Mnemósine recuerda algo mal a Orfeo. Opium (Opium). Dirección: Arielle
Dombasle. Basada en la obra homónima de Jean Cocteau. Francia, 2013. Guión: Arielle Dombasle, Patrick
Mimouni, Philippe Eveno y François Margolin. Elenco: Grégoire
Colin, Samuel Mercer, Hélène Fillières, Marisa Berenson, Julie
Depardieu, Arielle Dombasle, Niels Schneider, Anna Sigalevitch, Philippe
Katerine, Audrey Marnay, Élodie Navarre,
Valérie Donzelli, Jérémie Elkaïm, Patrick Mille, Elie Top. Por Laura Valeria
Cozzo: Licenciada y Profesora en Letras (UBA), Traductora en Francés (IES en
Lenguas Vivas J.R. Fernández) y estudiante de la carrera de Artes.
A 50 años
de la desaparición física del Príncipe de los poetas, el polímata Jean Cocteau,
la siempre bella Arielle Dombasle decidió rendirle homenaje con un ambicioso
film que recree de manera muy libre un episodio central en la vida y la poética
de Cocteau como lo fue su relación con el eternamente joven Raymond Radiguet y
la huella que el efebo dejó en la obra del poeta mayor. “La sangre de un poeta encuentra El
diablo en el cuerpo”, anuncia el trailer de la película. La hermosa esposa
de Bernard Henri-Levy se
convierte en el doble femenino del
célebre “touche à tout” y juega a ser tan o más
cocteaniana que el autor de L’ange
Heurtebise.
Los
títulos iniciales imitan los dibujos y la caligrafía del poeta: una mano dibuja
a su Orfeo y tras ella se sucede la galería de retratos de los personajes que
participarán de la acción junto al nombre del actor que los encarnará. De la
misma manera que los dibujos bosquejados por Elie Top se vuelven suyos, suyas
eran ya todas las palabras que, tras haber sido cuidadosamente elegidas de
entre todas sus obras por los guionistas, se enuncian o cantan de boca de los
personajes.
La
película empieza con la muerte de Monsieur
Bébé: coronado el joven, con la cabeza del poeta sobre su pecho, desplomado
sobre unas escaleras y a partir de allí los movimientos de los actores (y con
ellos el tiempo de la narración) que empiezan a girar hacia atrás y da paso a
un desfile mítico. La manera de filmar a lo Cocteau es una constante con
algunas escenas que recrean otras que ya vimos en su opera prima (el artista en
el pasillo del hotel) o en su testamento cinematográfico (cortejo fúnebre, en
este caso, el de Radiguet) y en la reelaboración de algunas escenas oníricas
que bien podrían haber quedado afuera de Le
sang d’un poète o el diálogo entre el poeta y Mnemósine, la diosa de la
memoria, que podría haberse desprendido de Le
testament d’un poète. Pero lamentablemente esto no termina aquí. Un
elemento que jamás enfatizaron tanto las películas del realizador y que aquí se
vuelve central es la música, aun cuando esta disciplina encantaba a Cocteau,
como asimismo la danza, que escenifican la conexión entre los cuerpos del amante
que seduce en los salones y el amado que lo recuerda en el sanatorio de Saint
Cloud. Dombasle musicaliza algunos sonetos y los hace encajar en algunas
escenas que retratan el París mundano de los años 20, mezclando ritmos de ese
entonces con otros actuales. Sin embargo la película trastabilla al despertar
bruscamente del ensueño poético con algunos evitables detalles kitsch, como la seductora sonrisa del
joven Radiguet cuando se da vuelta pícaramente en la playa de Villefranche-sur-Mer y que bien podría haber
protagonizado la famosa publicidad del jabón Cadum.
Junto a
la breve historia de amor, Dombasle realiza un retrato mundano de la Ciudad Luz
en la que se entrecruzan el amor (desde los más profundos a los más fugaces),
el dandismo y la droga. La atmósfera del París recreado se vuelve onírica,
lánguida, apasionada, fugaz pero atravesada por la eternidad de los dioses olímpicos,
perfectamente cocteauniana sin más. Imagen fascinantemente atractiva pero sin
profundidad: la directora retrata las apariencias de los seres de tinta y
celuloide pero se olvida del trasfondo trágico de las personas reales en las
que se inspira y la profundidad del drama que se les avecina. Propuesta audaz
por lo sorprendente del resultado final, con el encanto y la sorpresa de esas
cosas raras que (para bien o para mal) no se encuentran todos los días,
estrambótico objeto surrealista, fantasía barroca fruto de un extraño sueño
opiáceo. Opium divide las aguas entre la crítica más complaciente que busca
destacar algún mérito y los detractores que asistieron al festival de Cannes
con los bolsillos llenos de piedras, porque es un filme raro, fácilmente
reprobable y en eso creo que es en donde mejor se viste de homenaje al
abucheado autor del escandaloso Parade.
Acariciando
lo áspero. XXY. Dirección: Lucía Puenzo. Basada
en el cuento “Cinismo” de Sergio Bizzio. Argentina-España, 2007. Guión: Lucía
Puenzo. Elenco: Inés Efron, Ricardo Darín, Valeria Bertuccelli, Martín
Piroyansky, Germán Palacios, Carolina Peleritti y Guillermo Angelelli. Por María Noé Lemmi: Profesora en Letras por la UNMdP.
Incomodidad, inquietud, necesidad de pararse y
caminar por la sala pero no poder dejar la butaca. Imperativo de cerrar los
ojos, los oídos y las piernas pero no poder más que abrirlos para recibir como
una cachetada o un grito a viva voz, todo aquello que la película grita y
calla. Porque todo en XXY está dotado de sentido: de modo más explícito o
connotado, la película construye un entramado en el que, lo que se percibe en
la superficie no deja de hacer referencia a algo más profundo, a una estructura
de sentido que pulsa por emerger y hacer estallar lo esperable y
tranquilizador, lo forzadamente reparador.
Un matrimonio (Ricardo Darín – Valeria
Bertuccelli) se auto exilia en una playa casi desértica del Uruguay con su hija
(Inés Efrón) para preservarla y preservarse de la condición con la que ha
nacido: Alex es intersexual, esto es, posee los órganos genitales de mujer y de
varón. La identidad de esta adolescente
ha sido moldeada en base a las miradas y discursos normalizadores y estigmatizantes
que la rodean: es percibida ya antes de nacer como un espectáculo digno de ser
registrado por cámaras; es observada por los pobladores de esas playas y
bosques inhóspitos como un otro/a que fascina porque se la intuye un fenómeno;
es examinada clínicamente por el cirujano y padre de la familia de amigos que
viajan para pasar unos días de vacaciones y en secreto estudiar el “caso”; es
también deseada por el hijo adolescente de ése matrimonio (Álvaro, interpretado
por Martín Piroyansky) que intuye que donde empiezan las piernas de Alex van a
terminarse todas sus certezas; y, principalmente, es custodiada por sus padres
que, contrariamente a lo que expresan en voz alta, intentan reprimir en nombre de la libre
elección de su hija y a base de medicamentos y lecturas, aquellos signos de
masculinidad que pulsan por salir.
Esa impostación, esa marca de hipocresía que
define a todos los personajes adultos, nos reenvía al relato de Sergio Bizzio
que dio origen a XXY titulado “Cinismo”. El cuento presenta así a sus
personajes:
“Suli era homeópata y Néstor Kraken sociólogo.
Los dos pertenecían a la categoría “interesante”. Eran cultos, eruditos. Por
momentos incluso inteligentes. Tenían una hija llamada Rocío, de 12 años, con
un defecto físico general, muy perturbador si uno está sobrio cuando la mira:
es hermosa por partes y horrible en su conjunto. Se diría que da la impresión
de haber sido barajada más que concebida. Observarla es meterse de lleno en un
vértigo aritmético, de dolorosas combinaciones. (…) Lo perturbador del aspecto
de Rocío tenía sin embargo un atenuante, que era casi una bendición: no
encajaba con su carácter. “Si fuese igual por adentro que por afuera sería
esquizofrénica”, le comentó Muhabid a Érika durante el viaje en Ferry, en un momento
en el que ambos creyeron que Álvaro dormía.”
Los personajes son definidos desde el encierro
de lo categórico: entre comillas, entre paréntesis, entre prejuicios. La
descripción fragmentada de Rocío es un recurso eficaz que la escritura
posibilita a la vez que potencia esa sensación de inquietud adherida al
personaje. En el film, la sinécdoque, el nombrar la parte por el todo, está
trabajada desde la elipsis: se intenta anular la parte (genitalidad) pero se la
exacerba desde la omisión. Los planos también contribuyen a resaltar lo omitido
en tanto acompañan la exploración de ese cuerpo fragmentado, inconexo,
prohibido.
Con el correr de las páginas y de las escenas,
los cuerpos van a empezar a hablar cada vez más fuerte, el deseo se expresará y
la realidad no podrá ser ya contenida y moldeada por el lenguaje. La marca del
femenino se borrará cuando toda esa puesta en escena se desmorone e irrumpa la
violencia ejercida sobre el cuerpo de esa hija y ponga en evidencia no sólo la
represión ejercida sobre Alex sino principalmente la represión que los propios
progenitores se infringen. Todo esto
ocurre en un entorno que también despliega desdoblamientos: el paisaje, esa
naturaleza que insiste en recordar que es implacable en su existir, carga aún
más de inquietud la atmósfera que rodea a los personajes. El espectador intuye
que, detrás de esas extensas playas y esos bosques traslúcidos, algo va a
emerger con la fuerza incontrolable y descontrolada de lo que se sabe libre.
Un extraño diálogo entre Soderbergh y García Márquez. Unsane. Dirección: Steven Soderbergh. EEUU, 2018. Guión: James
Greer, Jonathan Bernstein. Elenco: Claire Foy,
Juno Temple, Aimee Mullins, Amy Irving, Jay Pharoah, Joshua Leonard,
Colin Woodell, Sarah Stiles, Polly McKie, Ursula Triplett, Laura Rothschild,
Lance Coughlin. Por Florencia
Rocco estudiante de la carrera de Artes Combinadas (UBA).
Si algo nos ha demostrado el cine en
estos últimos tiempos, es que ya las grandes producciones y los abultados
presupuestos están sobrevalorados. Los medios de producción independiente y el
cine de autor han sabido utilizar las innovaciones tecnológicas para beneficio
propio y presentar excelentes producciones con “una generosa propina”. Un gran
ejemplo de esto fue lo que sucedió con el documental autobiográfico Tarnation (2006) dirigido por Jonathan Caouette el cual tuvo un
presupuesto de tan solo 218 USD.
En este caso tenemos a Unsane, un
thriller psicológico que sabe manejar el suspenso con gran ingenio. Este film
fue presentado en el Festival de Berlín del corriente año y está protagonizado por Claire Foy (reconocida
por su trabajo en la serie The Crown).
La particularidad más llamativa de este film es que está íntegramente filmado
con un Iphone. Todas las escenas fueron realizadas sin usar ninguna otra cámara
más que la de este celular, lo que presenta un estilo de imagen similar a lo
que sería una cámara de 70mm. Con una fotografía un tanto ruidosa y saturada.
Esta propuesta, controversial si se quiere, que nos acerca su director Steven
Soderbergh reabre la discusión acerca de las nuevas herramientas
cinematográficas y cómo las nuevas tecnologías permiten explorar otras formas
de producción en donde una cámara de filmación profesional termina siendo
obsoleta o no indispensable a la hora de querer realizar una película. Es por
esto que Unsane termina siendo un
film que aspira a romper con ciertas barreras impuestas por las grandes
compañías cinematográficas, incluyendo solo 1.5 millones USD en su presupuesto
(un valor relativamente menor para lo que una película de estas características
podría invertir en estos tiempos).
Sin embargo las particularidades de esta película no terminan acá. La trama
que presenta el film nos adentra en la tormentosa vida que lleva Sawyer (Claire
Foy) a partir de su ingreso a un centro psiquiátrico
porque los médicos que la tratan piensan que sufre paranoia. Sin embargo, ella
está segura de que el hombre que la acosa (Joshua Leonard) sigue persiguiéndola
y ha tomado la identidad de un trabajador del centro. Está historia mantiene un
interesante nexo con el reconocido cuento Solo
vine a hablar por teléfono del escritor colombiano Gabriel García Márquez
(1927-2014) el cual conforma el quinto relato del compendio de doce cuentos
redactados por el autor a lo largo de dieciocho años, que integran el libro
titulado Doce cuentos peregrinos(1992).
García Márquez es uno de los mayores exponentes del realismo mágico por
antonomasia. En este cuento narra la historia de María de la Luz Cervantes de
27 años cuando de camino hacia Barcelona su auto se descompone en el medio del
desierto. El conductor de un autobús decide ayudarla advirtiéndole que no iba
muy lejos; María solo le responde que lo que necesitaba era un teléfono, para
avisarle a su marido de que no llegaría temprano. María aturdida como estaba
decide subir al autobús, observando estaba ocupado por mujeres de edades
diferentes con distintas condiciones. Se quedó dormida y al despertarse era de
noche y no tenía idea de donde se encontraba ni cuánto tiempo había pasado.
María solo preguntaba si había un teléfono para hablar con su esposo. Le
explico a una mujer lo que le había sucedido pero nadie le creía y la
encerraron en un dormitorio. María se había dado cuenta porque aquellas mujeres
del autobús estaban sedadas; estaba en un hospital de enfermos mentales. Al
darse cuenta de esto trato de escapar. Sus lamentos y protestas no sirvieron de
nada ya que al día siguiente fue inscrita como una enfermedad mental.
No sería la primera vez que Steve Soderberg basa una
de sus películas en algún libro. Ya ocurrió con Solaris (2002), la cual está basada en la novela de Stanisław Lem,
que lleva el mismo título. Como también ocurrió con The good german (2006) en relación a la historia escrita por Joseph
Kanon. Se desconoce si Soderbergh basó su historia en el cuento de García
Márquez o solo fue una curiosa coincidencia, pero sin dudas ambas narraciones
presentan más de una similitud. La principal quizás y más reconocible es la
estrecha relación que mantienen las historias de Sawyer y María, y cómo ambas
terminan encerradas contra su voluntad en un neuropsiquiátrico, a pesar de las
diferencias circunstanciales. Los otros personajes que tienen cercana
similitud, es el personaje de Saturno (esposo de María) y Angela (madre de
Sawyer) quienes son las únicas personas que logran llegar al lugar donde se
encuentran encerradas las protagonistas, pero ninguno logra conseguir sacarlas
de allí.
El recorrido que hace la película hasta su desenlace
es sumamente interesante y advierte un gran trabajo de edición y elección de
planos con usos de picado y contrapicado que rescata de las horror movies. Y
maneja el mismo nivel de tensión e intriga que ocurre al leer el cuento de
García Márquez.
A gusto personal, es interesante ver el recorrido que
hizo este director a lo largo de su filmografía, con grandes aciertos y otros
tantos desaciertos, pero sin duda Unsane
es una de las grandes joyas que nos trae el cine de autor este año y abre una
ventana a la experimentación de nuevos materiales de producción
cinematográfica.
A la sombra de un
malentendido. Un bello sol interior (Un beau soleil intérieur). Dirección:
Claire Denis. Sobre Fragmentos de un
discurso amoroso de Roland Barthes. Francia, 2017. Guión: Christine Angot,
Claire Denis. Elenco: Juliette Binoche, Gérard Depardieu, Nicolas Duvauchelle,
Josiane Balasko, Xavier Beauvois, Alex Descas,
Bruno Podalydès, Paul Blain, Philippe Katerine, Sandrine Dumas, Laurent
Grévill, Schemci Lauth, Charles Pépin,
Tania de Montaigne, Bertrand Burgalat, Claire Tran, Lucie Borleteau, Julien Meunier, Walid Afkir,
Suzanne Osborne, Valeria Bruni Tedeschi. Por Natalia Pérez Torres (doctoranda
en Ciencias Humanas de la UFSC, Santa Catarina, Brasil) y Joaquín Correa (doctorando
en Literaturas de la UFSC, Santa Catarina, Brasil).
Tal vez cierta obsesión contemporánea por auscultar rasgos de
fidelidad entre libro y adaptación cinematográfica —compartida de la misma
forma por cinéfilos y lectores de oficio, por ocasionales espectadores en salas
de cine y esporádicos consumidores de lecturas en supermercados, y por los
críticos de cada segmento, claro— esté en la base de la desazón inicial,
inmediata aunque no definitiva, que deja la extensa escena final interpretada
por la gran Juliette Binoche y un inusual Gérard Depardieu caracterizando a un
clarividente con el corazón roto en la película Un bello sol interior (Francia, 2017). Si el lector de Fragmentos de un discurso amoroso de
Roland Barthes (1977) espera, entonces, descubrir en esta obra de Claire Denis
la transformación de los bloques discursivos, temáticos y subjetivos en los que
se estructura el ensayo de Barthes en una antología de escenas fiables —tal
como nos es ofrecido el filme— ciertamente puede sentirse decepcionado. Aunque
como toda traducción, una adaptación cinematográfica difícilmente alcanza la
totalidad de sentido, ritmo, fuerza y voz de su prototipo, sería más justo
decir que Un bello sol interior puede
interpretarse más en tanto un indicio del ensayo, precisamente en cuanto eso
que escapa a la verdad del libro y de la película en el trabajo de (re)montaje
creativo y que en ese proceso los actualiza.
Así, la película arrastra consigo, especie de denso suplemento de
sentido, un malentendido. El núcleo del guion surgió del fracaso de no haber
podido realizar, en principio, un filme coral que reuniría a diez directores
distintos encargados del mismo número de cortometrajes basados en el ensayo de
Barthes, que ahora podríamos imaginar similar a Paris Je t´aime. Si bien el productor de esa tentativa ya contaba
con los derechos para adaptar el libro, de esos esfuerzos sólo quedó una idea
embrionaria, que fue la que aproximó a Claire Denis con Christine Angot:
trabajar a partir de los fragmentos agrupados bajo el título de “Agonía”. Es
así que, ese vínculo inicial, disuelto antes de rodar la película e inexistente
incluso hasta en los créditos, se ha extendido como una sombra sobre la crítica
que lo ha recibido desde su estreno en Cannes como adaptación y viene acompañando
la promoción de la película desde entonces.
Lo fragmentario en la película, lo corroboramos pronto, está dado en
la experiencia amorosa de Isabelle, una colección de decepciones y sus
respectivas esquirlas emocionales, que advertimos en su gesto de frustración y
consecuente prisa por terminar el encuentro sexual de la primera escena.
Enseguida y de inmediato nos deparamos con el carácter volátil de la
protagonista, una artista plástica divorciada que, luego del mal sexo con el
que posteriormente sabemos es un banquero, rompe a llorar por un comentario
insignificante de su amante de turno. Los fragmentos de Isabelle, evidentes
también en su escasa rutina cotidiana y de trabajo, siempre en segundo plano,
se organizan de esa manera entre los restos de sus nociones adolescentes sobre
el amor y lo que significa estar enamorado, y la experiencia adulta de la
agonía —el único concepto barthesiano que Denis y su colega Christine Angot
admiten haber trabajado en el guion—, el
sentimiento que atraviesa y define su ser conflictuado, pero también las
relaciones poco duraderas, traumáticas y por eso mismo con un dejo de humor
constante por absurdas e infantiles, que a lo largo de la película Isabelle
establece con otros hombres, entre los que su exmarido tiene un lugar.
El apartado que lleva por título “Agony” en los Fragmentos de Barthes define, en su bajada, a la angustia: “El
sujeto amoroso, a merced de tal o cual contingencia, se siente asaltado por el
miedo a un peligro, a una herida, a un abandono, a una mudanza”. Ese temor
constante al abandono se expresa en la actitud que parece dejar a Isabelle
siempre precisamente a merced de las circunstancias y el azar en sus relaciones
con otros hombres. Suerte de huida hacia adelante, se aferra temerosa al devenir
de los encuentros, autoboicoteándolos a partir de pequeños gestos que dejan ver
un miedo al miedo, una herida expuesta cuyo origen ella misma desconoce. Tal
vez, en ese giro inesperado que da el relato hacia el final y que le entrega el
título a la película, se encuentre no sólo una posible clave de lectura sino
también el acceso a la comprensión de su protagonista, que hasta allí habíamos
visto transcurrir sus días llevándose todo por delante, a los tumbos y en
desorden. En esa cita con el vidente, encontró la voz que decía “No estés más
angustiada, ya lo has perdido, ya lo vas a encontrar”, aunque de modo
paradójico, contradictorio y dubitativo, porque ese mismo vidente que, en la
escena anterior, discutía en el auto con su amante, le asegura, quizás también
hablándose a sí mismo, que no deposite la esperanza en su expectativa y sí en
el amor propio que deberá atender con más precaución para que surja su sol
interior.
Si agotar las estrategias y los recursos para saberse correspondido,
hasta el punto de la demanda constante de atención y el desespero ante la
ausencia, hace parte de los protocolos de las relaciones amorosas o de aquellas
en formación, y dice, por eso, sobre el carácter en etapas del proceso amoroso
y sus discursos y postdiscursos (como trataron Matías Moscardi y Andrés Gallina
en su Diccionario de separación), la
directora consigue marcar estos elementos con eficacia, aun sin haberse podido
evadir de esa carga gratuita que las falsas expectativas de gran parte de los
barthesianos por ver su best-seller en la pantalla grande le ha otorgado.
BONUS TRACK
Cuatro versiones de El cartero
siempre llama dos veces de James M. Cain. Por Juan
M. Dardón: Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
Haremos en el presente artículo un recorrido, un tanto arduo, a través
de la novela de James Cain de 1934 y de sus cuatro adaptaciones fílmicas,
intentando conectar y distanciar a la vez diferentes movimientos artísticos,
escuelas cinematográficas, trayectorias autorales y mercados del espectáculo.
Noël Simsolo, en su magnífico El
cine negro, nos detalla los complejos movimientos espirituales y artísticos
que dieron origen al género noir.
Hace mucho hincapié en la influencia del naturalismo, y afirma incluso que The postman always rings twice está
inspirada en Therèse Raquin de Zola.
Debemos primero preguntarnos el porqué del título: El cartero siempre llama dos veces es una frase anglosajona sin una
traducción inmediata al castellano, pero que podríamos volcar como “siempre hay
segundas oportunidades”, lo cual es una ironía, sin duda. Como veremos, el
relato está compuesto de ciclos pulsionales espejados, en que la segunda vuelta
atañe una alteración con respecto a la primera: una degradación, un envilecimiento.
Este esquema no es el de una espiral ascendente ni descendente, sino el de un
bucle que se cierra sobre sí mismo y luego avanza, mediante curvas que sí son
descendentes y ascendentes.
Pasemos entonces al argumento: la novela inicia con la llegada de Frank
Chambers, un trotamundo venido de pasar tres semanas de juerga en Tijuana, a un
restaurante de carretera en California llamado “Los robles gemelos” (tómese
nota que ya desde el comienzo lo gemelo,
lo espejado, lo repetido son las instancias enmarcadoras). Consideraremos que el
primer ciclo se inicia aquí. Como decíamos, Frank está preso de una potente pulsión de errancia, es “llamado por la
carretera” constantemente. Lo recibe el jefe del local, un griego cincuentón de
nombre Nick Papadakis, casado con una mujer de no más de veinte años: Cora
Smith. En su primera conversación Cora demuestra la infelicidad de estar casada
con el griego, así como un espanto a que se la considere mexicana. Frank queda
enloquecido por ella y se vuelven casi inmediatamente amantes, presos una
pasión violenta y descarnada. Una relación sadomasoquista en que los personajes
se animalizan:
Al día siguiente estuve un
instante a solas con ella, y le golpee uno de los muslos con el puño, tan
fuerte que casi se cae.
- ¿Por qué eres tan bruto?
– me preguntó, gruñendo como un puma.
La curva de la pulsión erótica que asciende llega a su extremo, allí
otra pulsión debe continuar: Frank postula la pulsión de errancia, largarse y
volverse vagabundos, pero Cora viene de un pasado miserable y no quiere
regresar a la pobreza y al trabajo vil. Entonces deciden matar al marido de
Cora y quedarse con su capital, la pulsión tanática es guiada por una pulsión
monetaria, que también es una pulsión de vida o supervivencia. El intento de
homicidio fracasa: el plan es fingir un accidente en la bañera. Pero un gato
callejero irrumpe en el restaurante, llama la atención de un policía, y luego
se electrocuta provocando que se quemen los fusibles y desarmando la coartada
de los amantes. El griego sobrevive, y cuando el mismo policía vuelve a la
escena del crimen, mira el gato muerto y dice: Esos pobres animales no entienden nada de electricidad, ¿verdad? Es
demasiado complicado para ellos. Intentemos pensar también que Cora y Frank
(y por ignorancia o candidez Nick) son los animales que no comprenden la
electricidad, el pulso, la pulsión, y ergo, acabará con ellos.
Luego de que fracasara el plan de homicidio, mientras el griego está
internado en el hospital, los amantes viven su romance y deciden volverse
vagabundos. Pero la pulsión de errancia fracasa nuevamente, Cora no tolera el
camino, el desamparo, y vuelve al restaurante, y la pareja se separa. Luego de
intentar ir a Mexicali, Frank es encontrado en una ciudad cercana por Nick, que
lo lleva de vuelta con él. Este es el inicio del segundo ciclo pulsional. El
reencuentro entre ellos nuevamente está marcado por una animalidad cíclica:
Encendí la luz.
Cora estaba allí, vestida
con un quimono rojo. Estaba pálida como una muerta y me miraba fijamente,
empuñando un largo y afilado cuchillo. Cuando habló, lo hizo con un murmullo
que parecía el silbido de una culebra.
- ¿Por qué has vuelto?
- Porque tenía que volver.
Eso es todo.
Restablece el vínculo amoroso con Cora y planean el nuevo intento de
homicidio. Es necesario que esto quede más que claro: aquel elemento del
policial clásico que se encarnaba en la inteligencia
deductiva del detective, aquel método,
sigue en pie en el policial negro, porque como bien señala Deleuze, las
pulsiones conllevan una inteligencia
diabólica. El método pervive
mutado ahora en modus operandi; pues
no son dos técnicas inconexas, sino que oponen las dos caras de la misma
inteligencia procesal. Las pulsiones son violentas y ciegas, pero el relato de
las locuras desaforadas de los instintos no se corresponde con el relato
policial: siempre necesitaremos de un método
inteligente (por definición amoral) para entrar en nuestro género.
A cuenta de esto, es útil confrontar con el parlamento que Frank le dice
a Cora luego del fracaso del primer intento de homicidio: “No necesito mucho
para arreglármela con estos tipos de la policía. Hay que estar preparado, nada
más. Llenar todos los claros, pero alejándose lo menos posible de la verdad.
Los conozco”. La tarea hermenéutica del criminal gira en torno a la Falsa huella, su forma de matar es un
regadero de falsos rastros que construyen una interpretación paralela al hecho
real. La tarea narrativa que distingue entre Trama (narración o forma de
contar) y Argumento (historia o hechos), se vuelve intrínseca a la estructura
del género policial; cuando el criminal se hace protagonista, se hace
constructor de signos falsos, de un falsa segundidad, armada para liberarlo de
la pena. Continuemos con la historia.
Los amantes planean entonces fingir un accidente de tránsito. Frank
engaña a Nick para que beba, y se hace pasar él mismo por borracho. Luego,
junto con Cora, viajan en su auto por una ruta montañosa, y sobre una cima
desierta Frank le hunde el cráneo a Nick con una llave inglesa. Detengámonos un
tanto en la escena: antes de ser asesinado, el griego descubre el eco que
provocan los acantilados y se pone a cantar para oír la repetición de su voz,
está alegre “como un gorila que se ve la cara en un espejo”. Entonces Nick saca la cabeza por la ventana, lanza una
última nota y Frank lo golpea con fuerza, “se le encogió el cuerpo y quedó todo
acurrucado en el asiento, como un gato sobre un sofá”. Un evento proléptico se
da en ese momento, ya que se da una repetición, “porque en aquel instante el
eco devolvía la nota del griego. Era la misma nota aguda, que subía, y se
detenía, y esperaba”. Desbarrancan el automóvil con el cadáver dentro, caminan
cuesta abajo y se dañan para fingir ser parte de la caída: mientras Frank
golpea a Cora, se excitan y fornican. La pulsión tanática y la erótica se aúnan
en el sadomasoquismo de los amantes. Frank entra al auto, y el vehículo se vuelve a desbarrancar, pero esta vez en serio, resultando gravemente
herido.
La pareja es hospitalizada y luego detenida, desarrollándose entonces un
proceso judicial. Es muy sugestivo el diálogo que Frank tiene con el fiscal, en
que éste sobre las mismas falsas huellas dejadas para cubrir el crimen
construye dos interpretaciones, una en la que ambos son culpables del crimen y
otra en que Cora es la culpable: Frank se acobarda y acusa a Cora.
Posteriormente Cora también lo acusará a él. Se suceden entonces varios agentes interpretantes en el proceso:
los criminales, la policía, la fiscalía, los abogados defensores, los peritos,
y más tarde, el analista de siniestros de la empresa aseguradora. El crimen
deja de ser un hecho puro (como en el expresionismo/naturalismo), para
convertirse en un hecho semiótico. El juicio termina convirtiéndose en una
negociación entre las partes interesadas, del cual Cora y Frank salen absueltos
por convenio entre la compañías de seguros (que dependiendo de la sentencia
deben abonar las pólizas de vida del griego).
Luego de ser absueltos, los amantes comienzan una convivencia
conflictiva en que la pulsión de lucro de Cora choca contra la pulsión de
errancia de Frank constantemente: conflicto que solo se apacigua cuando se
embriagan. Cuando ella debe ir a ver a su madre enferma, Frank seduce una mujer
que encuentra en la calle y comienzan un
romance. Ella le dice que es adiestradora y cuidadora de felinos salvajes:
tigres, leones, jaguares, pumas. Rápidamente inician juntos un viaje a México
en el que solo beben y fornican. Un diálogo más que interesante entre ellos
vuelve a poner a las bestias humanas u hombres animales en medio de la novela,
cuando ya nos creíamos más allá de la pulsión. Frank le pregunta por qué dice
que ciertos felinos son “rebeldes”.
- ¿Y a cuáles tú llamas
rebeldes?
- A los que pueden matarme.
- ¿Y los otros no pueden?
- Tal vez, pero los
rebeldes lo hacen siempre. Si fueran personas serían locos. Les viene de ser
criados en cautiverio. Esos gatos míos parecen animales como todos, pero en
realidad son locos.
Nuevamente este nexo entre la locura y el salvajismo, pero no
justificado en una energía natural,
sino en el cautiverio. Esta pulsión
homicida de ciertos animales es una locura, pero debido a su domesticación y
convivencia con los humanos. Sin embargo, otro punto nos parece aún más
novedoso y complejo. México no aparece en la novela, es un espacio referido, es
allí de dónde el protagonista viene antes de comenzar la novela, es de dónde
Cora no quiere ser y allí dónde va Frank para potenciar la pulsión. Para la
libido de Estados Unidos, México es un monstruo de liberalidad sexual, drogas y
violencia. En el policial esto abunda, desde Chandler en adelante, los latinos
aparecen como personajes pulsionales, perversos, corrompidos,
abusadores/abusados. Esto nos da como resultado una noción más compleja.
Volviendo ahora a la trama, luego de abandonar a la domadora, Frank
vuelve al restaurante y reinicia su vida comercial; lamentablemente para él
mientras se hallaba ausente se presenta la domadora y charla con Cora. Antes de
irse, le obsequia un cachorro de puma que nació mientras tenían su aventura en
México. Ya terminando la obra, Cora le recrimina cínicamente a Frank:
¡El gato ha vuelto! Pisó un
tapón de la luz y se carbonizó, pero ahora ha vuelto. ¡Ja, ja, ja, ja! ¿No te
parece cómico, Frank, la mala suerte que te traen los gatos?
Los amantes reconcilian su amor tras una gran turbulencia y Cora le
confiesa que está embarazada. A primera instancia el lector parece conmovido
porque han roto el círculo pulsional, se hallan fuera de toda potencia
arrasadora. Su hijo consagraría una finalización del vínculo sadomasoquista y
homicida que establecieron los amantes. Pero la pulsión nunca fue abandonada,
solo trabajó subterránea: su hijo es una repetición del cachorro de puma nacido
durante la traición de Frank en México, un eco. Sabemos ya que las segundas
veces, las vueltas, las repeticiones, son acompañadas por el fatum de la degradación. Los
protagonistas no lo interpretan así, creen en una equivalencia de intercambio,
así lo enuncia Cora: Porque entre los dos
hemos arrebatado una vida, ¿verdad? Y ahora vamos a dar una vida. Pero no es una restauración del
equilibrio lo que se aproxima, sino una aniquilación, porque la energía que los
posee no es fecunda sino abrasadora, y así lo dice Frank poco antes:
¿Por qué no me fui? ¡Porque
me di cuenta que tenía que volver! Estamos condenados el uno al otro, Cora.
Creíamos estar en la cima de una montaña, pero no era así. La montaña está
encima de nosotros y así ha estado desde aquella noche.
Cuando los amantes volvían de haberse casado, tienen un accidente
automovilístico y Cora muere. El juicio se inicia y el fiscal y el juez se
refieren a Frank como a un perro rabioso.
La fiscalía reconstruye una interpretación por la cual los amantes mataron al
griego, y luego de casarse, Frank mató a Cora para quedarse con todo, siendo
causa de esto último su nueva amante adiestradora. Los rastros falsos, al
repetirse, construyeron una trampa para Frank, que lo llevó a la condena a
muerte. Hacia el final, el protagonista solo está angustiado porque no sabe si
Cora creyó en su último instante que él la había matado, y es más, llega
preguntarse si no la mató inconscientemente.
La ceguera de Frank ante la pulsión es completa, no entiende la fuerza que
lo impulsa, lo posee, que lo unió a Cora, que los hizo matar a Nick, luego
aniquiló a Cora y a su propio hijo, y finalmente a él mismo.
Le dernier tournant. Dirección: Pierre Chenal. Francia, 1939. Guión: Charles Spaak, Henri Torrès. Elenco:
Fernand Gravey, Michel Simon, Corinne Luchaire, Marcel Vallée, Robert Le Vigan,
Etienne Decroux, Florence Marly, Pierre Sergeol, Auguste Bovério, René
Bergeron.
Aclara
Gilles Deleuze en una nota al pie de La
imagen-tiempo que este filme forma parte del realismo poético francés. A
primera instancia, que Le dernier
tournant es quizá la última película de este movimiento, cuya principal
distinción es la de ser un tipo de neo-naturalismo. Heredero de los mejores
avances técnicos e intuiciones estéticas del expresionismo alemán, pero
sutilizadas por un discurso de tipo social, este movimiento es considerado por
muchos como el verdadero padre del cine negro norteamericano. Esto nos sirve, sin
embargo, para mostrar la independencia del esquema ontológico del género
policial (de El cartero…, y de todo
relato policial) de cualquier tipo de corriente artística que lo quiera
clausurar en su seno, ya sea el expresionismo alemán, el realismo poético
francés, el filme noir americano, o
como ya veremos, el neorrealismo italiano.
Pierre Chenal mantiene un fuerte apego argumental, y toda la estética
del filme está prefigurando los mejores elementos del cine negro: rutinas
nocturnas, uso de las sombras como elemento determinante de la mecánica
narrativa, la femme fatal del
personaje de Cora que interpreta Corinne Luchaire. El título Le dernier tournant [La última vuelta] es ya una aseveración
hermenéutica sobre la novela de James Cain. Entiende que El cartero… está inscripta en ciclos, donde el sentido lo da aquel
ciclo que posee el valor de final, y que sin embargo es una repetición de algún
ciclo (vuelta) anterior.
El crítico cinematográfico Manuel Villegas López, al analizar
la obra de Pierre Chenal, y en particular Le
dernier tournant, sostiene una paráfrasis de nuestra tesis: los espíritus
atormentados del naturalismo se ven llevados participar en circuitos de trama
policial, y a la inversa, el bajo fondo se ve llevado a la violencia
subconsciente de la pulsión:
Toda la fuerza de los bajos
fondos del espíritu del neo-naturalismo, se va hacia dentro, hacia los bajos
fondos del espíritu. […] El monstruo que mueve a sus protagonistas tiene por
antagonista el gran convencionalismo de la conciencia.
[…] Y estos dramas
psicológicos, estas persecuciones íntimas, tiene una forma aguda, directa y
evidente: el asunto policíaco. […] Porque es en esa zona social del “fuera de
la ley” donde habitan, con más frecuencia, los hombres empujados y devorados
por su monstruo interior. El crimen es su culminación.
Para que podamos aún corroborar más nuestra hipótesis notemos que según
Villegas López en Chenal los auténticos
personajes son los oscuros resortes del alma: crueldad, violencia, rebeldía,
codicia, egolatría, erotismo… Monstruos del hombre. El crítico, todavía
conceptualmente rudimentario, nos señala que las pulsiones (“monstruos del
hombre”) son las fuerza reales que se desarrolla en los filmes de este autor.
Lo que no llega a entender es que esta alineación naturalismo-policial-pulsión
no es exclusiva de Chenal, y mucho menos fortuita o casual.
Un último punto, bastante central en lo que refiere a esta adaptación,
es que decide filmar con un método completamente claustrofóbico. Los personajes
son acosados por la cámara, que pierde su eje horizontal. A la vez, picados y
contrapicados que muestran los techos y los pisos del espacio encuadrado, dando
mayor sensación de encierro, de ahogamiento (principalmente la entrevista de
Frank con el fiscal, la pelea de Frank con un chantajista, y la escena final de
la ejecución de Frank). Así, si bien no se explicitó casi ningún contenido
sexual durante el filme, esta decisión estética provoca que los personajes
resulten sujetos de su pasión, reforzando la idea de una fuerza que los
arrastra hasta la aniquilación.
Ossessione.
Dirección: Luchino Visconti.
Italia, 1942. Guión: Luchino Visconti, Giuseppi De Santis, Mario Alicata,
Gianni Puccini, Antonio Pietrangeli. Elenco: Clara Calamai, Massimo Girotti, Juan De Landa, Dhia
Cristiani, Vittorio Duse, Michele Riccardini, Elio Marcuzzo.
La palabra obsesión deriva del latín obsessĭo, que significa asedio. En la obsesión la
mente es asediada por algo que no puede evitar, involuntario o de voluntad
propia, como una idea-fija, o el zahir
borgeano. En el género policial la pulsión sitia al protagonista, pero no es un
asedio espiritual, sino que requiere de los objetos y el medio para su acoso.
Lo cierto es que la relación con las cosas y los tópicos se volverá mucho más
compleja.
Así
como Le dernier tournant puede ser
considerada la última película del realismo poético francés, Ossessione es hoy estudiada como la ópera prima de Luchino Viconti y del neorrealismo italiano. Es la más independiente con respecto a la novela original
de todas las películas aquí estudiadas: se nota en ella la experiencia del
joven director como asistente de Jean Renoir (quien le envía a Visconti una
traducción francesa mecanografiada de la novela, con la cual redactará el guión
de la obra). El film presenta los elementos neorrealistas típicos: filmación en
exteriores, interiores lúgubres y pobres en locaciones reales, actuaciones de
gran fuerza expresiva y sensual, pero a la vez personajes simples, vulgares y
directos. Filmada bajo la censura fascista, que termina condenándola, se vuelve
muy desafiante la propuesta de plantear al protagonista (Massimo Girotti)
como el objeto de deseo, tanto de Cora (en la película Giovanna), como de otro compañero (El español) que le ofrece una amistad de claro sesgo homosexual.
Vemos entonces cómo la pulsión, a la inversa del cine negro, no girará en torno
de una mujer como objeto de deseo, sino de un hombre, nudo controversial que
mereció la censura y la prohibición. Esta inversión no vuelve a Frank (Gino en la película) menos culpable, o
menos manipulado por la pulsión. Solo demuestra que la pulsión no es el mero
flujo de deseo, si no el entramado de los mundos originarios.
Visconti
estructuró un argumento policial, pero casi sin interesarse por las cuestiones
detectivescas o sígnicas, imponiendo en la llanura del Po personajes del
realismo poético, pero sin su carga surreal francesa. Este híbrido que parece
esforzarse por hacer brillar el naturalismo interno del realismo poético
francés y de la novelística policial, es lo que denominamos neorrealismo y que
surgió de las mismos movimientos de su época. Por su parte, el neorrealismo es
para Deleuze la primera gran salida de la crisis de la imagen-acción, o del
realismo clásico. Con imágenes “ópticas y sonoras puras”, el nuevo cine enfrenta
al antiguo personaje (que era un agente interrelacionado e interpelado por su
medio), con un nuevo tipo: el vagabundo-vidente. Como era de esperar, Deleuze
toma a Frank como encarnación de este vagabundeo sensorio-motriz y a Cora como
la visionaria. Pero entre estos
actores que solo perciben y oscilan, no se puede desencadenar la trama macabra,
la obsesión. Podríamos resolver la
situación con la formulación de personajes mixtos, que son a la vez
videntes-agentes y vagabundos-agentes.
Sin
embargo, este no es nuestro problema al acudir a las glosas deleuzeanas. A
comienzos del primer capítulo de La
imagen-tiempo, Gilles Deleuze dice lo siguiente sobre esta obra:
Es un film al que con
todo derecho se lo considera precursor del neorrealismo; y lo primero que
sorprende al espectador es esa heroína vestida de negro y poseída por una
sensualidad casi alucinatoria. Tiene más de visionaria, de sonámbula, que de
seductora o enamorada (…). En el antiguo realismo, o según la imagen-acción,
los objetos y los medios tenían una realidad propia, pero se trataba de una
realidad funcional, estrechamente determinada por las exigencias de la
situación, aun cuando estas exigencias fuesen tanto poéticas como dramáticas
(…). Desde Ossessione, por el
contrario, aparece algo que no cesará de desarrollarse en el cine de Visconti:
los objetos y los medios cobran una realidad material autónoma que los hace
valer por sí mismos. Es preciso, pues, que no sólo el espectador si no también
los protagonistas impregnen medios y objetos con la mirada, es preciso que vean
y oigan cosas y personas para que puedan nacer la acción o la pasión,
irrumpiendo en una vida cotidiana preexistente. Así la llegada del héroe de Ossessione.
A
primera instancia, las palabras de Deleuze sobre Ossessione parecen alejarnos aún más de un esquema policial. No
obstante, en vez de sólo batir a duelo argumentos contrapuestos, preferimos
encontrar una salida posible. Para esto nos serviremos de una de las voces en
que Deleuze busca referencia a la hora de entender el fenómeno del cine de
posguerra (el neorrealismo y, principalmente, la Nouvelle vague). Nos referimos a Robbe-Grillet y el notable
comentario que realiza sobre el género policial:
Los elementos recogidos
por los inspectores –objetos abandonados en el sitio del crimen, gesto fijado
en una fotografía, frase oída por un testigo– parecen sobre todo requerir, de
entrada, una explicación, existir solo en función de su papel en un asunto que
va más allá. Aquí es donde las teorías comienzan a bosquejarse: el juez de
instrucción intenta establecer un vínculo lógico y necesario entre las cosas;
se cree que todo va a resolverse en un manojo banal de causas y consecuencias,
de intenciones y casualidades.
Pero la historia empieza
a proliferar de manera inquietante: los testigos se contradicen, el acusado
multiplica las cuartadas, surgen nuevos elementos que no se habían tenido en
cuenta… y siempre hay que volver sobre los indicios registrados: la posición
exacta de un mueble, la forma y la frecuencia de una huella, la palabra escrita
en un mensaje. Se tiene la impresión, cada vez más, de que sólo eso es verdad.
Podrán ocultar un misterio, o revelarlo, pero esos elementos que se ríen de los
sistemas solo tienen una cualidad seria, evidente, la de estar ahí.
El
policial es para Robbe-Grillet un género donde se patentiza la constancia de las cosas. No siendo
sólo índices, ni huellas, ni interpretaciones hipotéticas o embrionarias, las
cosas tienen una presencia inusitada: este no es ya el problema de la Falsa huella, sino cierta certeza
ontológica, el estar-ahí, que vuelve
a al género policial, más allá del neorrealismo, el realismo poético o el noir, un movimiento de las cosas hacia
los hombres y no la inversa: las cosas se vuelven arma, testigo, huella, pero
también presencia que refleja, asedia y persigue a los criminales (a todo
hombre o mujer en tanto tales). Como en todo nihilismo, en el policial el mundo
se vuelve una instancia de asedio.
The Postman Always Rings Twice.
Dirección: Tay Garnet. EEUU,
1946. Guión: Harry Ruskin, Niven Busch. Elenco: Lana Turner, John Garfield,
Cecil Kellaway, Hume Cronyn, Leon Ames, Audrey Totter, Alan Reed.
A
primera instancia esta versión causa cierto tipo de desagrado en un espectador
conocedor de la obra original. La pulcritud parece inundar cada escena, y el
lirismo refrena las pulsiones. Posiblemente sea esta una de las más lánguidas
películas del género noir.
Dice
audazmente Noël Simsolo: Una voluntad
solar elimina la poética de la sordidez y el naturalismo de James Cain
desaparece parcialmente. El comentario nos evoca una dimensión que quizá
hemos dejada descuidada hasta ahora: el campo pulsional es el ámbito dionisíaco. Los personajes de Cain están
sujetos a las pasiones de Dionisos, pero sus planes tienden a una frialdad
apolínea. Es de esperarse que fracase dicha alianza, o que se concrete en su
única acepción posible: la tragedia. A Cain le interesa la crisis de personajes presos de una pasión sexual que creen que el
único medio de escapar a la mediocridad social es el dinero. Claro está que
estas pulsiones sexuales y monetarias no tienden a un progreso económico
estable, no tienden a constituir un sistema productivo-progresivo; una
inteligencia demónica ayuda a los amantes, pero solo para el desperdicio, el
derroche, la diseminación. Las
pulsiones tienden a arrasar con sus vehículos en un espiral de violencia, un
círculo vicioso de violencia acelerada constantemente, hasta el punto de ser
insostenible por sus propios hacedores.
El
punto central de evidencia de esta deslealtad hacia el esquema pulsional
originario se muestra en que en el filme de 1946 deben sustituir el motivo del
homicidio: mientras era la pura pulsión que regía la novela, en este filme Nick[1]
tiene que imponerle a Cora una humillación: abandonar el comercio donde es
propietaria, y reducirla a cuidar a su hermana hemipléjica, a una tarea servil.
Incluso el personaje de Nick toma un modo agresivo y dominante que le es
completamente ajeno. No es menor este cambio, muestra que un equilibrio debe
reinar dentro de la estructura realista y su decoro, el asesinato pasa a ser un
acto de venganza o de justicia, es decir, justificado, lo que sabemos es
impensable para la pulsión. La naturaleza de la pulsión es la del desequilibrio
arrasador.
Sin
embargo, debemos tomar nota de una escena brillante que esta adaptación es la
única en transportar de la novela. Casi hacia el final, luego de haber
asesinado a Nick y de haber atravesado la infidelidad de Frank, la pareja viaja
hasta el mar con Cora ya embarazada y nadan hasta alejarse de la orilla lo más
extremadamente posible. Entonces Cora le pide a Frank que si no la ama que la
abandone allí, no debe hacer nada porque sola no logrará volver a la playa.
Posesa, la pareja se realiza un juramento de amor, prometiendo seguir adelante
(Frank es quien realmente promete renunciar a su pulsión homicida y entregarse
a la fertilidad de Cora, cuyos pechos la pareja contempla). Tay Garnet elije
filmar esta escena con un mar oscuro, espeso, yuxtapuesto a un cielo nublado y
bajo. Entonces la imagen-pulsión, que había sido negada en su sexualidad,
vuelve a surgir con la presencia del mundo originario oceánico, que parece
cargar y poseer completamente a los protagonistas en esa brea venenosa y
proyectarlos en su raid final hacia eliminación orgánica.
The Postman Always Rings Twice.
Dirección: Bob Rafelson. EEUU,
1981. Guión: David Mamet.
Elenco: Jack Nicholson, Jessica Lange, Anjelica Huston, John Colicos, Michael Lerner, William Traylor, John P. Ryan.
Protagonizada
por Jack Nicholson, Jessica Lange y John Colicos, se produjo casi cuarenta años
más tarde una nueva adaptación, considerada como una de las principales piezas
dentro de lo que se conoce como neonoir; continuadora, por cierto, de
una serie de filmes de los años ’70, como China
town o The godfather.
Liberado
de la censura del código Hayes, Rafelson vuelve explícita la violencia sexual y
la ambición desmedida que lleva a los protagonistas al homicidio. Sin lugar a
dudas, este es la adaptación más respetuosa con respecto al espíritu y a la
trama de la novela: no obstante, debe notarse que el elemento mexicano, con su
carga sensual y aventurera está casi desterrado de la película, así como las
constantes visitas al mar de los amantes, que como ya hemos notado en el
apartado anterior, significaban una fuerte presencia del mundo originario.
Sin
embargo la crítica más severa que debe hacérsele a este filme corre por el lado
de la censura o de la autocensura: las primeras tres adaptaciones se rodaron en
un lapsus de poco más de diez años con respecto al libro original y no tuvieron
el inconveniente que arrastra Rafelson. La versión de 1981 es un filme de época. A diferencia de Chenal, donde
lo pesadillesco del realismo poético agobiaba la pantalla; a diferencia de
Visconti, con su proyección hacia las cosas, a la presencia de las cosas; y a
diferencia del recato de Garnet (aquí abolido). Esta versión agota la imagen
con la utilería del pasado, cada cuadro está repleto de objetos de los años ’30
y ’40, objetos sin carga simbólica ni utilitaria (carteles, decoración,
vestimentas, automóviles, utensilios, marcas); objetos que están sólo presentes
en tanto son el recuerdo de un objeto que formó parte de otro presente, y que
por eso mismo es valorado. La melancolía opera como una censura, como un filtro
violáceo que tiñe la historia de falsedad (no de la irrealidad de la obsesión o
de la pesadilla, si no de la irrealidad del cine, del espectáculo).
Para
que la pulsión sea una fuerza no basta con escenas de sexo o agresión
extremadamente veristas, necesita ser vaciada de nostalgia, necesita degradar
el tiempo, agotarlo, acorralarlo hasta volverlo un circuito. La idea de una era
dorada, de una época de las grandes pasiones, de los grandes crímenes, vuelven
a El cartero… de Rafelson un simple
homenaje, homenaje a una novela y a un cine, pero nunca revela una identidad
propia, ni acaba realizando una propia lectura sobre el texto de James
Cain.
[1] Otro punto de crítica es que se
pierde lo extranjero, lo extraño, tanto Cora como Nick (que en la película se
apellida Smith y nada tiene de griego) son tipos habituales de la sociedad
norteamericana, sin presentar el elemento disruptivo que su alteridad
conllevaba en la novela.
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