El exilio español en el cine argentino. La dama duende. Dirección: Luis Saslavsky. Argentina, 1945. Basada
en la obra homónima de Pedro Calderón de la Barca. Guión: Rafael Alberti y
María Teresa León. Elenco: Delia Garcés, Enrique Álvarez Diosdado, Antonia
Herrero, Manuel Collado. Por Marcos Bruzzoni: Profesor en Letras de la
Universidad Nacional de La Plata.
En junio de 1945 tiene lugar el estreno del film La dama duende de Luis Saslavsky. La película, basada en la comedia
homónima de Pedro Calderón de la Barca, fue escrita por la pareja de poetas
españoles Rafael Alberti y María Teresa León quienes se encontraban exiliados
en la Argentina desde 1940. Cabe recordar que debido a la Guerra Civil española
numerosos escritores, intelectuales y profesionales, muchos de los cuales
habían trabajado en el cine español, se ven obligados a exiliarse. La Argentina
se convierte, por ese entonces, en uno de los destinos preferidos de los
mencionados exiliados.
La dama duende es uno de los más célebres ejemplos de la influencia que los
exiliados españoles republicanos tuvieron en el cine argentino de los años 40,
periodo conocido como la “edad de oro” del cine nacional. Además de la
participación de Alberti y León como guionistas, y entre un equipo de producción
compuesto tanto por argentinos como por españoles, se destaca la participación
de Gori Muñoz (valenciano) quien se encargará de la escenografía del mismo modo
en que José María Beltrán (aragonés) lo hará de la dirección de fotografía. De
este modo la crítica considerará La dama
duende como una verdadera “película de exiliados”, cabe destacar que la
presencia española no se da sólo a través de quienes intervinieron en la
realización del film sino también en la historia, el modo de tratarla y los
recursos que se utilizan para ello, que son, como veremos, típicamente
españoles.
La obra de Calderón de la Barca, una de sus primeras comedias de
intrigas, mantiene su frescura en el celuloide gracias al trabajo realizado por
Alberti y León quienes, en lugar de llevar adelante una transposición que
respete completamente la pieza del escritor madrileño, hacen uso de recursos
propios del arte cinematográfico y en buena medida de sus formaciones como
escritores de vanguardia (como es bien sabido ambos son participantes
destacados de la generación del 27), para producir un film original que aún 70
años después de su estreno mantiene su vitalidad.
Por medio del tópico barroco del “teatro dentro del teatro”, en este
caso “teatro dentro del cine”, Alberti, León y Saslasvki ponen en escena los
enredos, intrigas y engaños que giran en torno a la historia de amor entre la
joven viuda Angélica (Delia Garcés) y el valiente Capitán Manuel Henríquez
(Enrique Álvarez Diosdado).
La notable, y ampulosa, escenografía de Gori Muñoz da cuenta del auge
que por entonces atravesaba el cine nacional y funciona como marco en el que se
desarrolla la historia de Alberti y León quienes toman escenas y personajes de
la obra de Calderón de la Barca y los mezclan con ideas originales, cantares
populares españoles e intensos pasajes poéticos.
El resultado de la transposición a cargo de la pareja de poetas es una
obra nueva, llena de vitalidad que tuvo no sólo enorme gran éxito de público
sino que también recibió elogios de la crítica especializada llegando a ganar
cinco premios Cóndor de plata en
1946, entre ellos el de mejor película.
La dama duende puede ser considerada una de las producciones más destacadas de la
“edad de oro” del cine nacional y no es desatinado afirmar que es un claro ejemplo
de la renovación que tuvo lugar en el cine argentino gracias a la llegada al
país de numerosos artistas republicanos exiliados.
Antes de todo. El increíble hombre menguante (The
Incredible Shrinking Man). Dirección: Jack Arnold. EEUU, 1957. Basada en la
novela homónima de Richard Matheson. Guión: Richard Matheson. Elenco: Grant
Williams, Randy Stuart, April Kent, Paul Langton, Raymond Bailey, William
Schallert, Billy Curtis. Por
Darío Lavia: Por Darío Lavia. Por Darío Lavia: Webmaster de http://www.cinefania.com* Lic. en comercio
internacional).
Antes de la ciencia-ficción
metafísica-poética de Blade Runner
(íd-1982) de Ridley Scott; antes de la ciencia-ficción metafísica-filosófica de
2001: A Space Odyssey (2001: Odisea
del espacio-1968) de Stanley Kubrick; antes de todo, estuvo The Incredible Shrinking Man (El increíble hombre menguante-1957) de
Jack Arnold, una película que en medio de un momento difícil para tal objetivo,
logró dejar sentado que la ciencia-ficción cinematográfica también podía dar
cabida a temas profundos y ambiciosos.
Jack Arnold, el director de la
película, había comenzado a fines de los '40, a dirigir documentales para el
Departamento de Estado, las Fuerzas Armadas y la industria. Uno de estos
filmes, With These Hands (1949), le
significó una nominación al premio de la Academia. En tal circunstancia Arnold
ingresó a Universal Pictures bajo contrato, encargándosele un policial menor
titulado Girls in the Night (1953).
Su segunda película le permitió ingresar al género fantástico. Se trató de It Came From Outer Space (Llegaron de otro mundo-1953) y su fuente
fue un cuento de Ray Bradbury. La película llamó la atención no solo por su
trama metafórica (un grupo de extraterrestres trata de adueñarse de un pueblo
norteamericano) sino por proyectarse en el novedoso sistema de 3-D. Luego de
otro policial, The Glass Web (El crimen de la semana-1953), Universal
acertó en otorgarle a Arnold preferentemente proyectos de ciencia-ficción. Con Creature From the Black Lagoon (El monstruo de la laguna negra-1954),
que narraba el hallazgo de un monstruo mitad hombre mitad pez, logró asentarse
como el más capacitado director fantástico del estudio, y a eso no solo
contribuyen los rubros técnicos y el ingenio en la utilización del presupuesto,
sino también el clásico esquema narrativo de 'la bella y la bestia'. A partir
de ese momento Arnold comenzó a saltear policiales o westerns con filmes de
género. Uno de estos fue Tarantula! (Tarántula-1955), en la que a través del
ataque de una araña gigante, trató el tópico del gigantismo, ya visto
anteriormente en Them! (La Humanidad en peligro-1954) de Gordon
Douglas. Con este precedente, invirtió la fórmula y pasó a la película que nos
ocupa.
Tomando como base la segunda novela
de Richard Matheson titulada The
Shrinking Man, el propio Matheson fue quien procedió a adaptarla (había
pedido como condición para la venta el encargarse de la adaptación), según las
convenciones del cine de la época, suprimiendo partes subidas de tono y dando
un orden cronológico al relato de Robert Scott Carey, el increíble fenómeno que
se reduce. La historia también tuvo retoques del propio director, que imprimió
algo de sus convicciones religiosas y filosóficas en el desenlace. La trama nos
muestra la vida tranquila y descansada de Scott Carey (Grant Williams), joven
hombre de negocios, y su esposa Louise (Randy Stuart), que disfrutan de una
tarde al sol a bordo de un yate. En un momento en que la esposa baja a por
cerveza para su marido, una nube radioactiva cruza el bote (a pesar que no se
advierte ningún tipo de viento). Seis meses después Scott nota que su ropa le
queda grande y una visita al médico le confirma que se ha achicado algunos
centímetros y ha perdido 4 kilos. A partir de ese momento, el personaje no
detendrá su decrecimiento (salvo en un breve momento, en que un médico logra
retardar el proceso) y a medida que se hace más pequeño aumenta su grado de
alienación con respecto al entorno antes normal y seguro del hogar.
Tal vez en su época haya sido
recibido como uno más de los films de ciencia-ficción que por entonces eran
bastante populares. A primera vista la película podría ser confundida con una
más sobre aventuras de seres humanos miniaturizados, como la posterior Attack of the Puppet People (Ataque diabólico-1958), de Bert I.
Gordon. Pero en realidad la saga de Scott Carey es menos una aventura en el
término físico de la palabra que una evolución metafísica. En la primera media
hora de película, Carey se nos presenta como un marido amante para quien su
esposa implica también algo de contención materna. Al principio los pantalones
que le van grandes parecen significar una pérdida de peso, que para Scott es un
trastorno que perjudica su imagen. Louise, en su intención de engordarlo, le
dice que le preparará tantos pasteles y dulces que volverá a ser un niño.
Claro, el decrecimiento de Scott no se trata de una mera pérdida de peso sino
también de altura. Los médicos consiguen explicar el proceso que está
sufriendo: sus huesos, sus músculas, toda su estructura molecular está mutando.
Un galeno (Raymond Bailey) sugiere que la nube radioactiva fue el polvorín y
que un camión de fumigación prendió la mecha. Luego de la visita a la clínica,
Scott y Louise conversan fuera, en el auto. Él comienza a dar indicios de su
próximo sentido de autocompasión. Le sugiere a Louise que hay límites en los
deberes de la esposa y, previendo que el decrecimiento continúe su marcha,
llegará un momento en que tal vez ella no quiera seguir a su lado. Tal simple
táctica de probar los sentimientos de su esposa no da resultado y Louise le
dice que lo seguirá amando, que los médicos encontrarán la solución y que
mientras él tuviera la alianza matrimonial, que ambos seguirían unidos. Acto
seguido Scott intenta poner en marcha su automóvil, y el anillo se cae al piso.
Scott mide escaso metro de altura y
una inyección ha logrado detener el decrecimiento. Está encerrado en su casa,
convertido por propia voluntad en un fenómeno publicitario. Ahí aflora el
tirano (o el niño malcriado), y en su pequeñez Scott ataca a Louise con el
discurso autocompasivo. Está irritable, tiránico, en lo que suponemos es la
crisis resultante de la ausencia del sexo con su mujer, en la ausencia
reiterada de una vida normal. A la siguiente noche Scott sale a dar un paseo y
el azar quiere que conozca a Clarice (April Kent), una joven liliputiense que
trabaja en un espectáculo de feria. Ella le hace ver que la vida no es tan mala
midiendo un metro. Es más, ella se ha dado cuenta de la crueldad del ser
humano, de la indiferencia, de la discriminación contra el diferente. Scott ve
una nueva luz en su vida y vuelve sobre la escritura de un libro sobre su
drama. Pasa un tiempo, en el que suponemos que Scott ha estado viéndose con la
joven Clarice, y el proceso se pone en marcha de nuevo. Scott se achica más y
huye del contacto de la joven artista (no nos cuesta mucho especular que la
huida está motivada por la imposibilidad de dominio físico sobre su nueva
amante). Su nueva etapa es la vida en una casa de muñecas, donde ya no tiene
contención de ningún tipo y, a pesar que su esposa se consagra a su cuidado, se
ha convertido en un ogro y la trata como si fuera una esclava. Es Butch, la
mascota de la casa, quien cambia la situación y da un giro de 180º a la trama.
Persigue a su antiguo amo como si se tratara de un ratón y la presa cae en el
sótano, donde, a salvo del gato, debe ingeniarse para sobrevivir. Aquí da fin
la primera media hora de película, un prodigio de ritmo y concisión narrativa,
donde nos queda bien en claro el proceso de Scott, pero no solo el físico (su
decrecimiento de 1,80 m a 10 cm), sino al afloramiento de abismos psicológicos
que en su talla normal son meros atisbos.
La segunda mitad de la película es
la más apasionante y es, en verdad, la más auténtica de la película. En la
primera parte vimos como las preocupaciones de Scott eran, primeramente, el
aspecto, luego la salud. Más tarde, el Scott del tamaño de un enano, que busca
compañía, apunta al tema social. Cuando vive en la casa de muñecas comienza a
tomar conciencia de su irracional trato hacia Louise y se arrepiente, aunque no
puede evitar ladrarle cuando ella va a hacer las compras. En el sótano de la
casa, el Scott diminuto debe utilizar los medios a su alcance para sobrevivir.
Ya no se trata de la contención, del entorno social, de sexo, de machismo o de
complejo de Edipo. Ahora es la supervivencia, y Scott utiliza una caja de
fósforos como refugio, una gotera en el termotanque como suministro de agua y
un alfiler como espada. Una araña es su único rival en ese lugar. Por supuesto
Scott irá achicándose, y si pretende seguir con vida, debe eliminar a la bestia
antes que sea tan pequeño que no pueda luchar. La película pasa entonces de ser
un resumen de la aflicción de Scott a ser un documental sobre la aplicación del
ingenio humano al nuevo y alucinado entorno. Pasamos largos minutos viendo como
trata de tomar el queso de una ratonera, o como trepa por unas cajas de madera.
La araña lo ataca, y Scott se salva
ocultándose en el interior de la caja de fósforos. Es la hora de la lucha
final, la última y única lucha por la supremacía en ese lugar. Y conduce todos
sus esfuerzos en preparar un plan, munido de elementos que lo rodean. Con hilo,
un alfiler y unas tijeras prepara una trampa, que falla olímpicamente. Y es con
la fuerza bruta y la desesperación con que el hombre derrota al monstruo. Ya
cerca del final de la película, Scott deja de tener hambre. Su vida ha cambiado
tanto, y reflexiona, en un tamaño milimétrico, observando la
inconmensurabilidad de la noche astrífera, que si él sigue con vida, debe
querer decir que la Creación no tiene límites humanos. Es un momento de
auténtica ciencia-ficción: un ser humano que observa el micromundo abismal y
abandona el antropocentrismo natural de la Humanidad (tal vez para incorporar
un nuevo antropocentrismo del ser humano encogido). Scott, que ha desaparecido
en lo infinitesimal pero aún así logra seguir vivo y razonando sobre su propio
estado, sabe que seguirá su camino hacia un eventual mundo molecular. El final
(con un marco musical acorde a la situación) es uno de los momentos más
importantes del cine fantástico de la década, a la vez que de gran fuerza
poética: es Scott levantando la vista al cielo y con su voz en off concluyendo
que "para Dios no existen ceros." Vista en retrospectiva, es un
interesante precedente (también desprovisto de pretensiones) del clímax
metafísico de la nombrada 2001 de
Kubrick. El ser humano se encuentra a sí mismo.
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Un marcado acento
británico. Penny Dreadful. Creador:
John Logan. Dirección del capítulo piloto: Juan Antonio Bayona. EEUU, 2014.
Guión: John Logan. Elenco: Timothy Dalton, Eva Green, Josh Harnett, Harry
Treadway, Reeve Carney. Por Myriam Rivas Reyes, Profesora de Inglés y Español
de la Universidad Europea de Madrid.
Las “Penny Dreadful”
eran conocidas publicaciones de terror que se distribuían en la Inglaterra del
siglo XIX a tan solo un penique y también actualmente, es el nombre de una
serie americana con un marcado acento británico. Del canal americano Showtime,
“Penny Dreadful” tiene hasta la fecha una corta pero intensa primera temporada
formada por ocho capítulos que no dejan indiferente al espectador que sea
amante de la novela inglesa romántica. Esa corriente que conformaron famosos
poetas de gran nombre como Percy Bysshe Shelley o grandes creadores de
monstruos célebres como Bram Stoker, Oscar Wilde y también la conocidísima
madre de Frankenstein, Mary Shelley.
Ambientada en el
Londres más victoriano, entran en escena conocidos rostros del celuloide como
la francesa Eva Green, el “comeback” en el ámbito seriéfilo Timothy Dalton y
como contrapunto americano, Josh
Harnett.
La primera temporada
presenta a los personajes del reparto anteriormente nombrado. Sir Malcolm
Murray (Dalton) y Vanessa Ives (Green) buscan desesperadamente a la hija de
Murray, Mina Harker, desaparecida en extrañas circunstancias. Para encontrarla,
reúnen en su grupo a un joven y tímido Doctor Frankenstein (Harry Treadway) y a
un ávido pistolero americano (Harnett). Bajo esta premisa, esta primera
temporada empieza a presentar un desfile de criaturas de las novelas de Stoker,
Shelley y Wilde. Apareciendo incluso como personaje secundario estrella a Dorian
Gray, interpretado por Reeve Carney.
Se debe destacar a
Eva Green con una interpretación tan fascinante como inquietante de su ya
carismática y elegante Vanessa Ives, ataviada en preciosos trajes de la época y
en un constante halo misterioso, hace de su personaje el entero protagonista en
esta primera temporada al interpretar a esta mujer maltratada por entes
vampiro-demoníacos que la atormentan a través de sus poderes extrasensoriales
de médium. El juego de voces que interpreta y modula de forma magistral solo se
puede apreciar si se visiona esta serie en versión original, para no dejar
pasar por alto ni un solo matiz que Green aporta a su más que soberbia Miss
Ives.
Por otro lado, “Penny
Dreadful” basa su éxito en la perfeccionista fotografía de ese Londres del
siglo XIX (realmente Dublín) y por supuesto, como se ha escrito y entretejido
una trama con personajes de novelas de terror y misterio tan apreciadas a lo
largo de la historia por cualquier amante de novelas con protagonistas
sobrenaturales.
Victor Frankenstein
(Treadway) aparece como un científico en pos de crear una criatura a través de
la técnica del Galvanismo, tal y como relataba Mary Shelley en su novela. Con
ciertos matices y con matices a aplaudir por parte de los guionistas. El joven
doctor es un gran lector y entre sus poetas favoritos aparece Percy Bysshe
Shelley, por eso no es de extrañar la conexión entre la criatura y personaje
que creó Mary con los versos de Percy
que persiguen al doctor en su
creación de Prometeo. Es lógico que en esta serie de corte literaria y
romántica, aparezcan los versos de los poemas sobre la creación de Prometeo,
aunque bien se podría destacar que no solo en series de género de terror y
victoriano, también uno de sus poemas le da título a uno de los mejores
capítulos de otra serie inolvidable como es “Breaking Bad” de la AMC y el
capítulo en cuestión es “Ozymandias”.
Persiguiendo a Victor
Frankenstein y atormentando cada uno de los pasos que da, aparece Calibán.
Nombre que podríamos decir que hace referencia a un personaje de la obra de
teatro “La Tempestad” de William Shakespeare, dónde este personaje es un ser
deformado y de espíritu indómito y salvaje. Viendo la serie, se puede apreciar
perfectamente la conexión del nombre con el personaje.
Pero si cambiamos de
personaje literario, aparece Dorian Gray, que aun no siendo un personaje
esencial en la trama, aparece como un fiel retrato del personaje de Oscar
Wilde, dónde su lascivia fascina a partes iguales tanto a personajes masculinos
como a personajes femeninos. Y
curiosamente, en el prefacio de la novela de Wilde, en apenas en sus líneas
introductorias aparece el nombre de Calibán. Con lo que podemos resaltar, que
los guionistas juegan con nombres y novelas de una forma bastante premeditada,
aprovechándose de la literatura para insuflar vida en un guion de personajes
que confluyen en esta primera temporada para enganchar al espectador.
Por supuesto, no
podemos olvidarnos de las influencias de “Drácula” en esta primera temporada,
pues no solamente aparece Mina Murray y el Profesor Van Helsing, si no que el
abogado Jonathan Harker también es nombrado varias veces. Y por supuesto, hay
un amo de la noche, hay esbirros y aparecen criaturas que se alimentan de
sangre humana. La figura del vampiro en
esta serie aparece como un ente demoníaco, es literalmente la descripción de un
monstruo, que no usa una apariencia seductora, sino que el arma de seducción es
la sed de que gobierne el mal como elemento soberano en el mundo. Tampoco
obtiene la forma de colmillos alargados, sino se parece más bien al vampiro
Nosferatu de Murnau. Un ser espeluznante que acecha en barcos, callejones y es
ahuyentado por crucifijos. Un ente que persigue de manera deliberada e
insidiosa a Miss Ives.
Qué la novela
romántica estaba pasada de moda, parece una broma. Viendo como en los últimos
años los vampiros más que ser seres extinguidos han tomado parte protagonista
en literatura juvenil y en los blockbusters más populares de los últimos
tiempos. Los autores de estas célebres criaturas y sus historias son
inalterables en el tiempo, da igual como
avancen las épocas, porque son criaturas universales dentro de nuestras
memorias cinéfilas y literarias. Y “Penny Dreadful” nos estremece con cada
nuevo capítulo, nos vuelve a acercar a estos personajes, dándole la novedad
necesaria para crear nuevas historias de manera precisa y con una más que
cuidada y delicada puesta en escena en
el Londres (Dublín) victoriano, siempre bajo la batuta de su personaje
más carismático, Miss Ives.
Nouvelle,
teatro, cine: ¿tres versiones de Venus? La
venus de las pieles (La Vénus à la fourrure). Dirección: Roman Polanski. Francia, 2013.
Basada en la novela Venus
im Pelz de
Sacher-Masoch (1870) y en la obra de teatro Venus in Fur de David Ives (2010). Guión: Roman Polanski, David Ives. Elenco: Mathieu
Amalric, Emmanuelle Seigner. Por Atilio Raúl Rubino: IdIHCS / FaHCE-UNLP.
El
austríaco Leopold von Sacher-Masoch escribió Venus
im Pelz en 1870. Pero
fue el psiquiatra alemán Richard
von Krafft-Ebing quien en su Psychopathia
Sexualis (1886) unió definitivamente el nombre de Sacher-Masoch al del
Marqués de Sade, asociándolo a una perversión sexual a la que denominó con el
neologismo médico-psiquiátrico sadomasoquismo, haciendo su fama perdurable más
allá de su literatura y, lamentablemente, al margen de la misma.
Si
dejamos de lado la tematización de relaciones SM en el cine, que tampoco es tan
excesiva, el texto de Sacher-Masoch ha sido adaptado a la pantalla grande en
varias oportunidades. Una de las más
interesantes es la de las alemanas Monika Treut y Elfi Mikesch Verführung: Die grausame Frau (1985), ya
que mezclan personajes de Sacher-Masoch (fundamentalmente Wanda, la matrona, y
Gregor, el nombre de esclavo con el que Wanda rebautiza a Severin) con otros
provenientes de las novelas del Marqués de Sade (fundamentalmente Justine y
Juliette). Pero
también se pueden mencionar otras adaptaciones como Venus in Furs (EEUU, Joseph Marzano,
1967), Le malizie di Venere (Italia,
Massimo Dallamano, 1969), Venus in Furs
(Países Bajos, Victor Nieuwenhuijs, Maartje Seyferth, 1994), Paroxismus (UK, Jesús Franco, 1969) y,
por supuesto, la más reciente, La Vénus à
la fourrure (2013), dirigida por Roman Polanski, la que, basándose también
en la obra de teatro de David Ives, Venus in Fur (estrenada en 2010), pone
en escena un intento de adaptación teatral de la Novelle de Sacher-Masoch y una relación de dominación/sometimiento
que trasciende o pone en cuestión el límite entre realidad y representación.
Thomas Novachek
es un escritor y director de teatro que va a llevar a escena su
adaptación de la famosa Venus de las
pieles de Sacher-Masoch. La película se centra en el espacio del teatro,
del que la cámara sale sólo al inicio y al final de la película. Y cuenta con
solo dos actores, Mathieu Amalric, que interpreta a Thomas,
el director y autor, una especie de Thomas/Severin/Gregor/Wanda/Polanski, y
Emmanuelle Seigner, la esposa de Polanski, que encarna a Vanda Jordan, una
actriz que ingresa al teatro cuando Thomas se encuentra solo una vez finalizada
la audición para el papel de Wanda von Dunajew. Él accede a ponerse en
la piel de Severin von Kushemski para
tomarle una prueba y así comienza un juego de roles muy extraño que pone en
jaque la relación patriarcal y de poder entre los personajes. Esta puesta en
abismo del teatro dentro del teatro pasa de la escena a la piel de los
personajes, pues las líneas que pronuncian son las de la obra teatral ficticia Venus in Fur, pero al enunciarlas
también son ellos, Thomas y Vanda, los que están enredándose en un complejo
juego de dominación/sumisión SM. El nombre del personaje que encarna Seigner,
por otro lado, coincide casi con el del personaje que debe interpretar:
Vanda/Wanda. Es verdad que podría tratarse de un nombre falso, aunque es cierto
también que el personaje femenino se mantiene misterioso durante toda la
película, casi como una aparición fantasmal o divina, como si fuera una
epifanía de la mismísima diosa romana. Por tanto, también se la podría
caracterizar como una Vanda/Wanda/Venus/Severin/Gregor/Polanski. De hecho,
Thomas accede a tomarle la audición y ella resulta ser una perfecta Wanda von Dunajew, lo
que convierte a Thomas, quien está pasando la letra del otro personaje de la
obra, en una emanación de Severin/Gregor, hasta que, promediando la película,
cuando Vanda encuentra una frase que no puede pronunciar y Thomas le indica
cómo, comienza una inversión de roles en la que Thomas se convierte en Wanda,
la emanación del espíritu femenino, de la diosa griega o romana, de la
perfección y la inmutabilidad de una obra de arte. El travestismo de Thomas en
la película resulta muy interesante en lo que puede venir a cuestionar de la
ecuación entre roles de género y relaciones de poder, pues en Sacher-Masoch los
roles no resultan tan intercambiables y quien tiene el poder es siempre el
varón, que es quien propone el contrato SM y cede su rol de dominador a la
mujer sólo mediante el tiempo que dure el juego.
Hay, por lo tanto, una
doble adaptación en esta película, pues, como se dijo, está mediada por la
adaptación teatral de David Ives de la Novelle de Sacher-Masoch. La película de
Polanski, entonces, está atravesada por una serie de mediaciones y
remediaciones. Hay que aclarar que ya de por sí Venus im Pelz de Sacher-Masoch permite una interpretación desde la
intermedialidad de la literatura con otras artes, como la pintura y la
escultura, pues se trata de un relato enmarcado, justamente, en un sueño con
una estatua de Venus y en la explicación de un cuadro de Venus/Wanda y Severin,
inspirado en una copia del cuadro de Tiziano “Venus del Espejo” (1555). La
narración de Severin, en efecto, está enmarcada y se constituye como una
explicación de la pintura, que viene a dar sentido, al mismo tiempo, al sueño
del narrador primario y a la imponente estatua de Venus.
¿Quién es, entonces, Wanda?, podríamos preguntarnos.
En la novela de Sacher-Masoch, ella no hace más que encarnar el deseo de
Severin, es él el que decide los roles, por lo tanto es el que tiene el poder.
Ella lo domina, juega con él, lo somete, lo engaña, se aprovecha, etc, pero al
final sabemos que lo hace sólo para complacerlo. Aquí la mujer sigue siendo
sólo objeto de deseo, nunca sujeto. En la película de Polanski, esta cuestión
no está presente, sino que vuelve a ser una emanación del erotismo
supraterrenal. De hecho, el baile erótico de Vanda/Wanda/Venus al final de la
película es la reconexión con la imagen de la mujer como la perfección clásica
pero también con el peligro de lo desconocido, pues su baile semeja al de las
bacantes euripideas.
A sus casi ochenta años
Polanski lleva al cine una trama que viene a ser casi la síntesis de su carrera
cinematográfica, de sus obsesiones, sus posturas sobre el deseo, la seducción,
el amor y la dominación de la mujer. Sin embargo, no es casual que tome un
texto del siglo XIX. A pesar de lo aggiornado
y actualizado de la obra y del juego del teatro dentro del teatro, las
estructuras del deseo siguen siendo igual de patriarcales. Lo que prevalece aún
hoy en el cine es una visión masculina y patriarcal de la figura de la mujer.
De triste aceptación a thriller y tragedia.
Verano maldito. Dirección: Luis
Ortega. Argentina, 2011. Basada en el cuento “Muerte del estío” de Yukio
Mishima. Guión: Alejandro Urdapilleta, Luis Ortega. Elenco: Julieta Ortega,
Joaquín Furriel, Alejandro Urdapilleta, Eitan Shwindt, Juana Gunther, Ian
Acevedo, Ignacio Sierra, Tato Pavlovsky, Martin Boriseinko, Carolina Solari.
Por Lauren Sperling: Estudiante de literatura y español en la University of
Colorado en Boulder, Colorado. A lo largo del segundo semestre de 2014 y
durante el primero de 2015 está cursando estudios en Buenos Aires tanto en la
UBA como FLACSO y escribe artículos para revistas de cine.
Toda transposición de una obra literaria al
cine supone más que mera adaptación, simple modificación o traslado de un medio
a otro. En el caso de Verano
maldito de Luis Ortega, la discrepancia entre el cuento de Mishima y el
film es notable. Ortega hizo una verdadera transposición a partir de su
original lectura que pone el énfasis en un pilar de la sensibilidad occidental
como es el miedo a la muerte, y en particular, el sentimiento de duelo como un
proceso paranoico.
Según cuentan, Yukio Mishima no era un
hombre impulsivo, de modo que su suicidio nada tuvo de arrebato. Por el
contrario, los biógrafos dicen que planeó su propia muerte por seppuku
durante un año entero y hasta la orquestó con un equipo seleccionado
cuidadosamente. Y si bien es injusto que se lo recuerde por su muerte, también
es necesario afirmar que gran parte de su obra medita sobre ella. Por su parte,
es posible rastrear en la obra de Luis Ortega esa cierta sintonía oscura y en
esa línea tiene sentido que Luis Ortega encontrara algo para agregar al cuento
de Mishima “Muerte en el estío” con su film Verano maldito (2011)
“Muerte del estío” cuenta la historia de
una pareja de clase alta que está afligida por la muerte de sus dos hijos. Los
niños se ahogaron en la playa mientras la madre estaba durmiendo la siesta en
la casa de veraneo y el padre estaba trabajando en la ciudad. Sólo la suegra
cuidaba a los niños en el momento del accidente y muere de un ataque cardíaco
inmediatamente después. El padre, por haber estado lejos, se siente
afectado por una pérdida que estuvo fuera de su control. Aunque la madre
tampoco estuvo presente en el momento y lugar del accidente, todo sucedió cerca
de ella. Y es por eso que Ortega centra su mirada en ella y la convierte en la
protagonista de film, Julieta; vale aclarar, interpretada por Julieta Ortega,
quien logra aquí una actuación consagratoria.
Como en el marco de la cultura japonesa, la
muerte en Mishima, si bien es cruel para los dolientes, también es aceptada con
la sabiduría de que el ciclo de la vida continúa bajo una naturaleza
indiferente. Esto es visible en el cuento porque “nadie ha perdido la
racionalidad” y la angustia de la pareja, que se mantiene unida a pesar de la
tragedia que los atraviesa, disminuye en una templanza con las temporadas
cambiantes y un nuevo bebé. Los conceptos naturalizados en la cultura
occidental como el infierno dantesco y la culpa de la mitología griega
sencillamente no están presentes en esta obra. No hay tanto sufrimiento
explosivo como el que la adaptación de Ortega hace estallar.
Verano maldito ocupa un lugar en el rincón de macabro thriller psicológico fuertemente
influenciado por la literatura gótica. Este tipo de thriller juega con
disociación de la realidad gracias a técnicas alucinatorias y casi
esquizofrénicas, como ocurre con los protagonistas de Black Swan (2011)
y Birdman (2014), cuyas visiones los convencen de que son pájaros.
La locura de Julieta empieza con el ruido del mar que interrumpe su vida
cotidiana y la lleva a creer finalmente que sus hijos todavía están vivos en la
playa. El terror se produce cuando aquello que era tranquilo y cómodo
muta de modo irreversible. Lo que realmente nos perturba, como público, es
que la Julieta desesperada y complemente fuera de sí, es la misma mujer linda e
iluminada de sol que hemos visto en reposo íntimo y seguro durmiendo en la
primera escena. Pero esta mujer se ha transformado en una paranoica que bloquea
toda la luz al cerrar las cortinas e impide la entrada de aire fresco. Su duelo
la ha convertido en una sombra autodestructiva.
Tras lo sucedido, Julieta entra en una
dimensión cercana al inframundo griego (no es casual que su vestimenta negra
con un hombro al descubierto nos recuerde la antigua usanza griega). En
su tormento, en el plano donde solloza desnuda sobre el piso inmóvil gritando
“todo fue mi culpa”, se parece a Niobe, quien perdió a sus hijos por un castigo
de Leto y fue petrificada en piedra llorando. Cuando está cubierta de
burbujas que rebosan por todo el departamento en su delirio de estar bañando a
sus hijos que ya no existen, se pone en evidencia que ella no podrá purificarse
de la miseria por su propia voluntad ni existe un dios que pueda aliviarla.
La mejor prueba de la metamorfosis sufrida
por la protagonista se da en la escena final cuando, de regreso a la playa,
ella mira directamente al espectador con aprehensión; es ahora una ladrona en
su propia casa de verano, una intrusa sin hogar, sin familia y sin
identidad. Esta madre que ha perdido a
sus hijos de modo trágico no alcanzó la lucidez para volver a su vida anterior
y el final es desgarrador.
Aristóteles
definió la tragedia como una forma del arte que nos limpia un poco del miedo y
la autocompasión que solemos acumular. La locura de Julieta es el peor
miedo hecho realidad, perder un hijo. Verano maldito cumple la
compulsión humana a la lamentación tortuosa, la peor lamentación. Gracias
a la distancia que la ficción nos brinda, luego de una catarsis necesaria,
podemos airear la emoción reprimida a lo largo del film para sentirnos
recuperados y en equilibrio.
Oda a la vida. Sorgo Rojo (Hong gao liang). Dirección: Zhang Yimou. China, 1988. Basada en la
novela homónima de Mo Yan. Guión: Chen Jianyu, Zhu Wei, Mo Yan. Elenco: Gong
Li, Jiang Wen, Teng Rujun, Liu Jia, Yimou Zhang, Ji Chun Hua, Yusheng Li, Jia
Zhaoji. Por Yushu Yuan: Universidad de Jilin, Universidad de Complutense
Madrid.
Sorgo
Rojo es
una novela perteneciente a la serie Familia
de Sorgo Rojo, redactada por Mo Yan, ganador del Premio Novel de literatura
en 2014. Como la mayoría de sus libros, Sorgo
Rojo tiene lugar en el pueblo Dongbei,
espacio creado basándose en el pueblo natal del autor y él
cuenta en primera persona la
historia de “mi abuelo” y “mi abuela” en la época de la Guerra Anti-japonesa.
En 1987 Sorgo Rojo fue adaptada por
el Estudio Celuloide de Xi’an a una película del mismo nombre y se estrenó en
febrero de 1988 en la Fiesta de Cine de Berlín y obtuvo el Oso de Oro.
La trama de la
película no es totalmente igual que la de la novela. La protagonista Jiu’er,
“mi abuela” de 19 años, fue casada por su padre con un cincuentón leproso,
dueño rico de una bodega, a cambio de un mulo. A lo largo del camino, Zhan’ao
Yu, líder de hombres que cargaban a la novia en sillas de manos a la casa del
novio, un joven macho, fuerte y generoso, llamó la atención de Jiu’er y al
salvar a la chica guapísima de un grupo de bandidos, los dos se enamoraron.
Poco después el leproso murió y Jiu’er
se convirtió en dueña de la bodega. Los compañeros, sin creer que una mujer
fuera capaz de mantener el negocio, tenían ganas de renunciar. No obstante,
Jiu’er convenció a todos para que siguieran adelante y con su firmeza e
inteligencia ganó el respeto de todos. Zhan’ao,
padre verdadero del hijo de Jiu’er también fue a ayudar y el vino
producido por la bodega manejada por esa joven era aún más famoso que antes.
Sin embargo toda la felicidad se acabó con la invasión japonesa. Tío Luohan, el
compañero más respetable fue matado por los soldados japoneses. Jiu’er sacó el
mejor vino que hizo Tío Luohan cuando estaba vivo y todos los hombres, al
tomarlo, se reunieron bajo el liderazgo de Zhan’ao para vengarse de los
japoneses. Desafortunadamente, a pesar de la victoria, una ráfaga de ametralladora
cayó sobre esa valiente mujer y la alejó para siempre de Zhan’ao y su hijo, los
dos hombres más importantes de su vida, quedando ellos cantando y llorando al
lado del cuerpo frío de esa mujer tan bella, inteligente y valiente en el campo
de rojo sorgo.
Sorgo
Rojo,
en la opinión de los extranjeros, consiste en el nuevo símbolo del gran reino
oriental, antiguo y misterioso, por un mundo de rojo [sin nada político] con el
sorgo, el sol y la sangre de los hombres. Se trata de una sorpresa no solamente
para el mundo occidental sino también para los propios chinos porque en esa
película se expresa directa y totalmente los deseos verdaderos pero oprimidos
durante miles de años por los chinos reservados, hasta tímidos.
También, Sorgo Rojo es una oda al sexo. ¨Mi
abuela¨ Jiu’er es completamente contradictoria a la figura femenina que debería
ser en su época. No se sentía esclava de las normas. Se atrevió a afrontar cara
a cara sus deseos más originales, como tener relación sentimental y sexual con
un hombre que no fuese su marido solo porque el que ella amaba era un héroe, un
hombre verdadero en vez de un leproso muriéndose mientras Zhan’ao, más bandido
que héroe, se atrevió de expresar sus deseos de lograrlo todo: desde el corazón
hasta el cuerpo de la mujer única, bellísima, diosa para los otros hombres. La
muerte del esposo, la relación fuera del matrimonio, la violación de los
valores morales en esta película no aparecen cargados de fealdad sino que son
considerados una cosa lógica e incluso hermosa como dicen los chinos: un
hecho por dios. Es al mismo tiempo una oda a la muerte, la
muerte legendaria y optimista. El Tío Luohan murió al no someterse a los enemigos.
Jiu’er falleció al soportar la venganza. Los compañeros se pasaron a la otra
vida en el campo de batalla matando a los invasores que les quitaron la vida
tranquila. Al final la muerte, un gran tabú para los chinos ya deja de ser una
pesadilla horrorosa ya que ese tipo de muerte se trata de un sacrificio imprevisto
y heroico. Por supuesto Sorgo Rojo es,
al mismo tiempo, una oda a la magia del vino, hilo permanente de esa película. Como
se canta en el filme, al tomar vino desaparecen todas las enfermedades y uno no
se siente humilde, incluso frente al emperador. El vino es un estimulador. Con
el vino los enamorados se atrevieron a romper todos los criterios y a estar
juntos y los hombres se reunieron como hermanos contra los invasores. Incluso
el nombre de la protagonista indicaba el homenaje a ese líquido fascinante: Jiu
de Jiu’er, que significa nueve en chino, tiene la misma pronunciación del Jiu
de vino.
Sea el sexo o la
muerte o el vino. El homenaje a estas cosas en realidad es un gran respeto a la
fuerza más original de la vida. El director expresó con gran habilidad una
nueva estética ofrecida a sus compatriotas por un autor muy influenciado por el
realismo mágico: la belleza no se limita a objetos, figuras e historias finas y
solemnes. El pueblo Dongbei, los personajes y esa historia del Sorgo Rojo se
consiste en cosas salvajes pero no menos amables: todos, hombres y mujeres
llevaban una vida libre y llena de vitalidad. Se puede beber a su antojo. Se
puede amar lo que ellos quieren. Se pueden levantar contra cualquier ofensa y
morir más gloriosamente con tristeza pero sin ninguna pena. Es una oda al deseo, al amor y odio y a la
vida con la plena satisfacción.
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