la muerte, pero enfocada
desde una óptica diferente. Un mundo femenino, donde los personajes son tan
disímiles, coloridos, bulliciosos, excéntricos quizás, todos alrededor de
Martha, su madre, que los tuvo con tres padres diferentes, contagiándose el HIV
de uno de ellos. Esta situación nos introduce en el mundo de cada uno y de cómo
sienten y sobrellevan la enfermedad de Martha.
Pero es en una de las tantas
internaciones de ella, que conocen a Claudia, una joven internada por una
apendicitis, enseguida y con muy pocas palabras y lindos gestos se entabla una relación entre ambas muy fuerte que
ayudará al resto de la familia a sortear lo difíciles momentos que se avecinan.
Claudia es una joven solitaria, que
trata de sobrevivir de la mejor manera posible, viviendo precariamente, trabajando
en un supermercado promocionando productos, una vida rutinaria y opaca, pero
que cambia al formar parte de esa familia tan particular, compartiendo con
ellos alegrías y sufrimientos.
Los escenarios en los que transcurre
la película están muy bien ambientados, tanto la casa de Martha y sus hijos
como la de Claudia, hay un esmerado trabajo de arte, hasta los detalles mas
insignificantes están cuidados. Recuerdos, adornos, fotografías, mobiliario,
juguetes, etc. pero es en el cuarto del niño donde una pecera con un gato chino
adentro le da el título a la película, detalle pequeño y tan grande al fin,
cuando Claudia para contener la angustia de ese niño, le regala un pez.
El momento más divertido de la
película es el viaje que realizan a la playa todos juntos, en un auto pequeño,
a pedido de la madre que sabe que son sus últimos días.
La fotografía también es exquisita,
crea el clima y retrata los momentos culminantes de la película.
Esta es una comedia agridulce que
nos hace ver la vida y la muerte de una manera diferente, es un verdadero
aprendizaje, que cuando es compartido es mejor.
Tom en la
granja o el gaucho matrero. Tom en la
granja (Tom à la
ferme). Dirección: Xavier Dolan. Canadá-Francia, 2013. Guión: Xavier Dolan. Elenco: Xavier Dolan, Pierre-Yves Cardinal, Lise Roy, Evelyne Brochu, Manuel Tadros. Por Flavia Garione: Estudiante
de la carrera de Letras (UNMdP).
Si hay algo que caracteriza a
Xavier Dolan es su buen ojo para atrapar lo contemporáneo. Barthes caracteriza
lo contemporáneo como lo intempestivo. Giorgio Agamben, retoma esta definición
y la actualiza: “La contemporaneidad es esa relación singular con el propio
tiempo, que se adhiere a él pero, a la vez, toma distancia de éste, más
específicamente, es una relación con el tiempo a través del desfase y del
anacronismo”.
Una relación con el tiempo de
estas características puede verse en las películas de Dolan, a partir de la
acertada elección de las historias y de los conflictos, pero también de las
opciones musicales y estéticas. Desfilan por ellas personajes bien vestidos y
excelentemente peinados, las caras son frescas y siempre emanan una juventud
muy actual. Da gusto ver a los personajes de Dolan porque una siempre se
enamora de todos. Eso es lo que sucede en Tom
a´ la ferme (2013) sin excepción.
Un chico rubio que se llama Tom
(Xavier Dolan) va por una carretera hacia una granja para asistir a un velorio
–que parece ser el de su ex novio que acaba de morir- El paisaje es desolado
–una desolación parecida a la que sentimos cuando atravesamos de punta a punta
nuestro propio país-. Atravesar la nada es extraño, pero más aún cuando acabamos de perder a alguien que amamos. Las
imágenes que construye Dolan, en este sentido, son realmente hermosas: las caras
siempre resplandecen, los paisajes y los colores estallan. Hay algo en esas
imágenes que brilla y permanece como suspendido en la visión del espectador.
Esto explica por qué ciertas escenas son tan difíciles de olvidar.
Podría pensarse en la primera
imagen de Lawrence Anyways (2012).
Lawrence Alia (Melvil Poupaud) camina vestido de mujer al paso de “'If I Had A
Heart” de Fever Ray. Todos, absolutamente todos se dan vuelta para mirarlo:
ancianas, familias, motoqueros, bebés, y embarazadas. Otra escena inolvidable
es la de Fred Belair (Suzanne Clément)
leyendo el libro de poemas de Lawrence. Mientras Fred lee en su living una
lluvia intermitente cae sobre ella.
En Tom a´ la ferme este efecto adquiere una continuidad, sin embargo
no logra ser demasiado fuerte como en las películas anteriores. Quizás sea por
la atmósfera triste y de pérdida que rodea todas las escenas. Es decir, en la
granja nunca hay sol sino vacas muertas: una madre pierde a su hijo, un chico
pierde a su novio (Tom), un hermano completamente reprimido y violento se
debate en seguir sus deseos sexuales o conservar todo como está (Francis).
Los conflictos están allí, pero
nunca nos enteramos de cuáles son sus orígenes. De repente Francis (Pierre-Yves
Cardinal), un granjero extremadamente sexy, comienza a ejercer una violencia coercitiva
contra Tom. Al principio no entendemos bien por qué, después nos damos cuenta
de que lo desea. Este panorama de deseo y de violencia comienza a complicarse
cuando Francis retiene a Tom por la fuerza –un secuestro parecido al Kathy
Bates en Misery-. Este “secuestro” se complejiza aún más cuando a Tom parece
gustarle el papel de chico secuestrado (una especie de síndrome de Estocolmo).
En este punto, la película se enrarece sin retorno, es decir, ya no entendemos
nada: si Francis de verdad siente algo por Tom, si la madre de Francis está
loca, si Tom se enamora o si en realidad está demasiado confundido para pensar.
La muerte del novio de Tom queda
lejos y difusa, de repente a nadie parece importarle nada. Lo que no podemos
dejar de observar son las musculosas que usa Francis para “ordeñar” las vacas.
Una realmente se pregunta por qué nuestros gauchos –hombres de la pampa y de la
soja- no se visten así. Otra peculiaridad es que además de ser gaucho matrero
–versión canadiense- Francis también sabe bailar tango y baila mientras
trabaja. A esta altura comprobamos que el único defecto de Francis es ser
violento con los demás ¿Por qué? No lo entendemos nunca, pero es una lástima
que le pegue al pobre de Tom cada diez minutos de película. Dos últimos aciertos:
el nuevo look de Xavier Dolan, y en segundo lugar, más allá del relato
desacertado su modo de filmar sigue siendo impecable.
Cuando
la vida se convierte en un karaoke solitario. El eterno retorno de Antonis Paraskevas (I aionia epistrofi tou Antoni Paraskeua). Dirección: Elina Psykou. Grecia, 2013. Guión: Elina Psykou. Elenco: Christos Stergioglou, Maria Kallimani, Giorgos Souxes, Theodora Tzimou, Syllas Tzoumerkas. Por Florencia
Guarco: Estudiante de la carrera de Letras (UNMdP).
Antonis Paraskevas ha sido el
popular conductor de un programa informativo, mezcla del noticiero con el
programa de entretenimiento matutino, durante 20 años, por lo que es,
claramente, una figura reconocida para la masa televidente griega. Casi un
famoso. Esto empieza a comprobarse a partir de su inesperada desaparición: dos
días de ausencia y los medios comunican a la gente que Paraskevas ha sido
secuestrado. Pero lo cierto es que todo es un invento. El propio personaje crea
su auto- secuestro y así comienza la película, con el viaje a través de un
campo alejado y deshabitado, hacia un hotel cerrado hasta que empiece la
temporada turística, donde el conductor desaparecido se esconderá de la
sociedad.
No es mucho lo que sucede o hace el
personaje dentro del hotel, por lo que conocemos escasamente sus gustos,
relaciones sentimentales, pensamientos e incluso su voz, la cual escuchamos
escasamente, cuando este recibe las
llamadas telefónicas que algún amigo, probablemente quien lo ayudó a urdir el
plan, le hace. La obstinación en mirar videos de ciencia molecular para
aprender a hacer spaghettis del futuro es una de las primeras pruebas de que
Paraskevas, al parecer, carece de personalidad. No hay nada que le interese en
particular, ni siquiera se muestra demasiado afectado frente a la recepción de
los medios de comunicación sobre su desaparición; notas que mira, entre pausas
y mutes, a la par del video del cocinero molecular. Contadas veces el
protagonista se quiebra, quizás más por el fracaso de su versión de los fideos
de gelatina, que por la soledad o el extrañamiento de algún familiar, novia o
amigo. Nos parece que el conductor carismático y ese barbudo inexpresivo son
dos personas diferentes y ajenas, por eso dos de los momentos en los que más
parece demostrar su sentimentalidad son, en primer lugar, cuando canta en
karaoke su propia versión de “I will survive” de Gloria Gaynor y luego, cuando,
por medio de un pseudo video-clip (si, en medio de la película), versiona el
tema de Julio Iglesias “Me olvidé de vivir”. Vestido de frac blanco y moño,
Paraskevas cantará “de tanto querer ser en todo el primero/ me olvidé de vivir
los detalles pequeños”, asistido, al mismo tiempo, por la coreografía ensayada y engalanada de sus compañeros de programa.
Así la fantasía de estar solo en
medio de un hotel de lujo, con piscina y playa, queda totalmente burlada por
este hombre inexpresivo y aburrido que, sin razón aparente, se aleja de los
medios y sin querer, empieza a ser parte del invento de los otros: la idea del
secuestro. Entre flashes, los mismos que Paraskevas observa a través de los
diarios, revistas y programas de televisión, vemos cómo nace el secuestro del
ahora “famoso” conductor y cómo se trasforma progresivamente en noticia de
interés nacional. Sin embargo, frente a la inesperada llegada de los primeros
turistas, debe encontrar un nuevo lugar de escondite, lo cual lo obligará a
empezar la verdadera transformación: raparse y afeitarse para volverse un
extraño frente a los demás.
Deambulando por un pequeño pueblito,
Paraskevas robará comida del supermercado para alimentarse, entrará a una
Iglesia para robarle la billetera a un fiel concentrado en su rezo y así
obtener una nueva identidad que le permita moverse sin sospechas. Como vemos,
no hay intenciones de volver: su regreso debe ser histórico para convertirse en
un mito popular. Pero en medio de ese deambular- pasan 21 días y Paraskevas aún
no se siente preparado para volver- quizás esté la clave de esta película sobre
un hombre que no sabe quién es en la vida y que necesita inventarse esta
ficción del secuestro para poder pensar realmente sobre su presente y futuro.
Según Psykou The eternal return of… es una película que habla sobre la identidad
de un hombre que no sabe quién es: es lo que otros piensan de él. Y por eso considera
que su película habla en nombre de un país, Grecia, que vive la misma
situación, la carencia en el presente de una verdadera identidad, “(Grecia) Un
día es la cuna de la democracia, donde nació la filosofía, el siguiente es un
nido de mugre, corrupción y vagancia. Todavía no ha decidido quién quiere ser”.
De igual modo, Paraskevas no solo
representa el miedo de las figuras públicas a perder su reconocimiento masivo,
sino, más cerca del hombre común, el vacío frente a la incertidumbre por la
propia identidad, el futuro, el paso del tiempo y el estancamiento de las cosas
que siguen igual. Ese hombre, rapado y afeitado, con la misma cara de
inexpresividad durante la hora y media que dura la película, haciendo la
plancha en medio de una laguna escondida, no hace otra cosa que buscar
intensamente una razón para vivir. No muy lejos de lo que hacemos nosotros, del
otro lado de la pantalla, mientras
miramos la película y luego, cuando termina y nos levantamos lentamente
de la butaca, preparándonos para volver a la rutina.
Reverberante
suspenso. No abras nunca esa puerta. Dirección: Carlos Hugo Christensen. Argentina, 1952. Guión: Alejandro
Casona. Elenco: Julio Ferrando, Ángel Zavalía, Ángel Magaña, Roberto Escalada, Ilde Pirovano, Nicolás Fregues. Anticipo del próximo Libro de Oro Cinefanía, "Cine Pulp" (www.cinefania.com/book). Por Darío Lavia: Webmaster de http://www.cinefania.com, Lic. en comercio internacional.
Este
díptico de adaptaciones de William Irish (Cornell Woolrich) hace justicia al
autor de ficción policial, thriller y misterio más veces llevado a la pantalla.
Sus historias, que le hicieron merecedor del mote de "Poe del siglo
XX", estaban estructuradas principalmente en provocar ese reverberante
suspenso al que los lectores se aferraban con deleite hasta la última página...
en que Woolrich les cambiaba todos los esquemas con un sorpresivo e
impresionante "twist". Y es a esa estación terminal que nos dirige el
realizador Carlos Hugo Christensen con sabiduría de recursos cinematográficos y
un maravilloso buen gusto no exento de desafío audiovisual.
1)
ALGUIEN AL TELÉFONO - LA ANGUSTIA
(basada en "Somebody on the Phone", luego publicada como "Deadly
Night Call"): En una boite, Ángel Magaña telefonea insistentemente a su
hogar pero nadie atiende. Al regresar a su mesa, concurrida por unas amistades,
una insinuante Diana de Córdoba le hace notar la presencia en el mismo recinto
de la persona con quien trataba de comunicarse: es Renée Dumas, que se
entrevista con un tenebroso personaje al que le da un anillo de diamante como
parte de pago de vaya a saber qué. Nuestro protagonista se inquieta y exige
explicaciones que ella no está dispuesta a ofrecer. Más tarde, en el hogar, el
teléfono suena cinco veces y corta, luego vuelve a sonar; cuando nuestro
protagonista atiende, nadie responde. A este punto de la trama, sin embargo, el
espectador está más interesado en entrever qué tipo de relación mantienen
Magaña y Dumas que la identidad de quien ya suponen que es un extorsionador (y
que tiende a identificar con el misterioso personaje de la boite). La ansiedad
se aplaca cuando se revela que son hermanos y el resto de la trama fluye con
naturalidad: la chica está acogotada por deudas de juego y ha vacíado la cuenta
bancaria fraterna. La inminente llegada de los padres mueve a Magaña para
tratar de ayudarla pero una trágica decisión cambiará el panorama y provocará
una segunda tragedia que, no por previsible, deja de ser menos fatídica.
2)
El PÁJARO CANTOR VUELVE AL HOGAR - EL DOLOR (basado en "Hummingbird Comes
Home"): Un orientativo prólogo nos expresa que "esta historia sólo
puede ser bien contada en dos dimensiones, el tacto y el oído. La vista apenas
participa de ella. Sin embargo, trataremos de contarla también para los
ojos". Tras semejantes conceptos, solo nos resta aguardar una lección de
cine (y eso es lo que nos depara el Sr. Christensen). Para ello nos lleva al
campo, donde una anciana cieguita (Ilde Pirovano) recibe correspondencia que,
ilusionada, cree proveniente de su hijo, "el pájaro cantor", que dejó
el nido ocho años atrás. Una joven sobrina (la malograda Norma Giménez) lee la
misiva y le informa que se trata de una comunicación bancaria y no la esperada
carta del hijo. ¿En qué andará el hijo perdido? Chiflando un pasaje de Mariano
Mores, Roberto Escalada se dedica a asaltar una joyería, liquidando en la huída
a un gerente y teniendo que acarrear con un secuaz malherido. El lugar elegido
para ocultarse es, claro está, la remota casa materna, adonde Escalada y su
secuaz (Luis Otero) irrumpen por la noche. Tras un cóctel de temas que incluyen
el contraste entre la ilusión de la anciana y la realidad, la presencia de la
jovencita frente a las ansias de los varones y la fría presencia de la muerte
acechante, tiene lugar un par de excelentes clímax, motivados en la previsión
nocturna de la anciana, que desconecta los tapones de la iluminación eléctrica
y circula por su finca para desarmar a los hampones y encerrarlos en sus
habitaciones. ¿Qué pasará cuándo éstos se percaten de la maniobra y traten de
escapar de la trampa de oscuridad a la que los somete la hábil cieguita? Responder
esa pregunta implica saborear el habitual arsenal cinemático de Christensen,
que se pone al día para plasmar lo anunciado en el citado prólogo: narrar el
desenlace con la mínima iluminación y subrayando todos los matices auditivos y
tactiles. El resultado, sin duda precedente de, entre otras, Wait Until Dark (Espera en la Oscuridad-1967 ) o Blind Terror (Terror Ciego-1971),
consiste en un cóctel de suspenso, thriller por el thriller mismo. A pesar de
lo que pueda decirse al respecto de la falta de contenido de semejante esquema,
hay que remarcar que estos dos relatos no se nos presentan para nada ajenos.
Como ejemplo apuntemos que el guionista Casona cambió la melodía del "St.
Louis Blues" cantada por el criminal cada vez que cometía un asesinato -
según el cuento original de Woolrich, probable vestigio del Lorre de M - por
este pasaje del tango "Volver": "si yo tuviera el corazón, el
mismo que perdí..." pero en vez de cantarlo, Escalada lo silba,
estableciendo de esta forma, singular y de entrecasa, el carácter porteño de
este muchacho de campo que se fue, atraído por las luces de la gran ciudad para
regresar hecho un hampón.
Es trabajo, trabajo y más trabajo. Sección desaparecidos (Section des disparus). Dirección: Pierre Chenal. Argentina, 1958. Guión: Pierre Chenal, Domingo Di Núbila. Elenco: Nicole Maurey, Maurice Ronet, Inda Ledesma, Guillermo Bataglia, Luis Otero. Anticipo del próximo Libro de Oro Cinefanía, "Cine Pulp" (www.cinefania.com/book). Por Darío Lavia.
Juan
Milford (Maurice Ronet) es un abogado de buen pasar que se escapa a una islita
del Tigre donde comparte las tardes junto a su amante Diana (Nicole Maurey). Al
regresar a casa, su esposa Mendy (Inda Ledesma) le dispara una batería de
ironías y sarcasmos digna de provocar úlcera estomacal al más fuerte. Cuando la
amante se entera del estado civil del protagonista, decide darle la espalda
como indirecta medida para llamar su atención. Este rechazo y la presión
conyugal, lo fuerzan a irse del hogar, en plena noche. En un bar desde donde
trata infructuosamente de comunicarse por teléfono con Diana, conoce a un ebrio
(Luis Otero) al que invita una copa. Conmovido por su historia, "mi hija
se casa en Mendoza y no tengo nada para regalarle", decide darle un
aventón hasta la estación de tren. Pero imagínense, un borracho queriendo abordar
un tren en movimiento, de seguro no llegará muy lejos. Al día siguiente la
policía encuentra un cadáver despedazado con los efectos personales de Milford.
En su automóvil, abandonado junto a las vías, hay una carta, firmada por el
propio abogado, en que explica los motivos para su suicidio. Tras esta intensa
y absorbente mitad de largometraje, entra en escena el inspector Uribe (Ubaldo
Martínez), que se entrevista con la viuda de Milford para atender el reclamo de
que su marido no pudo haberse suicidado y que, en cambio, ha sido asesinado.
Como el examen de las pistas no indica motivos para suponer otra cosa, Uribe
explica de manera conveniente a la irascible mujer que el caso ha sido cerrado
como "suicidio".
Pero claro, como es previsible, el muerto ha sido el pobre y anónimo borracho y Milford se aparece en el apartamento de su amante. Luego de explicarle esta alucinada trama, le anuncia que, estando oficialmente muerto, regresará a su casa y tenderá una trampa mortal a su viuda para que parezca un accidente doméstico. Esta será la primera de varias idas y vueltas que incluirán acercamientos entre Diana y Mendy, atentados infructuosos, el regreso sin pena ni gloria del marido y una vuelta de tuerca del mencionado concepto de hacer pasar un accidente fortuito por suicidio. Por su parte, el inspector - que en la novela original tenía mucho más protagonismo - intenta encontrar una lógica al aparente suicidio que se torna en un caso de persona desaparecida y más tarde en un prófugo por asesinato. En tanto el jefe (Guillermo Battaglia) le presiona para resolver cuanto antes y evitar repercusiones negativas en los medios de prensa. Una frase de la novela queda manifiesta en la faena sin descanso que asume para descubrir el misterio: "Es trabajo, trabajo y más trabajo. No de nueve a cinco, sino desde que el caso se abre hasta el momento de su resolución". Entre los aciertos hay que señalar cierta ambigüedad narrativa para el espectador que, al impedir identificarse con uno u otro personaje, también genera un interés que no poseen los noir convencionales americanos, donde el rol de los buenos y malos están un poco más claros y donde los personajes que tientan los límites ya se sabe que están condenados a la perdición. Sin embargo, el equilibrio psicológico de los personajes se pierde y cae por momentos en el inverosimil de las situaciones forzadas. Hay algunos pasos de comedia por ejemplo, en el contraste del tratamiento del hastiado inspector con la viuda. Incluso el realizador permite que un halo cómico presida la fundamental secuencia de la reconstrucción de un asesinato. El desenlace, forzada e injustificadamente feliz y carente de esa ambigüedad moral inicial, termina generando más interés que el propio entramado deductivo de la investigación.
Pero claro, como es previsible, el muerto ha sido el pobre y anónimo borracho y Milford se aparece en el apartamento de su amante. Luego de explicarle esta alucinada trama, le anuncia que, estando oficialmente muerto, regresará a su casa y tenderá una trampa mortal a su viuda para que parezca un accidente doméstico. Esta será la primera de varias idas y vueltas que incluirán acercamientos entre Diana y Mendy, atentados infructuosos, el regreso sin pena ni gloria del marido y una vuelta de tuerca del mencionado concepto de hacer pasar un accidente fortuito por suicidio. Por su parte, el inspector - que en la novela original tenía mucho más protagonismo - intenta encontrar una lógica al aparente suicidio que se torna en un caso de persona desaparecida y más tarde en un prófugo por asesinato. En tanto el jefe (Guillermo Battaglia) le presiona para resolver cuanto antes y evitar repercusiones negativas en los medios de prensa. Una frase de la novela queda manifiesta en la faena sin descanso que asume para descubrir el misterio: "Es trabajo, trabajo y más trabajo. No de nueve a cinco, sino desde que el caso se abre hasta el momento de su resolución". Entre los aciertos hay que señalar cierta ambigüedad narrativa para el espectador que, al impedir identificarse con uno u otro personaje, también genera un interés que no poseen los noir convencionales americanos, donde el rol de los buenos y malos están un poco más claros y donde los personajes que tientan los límites ya se sabe que están condenados a la perdición. Sin embargo, el equilibrio psicológico de los personajes se pierde y cae por momentos en el inverosimil de las situaciones forzadas. Hay algunos pasos de comedia por ejemplo, en el contraste del tratamiento del hastiado inspector con la viuda. Incluso el realizador permite que un halo cómico presida la fundamental secuencia de la reconstrucción de un asesinato. El desenlace, forzada e injustificadamente feliz y carente de esa ambigüedad moral inicial, termina generando más interés que el propio entramado deductivo de la investigación.
Siete historias en vísperas de un
quiebre. #Navidad. Dirección: Diego Adrián de Llano. Argentina,
2013. Guión: Diego Adrián de Llano. Elenco: Julio Costa, Laura Giménez,
Néstor González, Mabel Malbos, Agustín Barovero, Diego Scarpello, Natalia
Escudero, Mariano Salinas, Agustina Anzoategui, Daniel Oviedo, Rodolfo Barone,
Diana Saez, Enrique Baigol. Por María del Valle Mircovich, Profesora en
Letras, UNMdP.
24 de diciembre: para muchas
personas un día especial; para otras, sólo un día más; para los personajes de
este film, un momento bisagra en sus vidas. En cada una de las sietes historias
que componen esta película coral, nos volvemos testigos durante unos instantes
de las traiciones, los secretos, las mentiras, los miedos, los resentimientos,
la soledad y las fantasías que constituyen la compleja esencia del ser humano.
A través de un guión sólido
compuesto por inesperados giros argumentales, propios del estilo del autor, los
personajes de este film son arrastrados hacia un destino inevitable. A la vez
víctimas y victimarios, ninguno queda exento de lastimar ni de ser lastimado.
Los inocentes terminan siendo culpables y viceversa.
En un intenso recorrido que va desde
el drama a la comedia, del más crudo realismo al género fantástico, sin dejar
de lado el suspenso, el espectador atraviesa diversas emociones que lo
mantienen atrapado los 85 minutos que dura el film. Esto se logra gracias a un
montaje ágil que permite que la película avance de forma fluida y versátil,
logrando así un timing certero a la hora del pasaje de una historia a otra.
Aunque esencialmente
cinematográfico, el guión obedece a los parámetros propios de los ejercicios
teatrales en los que las reacciones y readaptaciones de los personajes frente
al conflicto planteado son el punto más fuerte para construir la trama. No es
casual que el director haya pasado por la formación teatral, haciendo visible
la empatía que, desde su punto de vista, existe entre estas dos manifestaciones
del arte.
De este modo, con una destacada
dirección de actores, Diego Adrián de Llano refleja de manera concreta las
manifestaciones del deseo humano en momentos de extrema angustia y represión.
El clima opresivo que emerge de #Navidad
se logra, en gran medida, a partir de la elección de ambientes cerrados y una
puesta en escena que, desde lo formal, elige los primeros planos a la hora de
seguir a los personajes.
Si bien cada relato constituye un
microcosmos dentro del metraje, éste logra coherencia y unidad gracias a la
reaparición de ciertos personajes que van entretejiendo algunas de las
historias junto con la música que, a modo de leitmotiv, irrumpe para resaltar momentos de profunda emotividad.
En esta última entrega, de Llano
demuestra una madurez argumental y visual que mereció, desde su reciente
estreno, el reconocimiento de distintos festivales nacionales e
internacionales, obteniendo importantes premios como el de mejor película,
mejor guión y mejor dirección.
Freud
– Lacan – Kim Ki-duk. Moebius.
Dirección: Kim Ki-duk. Corea del Sur, 2013. Guión: Kim Ki-duk. Elenco: Cho Jae-hyum, Seo Young-ju, Lee Eun-woo. Por Rodrigo
Montenegro. Profesor en Letras (UNMdP).
“…él es todavía en cierto sentido
nuestro contemporáneo; viven seres humanos que, según creemos, están todavía
muy próximos, mucho más que nosotros, a los primitivos, y en quienes vemos
entonces los retoños directos y los representantes de los hombres tempranos.”
Freud. Tótem y tabú.
“El
sujeto comienza por el corte…”
Lacan. Seminario 14
Hace
cien años, Freud intentó expandir la teoría psicoanalítica hacia la
antropología; en Tótem y tabú pensó una explicación que, rozando lo mítico,
proponía una analogía entre los salvajes primitivos y los neuróticos
contemporáneos. Hace unos cincuenta años, Lacan –en su operación de refundación
y relectura- imaginó al concepto central de la teoría como una banda retorcida
(sin anverso ni reverso), intentando explicar, a partir de la topología, una
conjetura sobre la escisión del sujeto.
Este año, Kim Ki-duk llevó al cine su “retorno a Freud”.
Moebius despliega –sin veladuras simbólicas-
una serie de anécdotas que constituyen el centro de los problemas teóricos del
psicoanálisis: vemos claramente el triangulo edípico, observamos en la cabeza
de un Buda de madera la representación de la ley, también visibilizamos la dualidad
entre el goce y la muerte, y finalmente, una y otra vez, podemos ver
castraciones que llevan la película (desde el minuto 5 al 89) al delirio. Una respuesta natural al desborde -también lo
pensó Freud- es la risa o, el chiste, que sería, entonces, una manifestación de
lo reprimido. Pareciera que esa es la única explicación –siendo excesivos en la
interpretación- que puede justificar a Kim Ki-duk, la única consecuente: reír.
Hubo
un tiempo en el que Kim Ki-duk se dedicó al cine contemplativo y experimental. Primavera, verano, otoño, invierno y
primavera fue consumida (por espectadores occidentales) por su supuesta
espiritualidad budista. Hierro 3 experimentó
con el silencio, narrando una historia a partir de personajes casi invisibles.
En Moebius se repiten algunas de esos
detalles que señalan una marca de autor. Como en Hierro 3 los personajes tampoco hablan; como Primavera, verano… la ley del budismo aparece como una realidad
tangible. Sin embargo, no hay experimentación, no hay meditación ni espiritualidad.
La pregunta sería: ¿Hay algo?
Lo
que hay es un desfile de personajes alterados (enloquecidos), mutilaciones,
formas delirantes de la masturbación, mujeres sexualmente dispuestas,
trasplantes de penes y una presencia unheimlich que se transforma, rápidamente, en carcajadas de humor negro. En ese
caso, Moebius produce una fusión productiva entre el psicoanálisis y una
vivencia extraña del budismo.
La cinta retorcida que Lacan alguna vez utilizó
para intentar sus explicaciones, proyecta, desde el título, una clave: si no
hay lados definitivos, es decir, no hay un adentro ni un afuera -porque todo
forma parte del mismo movimiento y la importancia esta en el corte-, entonces
la película no sería una aberración. Pero tal vez, eso sea demasiado. Tal vez, Moebius
para Kim Ki-duk sea un intento de provocación, que sin embargo no alcanza a
retorcer nada, abandonando la productividad de la transgresión para diluirse en
una anécdota familiar ensangrentada pero intrascendente. El incesto moviliza la
película para convertirla en una fabulación que une tragedia y gore. Sin
embargo, el resultado parece comprobar las hipótesis del viejo Freud. Tal vez,
el incesto sea una instancia pre-cultural; tal vez, sea mejor no hablar (de
ciertas cosas); o tal vez, los recursos de Kim Ki-duk para abordar la
neurosis contemporánea no sean el punto nodal de su filmografía. En todo caso,
representar la violencia y el sexo nunca fue tan obsoleto, y ridículo.
Cinema
verité. Existir sin vos. Una noche con Charly García. Dirección: Alejandro
Chomski. Argentina, 2013. Guión: Alejandro Chomski. Elenco: Charly García, Fernando Samalea, Fabián Von Quintiero, María Gabriela Epumer, Alejandro Medina. Por Martín I. Pérez Calarco: Conicet/UNMdP.
No
creo que haya nada en el mundo tan parecido a cumplir un deseo como lo que le
pasó a Alejandro Chomski en febrero de 1994. La historia es más o menos
azarosa, alguien tiene que filmar un ensayo en la calle Fitz Roy pero al final
no puede y le pide a otro que lo supla por una noche y ese otro, que es
Chomski, va. El tema es que la cosa acaba por convertirse en seis meses de
rodaje mientras Charly García termina La
hija de la lágrima.
La
ficha técnica de Existir sin vos… es,
en parte, una mera formalidad. Se trata de una película en la que los roles
están cambiados; el verdadero director es, en realidad, el protagonista y,
salvo contadas excepciones, el director supuesto es básicamente un camarógrafo.
Podríamos decir que el acontecimiento estético ocurre mientras es captado y que
la cámara lo registra casi sin modificarlo; en términos de Benjamin, Chomski
estaría intentando filmar el “aura”.
Los
casi sesenta minutos de Existir sin vos…
pueden dividirse en dos partes. La primera es una selección del registro de esa
noche de febrero; la segunda (y ésta, según el director, es provisoria por un
tema de derechos) una toma final que corresponde a unos meses más tarde.
Insomnio
de una noche de verano
Todo
comienza con una variación sobre una escena que ya conocemos. Charly García
viaja en auto por la ciudad rumbo a la sala de ensayo y, mientras lo
entrevistan, interactúa con todo lo que pasa. El vínculo entre la ciudad y el
rockero se transforma en algo más, la gente le demanda cosas, el tránsito lo
embotella, García discute la realidad con inmejorable sarcasmo y justo cuando
uno empieza a pensar que podría espiar durante horas esa interacción
inquietante, llegan a destino.
La
sala de ensayo tiene algo de lugar insospechado. Una puerta cualquiera, en esa
zona que en 1994 todavía no era pero que después se convertiría en Palermo
Hollywood. Adentro están Fernando Samalea, Fabián Vön Quintiero, María Gabriela
Epumer, Alejandro Medina, la asistente leal de aquellos días, un par de
técnicos, una desconocida en trance, y la bestia rock. La ambientación del
lugar es mínima pero significativa, una foto de Spinetta, la de Miles Davis
tapándose la boca, un cuadro que bien podría venir del Di Tella, un cuadrito que
evoca el reciente disco en vivo de Serú Girán, un poster de la banda del propio
García; en el patio, esa pileta que aparece fugazmente en el video de “Sweet
home Buenos Aires”.
Ahí
adentro, entonces, Charly García juega al frontón con el universo, dispara
cosas contra el mundo a la busca de que le devuelva algo para la canción que
está inventando. La noche avanza y Charly no para. Alejandro Medina está a
punto de sugerir algo pero basta un gesto de Charly para dejarlo en mute. Ahora, Charly se tira a la pileta
en bicicleta, ahora en pelotas, ahora se baña. Todo eso no son más que los
intervalos porque lo que en realidad pasa todo el tiempo es que García está
componiendo una canción que se va armando de madrugada y queda grabada en una
cinta magnética que gira en la habitación de al lado. Por los intersticios de
la creación espontánea asoman otras cosas. María Gabriela lee un libro, toma un
té y es la elegida para escuchar la letra que Charly le acaba de dictar a su
asistente en el altillo; Alejandro Medina se va soltando y pasa de la seriedad
profesional del principio a bailotear mientras de improviso lo suman a un coro.
La canción crece, la repiten, “vamos de nuevo”, aparece el fragmento que
después, cuando salga el disco, va a quedar al final de “No sugar”. Se empieza
a sentir el paso de las horas, alguien con la voz del Zorrito Quintiero anuncia
que algunos van a “abandonar el barco” hasta mañana. Afuera es verano, todos se
van, y García sigue ahí, en primer plano, haciendo playback sobre grabaciones que formarán parte de La hija de la lágrima y midiendo la
resistencia del que filma (cuando éste salga de la casa será ya la mañana). La
cámara finalmente se apaga y nos deja con ganas de más.
Los
bises
La
provisoria escena final es intensa. Charly está solo, en su casa, frente al
piano. El pelo rubio indica que entre
aquella noche y este presumible amanecer ha muerto Cobain, que ya dio su
concierto en el Hall del San Martín, que ha vuelto de New York, que se acercan
las presentaciones en el Ópera y los días de internación. Lo que vino después
está prefigurado en esa versión de “There’s a place” infiltrada por “Alto en la
torre” que Charly saca de la nada como si quisiera poner a prueba nuestro
sistema nervioso sensible.
Andan
Además
de las diecisiete horas que Chomski tiene guardadas y que, asegura, no dan pie
para armar una película, otros cientos duermen el sueño injusto de la
especulación en cajones bien custodiados; esas grabaciones parecen ir saliendo
lentamente a la luz. Mientras tanto, mientras esperamos, quizá tenga sentido
dejar asentado que esta espera no se trata de que aparezca Godard con su simpatía
por el One plus one, ni de que
Scorcese quiera sentirse más rockero que mafioso, sino, y es probable que éste
sea el gran mérito de Existir sin vos…, de que los favorecidos por el azar estén,
como Alejandro Chomski, a la altura de su deseo.
Cruzando fronteras. La
jaula de oro. Dirección: Diego Quemada-Diez. México-España, 2013. Guión: Diego Quemada-Diez. Elenco: Brandon López, Rodolfo Domínguez, Karen
Martínez, Carlos Chajón, Héctor Tahuite, Ricardo Esquerra, Luis
Alberti, César Bañuelos, Gilberto Barraza, Juan
Carlos Medellín, Salvador Ramírez Jiménez, José Concepción Macías. Por Fernando Valcheff: Estudiante
de la carrera de Letras (UNMdP).
El
lenguaje cinematográfico ha demostrado incontables veces ser uno de los más
propicios para retratar con precisión y perspicacia las más complejas
problemáticas sociales. La revisión conjunta de las esferas social y artística
y los permanentes diálogos que se establecen entre ellas, permiten una
resignificación de ambos campos a partir de su vinculación. Dicha relación y
sus consecuentes resultados, se manifiestan como pocas veces en La jaula de oro, película que participó
de la Selección
Oficial de la
Edición 2013 del Festival de Cannes y que, además, acaba de
consagrarse como la gran ganadora del 28 Festival Internacional de Cine de Mar
del Plata, obteniendo el Astor de Oro.
La
película muestra de manera conmovedora los distintos matices de la inmigración
ilegal siguiendo la historia de Juan, Sara y Samuel, tres adolescentes que
emprenden un arriesgado viaje rumbo a Estados Unidos, movilizados tanto por la
desfavorable situación socioeconómica que los aqueja, como por el anhelo de
construir un futuro promisorio para sus vidas. El foco del film está puesto en
la dinámica de un fenómeno que cada día moviliza a mayor cantidad de personas
que se embarcan en una terrible odisea en busca de una vida mejor. Por este
motivo se privilegia el retrato de una cruda realidad propiciada por un sistema
desigual e injusto que diariamente obliga a miles de individuos a tener que
abandonar a sus familias y partir en busca de un básico bienestar económico que
su país ya no puede ofrecer.
Uno
de los grandes aciertos de la película radica en la relación que se establece
entre los sueños y anhelos de los personajes y la dura travesía que estos
emprenden. Ambas líneas se entrelazan constantemente, siempre con la
desgarradora realidad como escenario del accionar de los jóvenes. Idas y
vueltas, aciertos y fracasos, acercamientos y desencuentros se alternan a
partir del vínculo que forjan los protagonistas, a quienes, luego de traspasar
la frontera mexicana, se sumará Chauk, un indígena proveniente de Chiapas que
no habla español. A medida que avance el
trayecto, se pondrán en juego no solamente conflictos propios de la
adolescencia o el cuestionamiento de valores como la lealtad y el compañerismo,
sino también los más básicos instintos de supervivencia y, en última instancia,
sus propias vidas.
Los
largos viajes en tren se convierten en un símbolo del extenuante recorrido que
realizan los personajes a través del extenso territorio mexicano. Dicha
trayectoria se ve interrumpida en más de una ocasión por una serie de
circunstancias adversas que contribuyen a exponer la inmigración ilegal como
parte de un rizomático entramado de diversas prácticas. Asistimos al despliegue
de una visión que busca retratar una compleja realidad que incluye tanto a
aquellos que ayudan a los expatriados en su huída y colaboran para intentar
garantizar su bienestar, como a quienes se aprovechan de su ingenuidad,
intentando sacar ventaja de la desesperada situación que les toca vivir.
Mediante un trabajo pormenorizado y puntilloso, Quemada-Diez muestra las
múltiples facetas de un fenómeno que usualmente es tratado desde una monolítica
visión centrada únicamente en la tiranía de Estados Unidos. Aquí, por el
contrario, la inmigración es abordada desde una perspectiva más integral,
corriendo el foco de atención a la
emigración propiamente dicha y exhibiendo los factores que influyen en su
dinámica. Algunas notas de esperanza parecen intentar matizar el negativo
prospecto al que se enfrentan los protagonistas. Gestos provenientes de algunos
actores sociales como el campesino que los refugia luego de una de las tantas
persecuciones que sufren por parte de la gendarmería, o del sacerdote que
asiste con provisiones a los masivos grupos de emigrantes, muestran el rostro
más humano de aquellos que, frente a la adversidad, ofrecen su ayuda a quienes
padecen el hambre y el cansancio.
No
obstante, la trata de personas, el tráfico de drogas, la corrupción policial,
la prostitución y la delincuencia en general emergen como problemáticas que
cobran una importancia crucial a la hora de analizar el conflicto central
planteado por la película, esa cruda verdad que tiende a ser ocultada. El film
no pretende ser hipócrita, y la descorazonada realidad generalmente acaba
imponiéndose por sobre las utopías personales. Los excluidos que parten en
busca de un futuro esperanzador, no siempre pueden alcanzar las metas que
pretendían obtener, y el optimismo, latente en un principio, se diluye
paulatinamente hacia el final. La muerte y la soledad se hacen presentes de
manera abrumadora, prácticamente traspasan la pantalla. La última escena, en la
que vemos a Samuel trabajando en una fábrica como ayudante de limpieza, plantea
de manera elocuente la triste paradoja de su situación. Si bien ha logrado
obtener un empleo, las precarias condiciones en que desempeña su labor llaman a
meditar acerca de cuáles son las potenciales oportunidades que un país como
Estados Unidos puede ofrecer a inmigrantes provenientes de una economía
emergente, en especial cuando estos traspasan la frontera en calidad de
ilegales.
Técnicamente
impecable e impactante en su planteo conceptual, La jaula de oro logra conmover al espectador e incitarlo a la
reflexión mediante un guión de palabras justas, climas serenos y momentos
sugestivos que se combinan con un muestrario de imágenes realistas sumamente
elocuentes. Arte y vida en estado puro se conjugan en la opera prima de Quemada
Diez para dar forma a un atrapante film que se erige como pequeña obra maestra
de un cine crítico y de corte social que busca (y ciertamente lo logra) generar
el debate y suscitar en el espectador un ejercicio de profunda reflexión.
Jesús,
desesperado e impulsivo. Tiro de gracia.
Dirección: Nicolás Lidijover. Argentina, 2013. Guión: Nicolás Lidijover.
Elenco: Nacho Gadano, Nicolás Golschmidt, Julieta Vallina, Susana Cart, Pablo Ini. Por Fernando Valcheff.
Sin
ser una película que busque generar grandes polémicas, Tiro de gracia puede cuanto menos ser concebida como una verosímil
puesta en escena de un debate que, en la actualidad, nos atraviesa
particularmente como sociedad, incentivando posiciones ideológicas diversas y
opuestas. La película toma como eje narrativo la tensa situación que vive un
pequeño grupo de personas durante el asalto a una importante cadena de
farmacias que, a raíz de una serie de infortunios y malas decisiones, deriva en
una toma de rehenes orquestada por Jesús, joven al cual la necesidad lo lleva a
cometer un acto desesperado e impulsivo.
El
planteo fundamental del film surge de la reflexión acerca de la legitimidad que
poseen los discursos sociales en torno al análisis de hechos de delincuencia de
esta clase. Así, la película plantea la posibilidad de cuestionarnos hasta qué
punto son aceptables ciertos prejuicios sociales que inducen a sacar
conclusiones precipitadas o al tratamiento superficial de temas tan delicados
como las condenas carcelarias o la pena de muerte.
Si
bien la historia comienza por el clímax de esta toma de rehenes, el film
muestra de qué manera se fue sucediendo el hecho en cuestión a partir de una
serie de saltos temporales que revelan, progresivamente y de manera no lineal,
las distintas instancias del robo. Mediante el empleo de un interesante recurso
de tomas simultáneas que capturan diferentes planos a modo de puntos de vista
fragmentarios, se reconstruyen las múltiples facetas de un único suceso (se
hace uso la cámara tradicional del detrás de escena, a la que se suman las
cámaras de seguridad de la farmacia, las de los canales de televisión apostados
en el lugar de los hechos y la del celular de uno de los rehenes que no ha sido
descubierto por el delincuente). Esta técnica no sólo permite al espectador
observar desde ópticas disímiles el desarrollo de un mismo evento, sino que,
además, le otorga a la película un dinamismo y una fluidez visual cautivantes.
El
impecable trabajo que realiza el director con las críticas dirigidas a
distintos sectores (a los medios de comunicación, que tildan al perpetrador del
hecho con epítetos sensacionalistas al mejor estilo policial o a las fuerzas de
seguridad, ineficientes en su capacidad para negociar con el delincuente e
implementar medidas para resolver la situación), es uno de los puntos fuertes
de la obra. Pero el aspecto realmente provocativo de esta mirada crítica, es
que el más explícito de estos cuestionamientos no se focaliza en
individualidades, sino en un colectivo general: la sociedad.
Los
rehenes aparecen como un diversificado y representativo muestrario a pequeña
escala de los más usuales estereotipos sociales, cuyo comportamiento durante el
hecho y reacciones frente a la provocación del joven se diferencian
sustancialmente. Hay quienes pretenden conciliar (la asistente social con un
avanzado estado de embarazo es el perfecto ejemplo), quienes creen poder
manejar la situación y hasta procuran asimilar el papel de “héroes”, y quienes,
por momentos, se sumen en la desesperación y el pesimismo. Los estados de ánimo
son cambiantes y la tensión impregna el ambiente durante buena parte del
desarrollo de la película. No obstante estas particularidades, el punto de
análisis más significativo excede las individualidades o la forma de
comportarse de los personajes frente a lo acontecido. La clave está en que
todos se encuentran unidos por una condición común que los convierte en
representantes de un mismo colectivo, y esta es, sin dudas, su hipocresía. La
problematización ideológico-moral planteada por el film deja en claro que en
última instancia nadie es quien parece ser, y que la responsabilidad del hecho,
si bien radica en la injustificable decisión tomada por el joven en un acto de
imprudencia e insensatez, también es compartida por quienes, ante su necesidad,
prefirieron mantenerse indiferentes. La lluvia de acusaciones y entredichos y
el desligue de responsabilidades por parte de los involucrados es tal, que la
confusión hace que el espectador se pregunte una y otra vez quién es realmente
la víctima en este hecho.
La
tensión creciente que viven los rehenes, se traslada al espectador de manera
eficaz a partir de un estilo de filmación poco convencional y la ausencia tanto
de música como de una banda sonora, recursos que contribuyen a generar un
efecto de verosimilitud inquietante, casi de corte documental. Y es que, si
bien se trata de una historia ficcional, son claros los matices realistas, en
tanto se pretende problematizar un acontecimiento cuya confrontación con la
realidad es evidente, deliberada e inevitable.
Así, Tiro de gracia invita a la revisión de
las múltiples consecuencias que es capaz de generar un hecho de delincuencia,
erigiéndose como juiciosa pieza cinematográfica que indaga en los posibles
motivos que pueden desencadenar un infortunio de estas características. Sin duda alguna, el mayor logro del film
radica en su capacidad de poner en cuestión una problemática que nos afecta a
diario sin recurrir a golpes bajos o a efectismos inverosímiles; de presentar
en primera plana un hecho que suscita los más enraizados debates y discusiones
políticas; en definitiva, de efectuar una revisión auténtica y humana del
trasfondo de hechos que usualmente son demonizados y prejuzgados, y que en el
film son revisitados partiendo de una perspectiva abierta a la discusión y
despojada de preconcepciones.
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